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Capítulo III

No confíes en los pequeños trabajos. Nunca son pequeños. Ni mucho menos son trabajos.

Estaba sentado en la cerámica del baño. No había ningún olor ni nada que me dijera que había entrado a hacer sus necesidades. Tenía su ropa holgada puesta, y noté que una de sus manos estaba cubriendo su estómago. Me alarmé, él lentamente quitó su mano y vi sangre en su camiseta blanca. Mucha sangre. No entré en pánico, pero él estaba pálido y no pude dimensionar cuanto tiempo estuvo así. Miré el aparato que me llamaba sobre la cama, lejos de él y me sentí muy mal.

—Tranquilo, todo está bien —le dije y él sólo me observó, medio dormido, medio despierto —¿Has estado mucho tiempo aquí? —pregunté mientras le quitaba el cepillo de dientes de su otra mano y lo dejaba encima de un mueble. Le levanté la camiseta y vi el parche ensangrentado.

—Sí.

—¿Querías entrar al baño?

—No.

—¿Querías cepillarte los dientes?

—Sí.

—¿Intentaste llamarme?

—Sí.

Resoplé.

—Iré por Mikkel, no intentes moverte —le pedí y él sólo asintió.

Corrí por la habitación hasta estar en la primera planta, entré al comedor y vi a Garrick, Meral y Mikkel sentados desayunando. Los tres me observaron expectantes, no sabía qué rostro tenía.

—Mikkel ¿Podrías ayudarme?

Él no preguntó, sólo se puso de pie y me siguió. Meral iba a venir con él, pero la detuve en seco, no necesitaba una histérica más en la habitación cuando viera a su hermano desangrándose.

—No. Sólo Mikkel.

Ella frunció el ceño.

—¿Me estás jodiendo?

—Meral —la llamó Garrick —. Siéntate. Deja que Ainhoa haga su trabajo en paz —dijo muy seriamente.

Yo no estuve mucho tiempo ahí, sólo subí las escaleras rápido seguida de Mikkel.

Apenas entramos a la habitación, Mikkel se acercó al baño y su rostro se puso rígido al verlo en la cerámica. No me preguntó nada, sólo se acercó a su hermano y con mucho cuidado lo levantó. Morrie era casi tan alto como él y su contextura no me dejaría, jamás, tomarlo en mis brazos para levantarlo del suelo. Le pedí a Mikkel que lo tendiera en la cama y fue lo que hizo mientras yo preparaba el suero.

—¿Cómo pasó esto? —preguntó Mikkel mientras le levantaba la camiseta a Morrie con mucho cuidado.

—No lo sé —contesté.

Puse un medicamento para el dolor en la bolsita y preparé los implementos para ponerle la aguja en su brazo. Mikkel se alejó un poco, dándome espacio. Le saqué el parche con mucho cuidado, pero aun así oí el quejido grave de Morrie. Me percaté de que sólo había salido sangre por el esfuerzo de Morrie al levantarse, no se habían corrido puntos ni abierto la herida para volver a suturar. Entonces sólo me quedaba limpiar y volver a parchar.

—Te haré una pulsera ¿oíste? —le dije a Morrie y Mikkel nos observaba con el ceño arrugado —Tendrás ese aparatito apegado a tu mano en todo momento. No te alejarás de él.

—Que enfermera más drástica —comentó Mikkel, sonriente.

Lo observé en silencio.

—¿Estás bien, Morrie? —le preguntó su hermano.

—Sí.

—Lamento no haber llegado a tiempo, yo...

—No —soltó Morrie, observándome.

—Ese es un «no» de no te culpes —tradujo Mikkel.

—Pero debes entender que todavía no es momento de cepillarte los dientes —continué hablándole a Morrie. Él frunció el ceño frustrado.

—Por favor, tu cara parece un puto globo aerostático y tú pensando en meterte un cepillo a la boca ¡Deja que las heridas sanen joder! —reclamó Mikkel.

Sonreí un poco.

—En eso Mikkel tiene razón.

—Mikkel nunca tiene razón —dijo Morrie y yo me enfadé.

—¡Una sílaba, Morrie!

Ambos sonrieron.

—Gracias Mikkel, ahora Morrie va a descansar. Está castigado —dije mientras guardaba mis implementos en el botiquín.

—No tendrás una maldita estrella, Morrie. Te jodiste.

—Quería una estrella.

—¡Una sílaba! Mikkel, por favor, ¿Podrías dejar de hablarle a Morrie? Cuando estás aquí, habla mucho.

