Capítulo II
Cuídalo, protégelo. Luego te quitará los ojoscuando estés durmiendo.
22 de noviembre, 2018.
—Así que puedes hablar perfectamente —comenté ignorando el hecho de que prácticamente me había echado de su casa. —De todas maneras, te recomiendo que no hables tanto, las suturas de tus mejillas pueden sufrir las consecuencias.
Él emitió un sonido parecido a una risa sarcástica.
—Soy Ainhoa —continué.
Lo bueno de mí era que no me costaba relacionarme con las personas, hablaba muchísimo y no tenía problemas en poner temas de conversación. Tenía personalidad y era difícil ponerme nerviosa con alguien.
—Estoy bien —lo oí. Noté que él quería hablar más, pero el dolor en su boca y su rostro no se lo permitió.
Me acerqué lentamente hacia él, me senté en su cama y lo observé a los ojos.
—Sólo he venido a este lugar para ayudarte con tu recuperación, luego me largaré y podrás estar en tu cueva para siempre —comenté con dureza. En ocasiones, había pacientes que necesitaban que una fuese más severa o desagradable por su bienestar, Morrie estaba siendo uno —. Será fácil, los primeros días podemos comunicarnos con monosílabos ahora que sé que puedes hablar un poco. Sólo dime sí o no. No te pido más. No te enfrentaré a situaciones difíciles y puedes confiar en mí, de verdad, seré algo así como... —fingí estar pensativa —. Tu ángel guardián.
Él rodó su ojo.
Digo un ojo porque el otro lo tenía parchado y no podía verlo.
—¿Tienes hambre?
—No.
—¿Quieres acostarte?
—Sí.
—Voy a recostarte, pero necesitaré tu ayuda ¿de acuerdo? —me puse de pie, me acerqué a él y moví la silla de ruedas hasta el costado de su cama. Deslicé las sabanas, acomodé las almohadas y luego me acerqué a él. Lo cogí por la cintura, rodeándolo y cuando iba a ponerlo de pie, la puerta se abrió. Ambos nos giramos a ver quién.
—Déjame ayudarte —dijo Mikkel. Se acercó rápidamente a nosotros y con agilidad me ayudó a dejar a Morrie en la cama semi sentado como quería.
Mikkel era fuerte, podía notarlo en su espalda triangular y también en sus brazos. Se le marcaban los músculos debajo de su chaqueta. Se quedó a mi lado por un momento y luego me observó.
—Gracias —le dije. —pero no es necesario. Pronto Morrie es el que me tendrá que ayudar a trasladarlo... así vamos avanzando poco a poco.
—Si, pero todavía no se ve mejor. Además, tus brazos son muy delgados para tanto Morrie —sonrió y yo también lo hice.
Observé a Morrie por un momento.
—¿Quieres descansar?
—Sí.
—¿Puedes hablar? Te lo tenías guardadito, imbécil —sonrió Mikkel acercándose a él. Morrie lo observó con cierta gracia.
—Por ahora sólo dirá «Si» o «No» —contesté. —Sus heridas deben cerrar mejor antes de hablar. No queremos que ninguna se infecte ni se abra.
Mikkel asintió levemente mientras su sonrisa se desvanecía. Le guiñó un ojo a su hermano y luego ambos salimos de su habitación dejándolo a solas porque quería descansar.
—¿Puedo preguntarte qué le ocurrió? —me adelanté antes de que Mikkel bajara las escaleras. Él me observó por un momento, era muy alto... o yo muy pequeña.
—Mejor no saberlo.
—¿Es posible que vuelva a pasarle algo así?
—No. Él no pasará una vez más por esto. De eso puedes estar completamente segura.
—De acuerdo.
—¿Tienes hambre? —me preguntó. Fruncí el ceño ante su amabilidad. Él parecía ser el más caballeroso de los tres. —Puedo pedirle a Mérida que prepare algo rápido, debes estar exhausta. Tanto cambio de aquí para allá... —comenzó a caminar y yo lo seguí rápidamente. Un paso de él, eran como tres míos.
Cuando estuvimos en la planta baja lo seguí hasta la cocina. Todavía no conocía a Mérida y cuando la vi por primera vez me recordó tanto a una tía que quería muchísimo. Era una mujer baja y tenía manos regordetas, sus facciones toscas y apenas me vio me sonrió con alegría, como si me conociera.
—¡Bienvenida! —me dijo. —Eres muy joven, pensé que la Doctora Elizabeth se quedaría con Morrie.
—Ella está muy ocupada —le conté.
—Ainhoa la enfermera muere de hambre, Méridita —le dijo Mikkel con una sonrisa burlesca en el rostro, se acercó lentamente al refrigerador y sacó una botella con agua. Mérida de inmediato me observó.
