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-Antecedentes 1-

» 6 años después «

Habían transcurrido ya 6 eternos años de recuperación. La nueva y decorada capital era mucho más bonita y elegante que su sucesora, dado que Maléfica orquestó su violento ataque principalmente en Auroria, donde el museo, los establos, casas y colegios habían sido arrasados por sus llamas y ramas venenosas. Ahora, lucía más brillante y reconstruida que nunca, aunque quedasen pequeños resquicios donde todavía trabajaban talando las espesas y duras espinas.

Ben yacía admirando el cuadro donde posaba él junto a sus padres —en su acogedor despacho de su castillo, añorando aquellos años de felicidad que se habían esfumado hace ya tanto tiempo. Donde los recuerdos no hacían más que herirle y hacerle sentir que todo era por su mala gestión, por su inocencia al creer que podría construir una utopía con los villanos de la Isla. Aún no entendía como su padre, un rey en toda regla, había decidido posar todo el peso de la responsabilidad en los hombros de su hijo de tan solo 16 años de edad. Todavía recordaba entristecido ese entierro grupal donde los mejores hechiceros de la época habían combatido con mano dura junto a Bestia y que, a pesar de todo, terminaron pereciendo en las garras de aquel monstruo. 

—Todavía mantengo mi promesa, papá —dijo Ben con su mirada fija en el retrato de su padre—. Maléfica pagará lo que ha hecho. Lo que nos ha hecho.

Varios pasos interceptaron la escena:

—No lo hubiera dicho mejor, majestad —apareció la mano derecha del rey, Thierry—. Estaría orgulloso de vos al igual que nosotros. Está levantando a Auradon de sus cenizas.

Ben bajó la cabeza hasta posar su mirada en sus manos, concretamente en el anillo dorado que le entregó Bestia tras su ascenso a la corona y seguido observó con determinación aquel señor de cara rasgada por un violento zarpazo:

—Hasta que no encontremos a Maléfica, ninguno de los que dieron su vida por protegernos encontrará la paz —recompuso su figura, ahora algo más formal—. Con todo el mal propagado, la delincuencia acecha en cada esquina.

—La Guardia Imperial se encargará de mantener el orden —contestó Thierry, posando su mano algo envejecida sobre una de las hombreras del rey—. Retomemos el tema de Maléfica. Acompáñeme.

Ambos se acercaron a una gran mesa que albergaba un enorme mapamundi mágico de Auradon y los países vecinos, como Ampeiros y Queltzineba; ríos, bosques y pequeños pueblos, como la antigua Kumandra, señalados con total precisión. Thierry había tachado con rotulador varios sitios donde sus tropas ya habían inspeccionado con esmero sin encontrar rastro, solo rumores y especulaciones de los aterrados pueblerinos. Sitios como el pantano de Morva, los extensos bosques del Edén, Prydian, Andalasia y el bayou de Nueva Orleans ya habían sido supervisados varias veces.

—¿Tampoco habéis encontrado nada en el Monte Pelado? —tras acariciar su recortada barba, Ben observó esa parte tétrica y oscura del mapa, recordaba haber mandado una tropa allí hace tiempo y que nadie le informó—. Recuerdo haberte enviado allí.

—Cierto, no encontramos ningún rastro, el pueblo más cercano no sabía nada de los acontecimientos en la capital, ni siquiera sabían del aspecto de Maléfica. El Monte Pelado permanece restringido con las cadenas místicas alrededor de la montaña.

Ben analizaba a detalle el plano, pasando su afilada mirada por todos los lugares tachados donde no había ni rastro de la Emperatriz del Mal, fue justo en ese instante que se detuvo en un lugar nuevo que no había visto nunca y eso despertó su curiosidad.

—¿Ciudad Renegada? ¿Qué es ese lugar? —señaló el joven, tras pasar el dedo cerca de las Montañas Olvidadas.

—Apareció hace poco, pero creemos que lleva en construcción desde que la Isla de los Perdidos se abrió, yace cerca de Lone Keep y al lado de la Gran Muralla. Ahora mismo hay una tropa comandada por el general Li Shang y los nuevos reclutas para averiguar que es —explicó Thierry y seguido clavó con una chincheta ese nuevo lugar—. Sin embargo, no creo que Maléfica esté ahí, hablé con Merlín para averiguar más sobre nuestro enemigo y creo saber dónde puede estar ahora.

Thierry abrió un libro viejo que traía en mano para enseñarle un misterioso lugar donde se dice que procedía dicha hada, un lugar tétrico con criaturas de la noche que crearían pesadillas hasta al guerrero más osado.

—Creo que ha regresado a su tierra natal, para sanarse —afirmó el general, su mirada determinada le hace ver que pondría la mano en el fuego—. Tenemos que dar con un lugar conocido como las Ciénagas.

