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Capítulo 1: Perro guardián

El viento azotaba con intensidad y las corrientes de aire trataban de arrasar con cualquier ser vivo que osase cabalgar sobre ellas, sin embargo, las poderosas alas de aquel dragón morado planeaban sin ninguna dificultad cerca de la superficie del mar, justo antes de empezar a coger altura con cada aleteo. Mal yacía sobrevolando a las afueras de Auradon como solía hacer algunas mañanas, practicando sus piruetas y giros cerrados, la última vez consiguió ganarle en una carrera a una poderosa águila de plumas doradas y blancas que no le tenía ni una pizca de temor, a diferencia del resto de seres vivos que huían nada más verla. En los cielos sentía que podía ser ella misma, dejarse llevar y fluir con las corrientes siendo una más con la naturaleza, ahí podía pensar con claridad todo lo que había sucedido estos años atrás, sin ataduras, sin sus problemas. Simplemente era libre.

Volvió a cerrar sus ojos, con sus alas bien extendidas en una corriente cálida ascendente que la dejó suspendida en el aire, cerca de las preciosas Montañas Olvidadas, donde el sol comenzaba a despertarse tras estas. Se concentró, incluso haciendo que su garganta incrementase el calor hasta fluir por sus orificios nasales, no obstante, justo cuando creía que podría volver a transformarse en aquélla formidable bestia negra, varios flashbacks de la pelea contra Nix nublaron su mente. Trató de centrarse nuevamente, pero recordaba los mordiscos, el fuego abrasador y los golpes contra el suelo que le hicieron perder la vida y se desconcentró otra vez. Y aunque lo intentó una tercera vez, terminó desistiendo. Bramó molesta, albergaba demasiado miedo en sus recuerdos, de no poder estar a la altura de proteger a los suyos y, era ese mismo terror, el que no le dejaba volver a adquirir esa forma completa tan parecida a la de su madre. Sentía que su magia estaba bloqueada y desde hace años no sabía como afrontarla. Molesta, escupió una pequeña llamita, ¿cómo podía darle miedo algo a estas alturas? Se enfrentó a Uma, a Maléfica en su peor versión y a Nix y en todas consiguió vencer. No tenía sentido tenerle miedo a nada.

Todo era muy distinto cuando se transformaba, esa seguridad que acompañaba su estado humano se disipaba al transmutar en dragón y con el tiempo la teoría se volvió realidad: su magia estaba al borde del colapso.

Pasadas las horas, Mal regresó a Auradon sobrevolando el Bosque Encantado dejando una estela de gritos y pánico donde su sombra se cernía. Los habitantes estaban muy susceptibles cuando una gran bestia alada sobrevolaba los poblados y ciudades, todos temían que un dragón quemase y destruyera todo lo que viera, muchos inocentes recordaban la sensación de estar en los búnkeres sintiendo todas las pisadas, los rugidos y como el fuego calentaba el techo con el paso del tiempo, como sin en cualquier momento los pudieran envolver en llamas. Aunque fuese la propia Mal la que volaba siempre, el miedo había conseguido arraigarse con mucha fuerza.

—¡Protocolo 19.59! ¡Avistamiento de un dragón por identificar! —se oyeron los megáfonos dorados que rodeaban una de las murallas de la ciudad, varios cañones en las torretas se movieron y siguieron el recorrido de la bestia—. ¡Se le advierte a lady Mal que rehúse su transformación de inmediato!

Mal hizo caso omiso hasta que no llegó al parque natural de la capital donde, con más espacio, pudo envolverse en un tornado morado y recuperó su estado humano con rapidez. Su tranquilidad se vio magnificada en aquel paraje natural, donde niños dejaban volar sus cometas bajo los cielos despejados y parejas hacían picnics de enamorados en los pequeños pliegues de césped.

Ese parque que quedaba cerca de su castillo era su lugar preferido cuando deseaba estar sola, donde, reposada bajo un gran abedul, podía escribir en su diario o dibujar los hermosos paisajes, además de que allí poca gente ni reporteros del Auradon Times le solían agobiar.

