Capítulo 25: El verde teñido de esperanza
Como habían predicho, parte de la Guardia Imperial resguardó a los ciudadanos de Auradon bajo los muros de los castillos de cada reino, desde el más alejado Arendelle, hasta los altos muros de Charmington y Auroria. Justo después de que sonara una alarma penetrante y sonora por todo el estado entero.
Ben se había acercado al Museo de Historia Cultural entre el caos que se había originado tras Maléfica irrumpir en la ciudad y comenzar a arrasar con todo a su paso. A su mismo tiempo, la Guardia Imperial, junto al poderoso Consejo de Hechiceros, trataban de hacerle frente como podían. Armas y varitas en mano. Era difícil, puesto que dotaba de un séquito de dragones que seguían sus órdenes a rajatabla. Varias casas terminaron azotadas por las bocanadas de fuego de los dragones, tan parecidas a balas de cañones en llamas que terminaron de teñir la capital de un rojizo intenso. Las viviendas explotaban con un solo impacto y la desolación comenzaba a azotar con fuerza lo que antes todo estaba bañado de paz y armonía.
Entre los objetos decorativos del museo, Ben se quedó magnificado ante la espada que empuñó, ahora el nombrado rey Felipe, en su batalla contra Maléfica. «Tal vez funcione una segunda vez con ella», pensó decidido y suficientemente esperanzado para arrancarla de su pedestal.
Ya con espada en mano y sin perder tiempo, Ben se dirigió a los enormes establos donde yacían los caballos nerviosos y tensos. Pasó por las cercas donde Khan, Aquiles y Máximus relinchaban presos del pánico con cada temblor que ocasionaba Maléfica. Tras abrir una puerta, un elegante corcel color alazán se alzó sobre sus dos patas blancas, asustado. El joven trató de calmarlo y sin perder más tiempo subió sobre su peludo lomo y lo dirigió desde su cobriza melena al viento.
—¡Adelante, Galán! —tras punzar su vientre, el caballo comenzó a galopar a toda velocidad por la ciudad sucumbida por la guerra y destrucción, junto a su valiente jinete.
Cabalgando entre las llamas verdes intentaba rodear la incandescente y reñida batalla que se disputaba a las puertas del instituto recién destruido. Aquella terrible bestia arrojaba su fuego mágico tan poderoso que rivalizaba contra el Consejo de Hechiceros entero, y eso que estaba formado por los brujos más poderosos y cualificados del mundo.
—¡Hada Madrina! —Ben llamó la atención de aquella mujer que recibió un poderoso golpe, tan fuerte, que terminó sobre los tejados de unas casas prendidas en llamas.
Su cuerpo estaba magullado, su pelo alborotado, su piel con heridas y restos de ceniza, sin embargo, su mirada no denotaba que iba a ser vencida con tanta facilidad.
—¡Majestad! —exclamó tras verlo junto a la espada— ¡Ahora! ¡Lanzad la espada directa a su pecho!
Con toda su fuerza sobrenatural de bestia, Ben arrojó aquella afilada cuchilla directa al corazón de Maléfica, pero a pesar de ello, el dragón frenó el golpe con una de sus manos antes de que tocase sus escamas violetas del pecho, la afilada cuchilla había herido la pata del dragón, pero ni de lejos iba a matarla.
—¡Es imposible! —exclamó una de las hadas, la hermana de Madrina.
No iba a caer en la misma trampa dos veces seguidas y, con todo su rencor y odio acumulado devolvió el golpe contra el joven rey, quien esquivó de milagro tras caerse de su caballo, al anticiparse. La hoja metálica rozó su chaqueta tejana por la espada destripándola por unos segundos antes de incrustarse en el suelo y arañarlo varios metros de distancia.
—¡Ben, sal de ahí! —apuró Hada Madrina histérica al ver que Maléfica abría sus fauces y tornaba su garganta anaranjada de un color verde fluorescente. El golpe iba a ser fulminante.
Sin perder ni un segundo, Ben agarró la espada y salió corriendo de ahí. Maléfica lo fijó como su próxima víctima y cargó unas poderosas llamas verdes que pudo esquivar tras subirse a lomos de su caballo y galopar lo más deprisa que podían. La llamarada estaba tan cerca que el aire ardiente era imposible de soportar y terminó golpeando de refilón el bordeado de una vivienda que explotó de la presión. El impacto les pilló demasiado cerca y ambos, tanto jinete como caballo, terminaron empujados varios metros de distancia contra unos escombros.
