Soy como mi nombre; un mar cargado de agua, que con el viento va y viene, y que con la marea muta, gracias a la luna y a las tormentas.

Siempre voy y vuelvo, intentando solucionar las cosas, intentando balancear y ser equitativa. Será que actúa mi signo de libra también por ahí...

Maldigo a la gente en mi cama mientras me destruye la madura soledad.

Crecer es entender que nadie te hace daño porque si, siempre hay un porqué. Si no es por envidia, sacando ese punto posible, en cualquier otro caso es por un trauma en la infancia.

Estoy ya acostumbrada a justificar las acciones de los otros con un "es un trauma" o "es porque le tiene miedo a". Tan acostumbrada estoy a hacerlo, que me doy cuenta que lo hago cuando lo escribo luego en algún sitio, para de esa forma sacarme de encima el dolor que me dejó esa pérdida.

Podría también acostumbrarme a perder personas significativas, pero no es el caso.
Cada vez que una se va, es otro pinchazo, otro puñetazo con un feo dolor crónico en el estómago. Me dan ganas de vomitar por la angustia, me dan ganas de llorar sin sonido en la penumbra, y hasta me dan ganas de teñirme de rojo y luego de azul el cabello.

No me soporto frente al espejo de mi habitación. ¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo? ¿Dónde estoy? ¿A dónde me fui? ¿Por qué hago todo tan mal? ¿Cuándo comenzó a irse a la mierda mi vida?

Mis lágrimas son tan saladas como el mar mismo. Tú y yo somos mar, tu y yo somos como el agua del océano, clara pero intomable, en lo profundo escondemos secretos enormes, que nadie, ni siquiera nosotros mismos intentamos saberlos con exactitud.

Vamos y venimos, como la marea, como olas que suben y bajan, que rompen y se recomponen.

Somos tan iguales, tan dos gotas de agua que me asusta el hecho de que tengamos la misma historia, o lo suficientemente similar para atormentarnos en las noches.

A la vez somos tan opuestos, tan la otra cara de la moneda, por lo cual chocamos como aceite y agua, como protón y neutrón, como Aries y Libra.

A veces creo que te odio porque me odio a mi misma, pero no, no puedo odiarte, solo me desilusionas. Solo eso.

Aunque todo era ilusión y nada era real, aún sabiendo que todo lo imaginé y lo cree para sobrevivir otros días más, me cayó como un baldaso de agua fría el que no quieras hablar más conmigo.

Siempre, lo que más me sucedió, y a lo que siempre más temo, es el ser remplazada, ser dejada de lado por una mejor opción. Y se cumplió, mi pesadilla está presente, si, nuevamente.

En esta realidad, en este mundo verdadero, hoy en día me pellizco para demostrarme a mi misma que es una pesadilla, pero si está sucediendo. Está sucediendo el hecho de que ya me desagrada la gente tanto como a ti.

Ya no quiero saber más nada de conocer a alguien nuevo.

Ya no quiero exponerme más al sufrimiento inevitable.

Ya no quiero nunca más a nadie para que se quede con mis secretos más oscuros.

Quiero cerrarme, bloquear todo e irme a dormir para la eternidad.

Que nadie me mire, que nadie me moleste, que a nadie se le ocurra volver a saber de mi.

Quiero dejar de intentar comprender la humanidad de las personas.

Puede que hasta crea que estamos condenados a matarnos a nosotros mismos, que somos la peor especie y que el mundo no se merece lo que le estamos haciendo.

Soy un alma negativa que no conoce la felicidad que tenía hasta hace poco.

Me cansé de esperar lo mejor de las personas, de desear que cambien o que me traten algún día un poco mejor de lo que lo hacen.

No veo posible el sostener mi aprecio hacia un otro que sea mayor de diez años.

La niñez es lo único inofensivo y puro en este mundo. Lo único que me hace dudar de todo.

¿Será que mi niña interna murió y se extraña a sí misma? Puede que sea eso. Puede que extrañe a mi Mar infante, a la Mar ingenua e incrédula, a la Mar que todo lo cree posible y que no ve la maldad en el otro, solo equivocaciones simples.

Tal vez, si me vuelvo a encontrar con esa niña, con esa pequeña Mar, solo tal vez, vuelva a creer en ti, en todos y en el mundo.