Capítulo 23: El resurgir de la Emperatriz del Mal
Mal y el resto del grupo navegaban a favor del viento sobre el Venganza Perdida recién reformado, Harry, que parecía saber más de navegación ordenaba a toda la tripulación las indicaciones precisas para navegar más rápido con cada corriente de agua, mientras que, la capitana Uma, dirigía el timón con energía y destreza.
Los hijos de Tic Tac intentaron seguirles la marcha, pero iban demasiado veloces con varias velas izadas y su bandera ondeando aquel dibujo en tonos turquesa, blanco y negro de una calavera con tentáculos. Iban a conseguir llegar en tiempo récord, incluso antes de lo previsto.
Todos estaban al corriente del plan que Mal había improvisado con los Black Scales, y que ahora iba a pagar muy caro tras volver a verles las caras. Por tal de salvar la vida de la gente que quería tuvo que sacrificarse ella misma por un pacto condenado, «un acto de lo más altruista», pensaba Uma sintiendo algo parecido a tener cierto respeto por esa decisión. Incluso Audrey, que se había pasado con ella, se sintió en parte algo mal por haber montado todo aquel teatro, en parte todo esto era su culpa. Si no hubiera ido a la isla, gran parte de todo el caos ya hubiera estado solucionado antes.
—Mal, ¿podemos hablar? —le preguntó Audrey a la joven, que yacía observando preocupada el horizonte resguardando en su mirada que estaba tensa.
—Claro.
Audrey suspiró algo incómoda y se apoyó en las barandillas de madera, en el lateral de la cubierta.
—Siento haber venido a la isla..., pensaba que de esa manera encontraría refugio del infierno que estaba pasando en casa... Entre que mis padres nunca están y mi abuela es tan de la vieja escuela... —explicó la princesa algo cortada, no estaba acostumbrada a pedir perdón y a agachar las orejas—. No sabía que eras capaz de sacrificar tu vida por los demás... Incluso por la mía... A pesar de todo.
Mal mantenía la mirada en el oleaje.
—Yo también te debo una disculpa, Audrey, no me he comportado contigo como debía... —le respondió Mal algo cortada también, tampoco estaba acostumbrada a disculparse—. En verdad tienes razón, se puede decir que estoy donde estoy por hacer trampas...
—¡No! ¡Estás donde estás porque te lo mereces! Yo siempre pensé que estaba destinada a reinar Auradon, como me había inculcado mi abuela, pero creo que estaremos más a salvo si tenemos a alguien como tú al mando —se sinceró Audrey, con una leve sonrisa.
Un estruendo ensordecedor les cortó la conversación y observaron el horizonte donde se podía discernir la Isla de los Malditos, aquel lugar tétrico del que no tenían un buen recuerdo. Mal se quedó atónita tras contemplar una feroz batalla entre dos enormes dragones negros y lo que parecía ser Yen Sid con su magia intentando mantenerlos a raya como podía, pero parecía que el pobre empezaba a tener problemas, de todas formas, todos se quedaron embobados tras ver tal despliegue de destreza por parte del hechicero, ya que conseguía que ambos reptiles retrocedieran con sus potentes golpes de varita.
Suspiró tensa, un nudo en el estómago se retorcía cada vez más fuerte. No podía estar pasando, era imposible lo que sus ojos veían, la premonición de Hada Madrina y su sueño se estaban haciendo realidad; esos dragones eran exactamente los que había visto en su sueño. Pero todavía faltaba lo peor; su madre. Ese pequeño lagarto que se escabulló ágilmente por una grieta en una pared.
Si todo iba encaminado, Maléfica sería la líder de todo el caos ¿Cómo? Preferían no averiguarlo. Tenían que impedirlo sea como fuere.
—¡Dálmatas! —exclamó Carlos al tragar saliva exageradamente y esconderse tras Jay— ¡¿Ha-hay qué ir allí?!
—Eso parece... —respondió Jay tratando de aparentar una figura más valiente que su amigo, para que él se sintiera reconfortado, pero hasta a él le costaba.
—¡Gorzo, todo a babor! —gritó Uma a uno de sus piratas, tras bajar por las cuerdas de las velas arriadas y volver al timón— ¡Coged espadas! ¡Jonas y Desiree cargad los cañones! Tenemos compañía por popa.