Ben tosió adolorido tratando de reanimar a su caballo, ahora aturdido del golpe. No se podían quedar ahí rezagados, Maléfica no tardaría en acertar sus golpes la próxima vez. La tierra parecía abrirse bajo sus pies tratando de salir vivos de esas nuevas llamaradas infernales, pero gracias al cielo, Merlín, junto a Flora, Fauna y Primavera, consiguieron captar la atención del dragón para dejarle chance de huir cerca del puente.
Hada Madrina se teletransportó cerca de Ben con su magia brillante, para decirle que fuera en busca de Mal de inmediato; ella podía intentar vencer a su madre transformada en dragón, le insistió varias veces, era su última esperanza, porque si seguían a ese paso, Maléfica no tardaría en quedarse sola arrasando con todo a su paso. Todo iba a caer poco a poco.
—¡En posición! —oyó Ben una voz reconocida y no pudo evitar alarmarse al momento— ¡Disparad!
Varios cañonazos se sincronizaron en fila, unos cerca de otros, para propinar unos tremendos golpes tanto a Maléfica como a los dragones que sobrevolaban a su alrededor.
—¡Papá! ¡¿Qué haces aquí?! —se acercó Ben tenso, mientras la Guardia Imperial avasallaban con sus golpes a varios dragones rechonchos que volaban cerca, la mayoría cayendo abatidos como moscas— ¡Regresa a los búnkeres con el resto de habitantes! ¡Os necesitan!
—No, Ben, este problema debo enfrentarlo como ya hice en su tiempo —dijo el rey Bestia y seguido transmutó en aquella peluda monstruosidad dispuesto a combatir al máximo, varios soldados le acomodaron una armadura dorada que le daba un aspecto más guerrero e intimidante— ¡Nosotros los entretendremos, corre!
Ahora con su armadura y un hacha dorada y blanca, Bestia conseguía derribar a varios enemigos sin apenas despeinarse, aguantando el fuego sin problemas y contraatacando junto a sus soldados.
—¡No puedo dejaros solos con todo el caos que se ha montado! —exclamó Ben gruñendo de la impotencia, pero su padre ya estaba demasiado lejos dispuesto a dar la vida— ¡Es muy peligroso!
—Nosotros podemos contenerla, ¡ves a buscar a Mal! —ordenó Hada Madrina tras bloquear unas llamas de uno de los tantos dragones que habían— ¡Cuidado!
Hada Madrina volvió a proteger a su rey de unas llamaradas provenientes de un serpenteante dragón azulado que aterrizó frente a ellos expulsando humo de sus orificios nasales, con la mirada perdida y con su boca abierta estaba listo para calcinarlos como su líder ordenaba.
—Yo me encargo de Reina Narissa —dijo Hada Madrina tras contrarrestar las violentas llamaradas con su varita mágica. La explosión levantó escombros y tierra— ¡Cruza el puente, ahora!
Ben galopaba sin poder evitar ver como en la lejanía su padre rugía violentamente y se enfrentaba cara a cara contra la Señora de las Tinieblas sin ningún pavor, junto a toda la Guardia Imperial y el Consejo de Hechiceros. Era terrorífico de ver y la preocupación no lo dejaba pensar con claridad. Esto no era lo que tenía planeado cuando decidió derogar la barrera, «¡esto no debía pasar!», se martirizaba con toda la culpa sobre sus hombros.
Junto a su corcel comenzó a atravesar el puente entre la gente que huía despavorida y asustada por otra pelea paralela que se disputaba cerca de la Isla de los Perdidos.
Mal, junto a otro dragón negro más grande y corpulento, chocaban sus llamas en el aire creando terribles explosiones de humo. Sus embestidas, sus zarpazos y bocados que se propinaban angustiaban al joven rey que deseaba que toda esa locura terminase ipso facto.
Para su sorpresa, no se esperaba encontrar a Uma en su forma de pulpo cerca del puente, junto a la rocas trataba de ayudar a los ciudadanos asustados a escabullirse de la guerra y el peligro. Parecía magullada y observaba la pelea a regañadientes como si hubiera participado en esta.
