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Capítulo 3: Moneda de cambio

Réizma soltaba varias de las cuerdas amarradas de los mástiles, haciendo que varias velas se curvaran al son de las ráfagas de viento. El sol llevaba días abrasando su piel y los cielos despejados los dejaban a merced de cualquier ataque enemigo. Nunca regresaban a alta mar cuando resplandecía el buen temporal, pero la necesidad de atracar en un muelle se hacía más latente al paso de las semanas.

No querían admitirlo, pero la vida se había vuelto más cruda desde que seis años atrás, parte de sus compañeros decidieron abandonar el barco en busca de su libertad tan esperada, algunos deseando experimentar la vida y otros la dulce y fría venganza. Réizma, Logan y Nix permanecieron durante años sobre esas tablas de madera roñosa que se astillaban con facilidad. Algo les seguía manteniendo juntos, un fervor deseo de inquietud y soledad que no les permitía separarse los unos de los otros y que con el paso del tiempo se fue forjando como un pequeño lazo familiar.

Logan sujetaba el timón de su barco con decisión mientras observaba al frente con un pequeño palillo entre los dientes. Adoraba la vida pirata; sentir las brisas marinas y el olor salado que producía el oleaje, ver los animales y criaturas sobrenaturales nadar cerca de ellos y todas las tierras extrañas y mágicas que habían descubierto tachadas sobre su mapa viejo y desgastado. Pero cada vez que dejaba sentir una punzada de libertad, una angustiosa tristeza inundaba sus pensamientos al recordar que seguían fracasando. Todo este tiempo habían estado huyendo de la Capitana del Mar mientras que, a su vez, trataban de hallar donde habían encarcelado a la única persona que Logan había llegado a querer: Eris. Muchos tripulantes prefirieron abandonar aquella búsqueda con el paso del tiempo, por como eran obligados a ponerse en peligro en lugares inhóspitos repletos de trampas mortales, para que después no hubiera nadie encerrado a su espera. Logan muchas veces se sentaba en su silla del camarote debatiendo consigo mismo si esa chica le valía tanto la pena, con todo el esfuerzo y gente que había perdido por el camino y sin respuestas claras sobre el paradero de ella. Sin embargo, su corazón terminaba encogiéndose cada vez que recordaba todos esos momentos que había pasado con Eris desde pequeños, las fiestas con los compañeros, las peleas y robos, las conversaciones profundas de lo que querían hacer una vez salieran de la Isla y lo que se decían muchas veces con tan solo una sola mirada coqueta. Logan la echaba en falta y sabía que era muy probable que acabaría muriendo en el intento de encontrarla.

Era desconcertante porque nadie sabía nada de Eris. Desde la pelea titánica que se debutó en el Monte Olimpo, no hubo rastro de ella, ni siquiera Nix. Sus contactos y rumores en tierra advertían de que los Dioses habían salido victoriosos de aquel encuentro y no solo eso, habían conseguido derrotar a Eris de un solo golpe, de un fulminante golpe que terminó con ella al instante. Muchos marineros, bucaneros y piratas alegaron haber visto como personas montadas en caballos alados transportaban un enorme e inconsciente guiverno negro entre cadenas de un color dorado místico y lo hicieron desaparecer de tal manera que yacía borrado del mapa. Ninguno de ellos se rendía, aunque las esperanzas decaían cada vez que chocaban en un punto sin salida o cada vez que tachaban un día del calendario. Se negaban a aceptar que Eris murió.

Los pocos tripulantes que quedaban en pie yacían limpiando con estropeadas fregonas la cubierta desgastada. Ágilmente Réizma se acercó por un lateral de la cubierta seca mientras observaba a su hermano con una piadosa sonrisa.

—¡Barco enemigo! —gritó la joven y subió por las escaleras hasta acercarse dónde yacía Logan concentrado—. Van a barlovento, así que los tendremos aquí al lado en nada.

—Perfecto. Necesitamos dinero antes de atracar en Grimsville.