Morrie alzó un poco el brazo e hizo un gesto como si su mano hablara, pero luego me apuntó a mí.

—¿Estás diciendo que la enfermera habla mucho? —sonrió Mikkel de forma burlesca.

—Sí.

Me giré hacia él, apoyé una mano en mi cadera y fruncí el entrecejo.

—No —comentó Morrie bajando el brazo y apoyándolo en la cama.

—Eso creía —rodé los ojos.

—Puto cobarde —soltó Mikkel saliendo de la habitación con una pequeña sonrisa.

29 de noviembre, 11:00AM.

Ya me había acostumbrado un poco más a la mansión Favreau. Sin embargo, seguía sintiendo que Meral todavía no me aceptaba del todo, ya que su actitud avasalladora y sin pelos en la lengua estaba presente en todo momento, pero también pensaba que ella era así con todos... que no tenía por qué sentirme especial ni atacada. Mikkel era agradable y también preocupado, todo el tiempo estaba ayudándome con trasladar a Morrie de un lado a otro. Si que era imponente y, en ocasiones, sus ojos claros me ponían nerviosa, pero intentaba ignorar ese hecho. De seguro Mikkel Favreau ponía nerviosa a todas las chicas que lo miraban más de cinco segundos.

Morrie había mejorado bastante, ya podía mover su brazo izquierdo, no normalmente, pero sí podía usarlo para comer y hacer pis. No tenía el rostro tan hinchado y había podido quitarle la venda que le rodeaba la cabeza y su ojo derecho, que seguía pequeño e hinchado, pero ahora podía tomar aire. La doctora McCoy se había alegrado muchísimo cuando le conté que Morrie seguía viendo por ambos ojos. Que no había sufrido esas secuelas. Ahora podía hablarme, pero yo seguía fastidiándolo con que sólo me dijera una sílaba y él, en ocasiones, me obedecía sólo porque era la enferma y sabía más que él.

La herida de su abdomen estaba cerrándose, la de su mentón ya no le quedaba nada para retirar los puntos y la de su ingle un poco menos que a la de su abdomen.

De lo que sí me había percatado era de que, ahora que Morrie podía hablar más, era mucho más serio de lo que pensaba. No se reía tanto como hace una semana y, en ocasiones, sólo me observaba porque le hablaba directamente. Parecía un poco perdido. Dolido. Quebrado. Y yo todavía no podía descubrir por qué.

—¿Qué tal el desayuno? —pregunté entrando a su habitación. Él me observó de pies a cabeza sin ningún tapujo.

—La naranja siempre está bien.

Arrugué el entrecejo.

—De muerte para mí —contesté empujando la mesita hasta el otro extremo de la habitación. —Hoy podrás meterte a la ducha —le conté y él alzó las cejas.

—¿Cómo?

—Sí. Es tu primer baño luego del accidente, así que puedes estar feliz hoy.

Morrie no era muy expresivo, lo había notado incluso cuando su rostro estaba muy hinchado e irreconocible. Era muy extraño que sonriera, que levantara las cejas o frunciera el entrecejo. Reía cuando algo le daba risa de verdad o fruncía el ceño cuando de verdad no entendía algo. Lo había aprendido a conocer en poco tiempo. Por lo que cuando recibió la noticia de poder darse un baño y alzó las cejas con sorpresa, me emocioné por él.

—Pero te ayudaré yo, no Mikkel ni Meral —le dije y él arrugó las cejas. —Ambos están ocupados hoy, así que...

—Puedo bañarme mañana. Un día más, un día menos.

—Soy una enfermera profesional, que te quede claro.

—Lo sé.

—¿Entonces? No es como que no haya visto otros penes o traseros antes.

Él levantó ligeramente la comisura de sus labios.

—Que me veas la polla es lo que menos me importa —soltó.

—¡Una sílaba!

—Sólo me dices una sílaba cuando te pones nerviosa, no jodas.

—Entonces ¿Qué es lo que te preocupa? —pregunté cambiando el tema, debía mantenerme profesional. El atractivo de Morrie no podía desconcentrarme.

—Que, si quiero moverme hacia un lugar y no puedo, esos brazos flacuchos que tienes no servirán para nada.

—Soy muy fuerte —fruncí el ceño.

—¿Ah sí?

—Sí. Te daría un puñetazo, pero ya estás lo suficientemente mal —le sonreí.

—Nunca imaginé tener una enfermera así, pensé que eran más... ¿educa...

—Una sílaba —lo observé con el ceño arrugado —. Iré por unas toallas, ya regreso.