—¡¿Qué haces aquí?! —le preguntó serio tras apuntarla con la espada.
—Tranquilito, principito azul, que estoy de tu parte —añadió tras acercarse algo más a él, rodando los ojos—. Nix es mucho más bruta de lo que me esperaba, más le vale a Mal darle una soberana paliza.
—¿Nix? ¿El otro dragón? —preguntó el joven y le afirmó— ¿Puedes acercarme?
—¿Estás seguro? Mira que yo he podido hacer poco... —le respondió y Ben se fijó en como su piel yacía resquebrajada y quemada, sus tentáculos también.
—No voy a dejar que pelee ella sola —insistió tras bajar del caballo—. Tengo que intentar dialogar con Nix ¡Esta guerra debe parar!
—No se puede dialogar con ella —contestó Uma—. Si te acercas demasiado terminará matándote.
—¡Llévame allí! —ordenó Ben, más apurado— ¡No estamos para perder el tiempo discutiendo!
Tras suspirar molesta, Uma rodeó el abdomen del joven con uno de sus tentáculos menos magullados y comenzaron a atravesar rápidamente el océano en dirección donde estaba uno de los barcos casi hecho añicos contra las rocas.
Los piratas de Uma observaban la batalla encarnizada de ambas bestias como si el apocalipsis se hubiera cernido sobre sus cabezas. Nadie sabía que hacer ahora.
—¡Ben! —gritó Evie aliviada de verlo. El resto estaban igual de contentos. Parecía que la mismísima esperanza había tomado aspecto humano— ¡Esto es una locura!
El joven rey abrió los ojos de par en par, en un segundo sintió como el verdadero terror recorría su cuerpo y su respiración se cortaba de cuajo. Gritó con todas sus fuerzas que se apartaran de allí corriendo. Todos. Ambos dragones, tras chocar sus musculosos cuerpos ensangrentados y morderse con violencia, se precipitaron contra el suelo causando un gran estruendo y escombros a su alrededor, por suerte oyeron la advertencia a tiempo y todos pudieron huir tras unas gigantescas rocas de la playa.
El golpe había sido tan descomunal que incluso la tierra había temblado de semejante impacto.
La paz duró unos segundos hasta que el polvo se disipó con lentitud mientras ambos dragones se volvieron a mirar con las pupilas rasgadas verticalmente, como agujas de coser, jadeaban y bramaban cansadas, sangraban desde los múltiples mordiscos, boquetes y arañazos que se habían hecho por todo el cuerpo, pero su espíritu les hizo vociferar un rugido violento para dar comienzo a un nuevo asalto. Parecía que no iban a descansar hasta que una muriera en combate.
—¿Estáis bien? —preguntó Ben tras soltarse, se acercó al grupo preocupado. La onda expansiva los había hecho saltar casi por los aires. Realmente estaban demasiado cerca de toda la acción.
—¡S-Sí! —contestó Evie tras reincorporarse y observar como su mejor amiga trataba de hacer frente aquella bestia negra desquiciada—. Tiene que ganar, ¡Mal tiene que ganar!
—¿No podemos hacer nada? ¿Nadie sabe magia? —alarmado Carlos se sentía muy impotente de ver a ambas bestias sollozar del dolor con cada mordisco que se daban— ¡Evie, Jay! ¿Vosotros no podéis hacer nada? Vuestros padres también son hechiceros.
—¡Nunca he hecho magia! —gritó Jay histérico, por un momento parecía que toda la esperanza del grupo se posaba en que ambos pudieran hacer algo que nunca habían hecho.
Nix propinó una llamarada a Mal que creó otra explosión de humo. Debían hacer algo ya.
—¡Eso es innato! —dijo uno de los piratas, nervioso.
—¡Yo no sé hacer magia! ¡No puedo! —se estresó Evie al borde del colapso.
Nadie sabía que hacer ahora, ambas bestias se estaban matando y ni Jay ni Evie habían practicado magia nunca; mientras que a uno nunca le interesó, al otro le daba miedo pensar que podía convertirse en su madre.