Uma les señaló tensa con su afilada espada, como un barco navegaba a varios kilómetros de distancia tras ellos, ondeando una bandera que no era amigable en absoluto. Por otro lado, Harry consiguió llegar cerca de toda la acción y tras echar el ancla, la tripulación de Uma irrumpió entre berreos y gritos de guerra preparados para hacer frente al grupo de Nix y Eris, tratando de frenar aquella incandescente batalla.
Mal había divisado el fragmento palpitante del cometa. Tenían que evitar a toda costa que consiguieran destruirlo, si no, la barrera se debilitaría demasiado hasta el punto de que podrían romperla de un soplido.
—Sabía que no se podía confiar en ti —espetó Réizma y acto seguido blandió su espada contra Mal, quien pudo detener el golpe en seco con su espada de milagro. Los brazos de ambas temblaban aguantando la fuerza bruta de la otra—. Eres una sucia traidora.
—¿Has visto? Soy una caja de sorpresas —añadió Mal con una pícara sonrisa mientras mantenía a raya a la joven pirata desquiciada.
Réizma se rio.
—No me creo que seas tan imbécil como para romper un trato condenado —le siguió Réizma ganándole el pulso de espadas, sus pasos firmes estaban consiguiendo ganar más espacio—. Acabas de sentenciar tu muerte.
—Haría lo que fuera para proteger a los míos —dijo Mal intentando aguantar la fuerza de la pirata, pero poco a poco le comía terreno.
Eris le propinó un violento coletazo a Yen Sid que no pudo esquivar como el resto, haciendo que su débil cuerpo cayera entre los escombros de tierra encenizada apoyándose sobre su rodilla y sudando muy cansado. Su respiración entrecortada que era acompañada por el sudor de su frente no le hacían ver que estaba ganando el combate titánico.
Entre el espesor de las cenizas del fuego, el guiverno abrió sus enormes alas y tras hacer un grito desgarrador lanzó una última llamarada azulada que alcanzó por completo al debilitado brujo, dejando solamente su sombrero quemado sobre un montón de polvo. «¿Yen Sid? ¡No puede ser!», pensó Mal clavando su mirada desesperada en el único mago que podía ayudarlos. No podía creer que ese montón de polvo volátil fueran sus restos.
Ninguno daba crédito que Yen Sid había sido derrotado.
Todos observaron como había caído uno de los brujos más queridos y poderosos que conocían, de los pocos que podía hacerles frente a semejantes bestias desatadas. El único que prefirió ayudar a los chicos villanos desde dentro de la isla, mientras que el resto de hechiceros preferían ni pensar en ellos.
Eris rugía victoriosa después del tremendo combate. Por otro lado, Nix se dispuso a atacar el pedazo de meteorito que yacía en medio de toda la gente batallando, sobre sus cuatro formidables patas y expulsando humo de sus orificios nasales y agallas, le propinó una fuerte bocanada de fuego azul que impactó directo contra la fuente de energía. En ese mismo instante, Eris se añadió realizando el mismo choque haciendo que esta vez la roca terminase de fracturarse un poco por la mitad. Se dieron cuenta que contra más golpes recibía, la barrera comenzaba a palpitar y a ser algo más transparente que anaranjada, como si hubiera perdido fuerza con cada colisión.
—¡Entretenedlos más tiempo! —ordenó Veatrix al ver que los dragones estaban consiguiendo debilitar la barrera con sus potentes llamaradas.
Por el bando contrario, Mal conseguía defenderse bastante bien de los golpes de Réizma, aunque a penas lograba contraatacar, ella no era diestra con la espada, no al menos en ese momento de estrés dónde no sabía como iban a salir las cosas tras la fatídica muerte de Yen Sid. El resto del grupo de Uma no permitía que nadie saliera herido, sus enemigos eran duros de roer, pero eran muchos menos y poco a poco la batalla se inclinaba de buena manera hacia ellos, con suerte podrían enfrentarse a las bestias y detener el caos que se había formado antes de que la caja de pandora sea abierta del todo.
Aquella alegría y determinación no les duró mucho y la balanza comenzaba a caer en su contra, ya que, de repente y como les advirtió Uma; más piratas aparecieron en escena ganándolos en número y fuerza, una chica se bajó de un nuevo abarloado barco más grande e imponente, se trataba de Makayla, quien había vuelto a la acción con refuerzos. Sabía que tras curarse la herida volvería a ayudar a su equipo y fue gracias a Harriet que pudo llegar a tiempo con parte de su tripulación.