Esta vez, tras recitar un hechizo práctico hizo que su diario apareciera frente a ella, envuelto en humo verde antes de caer sobre sus manos desnudas. Reconocía que la vida se había vuelto mucho más sencilla desde que se permitió el uso de la magia, solamente prohibida si era para conjuros de magia negra o con intenciones de herir a alguien, —por no hablar de que bajo ningún concepto podían transformarse en dragón. Desde la apodada Guerra de Dragones de hace 6 años, ningún hechicero experimentado o novato tenía permitido transformarse en dichas bestias, el tema era tan delicado que se consideraba incluso tabú. Por suerte, Mal tenía ciertos permisos por haber conseguido liberar al país de las garras de su madre, pero incluso ella tenía bastantes límites.

Respiró hondo tras abrir una nueva página en blanco:

03/08/2026

Querido diario, he perdido la cuenta de los fracasos de mi transformación, creo que después de tantos intentos desistiré, una parte oscura de mí no desea convertirse en aquella bestia negra y tal vez sea por algo. Tal vez los problemas que empiezo a compartir con Ben sean los causantes de ello y, mientras que mis amigos siguen avanzando en sus vidas, siento que yo me detengo más en la mía, sin saber en que debería encaminar mi futuro.

Carlos se ha graduado en hipología. Adora los animales, pero todavía le cuesta estar rodeado de muchos perros así que optó por las prácticas en las caballerizas del centro ecuestre de Auroria y, después de que Jane consiguiera un puesto de trabajo como psicóloga infantil, en una clínica, ambos pudieron dar la entrada a su nueva casa.

Evie ha escogido un camino parecido junto a Doug. Cada uno trabajando de lo que más le gusta finalmente pudieron conseguir un pequeño castillo a las afueras de Auroria, ambos recién casados, están a las puertas de echar raíces. Aunque todavía desean ver más mundo antes de asentarse de una vez por todas, así que apenas se ven sus rostros por la ciudad.

Jay pasó una temporada siendo jugador profesional de Tourney, pero no se esperaba que fuera una vida tan sacrificada, asique ha decidido mantenerse al margen como entrenador profesional en el nuevo Internado Auradon; donde ahora pueden acoger a alumnos de todos los lugares y ofrecerles una estancia mucho más hospitalaria.

Y yo sigo aquí, preocupada por los ataques que puedan ocasionarle a Auradon, como si fuera el perro guardián de la ciudad. Creo que con el tiempo me estoy volviendo más paranoica y es esa preocupación la que no me deja avanzar... Siento el deber de hacerlo, por culpa de mi madre todo fue destruido... No he vuelto a saber nada de ella, ni del barco Barbanegra que se fugó, ni tan siquiera de Uma. Es extraño, pero desde hace tiempo Uma decidió desaparecer en el mar con su barco sin decirnos nada y no sé si estará bien con todo el mal extendido. ¿Qué digo? Es Uma, seguro que estará bien...

Mal levantó la vista por un instante al oír un sonido rítmico acercarse por el sendero de su derecha. Un noble corcel alazán caminaba sosegado con la cabeza algo agachada mientras se acercaba con su jinete a lomos. No pudo evitar mostrar una media sonrisa entre sus comisuras al ver aquel rostro principesco que tanto amaba, aunque no le duró mucho al ver que él estaba acompañado por dos soldados más que montaban sobre otros dos caballos, salvaguardando sus espaldas. A Ben ya no lo dejaban solo ni un instante y era agotador incluso para él.

—¿Por qué sabía que estarías aquí? —se detuvo frente a ella, después de acariciar con suavidad el cuello de Galán.

Mal se subió sin dificultades tras él y a paso tranquilo comenzaron una caminata hasta su castillo, cerca de unas praderas de frondosa vegetación. Se sentía muy feliz al ver que después de tanto tiempo, la vida volvía allí por donde las espinas y el fuego lo habían destruido todo, ver a los animalillos, hadas florales, cuervos y mariposas nuevamente era una sensación muy agradable, puesto que no habían vuelto a ver fauna desde hace tiempo en Auroria. Aquella felicidad no tardó en desvanecerse cuando cruzaron el pequeño pueblo Villeneuve, tierra natal de la familia materna de Ben, y observó que había carteles de recompensas elevadas por encontrar a varios villanos de la Isla, tales como la Reina Malvada, Jafar o incluso Yzma. Aunque su descontento se acrecentó cuando se dio cuenta que el cartel con el rostro de su madre ofrecía una cantidad desmesurada, como si se tratase del premio gordo de la lotería.