El dragón negro golpeaba mucho más fuerte que Mal y, esta vez, no le dejaba alzar el vuelo nuevamente, donde su enemiga tenía la ventaja. Mordió con agresividad sus moradas alas y las zarandeó haciendo que sollozara del dolor —aquel ataque había marcado una gran diferencia. Mal estaba tan agotada de la batalla que a partir de ahí solo podía recibir zarpazos y llamaradas azules que terminaban de dañarla aún más de lo que estaba. Apenas recompuesta; los golpes y embestidas regresaban con más ferocidad.
—¡MAL! —gritó desesperada Evie, y Harry la agarró de la cintura antes de que corriera en dirección a los dragones. Enzarzados nuevamente con sus dientes clavados el uno en el otro.
—¡VAMOS! —los intentó movilizar Ben, pero lo frenaron en seco— ¡Tenemos que ayudarla! ¡¿Qué hacéis?! ¡Moveos!
—¡¿Es que queréis morir, insensatos?! —espetó Harry impidiéndoles avanzar—. No podemos hacer nada sin magia, Mal tiene que apañárselas sola.
Nix consiguió inmovilizar a Mal con su pesado cuerpo contra el suelo, pero ella, en sus últimas fuerzas por levantar su debilitados músculos, lanzó una última llamarada que el dragón negro resistió con su grisáceo pecho, ni tan siquiera sus débiles llamas podían hacer nada a estas alturas. A la joven no le quedaba apenas aliento para respirar, ni siquiera rugir, y Nix, tras agarrar su cabeza con una de sus rudas patas, la estampó varias veces contra el suelo usando todo el peso de su cuerpo, hasta dejarla finalmente inconsciente.
—¡MAL! —chilló Evie entre lágrimas, pero era demasiado tarde.
Mal se había quedado inconsciente, clavada en el suelo resquebrajado por los últimos golpes que la dejaron para el arrastre.
El dragón negro exhaló devastado del cansancio, pero clavó su inquietante mirada asesina en el grupo espectador que quedaba en pie, sus orificios nasales y agallas se abrieron expulsando humo ardiente a presión. Sangre también. Les propinó un violento rugido dejándolos helados. Eran los siguientes si no salían de ahí lo antes posible, y no tenían ningún barco tan veloz con el que escapar de la furia de un dragón.
El Venganza Perdida había terminado hecho añicos y el barco enemigo de Barbanegra ya estaba muy lejos de toda la acción, apenas viéndose sus velas en la línea del horizonte. Estaban totalmente expuestos a las venideras bocanadas de fuego.
—Miserable... —musitó Ben agarrando la empuñadura de la espada con ira, sus lágrimas contenidas no tardaron en resbalar por su ensuciado rostro, aún estaba asimilando lo que había sucedido y fue su ira contenida la que se apoderó de sus palabras—: ¡PIENSO ACABAR CONTIGO! ¡PIENSO MATARTE!
Sobre sus cuatro patas, aquella bestia se acercó mostrando sus afilados dientes como espadas y como su cuerpo se envolvía en llamas azules a voluntad tratando de intimidarlos a todos. Todos menos a Ben. Le apuntó con la espada mientras ella seguía acercándose a paso ligero sin sentir ni una pizca de miedo por aquella insignificante hoja metálica.
Incluso el calor incrementaba contra más cerca estaba, la tierra se secaba al igual que las pocas hojas marrones de los árboles y arbustos de su alrededor.
—Intentad reanimar a Mal —dijo Uma ideando un plan—. Yo entretendré a Nix.
Harry y Gil se observaron preocupados, la tripulación restante tampoco se quedó atrás.
—¡Pero, Uma...! —se exaltó Harry, Gil también— ¡Estás apenas sin fuerzas!
—Capitana, ¡ya has hecho suficiente! —añadió otro tripulante.
—¡No pienso discutir esto ahora! He dicho que yo me encargo de ella, ¡id a por Mal! —tras esto, Uma propinó un latigazo con sus debilitados tentáculos que golpeó la cabeza del dragón, enfureciéndolo nuevamente.
Uma consiguió que la bestia negra alzase el vuelo y se alejara de ellos. Todos aprovecharon el momento para correr hacia Mal, abatida en el suelo, sus alas hechas trizas, con arañazos y mordiscos por todo su escamoso cuerpo debilitado, desangrándose más y más.
