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Capítulo 9: Princesa naufragada


Tras los muros del castillo de la Bella Durmiente, la joven Audrey yacía desolada cerca de una de las torres de piedra, en su alcoba real. Las lágrimas resbalaban por sus rosadas mejillas pensando en lo que fue su vida. Ni siquiera podía ir al instituto y hacer vida normal, no sí estaba ella, la chica que le pisoteó y arruinó desde que llegó de la Isla. Una chica que todavía podía sentir que albergaba maldad y que nadie veía. Pensó que tras las vacaciones en la casita de sus tías, podría regresar y encabezar su nueva vida, pero cuando el Rey Ben se inclinó y pidió matrimonio a Mal delante de todo el instituto, su vida terminó de tener sentido, o así lo percibía ella al borde del colapso.

No contentos con ese dolor, parte de su familia, la gente en la que más necesitaba respaldarse, le echaba en cara que todo lo sucedido era en gran parte por su culpa, sobre todo, se lo repetía su abuela, recriminando con su fina palabrería que hasta su madre, con los ojos cerrados, no dejaba escapar a un príncipe, ahora se veía rebajada de estatus social, cuando podría haber tenido el mejor de todos. 

Sobre su cama, Audrey lloraba desconsolada anotando cosas en su diario. Deseaba con todas sus fuerzas que la tierra la tragara, escribía. Que nunca hubieran llegado de la isla, subrayaba con rabia, si no fuera por los hijos de los villanos su vida estaría resuelta. Intentaba entender como era que la gente los quería tanto, si desde el principio habían jugado sucio, incluso después de la coronación los trataban como si fueran héroes.

Audrey suspiró y dirigió su atención tras los ventanales de su balcón, donde podía observar aquella dichosa isla podrida y sus nubes negras sobre ella. Tal vez si a Mal le fue tan bien en Auradon a ella le vaya igual de bien en la Isla de los Perdidos, podría lograr convertirse en la reina de toda esa pobre gente y conseguir un ejército de fieles seguidores que le devolvieran su merecido trono. Más humillada que en su propia casa no podía estar, si nadie le apoyaba entonces tendría que salir a buscarlos.

—Audrey, el príncipe Chad acaba de llegar —su abuela apareció con esa mirada juzgante seria e imponente, que no mostraba casi afecto en sus palabras con su nieta.

—Claro, dile que espere un momento —añadió Audrey limpiándose las mejillas, no quería que la vieran tan desanimada.

—Vaya, ¿a este también lo vas hacer esperar? —soltó antes de cerrar la puerta, lanzando sus dardos punzantes como ya era de costumbre.

Audrey rodó los ojos tratando de eludir sus comentarios y tras retocarse un poco bajó hasta la puerta principal del castillo, donde Chad, con su elegante traje azul, esperaba sentado en las barandillas de piedra blanca de manera casual. Tras verla no pudo ocultar que estaba aliviado, habían pasado semanas sin coincidir por los pasillos del instituto.

—Hace semanas que no asistes a las clases, estaba muy preocupado... —añadió Chad invitando a la dulce princesa a sentarse cerca de él—. Ni siquiera te he visto encabezar el grupo de animadoras.

—Lo sé, no tengo pensado volver —siguió Audrey mostrando una mirada nublada y entristecida por lo sucedido—, Chad, no encajo aquí, Mal ha conseguido echarme de Auradon.

—No tienes porqué preocuparte del matrimonio de Mal y Ben —intentó responder, pero Audrey no le había dejado terminar.

—¡¿Cómo no voy a preocuparme?! —le espetó al joven príncipe y este se calló sorprendido—¡Desde que nací mi único cometido había sido ser la reina de Auradon junto a Ben! ¡Ahora soy la oveja negra de toda mi familia!

Chad mantuvo un breve silencio, Audrey parecía haber explotado tan solo con haber mencionado dicho acontecimiento y no pretendía enfadarla más. Audrey suspiró intentando calmar su ira y tras observar en la lejanía del palacio decidió comentarle lo que pensaba sobre la isla:

—Chad, ¿Cómo crees qué sería vivir en la Isla de los Perdidos? —comentó la joven intrigada.

—Asqueroso y repulsivo —dijo Chad sin pensárselo demasiado y tras ver la mirada perdida sobre el horizonte de Audrey, se alarmó— ¡¿No tendrás pensado ir allí?!

La mirada valiente de la joven se posó en los ojos caídos de él.

—Pienso recuperar mi trono —siguió Audrey, entonando más seria y decidida—. Si a Mal le fue tan bien en Auradon, a mí me irá igual de bien en la Isla de los Perdidos.

—Audrey, no sé yo...

—¡Tú vas a ayudarme! —le ordenó Audrey tras sacudirse su falda rosa tono pastel—, esta misma noche robarás una de las limusinas que atraviesan la cúpula y yo te esperaré con las maletas en la entrada, ¿entendido?

—¿Estás segura...? —insistió Chad, quien sentía que se estaba precipitando—. Ese sitio apesta...

Chad no daba crédito a las palabras que soltaba ella, no podía ni asimilar que realmente estaban teniendo esa conversación, pero si eso era lo que Audrey deseaba sabía que terminaría ayudándole.

—¡Sí! Sigue el plan a rajatabla, esta noche se celebra una fiesta en el instituto en homenaje a la futura reina, así que podrás robar la limusina sin problemas.


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