Cogí la bandeja con mis delgados brazos y comencé a bajar las enormes escaleras de la mansión, hasta que, de pronto, pisé mal. Mi tobillo se dobló y por inercia, para no caer de sopetón encima de la bandeja, la solté consiguiendo que todo volara.

Veámoslo en cámara lenta: Una escuálida y flacucha Ainhoa bajando por las escaleras, pisa mal, su tobillo se enchueca. El rostro desfigurado y ella, alzando los brazos soltando la bandeja y haciendo volar toda la loza carísima.

Pues sigamos, el vaso de vidrio, el tazón y el plato chocaron con la escalera quebrándose en mil pedazos y yo, por supuesto, caí escalera abajo golpeando mi pequeño trasero por cada escalón hasta quedar sentada en el primero.

—Ay —fue lo único que emití cuando llegué al final.

Me había visto graciosa, sí, pero me dolía. Mi madre estaría gritándome tipo: ¡Podrías haber quedado invalida!

—Te has quedado sin culo —oí decir a alguien, alcé mi vista chocando con la de Mikkel. Mi rostro se ruborizó, pero luego sentí tanto dolor que decidí ignorar mi vergüenza.

Era una escena vergonzosa y hasta lastimosa.

Él de pie, yo sentada en la escalera con la loza quebrada a mi alrededor.

—Qué pena —expresé —, ya ni tenía.

Él sonrió, se quedó mirándome por unos largos segundos hasta que algo lo despertó de sus pensamientos.

—Déjame ayudarte.

—No, no... —me apoyé en la baranda de la escalera y me impulsé hacia arriba para ponerme de pie.

Ignoré cuánto me dolía el trasero y la columna, pues no era una chica llorona respecto a ningún dolor. Me moví como una abuelita con bastón y comencé a recoger los pedazos quebrados.

Él me observó a la distancia con algo de lástima en sus ojos y de todas maneras comenzó a juntar las partes de la loza de la escalera y comenzó a lanzarla hasta la bandeja casi como jugando basquetbol.

—Cuando era pequeña, todo el tiempo causaba desastres como estos —solté de pronto, me rendí en cuanto a los pedazos quebrados, eran muchos. De seguro iban a necesitar aspirar el lugar.

—¿También cuidabas enfermos cuando eras una niña?

—No, pero me lanzaba al barro como un cerdo, quebraba vasos sin querer, daba vuelta el jugo en la mesa de centro... —dije y él estaba mirándome con una expresión divertida. —Bien, gracias por esto —comencé a caminar en busca de alguna ama de llaves con la bandeja entre mis manos y él me siguió, de un ágil movimiento me quitó la bandeja y caminó a mi lado, dejándome atrás. Rápidamente lo seguí con el ceño fruncido, me metí a donde él iba hasta que llegamos a la cocina, que estaba completamente vacía.

—Gracias, pero —comencé y él me observó inexpresivo —, es mi trabajo.

—Te acabas de casi romper el culo en la escalera, no me pidas que no sea humano —agregó en su típico tono que ya estaba acostumbrándome a escuchar. Algo gentil, socarrón e irónico.

Guardé silencio y él, sin despedirse, volteó sobre sus pies y regresó a la sala.

Encontré a una ama de llaves unos minutos después y le expliqué mi accidente en la escalera, ella no era muy amable, pero igual me dijo que se haría cargo y que aspiraría el lugar para que nadie se cortara. Me dolía el trasero, pero decidí ignorar eso y subí las escaleras con las toallas en mis manos. Apenas entré, Morrie me observó de pies a cabeza, otra vez.

—¿Ocurrió algo? —me preguntó.

—¿Por qué?

—Oí que se quebró algo.

Sí, mi culo.

—Me caí.

—¿Qué?

—Me caí —repetí mientras abría la puerta del baño —, pero sigo viva. Y con trasero.

—No tanto —se burló con seriedad.

Me giré hacia él y con una sonrisa burlesca, lo observé.

—Mientras me sirva para ir al baño, no necesito más.

—¿Pero estás bien? —continuó. Me acerqué a él y lo ayudé a trasladarse hasta su silla de ruedas al costado de su cama. Eso podíamos hacer ahora, pero nada de caminar, no todavía.

—Estoy bien ¿no me ves? —me encogí de hombros, sonriente.

Él alzó una ceja, pero continuó con su seriedad hasta que estuvimos dentro del baño.