Evie trató de llamarle la atención pidiéndole que se quedase con ellos y que no permitiera que el mal finalmente le ganase, ella era mucho más fuerte, lo sabía, todos lo sabían. Fue en esos instantes donde desearía hacer magia para curarle las heridas y no tardó en intentarlo en un acto de desesperación.
No obstante, de sus manos no brotó nada, ni una chispa.
En cambio, Ben, puso su mano sobre el hocico y podía sentir como su respiración era lenta y pausada, sus cristalinos ojos verdes casi permanecían cerrados y aunque los intentaba abrir le era del todo imposible, en esos momentos tan críticos parecía luchar por fijar sus pupilas en él, antes de fenecer como si deseara observar por última vez aquella persona que llegó a amar profundamente a su corta edad.
—Por favor, Mal, quédate con nosotros —soltó él arrodillado de la tristeza e impotencia, sus lágrimas resbalaron por sus mejillas y cayeron en las escamas del hocico que apenas soltaba aire, ni un mínimo bramido de vida—. Quédate conmigo, te... necesito a mi lado. No puedo solo con todo esto...
Las lágrimas se intensificaron y sus llantos desgarradores quebraron hasta el alma más dura que había en el lugar. Él abrazó el hocico con la necesidad de sentir el calor de ella sin querer que se apagase.
—¡Mal! ¡TE QUIERO! ¡Por favor no me abandones! ¡MAL! —posó su frente en el hocico escamoso.
De repente, la espada de Ben comenzó a emitir unos brillos y destellos azulados que los desconcentraron a todos, con cada palpitar brillaba todavía más. La Baliza Mágica comenzó a brillar entre su reflejo oscuro y apagado, como si una chispa de esperanza aflorase y se conectase entre ambos objetos. Parecía que la espada le intentaba decir que la clavase en aquella piedra rota y, tras observar como la persona que amaba con toda su alma perdía la vida con cada suspiro, agarró con más fuerza la empuñadura. Estaba decidido a hacer lo que hiciera falta. Sentía un pálpito que si lo hacía iba a pasar algo que los ayudaría a terminar aquella encarnizada batalla, o eso transmitía la calidez de la hoja que sostenía, como si la valentía y la determinación penetraran desde la empuñadura hasta sus venas.
Resonaba en su interior con insistencia que la clavase en la piedra —como susurros de gente que provenían del arma.
Y tras cargar el golpe, atravesó de punta a punta aquel cristal brillante, creando más resplandor que antes. La piedra se terminó de abrir como un cascarón vacío y el polvo mágico penetró directamente en los ojos de Mal haciendo que los abriera de par en par, más brillantes y enfurecidos que nunca.
Un humo grisáceo y denso comenzó a envolver su cuerpo.
—¡Chicos, apartaos! —les dijo Ben tras recular y ver como Mal comenzaba a envolverse en una nube con destellos morados y verdes que emitía violentos rayos.
Pronto aquella espesa nube se fue tornando por completo de color verde, hasta transformarse en unas gigantescas alas verdes y brillantes que yacían plegadas entre sí ocultando el nuevo cuerpo de Mal. Como si recién fuera una crisálida.
Mal se asemejaba mucho a su madre con ese nuevo aspecto, salvo que ella era más delgada y fina, se había hecho más grande y fuerte y contaba con unas gigantescas alas que intimidaban a cualquiera. Clavó sus pupilas sedientas de justicia y propinó un potente rugido que llamó la atención de la bestia negra. Incluso Uma se quedó boquiabierta.
Ambos dragones chocaron sus llamas, pero esta vez Mal venció sin esfuerzo y consiguió golpear tan duro que Nix terminó cayendo a presión contra el mar.
—¡Vamos, Mal! —vitorearon Carlos y Jay, con un atisbo de esperanza en su voz.
El enorme reptil negro comenzó a nadar en dirección a Auradon, cerca de la superficie donde Mal le seguía volando sin ningún problema y fue justo en el momento que iba a salir del agua para atacar —que Mal le volvió a golpear con una llamarada sin dejarle prácticamente contraatacar. Nix terminó estampándose contra varias casas haciéndolas añicos. Estaba claro que su adversaria estaba mucho más preparada para combatir que antes y no iba a ser tan fácil volver a plantarle cara. No estando al borde de caer debilitada.
