Ser amable
Tengo el recuerdo de siempre haber dicho "por favor", "permiso", "buen día" y "gracias". Está tan arraigado en mi el hecho de ser educada que a veces digo esas palabras antes de lo necesario.
El otro día iba a pedir permiso para entrar a un ascensor, sin embargo la persona siguió de largo a una velocidad mayor a la que previne. El hecho fue que dije mi frase, "permiso" con una sonrisa dulce, aunque la persona ya estaba a un metro de lejanía.
También me sucede seguido pedir disculpas por cualquier roce que hago con las personas en la calle, aunque ellas me choquen a mi y no yo a ellas.
Es una costumbre que está comenzando a fastidiarme. ¿No debería molestarme o si?
Cuando el mundo es tan hostil y sos la única persona que trata bien a todos aún en tus peores y más oscuros días, cansa demasiado ser así, deteriora el espíritus y disminuye la esperanza de encontrar un gesto recíproco.
Tal vez eso sea lo que más extraño de mi pueblo, la amabilidad pueblerina. Aunque por detrás digan cosas inventadas y esos rumores lleguen a causarte problemas personales o laborales.
Me encanta la libertad que te da la gran ciudad, pero odio la poca dulzura que tiene esa libertad con uno.
¿Debo tratar mejor al resto de lo que me tratan? ¿Por qué yo si debo hacerlo día a día cuando no me beneficia en nada?
A veces pienso que si soy dulce puede que le alegre el día a esa persona o suavice su amargado atardecer.
A veces imagino qué tal vez puede que sea mi próximo contacto con un trabajo de buena paga. Si, soy egoísta y pienso en tal vez el beneficio de tratar bien a esa mujer de ese negocio por plena necesidad económica. O tal vez es por pura costumbre y luego, en segundo lugar, se me ocurre que puede llegar a suceder eso.
Llego a un punto en el que me obligo a callarme, a no decir palabras innecesarias. Siento que son muchas de relleno, que a la otra persona le daría más gusto un silencio pacífico a un diálogo con una muchacha sin ningún tipo de atractivo.
Puedo recordar como era la gente cuando era más joven y bella, cuando no tenía esas cuatro canas de cada lado, cuando mi colágeno estaba aún al 100% y mis dientes aún no estaban manchados por la cafeína de mis mañanas de estudio.
Una tarde en un local de mi zona, dos chicas me alabaron las botas de cuero. Con celos y envidia en sus ojos, una de esas bocas curiosas me consulto donde las había conseguido, y próximamente una desilusión y desagrado en sus signos de expresión debido a mi negativa a una respuesta certera. Eran regaladas y no sabía su marca ni procedencia exacta.
La admiración de las chicas siempre fue con celos y envidia, la de los chicos con ojos sensuales y manos juguetonas.
Extraño ambas cosas. Extraño sentirme deseada o mínimamente envidiada cuando me pavoneo en las calles, esas mismas calles de hace diez años.
Ya nadie me mira así, ni de una ni de otra forma. A penas me miran, a penas.
Ya no soy lo que fui, soy solo esto. Una mujer agradable al hablar, pero con una carencia de belleza que repele como un insecticida a los hombres exitosos y a mujeres altaneras.
A veces me miento a mi misma y me digo que la apariencia no lo es todo, no influye en tus amistades, amores y éxito profesional.
El "efecto halo" me grita que deje de traicionar a mi mente, y mi ego escondido detrás del ropero de la falsa empatía me ruega que lo deje estar. "Calladita te ves más bonita" me digo a mi misma cuando se alejan las personas después de una risa simulada.
Me siento tan alegre y luego al segundo tan patéticamente triste.
Tengo confianza en mi misma por unos segundos y luego eso se desvanece como si no supiese quién soy, ni que estaba haciendo.
Debo ser amable, si. Pero primero conmigo misma. Cada día, cada momento del día.
Mañana lo intentaré nuevamente, lo prometo.
Me diré "gracias", "disculpa" y hasta un "permiso".
Me diré "hoy es tu día" o un "hoy es un nuevo día" para volver a ponerme de pie al bajar de la cama.
Un día más, un intento más, un "gracias" más. Todo para mi.
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