—Puedo calentarte almuerzo... si quieres puedo...
—Con un sándwich estoy bien —aseguré.
Mikkel rodó los ojos.
—Qué tímida la enfermera ¿no?
—Almorcé antes de venir y...
—¿Qué comiste?
Fruncí el ceño.
—Una hamburguesa —contesté.
Él sonrió de medio lado, se sentó en la isla de la cocina y bebió al menos la mitad de la botella con agua.
—Para ser una enfermera, no eres nada saludable.
—Sólo fue algo rápido antes de venirme con mis cosas —me excusé, ofendida.
Mérida sólo nos ignoraba mientras preparaba un sándwich bien gigantesco.
—¿En qué has venido?
—En mi auto.
—Tu auto. ¿Tienes un auto? —sonrió —¿Qué modelo es?
Me encogí de hombros.
—Ni idea. Lo compré porque funcionaba el acelerador y el freno, no soy experta en autos. Ah... y estaba barato.
—De seguro es una chatarra —oí una voz nueva, era Meral entrando a la cocina.
Me sorprendía lo hermosa que era aun cuando sólo vestía un pantalón de chándal y una camiseta holgada que le rozaba los muslos. Besó la mejilla de Mérida muy efusivamente y luego nos observó.
—De hecho, sí, si es una chatarra —confirmé y ella sonrió.
—Ya tendrás más dinero para comprarte algo mejor ¿no? Mi padre paga bien a las nuevas —dijo y yo guardé silencio. Su comentario me había dejado un poco incómoda y Mikkel lo notó. Observó a Meral en la distancia y le frunció el ceño.
—Mi hermana es un grano en el culo, ignórala —me dijo.
—¿Morrie tiene algún botón de emergencia o algo? —preguntó Meral mientras sacaba unas papas del casi clóset que tenían en la cocina, lleno de mercadería.
—Sí —busqué en mi bolsillo, saqué un pequeño aparato que emitía un sonido desagradable y una luz roja se encendía cuando Morrie necesitaba algo. Él sólo debía mover su dedo índice y llamarme. —Tengo que activarlo, ahora sólo quería descansar.
Meral asintió levemente.
—Iré por las cosas que nos pediste —me dijo.
—Gracias.
Mérida se acercó a mí con el sándwich de queso, tomate y lechuga y yo le agradecí hambrienta. Meral se alejó de la cocina y vi a Mikkel ponerse de pie, sacó una botella con jugo y la puso frente a mí. Apenas iba a poner el líquido naranjo en un vaso, lo detuve.
—Yo no... no puedo beber eso —le dije y él frunció el ceño. —Soy alérgica a la naranja.
Él alzó una ceja.
—¿Jugo de piña?
—Mucho mejor.
Él hizo el cambio rápidamente en el refrigerador y me sirvió jugo. Le agradecí mientras me observaba con cierto interés. Era un chico imponente, de mirada fuerte e imperturbable. Sus pupilas parecían mucho más negras gracias al color claro de sus ojos.
—La naranja es la fruta favorita de Morrie —me contó y yo arrugué la nariz —¿Sólo te hace mal comerla o el olor y...?
—Sólo comerla o beberla. De cualquier forma.
—Espero que tengas una buena estadía en este lugar —me habló con seriedad. Sólo le sonreí mientras le daba una buena mordida al sándwich que estaba delicioso. —Meral puede ser un grano en el culo como te decía... pero no necesitas relacionarte tanto con ella. Es la melliza de Morrie y probablemente te joda día y noche para saber cómo está.
—La entenderé. Es su hermano.
Él asintió levemente.
—Iré por unas cosas al supermercado ¿necesitas algo, Mérida? —lo vi ponerse de pie mientras Mérida revisaba entre la mercadería. Conversaron un poco y luego Mikkel se largó despidiéndose de ambas con la mano.
Le tuve que explicar a Mérida que Morrie no podía bajar a comer con los demás y que las comidas debían ser prácticamente líquidas, al menos por una semana... hasta que bajara la hinchazón de sus mejillas y cerraran bien los puntos.
Cuando regresé al segundo piso, abrí suavemente la puerta de la habitación de Morrie. Él se encontraba con su ojo cerrado, pero apenas cerré, lo abrió para mirarme.
—¿Todo bien?
—Sí.
—Te traje esto —me acerqué a él, me apoyé levemente en su cama y le acerqué el aparato con el botón —. Cuando no esté cerca sólo debes apretarlo y yo estaré aquí lo más rápido posible. Probémoslo —sonreí. Él apretó levemente el botón y a mí me sonó el de mi bolsillo.
—Que ruido de mierda —oí su voz y me reí.
—¡No más de una silaba! —lo regañé. Él dejó de presionarlo y lo dejó a su costado. —Bueno Morrie, no has ido al baño ¿quieres ir al baño?