Nix en uno de sus últimos intentos trató de propinarle un zarpazo, pero lejos de causarle daño, Mal mordió cerca de su brazo y ala y desgarró sin piedad.
El dragón terminó exhalando cansado de recibir golpes y Mal le propinó un nuevo rugido con sus alas extendidas, amenazando que podía terminar con ella si quisiera. Tras esto y sangrando por todos lados, Nix alzó el vuelo como podía en dirección al océano, tras entender que si continuaba sola por ese camino iba a acabar muerta.
A diferencia de ella, Mal le había mostrado clemencia con el hecho de dejarle elegir si prefería vivir a morir combatiendo.
Solo quedaba un problema más en pie. Clavó su mirada en su madre, quién estaba a punto de vencer a los últimos combatientes, Hada Madrina y el rey Bestia; quien todavía algo magullado continuaba gruñendo cansado, dispuesto a seguir combatiendo aunque su hacha ya estuviera rota. La Guardia Imperial había sido prácticamente defenestrada, solamente quedaban algunos soldados en pie que trataban de combatir al lado de Bestia hasta su último aliento. Por no hablar del incendio devastador que se cernía sobre Auradon, ahora totalmente destruido.
Mal le propinó una llamarada directamente a los cuernos de su madre y captó su atención, los pocos dragones que quedaban bajo las órdenes de la Emperatriz del Mal parecían no querer inmiscuirse más en la batalla, se sentían intimidados ante el rival que se alzaba contra su líder, como si igualase la fuera de su control mental. Como si su hija rivalizara con su poder sin apenas esfuerzo.
Maléfica se acercó a Mal de un salto y ambas chocaron sus brazos creando una onda expansiva verde de la propia magnitud, Maléfica le propinó un cabezazo y esta devolvió el choque con toda su fuerza cruzando sus cuernos, como si fueran ciervos peleando por un territorio, que sonaban como si grandes rocas hubieran colisionado por la fuerza de una avalancha. A pesar de usar todo su poder, Maléfica conseguía hacer retroceder su hija poco a poco ganando espacio. Hasta que, finalmente, de un nuevo zarpazo consiguió retrocederla más, completamente vulnerable a unas fuertes llamaradas en el escamoso torso de su adversario, esperando que este terminase derritiéndose como había hecho con todo.
Bestia mordió con toda su fuerza el cuello de Maléfica, tratando de conseguir algo de tiempo para que Mal se anticipase a la pelea y, gracias a ello, pudo contraatacar con unas llamaradas directas a su cabeza haciendo tambalear a su madre con cada uno de sus nuevos golpes.
Hada Madrina se reincorporó con sus últimas fuerzas y consiguió ayudar a Mal con su varita mágica de igual forma que hacía Bestia.
—¡No nos vencerás, ser maligno! —espetó Hada Madrina tras recibir una oleada de llamas verdes que interceptó con su magia, no obstante poco a poco se acercaban a ella con más espesura y violencia que antes. Su varita palpitaba y pronto comenzó a fragmentarse por la presión— ¡El mal... nunca... nos derrotará! ¡El mal... no...!
—¡HADA MADRINA! —vociferó Bestia y seguido de un fuerte empujón la apartó antes de que las llamas la alcanzaran. A pesar de que él no pudo y lo envolvieron al instante.
Una gran explosión apareció ahí.
Entre ambas, Hada Madrina y Mal hacían que Maléfica tuviera problemas para concentrar todo su poder desmesurado en una de ellas y poco a poco, su fuerza fue menguando, hasta el punto que Mal pudo estamparla contra unas casas y propinarle varios desgarrones con sus afiladas garras negras que no le daban chance para contraatacar.
Maléfica expulsó humo de sus orificios nasales, cansada y presa por la ira cada vez que recibía un nuevo golpe. Su hija se puso a dos patas y con las alas bien abiertas, le propinó un violento rugido que resonó por toda la silenciosa Auradon y terminó dejando muda a su oponente, con sus inquietantes ojos verdes abiertos por completo. Algo agazapada sobre sus cuatro robustas patas, Maléfica comenzó a disiparse entre un humo verde, que desapareció en dirección a los bosques tenebrosos y alejados de Auradon, —prácticamente desapareciendo entre la oscuridad del horizonte.