—Vaya que sorpresa. Hemos logrado venir gracias a Harriet, que por cierto te manda saludos —siguió Makayla tras enfrentarse a Harry, con una sonrisa superior. Sabía que aquel comentario le iba a escocer, sobre todo sabiendo lo mal que se llevaban ambos hermanos.
—¡Puedes irte a la mierda con ella! —le espetó Harry perdiendo los papeles, sus golpes contra su espada enemiga se cargaron de odio y rencor.
Uma no se esperaba que fueran a regresar con una oleada de piratas mucho más corpulentos y rudos que su tripulación, pues a pesar de estar rodeados siguieron luchando sin que su ánimo esperanzador decayera tan rápido. Cañonazos, espadazos y bombas guante eran su mejor baza para un buen contraataque.
La joven pelimorada estaba algo descentrada con el barullo de gente que se había formado, muchos gritos y berreos junto a demasiadas hojas metálicas chocando entre sí no le dejaban pensar con claridad, varios gritos de gente abatida tampoco ayudaban, y entre todo aquel caos pudo distinguir como su madre, reptando con su diminuto cuerpo de reptil fuera de una de las fragatas, se escabullía entre la gente en zigzag mientras se dirigía peligrosamente hacia los dragones. No sabía como había llegado hasta ahí, pero necesitaba sacarla lo antes posible de entre todas aquellas gruesas botas de terciopelo que podían aplastarla en cualquier momento.
Réizma consiguió desestabilizar a la joven hada haciendo que cayera al suelo y, sin dejarle reaccionar abanicó el aire con su afilado sable deseando partirla en dos de una vez por todas, la rabia que sentía al tener cara a cara a una de las personas más rastreras y traidoras hasta la fecha hacían que la joven deseara con todas sus fuerzas que muriera en sus manos, pero una segunda espada chocó de reversa con la de Réizma, haciendo que ambas espadas se tensasen la una contra la otra con violencia, evitando así que la hoja le tocara un pelo a Mal.
Uma y Réizma mantenían un tenso pulso mientras sus miradas de odio se incidían la una contra la otra. Sus espadas temblaban y sus dientes apretados mostraban cuánta fuerza y odio ejercían.
—Ya es la segunda vez que te salvo el culo —soltó Uma a Mal, tras darle un brusco codazo a Réizma—. Sigue, ya me encargo yo de Réizma.
Mal, desesperada, corrió lo más deprisa que pudo intentando atrapar a su madre, pero ya era demasiado tarde, entre aquellas flameantes llamas, Maléfica saltó sin pensarlo dos veces, desapareciendo al instante.
No sabía que hacer. Las llamas azules eran tan abrasadoras que con solo acercarse un poco emitían un calor insoportable que levantaba la piel de cualquiera, incluso la de ella. Intentó acercarse, pero era imposible, el calor que emitían aquellas ráfagas se asemejaban al mismísimo infierno. ¿Su madre había aguantado ese calor y ella no?
«¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!», pensaba Mal agobiada, sin ver nada entre el mar de llamas. Finalmente los dragones crearon una explosión de humo justo donde estaba el meteorito, haciendo que todo el mundo parase de batallar por la impresionante onda expansiva de escombros y polvo que se había levantado. La barrera comenzó a agrietarse hasta que terminó por fragmentarse en una infinidad de trozos como un cristal recién reventado. Ninguno se lo creía, sus caras no daban crédito: la barrera había sido destruida de una vez por todas.
Parte de la Baliza Mágica se abrió como un cascarón vacío y se pudo ver como Maléfica yacía enganchada al trozo de roca, de un color verde reluciente y destellante como si fuera a emitir radioactividad. Saltó del pedrusco y cayó frente a todo el mundo, con ambos dragones a sus espaldas, había recuperado su tonalidad morada característica que perdió hace tiempo, sin embargo todavía seguía siendo una vulgar lagartija enfurecida.
Todos estaban en silencio, a la expectativa más bien. La batalla se había congelado en ese tenso instante donde Maléfica se volteó y dirigió su filosa mirada directamente ante los imponentes dragones. Sin miedo alguno. Emitiendo unos sonidos, como si se comunicara con ellos, y esa valentía hizo retroceder a uno de los reptiles.