Mal observó algo desanimada a Ben, mientras que este saludaba con cordialidad a los pueblerinos franceses.

—Ben... ¿Has encontrado algo...? —soltó ella en el incómodo silencio de la caminata, solo interrumpido por los cascos y relinchos de los corceles—. De mi madre digo.

El rey dejó caer un leve suspiro. Estaba agotado del tema.

—Nada, no hemos logrado dar con ella todavía. —respondió, su tono permanecía algo apagado—. Tú.., ¿por casualidad no sabrías donde se pudiera esconder tu madre?

—A estas alturas ojalá lo supiera..., ni siquiera sabía que tan poderosa era... ni que se podía transformar en aquel dragón negro tan grande... —explicó la joven. Reconocería en voz alta que era bastante aterradora de no ser por que ella misma también adoptó esa forma.

Tampoco sabía que ella misma también podía hacerlo. Ser tan semejante al monstruo que todos temen.

No dijo nada más, apoyó su mejilla derecha sobre la espalda de su novio y cruzó sus brazos por su abdomen deseando llegar de una vez a su castillo. Y fue justo después de pasar una iglesia —con andamios en plenas reformas por la empresa de construcción "De la Madera al Ladrillo" que por fin avanzaron por la última colina antes de llegar a las enormes puertas de su imponente casa.

—¡Ah! Por cierto, me han avisado de que has sobrevolado la ciudad transformada —apuntó el joven, al bajarse de su caballo recién atado.

Ella se anticipó a sus palabras:

—Sí, lo sé, lo sé, sé que no quieres que lo haga —aportó tras bajarse de un ágil salto.

—No es que no quiera, ma fée, es que saltan las alarmas y la gente entra en pánico —contestó él, mientras se acercaban solos a las puertas principales del castillo, con ese gratificante olor a césped recién podado.

Pronto cruzaron la entrada central, donde varias armaduras decoraban la puerta, con plantas frondosas en tiestos de cerámica. Ambos continuaron su charla al caminar por uno de los enormes pasillos con imponentes ventanas de lanceta que filtraban los rayos del sol. Atravesaron los arcos de punta que conducían hasta su comedor principal de relucientes baldosas de mármol. La calma que se respiraba ahí no era comparable con ningún templo sagrado ni cueva tras una catarata. Aquel lugar precioso te incitaba a respirar hondo y mirar el lado positivo de los problemas, sin embargo, las voces de ambos jóvenes comenzaron a elevarse poco a poco con lo que empezó siendo una conversación sin malas intenciones:

—Deberíamos desistir ya, no hay manera de encontrar a mi madre —puntualizó Mal, tras dejar su chaqueta lisa en uno de los bancos de tapizado azul—. Llevo años sobrevolando las fronteras y no hay rastro de ella. Nada.

—No nos estamos esforzando lo suficiente —continuó el joven, que mostraba estar acalorado al quitarse su chaqueta azul de terciopelo—. Debe de estar usando algún tipo de hechizo para ocultarse o algo. O tal vez alguien le esté ayudando...

—O tal vez sepa que yo no pienso dejarle destruir mi hogar —puntualizó la joven, con cierto sarcasmo en sus palabras.

—No pienso parar hasta que esté encarcelada —respondió Ben, con la voz alzada, sus nervios empezaron a aflorar en su rostro, mostrando el resentimiento que albergaba solo de pensar en esa hada malvada—. No pienso dejar pasar por alto el daño que hemos sufrido por su culpa.

Mal se cruzó de brazos y se sentó en uno de los bancos tratando de calmarse. No quería iniciar una nueva discusión con él, menos aún si había pasado muy poco tiempo desde la anterior, pero aquella voz tan arrogante que ponía cuando discutían la sacaban de quicio.

—Si pudiera hablar con ella... Obviamente estará furiosa porque la transformé en lagartija y luego la derroté... —dijo Mal acomodándose en el asiento.

Ben, apoyado en una silla de la mesa del comedor, dirigió su mirada confusa hacia su novia y seguido se acarició la recortada barba escondiendo las ganas de reírse al oír esa tontería.