Él quiso reírse, pero no pudo. Lo supe por la forma en cómo me observó.
—He visto muchos traseros en mi vida, viejos, nuevitos... —le conté.
—No —dijo seco.
—¿Sólo pis?
—No.
—¿Quieres que le pida a Mikkel ayuda en eso?
—Sí.
—A Mikkel no le pagan por ser tu enfermera ¿sabías? A mí sí. Además ¿quién crees que te suturó esa herida del muslo? Yo mismita —me apunté con orgullo, para hacerlo sonreír. Él rodó los ojos. —¿Quieres ir ahora? Mikkel salió y...
—No.
—Ya pasaron un par de horas, necesito curarte las heridas de... del abdomen y también la de las piernas. Luego iremos con los brazos que es más delicado ¿de acuerdo?
Él sólo movió la cabeza asintiendo.
Encendí la calefacción de su habitación porque el tiempo ya comenzaba a sentirse en las paredes de esa mansión. Cerré las persianas y luego entré al baño para esterilizar los implementos que iba a utilizar. Salí con el botiquín, los guantes puestos y el cabello amarrado firmemente. Mientras le sacaba las sabanas de encima le conté un par de cosas del hospital para distraerlo. Sabía que era incómodo para él estar así, sobre todo si era así orgulloso como sus hermanos.
Me facilitaba mucho que estuviera sólo con un short holgado, así que sólo tuve que subírselo un poco percatándome, esta vez, que tenía un tatuaje en el muslo y también otro en el abdomen. La primera vez que lo había visto no me preocupé tanto, pues estaba casi muriéndose. Ahora tragué duro cuando vi lo fuerte que se veía sin ropa.
La herida de su pierna estaba cerca de su ingle. Saqué el parche con cuidado y vi que todo seguía en orden, limpié un poco mientras él se quejaba o cerraba los ojos con fuerza. Era muy valiente, pues esa zona era delicada, sobre todo porque cada vez que uno se movía esa zona tendía a estirarse. Él aguantó bien, la herida era profunda, casi como si le hubiesen enterrado una navaja con la esperanza de romperle las pelotas. Lo parché nuevamente y le bajé el short cubriéndole el muslo. Seguí con su abdomen y tuve que concentrarme mucho en su herida, pues estaba en muy buena forma. Tenía el cuerpo ejercitado, marcado, incluso estando en una posición que no le favorecía. Había un tatuaje de un pájaro en su vientre y cuando le saqué el parche que cubría su sutura, él se quejó.
—Lo lamento, dolerá un poco —le dije y él asintió levemente. —Esta es la herida más profunda que tienes, perdiste mucha sangre por aquí —le conté mientras limpiaba, quería que no se enfocara en el dolor, sólo en mi voz —. Tuviste suerte de que esto no haya llegado a alguno de tus órganos vitales.
Continué limpiando un poco y cuando iba a parcharlo, él movió su mano y la apoyó en la mía, causando que su toque me erizara la piel.
—No —me pidió más como una súplica.
—Hay que parchar, es mucho más cómodo para ti y también más seguro. Sé que duele, pero... pero es lo mejor.
Su respiración estaba agitada, así que me detuve un poco y sólo lo observé.
—Te dolió cuando te quité el parche ¿no?
—Sí. Mucho —dijo.
—Una sílaba —fruncí el ceño.
—Estás fastidiándome, puedo más —habló como pudo.
—No por ahora.
Él resopló.
—Para la próxima seré mucho más cuidadosa cuando retire el parche y todo estará mejor, ¿Puedo seguir?
—Sí.
Dejé su herida cubierta con cuidado, él se quejó un poco más, pude notarlo cuando los músculos de su abdomen se apretaron. Luego lo observé y le indiqué que le tocaba a su herida de la mandíbula, él sólo asintió con cuidado y yo me acerqué. Su respiración estaba cerca, podía sentirla sobre mi mejilla y se me apretó el estómago al notar que no había cerrado sus ojos, sino que me observaba muy fijamente. Apliqué agua oxigenada en la sutura, aguantando la respiración.
—Esta herida es la que está sanando más rápido —le conté. Pude jurar que las comisuras de sus labios se levantaron levemente, pero no dije nada al respecto, sólo volví a parcharlo y cuando me alejé noté que había retenido aire en mis pulmones.
Dios.
Tenía una mirada oscura y profunda, muy imponente e intimidante, incluso más que la de Meral que apenas pestañaba cuando hablaba con seriedad.
—¡Hola! —ambos nos sobresaltamos cuando oímos la aguda voz de Meral entrando en la habitación. Se nos quedó mirando, observó que Morrie estaba semi desnudo con el botiquín a su costado y sólo sonrió levemente —. No sabía que estaban curándote —le dijo —. Enfermera, te traje todo lo que pediste para Morrie.