Todos se sorprendieron ante aquello. ¿Cómo era capaz un ser diminuto de hacer retroceder a una bestia que medía más de veinticinco metros? ¿Acaso los dragones sí sabían la verdadera fuerza que tenía Maléfica?
El guiverno dio un paso adelante extendiendo sus alas y bramó clavando sus intimidantes pupilas sobre el lagarto, el temor no formaba parte de su personalidad.
—¡NO! —chilló Mal tras ver sus intenciones, pero fue demasiado tarde.
Lanzó una llamarada cerca de Mal y Maléfica, que hizo que ambas se separaran por una brutal explosión. El golpe fue tan fuerte que los espectadores casi fueron lanzados por los aires. La pelimorada se incorporó metros atrás adolorida del golpe y aterrada se quedó mirando al no ver a su madre entre aquel manto de polvo que se había levantado. «¿Y si el golpe ha terminado de calcinarla?», pensaba Mal alarmada, mientras el escándalo acababa de disiparse.
Pronto Maléfica emitió unos bramidos escalofriantes a la vez que empezaba a aumentar considerablemente de tamaño, incluso sobrepasando por varios metros a uno de los dragones negros que yacía inquieto. Con unas pequeñas y semitransparentes alas que se tornaron de un color morado, un robusto cuerpo negro y un hocico plagado de afilados dientes como espadas y negros como el carbón, Maléfica alzaba vociferando el mismísimo grito del averno en carne y hueso, en su máximo esplendor. Sus llameantes ojos verdes sin pupilas y sus cuernos retorcidos terminaron de asustar a prácticamente todos los presentes en batalla.
Era ella: La mismísima Señora de las Tinieblas.
Mal pudo ver por un segundo como su madre le dedicó una fría mirada con sus verdes ojos y acto seguido espetó un potente rugido escalofriante solo a ella, que hizo que todos tuvieran que taparse los oídos de la propia magnitud, incluso la tierra temblaba de dicha fuerza, toda la Isla de los Perdidos estaba temblando.
Maléfica se había vuelto más fuerte que nunca y parecía que sus rugidos extensos y graves estaban llamando a algo o a alguien.
—¿Qué te pasa, Kayla? —Lexy rompió el hielo preocupada tras ver que Makayla se apretaba la sien como si los rugidos de Maléfica le hicieran mucho daño, más que al resto.
—¡N-no lo sé! ¡Pero duele mucho! ¡Haced que pare! —chilló desesperada de rodillas en el suelo.
Algo iba mal, varios dragones de la Isla de los Perdidos acudieron a la llamada de Maléfica, incluso gente que no era seguidor de ella parecía acudir al reclamo, como si esta los controlara por la fuerza. Makayla se envolvió en un halo turquesa brillante en contra de su voluntad y pronto se transformó en un dragón algo más pequeño y asustado que el resto, pero sabía que tenía que seguir las órdenes de Maléfica junto al resto de súbditos. Entre ellos aparecieron volando la Reina Narissa y Madam Mim junto a toda su familia, transformados en su forma de dragón, incluso algunos extraños que jamás habían visto. Era como si estuviera reuniendo su ejército de dragones que podía controlar a voluntad propia, realmente aquel pedrusco le había vuelto más fuerte de lo que ya era.
Abrió sus pequeñas alas y tras batirlas, el gigantesco dragón negro y morado alzó el vuelo junto a todo su séquito de dragones tras ella, dispuestos a arrasar con todo a su paso.
Eris y Nix batieron sus alas, siguiendo a la multitud en altura, no obstante se alejaron en otra dirección algo más elevada. Parecía que el reclamo de Maléfica no surtía el mismo efecto con ellas y ambas se dispusieron a atacar directamente el Monte Olimpo y a sacar a su padre de su prisión. Era extraño e inquietante, pero la Emperatriz del Mal no estaba para perder el tiempo y obcecada siguió su paso hasta llegar a la capital de Auradon: Auroria.
—¡Capitana! ¡¿Qué hacemos?! —soltó una de las tripulantes de Uma, Desiree.
—Ahora sí que tenemos un problema —Uma apretaba los dientes mientras observaba como los dragones sobrevolaban en masa, por encima de todos ellos, dejando un manto de sombras que parecían portar la muerte misma— y de los gordos.
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