«Las Ciénagas», ese nombre se arraigó en los pensamientos de Ben por varios segundos, conocía aquel sitio de oída, más bien muchos lo conocían por ser una fábula contada para dar miedo a los niños pequeños, como lo era Jack Skeleton o Mr. Oogie Boogie. Un lugar siniestro con serpientes gigantes hechas de raíces, dragones espeluznantes, duendes y árboles vivientes; que motaban jabalíes medio zombificados por hongos venenosos.

Un lugar inhóspito que no salía en ninguna parte del mapa.

—Solo hay una persona que haya dado con ese lugar y esa es la reina Aurora —apuntó Thierry, con sus manos tras su espalda— y nadie sabe dónde está, yace desaparecida desde hace ya más de 15 años, majestad.

Nadie sabía nada de Aurora, por mucho que la hubieran buscado con esmero durante años. Desde que los villanos fueron cazados y encerrados en la Isla de los Perdidos (allá por el 1995) no había rastro de ella y fue por ello que su familia, entre lágrimas, la dio por muerta, así fue que decidieron colocar una desolada lápida en el cementerio con la intención de pasar página, a pesar de que algunos, como Audrey, nunca aceptaron esa muerte.

—Investigad ese lugar a fondo y notificadme de inmediato cuando averigüéis algo, las Ciénagas serán nuestro objetivo principal —ordenó Ben justo antes de oír la puerta abrirse a cal y canto.

Lumière interrumpió elegantemente con una agenda y reloj en mano. Recordó al joven que sus clases de equitación comenzaban en diez minutos y tenía que pasar por vestidores para no ensuciar su atuendo real. Ben se despidió del general siendo muy conciso con las órdenes que había dado; su prioridad era encontrar a Maléfica y encerrarla en la prisión de Sherwood, junto a algunos de los villanos que ya estaban cumpliendo condena. Si las Ciénagas era la clave para hallarla, entonces ese sería su único objetivo.

La puerta se cerró acompañada de un silencio inquietante. Thierry se quedó solo junto a aquel imponente mapamundi extendido sobre la mesa de caoba. Odiaba aquel acogedor despacho de colores dorados y azules marinos, su mueca de asco lo delataban. Sacó un cuchillo de su manga y lo clavó cerca del pantano de Morva, en un bosque inusual.

De su cuello envejecido sacó el colgante de Úrsula que ganó hace varios años atrás en una redada y que había escondido con cautela todo ese tiempo. Observó la joya con frialdad antes de musitar unas palabras para él mismo:

—Pronto seréis todos míos.

Se recompuso con una faceta más seria y guardó el objeto más preciado de quien en su día fue la bruja del mar, y que desde hace tiempo yacía pudriéndose enterrada bajo tierra —borrada completamente del mapa por él mismo. Bien es cierto que el rey deseaba hacerles pagar a los villanos en una prisión de máxima seguridad que construyeron en Sherwood, sin embargo, eso no estaba contemplado por algunos de los reyes y reinas que componían el Consejo de Reyes. Esa prisión no bastaba para estar a salvo de la magia negra.

Salió de la sala y se dirigió al único soldado que vigilaba la entrada al palco central del castillo.

—Necesito una reunión con el Consejo de Reyes —dijo el general, con su voz más tajante característica cuando se dirigía a los reclutas.

—¿No deberíamos esperar al rey? —preguntó el recluta, confuso.

Thierry soltó un suspiro cansado y seguido miró a ambos lados del largo pasillo del ala oeste, para corroborar que solamente estaban acompañados de las armaduras que decoraban la estancia.

—Nuestro rey estará muy ocupado con la venidera inauguración del tren Auria Express —insistió el general—. Debo poner al corriente de las novedades a todo el Consejo.

El soldado se puso algo nervioso, lo que le pedía su general iba en contra del reglamento establecido. Uno de los reyes de Auradon debía asistir sí o sí a la reunión.

—¿Y si lady Mal ocupa su lugar? Todavía es la futura reina, ¿no? —añadió el joven, tragando saliva algo tenso, sus manos temblaban agarrando su bastón hacha.

Los ojos de Thierry se abrieron del todo con odio y se clavaron en el joven, que sintió terror tras ver como aquella mirada se acrecentaba con las cicatrices que recorrían el rostro de su superior. Nadie cuestionaba a la mano derecha del rey, él había estado al frente desde los peores años de Auradon, desde la primera Guerra Oscura y la caza de villanos para ser exactos y no iba a permitir que nadie lo cuestionara cuando se trataba de proteger a su país.

—Muchacho, como vuelvas a mencionarla como si tuviera algún tipo de papel en el trono haré que te releven de tu cargo, ¿entendido? —intimidó Thierry y su recluta asintió—. Ahora haz lo que te he dicho.

—¡Sí, mi general! 

*Ilustraciones a caricatura by me*

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