—¡Rey Bestia! —gritó Hada Madrina tras acercarse a la bestia abatida en el suelo— ¡Esto no puede estar pasando! ¡Majestad!
—¡¿Papá?! —apareció Ben junto al resto de los jóvenes, por el puente— ¡¿Qué ha pasado?! ¡¿Por qué no se despierta?!
A pesar de los insistentes intentos de Ben por hacer que su padre reaccionara era inútil. Su chamuscado pelaje y su inerte cuerpo no albergaba ninguna señal al moverse, incluso su armadura estaba medio rota y algo fundida. Hada Madrina agachó su cabeza intentando ocultar sus inminentes lágrimas tras comprobar que aquella noble bestia ya no respiraba. Varios soldados se quitaron el sombrero y mantuvieron la compostura, sobre todo uno de ellos —con la cara arañada de lado a lado, se acercó y se inclinó mostrando sus respetos.
—Se ha sacrificado para salvarme la vida —apuntó Hada Madrina con su voz temblorosa, tratando de no romper a llorar—. Maléfica lo ha alcanzado con sus llamas.
Mal, tras envolver su cuerpo en una nube verde, regresó a su estado humano y se acercó corriendo donde oía a su novio gritar con la voz rota de dolor. Se llevó las manos a la boca tras ver lo que estaba pasando.
—Rey Bestia... —soltó apenas sin aliento—. Esto..., esto es mi culpa. ¡Debería haberme encargado de mi madre! ¡Esto no hubiera pasado!
—¡No digas eso, Mal! —se acercó Evie a ella, para intentar calmar a su amiga de un fuerte abrazo—. Lo has hecho lo mejor que podías. Todos lo hemos hecho.
Pero Mal se refería a otra cosa, antes de que todo sucediese. Si hubiera mantenido a su madre en Auradon y la hubiera entregado, todo hubiera sido más fácil. Tal vez ni tan siquiera Nix y el resto hubieran conseguido romper la barrera.
Un sacrificio por un bien mayor, se repetía interiormente, martirizándose.
—No..., ¡no puede estar pasando! ¡Por favor! —siguió Ben abrazando la cabeza de su padre entre lágrimas— ¡Papá, despierta!
(***)
Después de aquel fatídico día, todo dejó de ser lo mismo, Auradon había aprendido una dura y terminante lección de la que se habían salvado esta vez de un golpe de espada, si ahora todo el mal había sido liberado de una pequeña caja de pandora iban a tener que estar mejor preparados, y esta vez, con magia.
Algunos consiguieron huir mar adentro aprovechando que la batalla mantenía a sus enemigos ocupados, otros se habían mezclado y huido entre las calles de Auradon. Los dragones de Maléfica volaron sin rumbo y aquellos villanos que sí habían cometido atrocidades andaban pululando sueltos acechando para alzarse nuevamente, quien sabe esta vez como. Mal y Ben tendrían mucho camino por delante para reconstruir la nueva Auradon, que renacerá de las cenizas de su antiguo hogar y de los caídos en combate.
Sentían que habían ganado la batalla, pero no la guerra y con ella habían perdido seres queridos que lucharon codo con codo para alejar la maldad de su hogar, lo que no se esperaban era que se fueran a avecinar tiempos muy oscuros para el reino. A pesar de que los ciudadanos estaban a salvo, a pesar de que sus amigos estaban bien, Ben no sentía que habían ganado nada, si no que habían conseguido sobrevivir a un mal que yacía acechándolos durante más de veinte años para atacar en el momento oportuno.
(***)
La colisión que Mal y Maléfica habían creado despertó una onda expansiva que viajó hasta unas tierras lejanas. La oscuridad y la niebla terminaban de ocultar las cadenas que rodeaban los kilómetros de montaña que se cernían sobre un pequeño poblado tenebroso. La ráfaga pasó velozmente azotando todo a su paso y las cadenas temblaron con este, hasta que finalmente se doblegaron al propio viento y se hicieron añicos. Un leve temblor despertó y la montaña se resquebrajó por un instante desde su pico más alto.
Algo dormido despertó.
*Ilustraciones a caricatura*
Continuará...
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