Ambos hermanos observaron que el pequeño rebaño de cubierta se estaba poniendo muy nervioso, los nuevos siempre se ponían así cuando un barco enemigo se acercaba sin identidad. Sus movimientos se volvieron patosos y algunos se tropezaron entre sí tratando de llegar a sus posiciones.

—¡Mi capitán! No aguantaremos un asalto... Son muchos y nosotros apenas somos cuatro —uno de los escuálidos tripulantes tragó saliva, todos se observaron agitados pensando lo mismo.

Llevaban días sin comer, algunos se mantenían en los huesos mientras que otros deseaban poder beberse el océano entero con tal de poder hidratarse.

—¿Es la Capitana del Mar? —dijo otro sin intenciones de enfrentarse a dicha persona, el terror nubló la vista del resto de tripulantes— ¡Seguro que ese es su barco! ¡Demos media vuelta!

—¡ES ELLA!

—¡Vamos a morir!

Logan golpeó la barandilla con el puño para llamar la atención del grupo. Los cuchicheos e invenciones estaban adueñándose del sentido común y los necesitaba lo más lúcidos posibles para su tarea. El barco enemigo ya había cogido rumbo hacia su fragata dispuesto a debutar en un enfrentamiento hostil.

—¡SILENCIO! —espetó Logan y todos callaron amedrentados—. Sois una panda de cobardes ¿creéis que la tan temida Capitana del Mar viajaría en ese bergantín insignificante? ¡No! He navegado estas aguas centenares de veces y siempre hemos salido victoriosos, no dejéis que el miedo os venza o estaremos todos muertos. ¡¿Me habéis entendido?!

—¡S-sí, cap-pitán!

El barco enemigo frenó en seco en uno de los laterales de la fragata arrojando su sombra sobre ellos, sus cañones yacían en posición de ataque y varios hombres armados con pistolas y espadas asomaron por la cubierta. Logan mantuvo una faceta burlona, reposando sus brazos despreocupados en las barandillas esperando que el enemigo se confiara demasiado.

—Vaya, vaya —una voz carrasposa se oyó desde la cubierta enemiga, donde un hombre corpulento de mirada asesina se dejó ver entre la multitud—. Mirad que regalito que nos ha traído el mar. Ningún pirata con dos dedos de frente se metería en mar abierto con ese barco al borde del hundimiento.

—Tienes toda la razón —respondió el joven, sin poder ocultar una media sonrisa al acariciarse su trenzada barba—. Somos cuatro gatos a bordo. Pero antes de que decidáis asaltarnos dejadme haceros una simple pregunta. ¿conocéis a una tal Derneris? Una mujer joven, de uno setenta de alto, mirada salvaje y belleza inigualable, piel gris y un pelo azul tan oscuro como cuevas abisales... ¿He mencionado que se puede transformar en un dragón?

La gente se miraba confusa entre sí, algunos con muecas extrañas y otros babeando mientras se la imaginaban. El capitán enemigo se rascó su barba canosa y los fulminó con unos ojos presos de la rabia —odiaba que le tomaran el pelo.

—¿Te estás riendo de mí, chico? —gruñó molesto y los apuntó con su espada de hoja dorada.

—¿Por qué le preguntas esa gilipollez? —musitó Réizma molesta también, seguido le dio un toque en el hombro—. Son una panda de idiotas.

—No perdía nada por preguntar —siguió su hermano entre risas—. Anda, llama a Nix. No quiero perder más tiempo.

Réizma rodó los ojos y se acercó a uno de los mástiles donde una gruesa cuerda colgaba sin atar, decidida y con sus dos manos estiró con fuerza como si de una campana colgante se tratase. Varias latas atadas en la cofa resonaron con fuerza e insistencia como cascabeles llenos de clavos de plata. El ruido molesto sonó por toda la cubierta hasta alcanzar las pequeñas olas del mar deseando atraer a algo que hacía huir el resto de vida marina que pululase cerca.