Gracias al dinero que tenían los Favreau, todo en esa gran mansión era adaptable para bañar a un tipo corpulento como lo era Morrie, así que hace ya unos días habían ido unos técnicos a adaptar la bañera para que Morrie no tuviera que esforzarse más de la cuenta ¿Ya mencioné lo grande que era Morrie? Yo me consideraba una chica alta, por encima del promedio y aun así Morrie me sacaba unos quince centímetros más. Su espalda triangular y sus brazos enormes debo admitir que en ocasiones me habían desconcentrado, pero me había mentalizado toda la noche para darle un puto baño a Morrie sin mirarle la polla.

Diosito, help me.

El silencio que a Morrie no le incomodaba para nada a mí me ponía un poco nerviosa y él parecía notarlo, pues lo único que hacía era mirarme a la cara en cada torpe movimiento que yo hacía.

—¿Qué? —espeté.

—¿Qué de qué?

—Estás mirándome.

—¿A dónde se supone que debería mirar?

Rodé los ojos.

—Ayúdame con esto —indiqué su brazo para cambiar el tema.

Él me obedeció y colaboró conmigo cuando le quité la camiseta, un poco quejumbroso, pero ya sabía que Morrie era muy valiente, al menos con sus heridas. Me aseguré de parchar bien las zonas que no debían recibir agua y luego le ayudé a quitarse el short holgado. Les juro que no miré. No en ese momento. Sólo le quité el short bajo su fuerte mirada y lo ayudé a meterse a la bañera. Se sentó en el lugar que habíamos adaptado para él y luego comencé a regular el agua.

—¿Siempre haces esto? —oí su voz detrás de mí.

—¿Qué?

—Cuidar de idiotas al borde de la muerte.

Encontré el punto exacto del agua y la acerqué a él para que la tocara.

—No todos son idiotas.

—Está bien —comentó refiriéndose al agua. —¿Existen personas al borde de la muerte que no son idiotas? —preguntó con ironía.

Comencé con su cabello y él se estremeció un poco, luego cerró los ojos y noté levemente cómo sus hombros se relajaron.

—Claro que sí. Hay muchos que sufren accidentes.

—¿Pero siempre vas a las casas, los cuidas y...

—No —apliqué shampoo en su cabello y él sonrió un poco —. Es la primera vez que vengo a cuidar de alguien.

Guardó silencio.

Masajeé su cabeza por un momento mientras él seguía con sus ojos cerrados y sus hombros relajados. Fue en ese momento cuando desvié mi mirada recorriendo los tatuajes que tenía en los hombros, en su brazo derecho, luego en su pecho y también esa ave de su abdomen... hasta que lo vi. Pestañeé incrédula cuando vi que su amiguito no estaba durmiendo. Se me ruborizaron las mejillas y rápidamente dejé de masajear su cabeza y le eché agua, él se sobresaltó y abrió los ojos, se acomodó en donde estaba e ignoró completamente la situación.

—¿Por qué has venido aquí entonces?

¿De qué estábamos hablando?

¡De cuidar a las personas en sus casas!

¡AH! CIERTO.

—Tenía una vida muy monótona aquí, llegué hace apenas un mes y me he aburrido bastante.

Él asintió y no continuó hablando.

El jabón fue una verdadera tortura. Puse un poco en la esponja hasta sacar espuma y en un sepulcral silencio comencé a jabonarle la espalda, luego los hombros, cuello, abdomen...

—Puedes seguir tú, debes practicar —dije rápidamente antes de llegar a su zona íntima. Él alzó levemente la comisura de sus labios y asintió. Con cuidado se jabonó mientras yo fingía estar buscando acondicionador. El calor se había apoderado de mis mejillas y él lo había notado. Era una pésima enfermera profesional, la doctora McCoy estaría muy decepcionada de mí si supiera esto.

Lo vi pasar la esponja por su abdomen una vez más, luego por debajo de sus brazos hasta que llegó justo a ese lugar. Se pasó lentamente la esponja, luego la dejó apoyada en su pierna y sin tapujo alguno se tocó frente a mí, deslizando hacia abajo... se me secó la boca, nuevamente sentí las mejillas arder y mi corazón acelerarse. Las zonas sensibles de mi cuerpo necesitaban a un chico pronto o terminaría siendo una vergüenza de enfermera para mi generación.

—¿Nunca habías visto a un hombre lavarse la polla? —lo oí.

Se me resbaló el acondicionador del respingo que di.

—Claro que sí —contesté temblorosa. Recogí el acondicionador y me apliqué en la mano.

—¿Ah sí? ¿Cuántos? —alzó una ceja.

—A ver... ¿cómo a dos novios y a unos...diez enfermos?