—¿Hablar con ella? —una leve carcajada salió de lo más profundo de él—. ¿Qué vas a solucionar hablando con esa psicópata?

—Te recuerdo que esa psicópata sigue siendo mi madre —soltó Mal, ahora si empezando a enfurecerse con la conversación—. Todavía sigo creyendo que puedo hacer que cambie. Solo es.

Ben no quería seguir oyendo esas sandeces.

—¡Suficiente! —tras esto Ben golpeó la mesa mostrando cuán enfadado estaba ahora, incluso algún gruñido sobrenatural salió desde su garganta—. Vamos a dejar las cosas claras de una vez. No pienso tener misericordia con ella aunque sea tu madre, ¡debe estar encarcelada por haber asesinado a brujos, militares y a mi padre! Y si no fuese por los búnkeres que tenemos repartidos por todos los castillos, a saber la de vidas inocentes que se hubiera cobrado. ¿Y piensas que a estas alturas todo esto se va a solucionar hablando? ¿En serio, Mal?

Ella se levantó molesta, decidida a encararse en un cara a cara con él. Resolver los problemas pacíficamente era siempre el lema que Ben había defendido durante el paso de los años y después de todo el sufrimiento que habían soportado, algo en él cambió, su manera de enfocar las adversidades para defender su país eran mucho más militares, cómo el refuerzo de torretas en las fronteras, zepelines que vigilaban toda clase de movimientos por aire y las fragatas que la Guardia Imperial usaba para controlar las vías marítimas.

—Tú no eras así —le reprochó la joven.

—Las cosas han cambiado —continuó él, con su mirada encendida en la suya—. Y Maléfica va a pasar el resto de su vida pudriéndose en una jaula, te guste o no.

Algo en la mente de Mal se encendió.

—¿Acaso es su culpa querer vengarse por haber pasado 20 malditos años alimentándose de cosas que le harían vomitar a una cabra? —los ojos de Mal brillaron por un instante, su cabreo se estaba intensificando, el mismo que se respiraba en todo el ambiente.

—Que no hubiera puesto a dormir a todo un reino por una estúpida invitación. —siguió Ben— La conocen por ser la peor villana y es por no tener ni pizca de humanidad.

Mal soltó una leve risa ante la situación, no pensaba callarse esta vez, cuando el resto de discusiones terminaban porqué ella prefería darle la razón y calmar el ambiente. Pero eso se había terminado ahí, había decidido poner las cartas sobre la mesa sin temor alguno:

—¿Cómo tu padre? —pronto la joven se cruzó de brazos incidiendo su mirada en la de él—. El mismo rey que condenó a parte de su población, entre ellos niños y ancianos, a vivir recluidos en unas pésimas condiciones, en una islucha ¿por miedo a qué? ¿Qué esos niños sin maldad sean como sus padres? Dime.

Pronto, una onda expansiva de un color verde radioactivo salió del cuerpo de Mal e hizo que varios muebles retrocedieran de la fuerza masiva, algunos rompiéndose de la presión. Mal estaba al borde de estallar y Ben, tras aquellas acusaciones hacia su padre, su mirada se enfureció todavía más, mostrando esos ojos de bestia que muy pocas veces sacaba a la luz. Para suerte de ambos, unos inocentes pasos repiquetearon por el eco del pasillo y se detuvieron al presenciar parte de la candente discusión. La joven Evie se quedó en silencio mientras se acomodaba su bufanda rojiza ante la tensa situación.

—Esto... llevo un rato esperándote en la puerta, habíamos quedado hace quince minutos para ir al Wishing Well —le dijo Evie a Mal—, no sé si vengo en el mejor momento...

—Vienes justo a tiempo —respondió Mal, su tono de voz serio y algo tajante no tranquilizaban a su amiga—. Vamos.

—No hemos terminado. —dijo Ben con sus brazos en jarras, aunque ante la presencia del público, decidió minorar su tono.

—Yo sí. —tras recoger su chaqueta, se dirigió a la puerta junto a su amiga y se fue sin despedirse.