—Cuando acabe todo esto quiero que vosotros, panda de inútiles, recojáis las sobras —tras dicha orden, Logan se metió en su camarote, totalmente despreocupado por la situación.

Los tripulantes se observaron confundidos y aterrados mientras se armaban con las armas afiladas que tuvieran más cerca. Su propio capitán los había dejado a merced de los enemigos quienes estaban a punto de tirar cuerdas para columpiarse hasta ellos. Nadie entendía por qué la calma reinaba en la fragata cuando estaban apunto de ser acuchillados vilmente, incluso se molestaron al ver como Réizma se apoyó en las barandillas esperando la llegada con paciencia.

El oleaje cambió drásticamente de movimiento y sus olas comenzaron a alejar el barco enemigo de manera brusca haciendo que se balanceara con desequilibrio de un lado a otro. Un bulto extraño pasó nadando por debajo de la fragata Barbanegra y serpenteó cerca de la superficie del océano hasta dejar ver unas espinas afiladas sobre el lomo de una bestia negra. La superficie del mar se empezó a teñir con una niebla gris y densa que envolvió lentamente el barco enemigo hasta quedar inutilizado sin ver absolutamente nada, como si la noche se hubiera impuesto a voluntad. La calma se perpetuó durante unos eternos segundos hasta que, sin que se lo esperasen, unos rugidos emergieron junto a un enorme dragón negro. Ráfagas intermitentes de fuego azul terminaron alumbrando la madera del enemigo entre los gritos de desesperación y agonía.

—¡EL DIOS NEGRO! —chilló uno de los pocos que quedaban vivos en el barco mientras la madera explotaba y astillaba todo a su paso— ¡PIEDAD!

Los tripulantes de Logan se quedaron horrorizados al ver semejante bestia matando a sangre fría a todas aquellas almas desgraciadas. Como a penas después de diez minutos solo quedaba un cascarón vacío, sin velas, armas ni vida. Solo el fuego incandescente consumiendo los restos de madera que flotaban.

—Ya habéis oído a mi hermano, recoged las sobras —remarcó Réizma, disfrutando de aquellos rostros pálidos de su gente— y tranquilos, si no hacéis aspavientos, Nix no os matará.

Réizma supervisaba como dos de sus camaradas habían bajado en una de las balsas y cargaban los restos del botín y armas que habían sobrevivido. Más cuando alzó la mirada, la felicidad invadió su cuerpo y se percató de que en el horizonte; unas playas y casas se desdibujaban cerca de un nuevo muelle. Con rapidez y algo de nerviosismo sacó su pequeño catalejo para darse cuenta que por fin habían llegado a la ciudad que deseaban visitar: Nueva Orleans, concretamente Grimsville.

—¡Tierra a la vista! Poned rumbo a ese muelle —ordenó Réizma con decisión y los tripulantes comenzaron el protocolo con rapidez.

Era en Grimsville donde podrían seguir buscando respuestas frescas. Desde hace varias semanas habían recibido un soplo que les confirmaba que el mejor hechicero vudú podía predecirles donde yacía Eris oculta o incluso que sus poderes podrían localizar el sitio exacto. No eran ilusos, ya habían pasado por unos cuantos brujos que prometían lo mismo, pero con el tiempo descubrían que se trataban de sacacuartos sin poderes de los que poder presumir. Ninguno de esos mentirosos terminó bien y menos si pensaban que podían engañar a alguien como Logan y salir impunes de tal hazaña.

No obstante, este nuevo hombre levantaba cierta curiosidad, ese nuevo hechicero era conocido y temido, con mucho renombre por las viejas lenguas de varios sitios por donde habían estado y desde hace meses se sabía que había regresado a su tierra natal, lugar de nacimiento de toda su magia. Los tres intuían perfectamente de quién se trataba y sabían que sólo tendrían una oportunidad con él.