—¿Y te quedas mirándolos todo el rato?

—Sólo a los idiotas que están al borde de la muerte —sonreí.

Él me regaló una sonrisa torcida.

—Vamos, date prisa —continuó —o terminaremos follando justo aquí.

—¡Morrie! —gruñí. —Cállate. Soy una enfermera profesional ¿cómo puedes hablarme así?

Él rodó los ojos.

—Lo lamento, una sílaba.

—Sí. Una sílaba —fruncí el ceño.

¡Pero si te lo comerías completito!

¡Pero él no debe saberlo, conciencia!

Cuando al fin había logrado salir de su habitación dejándolo tendido en su cama, respiré hondo cuando cerré la puerta a mis espaldas. Me apoyé en ella y sólo pude pensar en qué demonios había sido eso y por qué existía tanta tensión sexual entre ambos ¡No debería!

Bajé las escaleras con cuidado en busca del canasto de la ropa sucia, me metí al largo pasillo que dividía en puertas esa grande mansión y oí voces en una de las oficinas. Una de las reglas era no escuchar detrás de las puertas, pero no pude evitarlo cuando me percaté de que eran las voces de Mikkel y Meral.

—¡Quiero hacerlo y ya! —gritaba ella con enfado.

—Contrólate —se oyó la voz de Mikkel en un tono bajo y amenazante. No lo había oído nunca así. —Lo haremos, pero no ahora.

—¡¿Por qué no?! ¡¿Has visto como dejó a Morrie?! ¡En esa habitación de mierda siendo cuidado por una maldita enfermera! ¡¿No te das cuenta de la gravedad de eso?!

—Si sigues gritando así, tendrás que resolverlo tú sola —zanjó él con decisión. Ella se silenció completamente —¿Qué demonios esperas hacer? No todo es tan jodidamente fácil. Necesitamos pensarlo y planearlo bien ¿oíste?

—Sí.

—Yo también estoy enfadado, pero primero quiero que Morrie se recupere ¿Olvidas que es él quien sufrió esto?

—Claro que no lo olvido.

—Entonces deja de joder y piensa un poco más. Además, si vamos a hacerlo, debemos sacar a personas desconocidas de aquí.

—¿Ainhoa?

—Sí.

¿De qué diablos hablaban?

—Lo resolveremos cuando Morrie esté bien.

Sentí que esa era la última frase de la conversación, así que rápidamente comencé a caminar por el pasillo alejándome de la puerta hasta que la oí a mis espaldas. No me giré, pero la persona —Mikkel o Meral— que venía detrás de mí se hizo rápidamente presente.

—Hola, enfermera —me sonrió Mikkel.

—Hola —sonreí.

—¿Cómo amaneció Morrie?

—Mucho mejor. Se dio su primer baño —le conté y él alzó las cejas sorprendido.

Mikkel si era expresivo. No como Morrie que parecía tener una nube negra sobre la cabeza todos los días.

Mikkel era más alegre, divertido, audaz y también un seductor empedernido. Tenía mucha personalidad y su carácter de aprovechado de seguro le había resultado bien con un sinfín de mujeres atractivas.

—Has sido una buena enfermera con él —comenzó a caminar a mi costado, giramos a la derecha y nos metimos a la sala en donde nos encontramos de frente con Garrick. De hace días no veía a Garrick. Sólo lo encontraba cuando desayunaba o cenaba, pero no subía a ver cómo estaba Morrie y ya habían pasado más de diez días desde el accidente.

—Ainhoa querida —sonrió con su típico semblante pasivo-agresivo. Le sonreí de vuelta sin decir ninguna palabra, luego su mirada se posó en su hijo —Mikkel.

—Papá —soltó él con cierta seriedad. Y Mikkel nunca estaba serio, pero me descolocó un poco la frialdad con la que lo miró.

¿Qué había pasado entre ellos?

¿Por qué sentía que entre Garrick y sus hijos existía una tensión de la que no se podía escapar?

¿Garrick había hecho algo mal o sólo sus hijos eran unos desagradecidos que no lo dejaban entrar en sus vidas?

—Estaba buscándote —continuó el hombre y cuando posó su mirada en la mía desperté de mis pensamientos.

—Lo lamento, voy a...voy a buscar el canasto —solté atropelladamente.

Ambos asintieron levemente mientras yo me alejaba y desde donde estaba, pude oír a Garrick:

—Te necesito para un pequeño trabajo.


***


Sábado de Desastrosos y peligrosos jiji

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BESOPOS

XOXO

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