VI
Era yo la que se miraba al espejo pero no era mi reflejo el que veía, aunque reconocía ciertos rasgos míos, dudaba que fuera yo. Su piel era ligeramente pálida, su rostro serio no mostraba alguna emoción, solo sus ojos de color violeta eran comunicativos, mostrando una mirada capaz de congelar un volcán en erupción.
—Pero eres tú. Al final todos son uno, el poder es el mismo, la sangre ancestral es la misma.
Mis ojos se abrieron en la habitación tenuemente iluminada por los rayos de luna que danzaban entre las paredes, las sombras se alargaban, creando formas caprichosas en el suelo.
Me incorpore, sintiendo la magia aferrarse a mi piel, ahora podía observar mejor ese tenue resplandor que me acompañaba desde la explosión.
¿Cuánto tiempo había dormido? No lo sabía pero me sentía descansada.
Luego de la visita de aquella figura que decía ser la forma humanoide del castillo, me acosté queriendo acallar mi mente, y aunque costo al final lo conseguí. Ahora era momento de obtener respuestas. Lo ultimo que recuerdo de mi sueño solo agregaba más confusión a mi vasto océano de preguntas.
''Aeliana'' mi instinto me dijo que podía llamarla a través de mi mente, y eso hice, mas tuve que repetir su nombre varias veces antes de que me respondiera.
''Deja que el castillo te guie a mi'' si algo estaba aprendiendo de ella era que nunca hablaba con claridad, sus palabras eran enigmas que me dejaban más preguntas.
Después de cerrar mis ojos un momento, me puse de pie, la luz del pasillo la producía la alfombra que resplandecía como un rio de estrellas caídas. Lo mismo pasaba con la escalera.
Al terminar mi descenso, me asuste un poco al no reconocer el lugar, el espacio era angosto, las paredes parecían más altas, y las ventanas brillaban con imágenes que no recordaba haber visto.
Una puerta a poca distancia se abrió, dejando salir una suave melodía de algún instrumento de cuerda.
Mis pasos apenas resonaron en el suelo. Aeliana estaba en un rincón, sus manos se movían gráciles sobre las cuerdas del arpa, dejando salir aquella melodía.
—¿No tienes hambre? Siéntate a comer mientras escuchamos tan hermosa pieza.
Salte en mi lugar ante la voz de aquella figura, una vez mas su mirada juguetona se dirigió a mí, le hacía feliz asustarme.
Todavía viéndome se hizo a un lado, señalándome la mesa e invitándome silenciosamente a sentarme en ella.
Era una larga mesa, calculaba que unas treinta personas podían sentarse en ella. Los alimentos no eran muchos pero hicieron gruñir mi estómago. Una silla se movió sola, y titubeante me senté, sintiendo como luego volvía a acercarse a la mesa. La infantil peliblanca tomo un plato para servirme pero la detuve.
—Puedo hacerlo yo
—Como desees —Se sentó en la silla frente a mí, su mirada me ponía nerviosa y me esforzaba en no demostrarlo.
La comida olía bien, había panes dorados que por su fuerte olor deducía eran recién horneados, una sopa espesa que desprendía humo y en la que flotaban algunos trozos de vegetales, sobre una tabla de madera se exhibían trozos cortados perfectamente rectangulares de carne, pero no podía reconocer el animal del que procedían, también había tazones con frutas que me eran conocidas, y otros contenían unos frutos que nunca había visto pero que se veían frescos. La bebida, a parte del agua, era jugo contenido en una jarra que tenia trozos de naranja.
—Nada de lo que vez es venenoso, asi que puedes comer a confianza. Estas segura aquí, con nosotras —sus palabras fueron acompañadas por un gesto que me invitaba a comer, asi que no lo postergue más. Y solo después de dar el primer bocado caí en la cuenta de que realmente estaba hambrienta. —Puedes devorar todo a confianza, comprendo que tengas un hambre voraz después de semanas sin comer nada.
El trozo de pan que había tragado se atasco en mi garganta. Provocándome una incontrolable tos. Los delgados dedos de Aeliana me tendieron un vaso con agua, solo después de tragar el líquido sentí que volvía a respirar.
—Cast ¿Qué fue lo que te advertí? —el tono de mi guardiana era el de represión
—No hice ni dije nada malo, solo le comenté algo —mientras que el tono de esta chiquilla era el de indiferencia
—¿Cómo siempre sueles hacer?
—Solo le comenté que tenía semanas sin comer, no es mi culpa que siempre te andes con rodeos y no le hayas dicho algo tan simple como que el tiempo aquí corre mas lento que en la tierra —y en eso tenía razón, Aeliana no decía nada con claridad.
—Le diré todo, solo estaba esperando que descansara y comiera. Yo se lo que hago y porque me tomo mi tiempo. Y creo que tú tenías cosas que hacer, deberías ir ahora.
—...Bien. Pero recuerda, estar postergando lo inevitable solo suma más horas de agonía.
Sin verse feliz se puso de pie, no me dijo nada, solo me sonrió y desapareció.
—Perdón por eso, ha pasado mucho tiempo desde que vio a alguien mas aparte de mí.
—¿Quién es? —Me lo había dicho pero me veía en la necesitad de confirmarlo
—Es el castillo. Solo era una construcción inanimada, y después de estar bajo el constante flujo de magia, tomó conciencia. Adquirió una forma humana para comunicarse mejor con sus huéspedes.
—¿Entonces este castillo esta vivo?
—Lo está, y viste una de sus tantas apariencias. Y espero que no te haya incomodado, su personalidad suele ser un tanto especial.
—No lo hizo... pero tiene razón, hay mucho que no me has dicho, mucho que no comprendo. Tengo tantas preguntas
—Y las contestare, pero come primero, luego iremos a un lugar donde te diré y mostrare todo lo que quieres saber. Te lo prometo.
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