Réizma trató de captar la atención del dragón que planeaba alrededor de la mercancía saqueada y vigilaba a los tripulantes que regresaban lo más deprisa posible. Con unos movimientos específicos con los brazos la joven trataba de advertirle a Nix que era hora de volverse más humana. Gracias aquellas señas que llevaban practicando durante años en los saqueos, el dragón se envolvió en un humo gris que descendió poco a poco sobre la cubierta roñosa, dejando ver a una joven adulta de piel gris y ropa azulada.

—Cada vez te salen más creativas las entradas triunfales —soltó Réizma pasando el catalejo a su compañera—. Al igual que los apodos de tus víctimas, ¿dios negro?

Nix no pudo evitar soltar una risa mientras observaba por el artefacto.

—Mejor «Dios negro» que lo último que me dijeron —comentó aún entre risas— ¿recuerdas cuando me llamaron «la bestia fantasmal que destroza barcos"? No sé ni como le dio tiempo de decirlo al completo.

La fragata echó el ancla repleta de percebes cerca de los últimos muelles de Grimsville, mientras que el resto aseguraban la estabilidad atando los cabos en los bolardos de amarre. Una rampa de madera se deslizó hasta alcanzar tierra firme haciendo que varios de los pasajeros desfilasen mientras las gaviotas graznaban dando círculos perfectos. La madera crujía con inestabilidad allá por donde caminaban y decidieron frenar frente a un pequeño cartel de madera sucia que te indicaba varias direcciones completamente opuestas. Mientras que a su izquierda se dibujaba un sendero de tierra que conducía hasta las tierras de Ulstead, a su derecha se iniciaban unas calles de roca sin bordeados, donde personas, coches y carrozas transitaban con calma por el primer barrio francés: Grimsville.

—Vale, escuchadme —dijo Logan a las únicas dos chicas en las que confiaba—: Yo me quedo por el puerto reclutando a más gente, estará complicado porque nadie se atreve a navegar con la Capitana del Mar por ahí..., pero haré lo que pueda, vosotras encargaos de encontrar a ya sabéis quien. Tenéis su dirección.

Ya no estaban en alta mar, ahora el peligro les acechaba por todas partes y la Guardia Imperial era una de ellas. Si querían encontrar al Doctor Facilier era mejor evitar su nombre por esas calles, puesto que era uno de los hechiceros más buscados por la policía. Logan observaba a su alrededor algo intranquilo, como había pequeñas tiendas que vendían pescado y marisco fresco, gente con carretas transportando materiales o comprando suministros para sus pobres casas. Nadie de esa gente era de fiar, a la mínima que se les presentase la oportunidad de delatar a cualquier villano de los que habían en busca y captura lo harían sin rechistar. «¿Pero y quién no?», —pensaba Logan tentado al ver uno de los carteles de 1.000 dólares que cobraría por la cabeza de Gastón.

Tampoco es que hubiera un código ético entre villanos.

—Vale, no tardaremos —afirmó Nix ajustándose una capucha, al igual que Réizma— ¿Algo más, capi? —añadió con algo de burla.

—Pues ya que estáis, traedme una botella de bourbon, mejor dos —respondió con una sonrisa burlona, con su mismo tono infantil—. ¡Va! El tiempo vuela.

Alejadas del muelle, ambas caminaron cerca de una de las calles amplias, donde los carruajes con corceles blancos paseaban tranquilamente y las personas compartían un delicioso almuerzo en los bares a pie de calle, mientras disfrutaban de la música callejera repleta de trompetas y tubas. No pudieron evitar quedarse magnificadas al observar la de cosas nuevas que habían desde que se rompió la barrera mágica, todavía les costaba habituarse al olor de la comida recién cocinada, sin que el olor a podrido y moho anulase el sentido de su olfato. Ver como funcionaban los aparatos electrónicos sin que echaran chispas o desprendieran líquidos que hiriesen la piel. Y lo que más les llamó la atención fue un pequeño local de teléfonos móviles cerca de una retoucherie, donde en las vidrieras exponían el último modelo que tenía implementada la magia de alta velocidad. Habían oído hablar de ellos, unos aparatos que no requerían de cobertura ni internet, si no que la propia magia los dotaba sin necesidad de ello, incluso estando en una zona incomunicada, en una cueva remota o en pleno mar —podías comunicarte con cualquiera en cualquier parte del mundo. No entendían como electrónica y magia podían caminar de la mano, pero desde luego gracias a la familia Fitzherbert fue posible dicho milagro.