Ambas se subieron en la última adquisición de Evie; un Cabrio Bentley personalizado, de un color azul oscuro con los asientos tapizados de rojo vino. Condujo por las interminables curvas de las montañas con las intenciones de llegar al centro de Auroria, donde varios restaurantes y tiendas aglomeraban una enorme cantidad de turistas por las calles francesas. Por el camino, Mal despotricó furiosa el malestar de la discusión que había tenido con Ben, odiaba esos momentos de histeria donde sus miradas se acuchillaban. Ni siquiera recordaba cuál fue la última vez que se dijeron algo bonito o si realmente se seguían queriendo —aunque a veces le gustaba llamarla ma fée, sentía que esas palabras yacían vacías de amor. Ben había cambiado mucho después de la guerra.

Con el coche perfectamente estacionado, se dirigieron a un moderno restaurante poco detallado, manteniendo una esencia de tonos dorados y blancos, más minimalista incluso cuando entrabas dentro. Ya en la pequeña terraza del Wishing Well, ambas continuaron charlando, esta vez, deseando ponerse al día con las cosas que habían hecho esos últimos meses. Evie deseaba contarle lo que había visto en sus últimas vacaciones en Nueva Orleans y de los preciosos barrios franceses repletos de brujas que vendían sus artilugios y artefactos, de cada tenderete le había traído souvenirs mágicos, entre otros. Sin embargo, Mal no tenía mucho que contar, siempre hacía lo mismo durante la semana, puede que alguna inauguración de sorpresa le alegrara una tarde, pero no solían ser muchas. Su única y latente preocupación era su madre, el resto eran cosas sin tanta importancia.

—¿No sabes dónde podría estar ahora? —preguntó Evie tras terminarse su solomillo de tres puntas.

—A saber... —suspiró y seguido dio un largo trago a su refresco—. Se envolvió en humo y desapareció. Y Ben...

La mirada de Mal se entristeció por un momento y se centró en acabarse su plato justo cuando recordó la bronca con su novio. Evie sabía de las discusiones de ambos, su amiga siempre se las contaba para desestresarse, notaba que estaban soportando juntos demasiados problemas, algunos con unas cargas sentimentales que podían usarse como armas arrojadizas.

—Estoy segura de que Ben se siente muy presionado por la carga tan descomunal que tiene como rey, no lo he visto relajarse desde hace mucho... —apunta la joven tratando de buscar las mejores palabras—. No justifico como os habláis, pero pienso que os deberíais dar un tiempo... para focalizaros mejor en vosotros mismos.

Mal también estaba tan atragantada por los quehaceres reales que ni se había parado a pensar por un momento que deseaba hacer en un futuro o que carrera quería estudiar. Ni siquiera terminó de enviar su solicitud al IFM después de haber sacado una de las notas de corte más altas en magia, por no hablar que incluso su boda llevaba suspendida años.

Su vida en general se sentía suspendida.

—Tienes que encontrar algo que te llene.

—Sabes, a veces preferiría desaparecer con la de problemas que hay por mi culpa... —dice, dejando ver su agobio, observó su refresco y pensó que necesitaba algo más fuerte—. Al menos me siento algo útil ayudando a los profesores del Internado impartiendo magia, pero los niños no son mi fuerte que digamos.

Una vez terminaron sus platos y pagaron, ambas se quedaron apoyadas en el coche, admirando el bello paisaje marino mientras charlaban sobre el tema todavía, Evie llevaba mucho tiempo preocupada por su amiga, por la presión tan agotadora que se había cargado sobre sus hombros, por todo aquel mal que había propagado Maléfica y que ella debía arreglar o compensar.

—Quien sabe, tal vez no vuelva nunca —añadió Evie pasando su brazo por los hombros de Mal, para reconfortarla—. Sé que a pesar de todo sigues pensando que puedes cambiarla y que no podrías encarcelarla como hemos pasado nosotros en la Isla. Puede que lo mejor sería pasar página, hacer tu vida y dejar esa carga a otros.

Intentó reconfortarla recordándole que tanto Grimhilde y Jafar también habían desaparecido sin dejar rastro. Durante esos 6 años pudieron observar que Auradon no era tan fácil de dominar por el caos y que incluso ahora se protegía mucho mejor que antes. La cárcel de Sherwood ya albergaba algunos villanos que no pudieron esconderse tan bien, como fueron el Capitán Garfio o Cruella de Vil, apresados en contención de grado 5.

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