—¿Has visto estos, Nix? Quiero uno. No. ¡Lo necesito! —dijo Réizma apoyando sus manos y cabeza en el vidrio, empañándolo—. ¿Robamos uno? Oh, bueno ya que estamos pillamos tres.

—¿Para que quieres otro? —preguntó cruzada de brazos, con ganas de oír sus explicaciones.

—Este es mágico, nos podemos hacer fotos, ver las redes sociales y nos podríamos comunicar con cualquier persona —respondió mientras retomaban la caminata—. Así sabríamos algo de Veatrix y Jaxon...

—Es más probable que antes aprendan a volar que a usar un móvil para contestarte —dijo entre risas y ambas doblaron por una pequeña calle algo más apagada—. Seguro que estarán bien, probablemente planeando como matar a toda la familia de Mulán o asentados en alguna montaña nevada. Siempre les gustó la vida sencilla sin electricidad.

El buen ambiente poco a poco se fue tornando más oscuro y frío, allí donde había música y gente bailando, ahora solo quedaba mendigos pidiendo limosna, durmiendo en cajas, algunos haciendo vandalismo en tejados de uralita vieja pintando grafitis y pequeños bares de ambiente con neones estrafalarios y algo provocativos. Desde luego esas calles no eran tan frecuentadas como el resto, tan siquiera por coches ni motocicletas.

—Oye, cómo sabes realmente que Eris no está... ya sabes —preguntó Réizma evitando decir esa palabra tan rotunda.

—No lo sé..., solo sé que desde la batalla contra los dioses yo la abandoné para salvaros a vosotros —continuó la joven y justo se detuvieron en un pequeño bar de ambiente al final de una de las callejuelas—. Hasta que no agote todas las posibles esperanzas no desistiré, no le puedo hacer eso... ¿y si sigue viva y está sufriendo? No me perdonaría eso a mi misma si hago mi vida sin resolver esto.

Solo habían oído que Hades seguía vivo de regreso en su propio mundo junto a los diablillos, Cerbero también, los titanes habían sido carbonizados de un solo golpe y Eris padeció el mismo ataque. Desde entonces, a pesar de buscar respuestas desde las sombras, siempre terminaban con las mismas hipótesis.

Sin perder más tiempo, cruzaron las puertas de un bar nocturno con el suelo forrado con terciopelo verde. A pesar de ser de día, ya había clientela conversando y ahogando sus penas en chupitos en la barra, poniendo ojitos a la bartender que les servía. A su vez, la música de Jazz ambientaba el local con una pequeña banda musical de animales conocida como Little Bite. Donde Saba, la hija del destituido príncipe John, mostraba cuan fuerza y talento tenía en las cuerdas vocales, junto a su compañera licántropa, Jhenna que le hacía los coros.

—Vaya, que sorpresa —apuntó la bartender de enormes coletas negras, Freddie, una antigua compañera de la Isla de los Perdidos—. Hacía tiempo que no os dejabais ver por aquí, os estáis perdiendo un montón de fiestas de las buenas.

—Hemos estado ocupadas —apuntó Réizma y seguido se apoyó en la barra para conversar con más comodidad—. Y veo que tu también.

Pronto uno de los hombres borrachos de la barra las observó con descaro y la mirada perdida mientras hacía morritos, sus mejillas estaban rojizas, algún moratón y arañazo por el rostro y su labio inferior dejaba caer un hilo de saliva. Tan siquiera podía sostener un cigarro en la boca y con la otra una jarra vacía. Era extraño ver como una persona de vestimenta pija, cabello negro y blanco perfectamente peinado y con anillos que parecían costar mucho dinero decidiera gastar su tiempo y dinero en ese bar de mal ambiente cuando podría estar conduciendo un Lamborghini camino hacia su chalé.

—Ni caso, es un cliente habitual que siempre está borracho y salido, es una de nuestras fuentes de dinero y a Little Bite le gusta apalearlo cuando vamos a cerrar, así ganamos todos —explicó Freddie y seguido le cobró otra jarra de cerveza al hombre con un precio desorbitado, aprovechándose de que no se enteraba de nada—. Me imagino que no habéis venido porque me echaseis de menos, ¿verdad?

Ambas jóvenes se observaron antes de contestar y para su sorpresa Freddie les empezó a preparar dos cócteles cargados de alcohol.

—Queremos ver a tu padre —respondió Réizma agradecida por la bebida—. Dicen que ha regresado a Grimsville ¿cierto?

—Mi padre viaja mucho... —dijo la barman agitando con estilo los vasos mixer después de verter la mezcla—. Hace poco visitó parte de África y ahora está de visita familiar en Queltzineba.

—Freddie, necesito hablar con tu padre —respondió Nix, algo más seria—. Sabemos que no está de vacaciones en ningún sitio, solo necesitamos que nos eche las cartas. No vamos a delatarlo si eso es lo que te preocupa.

Freddie se calló y realizó una pequeña pirueta antes de verter el líquido perfectamente elaborado, ahora adquiriendo un tono verdoso brillante en los cócteles. Ante el espectáculo que estaba dando comenzó a mover las manos con disimulo, como si estuviera haciendo algo misterioso con las bebidas y acto seguido recitó algo extraño:

Encandila absolum —dijo tras terminar de verter el líquido en las copas—. Ahora podemos hablar con más calma, he hechizado las copas para que mientras estén llenas nadie pueda oír nuestra conversación. Así que bebéoslas después.

—Nos han dicho que Facilier ha mejorado mucho con el vudú y el tarot. En todos los muelles que hemos atracado siempre hablaban de él; que si hace bailar a los muertos, que si tiene más amigos del más allá... —explicó Nix con algo más de impaciencia—. Estoy buscando a mi hermana desde hace años y él es el único que puede decirme dónde está.

—Lo siento, colega, no está aquí, tus rumores eran falsos —insistió Freddie, mostrando una faceta desinteresada mientras toqueteaba una de sus enormes coletas.

—Hemos traído dinero —respondió Réizma haciendo sonar una bolsa de dinero—. Venga, haznos el favor.

—¡Ah! Haber empezado por ahí —soltó Freddie alegrada después de oír el gratificante sonido de las monedas repiquetear—. Pasad, su tienda está bajando esas escaleras.

Después de beberse hasta la última gota de los cócteles, ambas se dirigieron frente a una puerta de madera oscura tras la barra, lo que debería de ser el trastero —como antes habían visto a Freddie entrar por unas botellas de repuesto, se convirtió en unas escaleras de madera después de que la joven moviera su mano alrededor del pomo y lo golpeara con suavidad. Parecía como si hubiera desbloqueado un pasadizo secreto, oculto por un hechizo y no tardaron en bajar por el tétrico y estrecho pasillo que iba adquiriendo unos tonos verdes y morados neón.

Aquel pequeño lugar parecía el habitáculo perfecto para el tarotista, con estanterías repletas de pócimas y objetos de magia negra, tarros enormes llenos de ranas; había tantas que el frasco parecía que iba a explotar de la presión, habían máscaras y caretas repartidas por las paredes del lugar, algunas africanas nuevas y otras características que reconocían de verlas en la Isla, en su antiguo negocio.

—¿Pero que ven mis ojos? ¡Pasad! —soltó el hombre que yacía sentado en una mesa con un mantel de terciopelo que brillaba.

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