Abrí mis ojos, sorprendida. Comencé a guardar las cosas en el botiquín y volví a cubrir a Morrie con las sabanas.
—¿Todo?
—Todo.
—¿La mesa y...
—Si, la mesa con ruedas, las muletas, el carrito con las ruedas... y la pizarra para hacer el calendario que mencionabas en el papel —dijo y yo seguía impresionada. Había puesto en el papel que probablemente podríamos conseguirnos cosas con el hospital, pero ella había llevado todo hasta allí. Y no era para nada barato. Yo lo sabía, pues trabajaba en eso.
—Gracias, de verdad —le dije y ella sólo asintió. —¿Llegó Mikkel?
—Está en el primer piso, ¿Por?
—Necesito que... —miré a Morrie de reojo y él entrecerró sus ojos, fastidiándome, pero rápidamente salí de su habitación y Meral me siguió —. Necesito que Mikkel lleve a Morrie al baño, se está aguantando seguramente porque no quiere que lo lleve yo.
—Oh... claro —asintió ella comprensivamente. La vi caminar rápidamente por el pasillo y bajó las escaleras, volví a entrar en la habitación y observé a Morrie quien no dejaba de mirarme con molestia.
—Tenía que hacerlo.
—No.
—Se te va a reventar la vejiga o el intestino si no vas al baño.
—No.
—Todos mean, Morrie. Y todos cagan, claro. Menos yo —bromeé y él sonrió un poco, pude verlo.
—Los bonitos no cagan.
—¡Una sílaba!
Rodó los ojos.
Él iba a decir algo, podía verlo venir, pero la puerta nuevamente se abrió dejándonos ver a Mikkel. Nos observó a ambos y luego fijó su atención en su hermano.
—Pues a cagar, Morrie —le dijo y yo no pude evitar reírme un poco, pero apenas Morrie hizo contacto visual conmigo, me mantuve seria. Muy seria. Era una enfermera seria.
—Mikkel, por favor, más discreción —le pedí. —Iré por la cena —avisé.
Los dejé a solas y bajé las escaleras.
En la cocina sólo estaba Mérida preparando la cena para los Favreau. Por supuesto que le tenía lista la cena a Morrie, todo molido y en una bandeja muy elegante. Hasta le había puesto un par de florecitas. Sonreí cuando noté lo tan detallada que era.
—Oye Mérida —la llamé y ella me observó —¿Hace cuánto trabajas aquí?
—Tres años —me contó.
—¿Y son fáciles de llevar? —ella entendió enseguida que me refería a la familia Favreau. Sólo sonrió.
—Te acostumbras rápido.
Miré la hora y noté que ya era su hora de cenar. Y, sin previo aviso, entró un hombre que no había visto. Era muy alto, vestía elegante y tenía una nariz protuberante. Me sonrió apenas me vio.
—Soy Darwin, el mayordomo —se presentó entusiasta —. Tu debes ser la enfermera de Morrie.
—Si, hola. Soy Ainhoa.
—Que lindo nombre —me dijo. Luego se acercó a Mérida quien tenía servidos tres platos y Darwin los sacó de la cocina para seguramente llevárselos a Garrick, Meral y Mikkel.
—¿Siempre es la misma rutina?
—Si. Cuando se tiene mucho trabajo es necesario tener una rutina estricta —comentó ella muy concentrada en el postre.
Iba a sacar algo de la nevera cuando el aparato en mi bolsillo comenzó a sonar, Mérida y yo nos sobresaltamos, le pedí disculpas, lo apagué y cogí la bandeja entre mis manos. Subí las escaleras con muchísimo cuidado, pues todo era líquido en esa bendita bandeja. Empujé la puerta entreabierta y sólo vi a Morrie en la cama, dejé la bandeja al final y acerqué la mesita que había traído Meral.
—¿Más relajado? —bromeé y él no me respondió, sólo me observó —. Te traje la cena, de seguro estarás hambriento.
—Sí.
—¿Eres diestro?
—No.
—Genial, tienes el brazo izquierdo libre de operaciones ¿Crees que puedas ocuparlo? —le pregunté dejando la bandeja en la mesita y arrastrándola hasta él. Se la coloqué a una distancia prudente y él intentó mover un poco más el brazo izquierdo, muy lentamente. —¿Te duele?
—Sí.
—¿Quieres ayuda?
Su respuesta tardó más en llegar.
—Sí.
—Entonces con permiso —le sonreí. Me subí a su cama, me crucé de piernas y tomé la cuchara posicionándome a su costado. Él me observaba con atención y curiosidad. No sé si él esperaba tener una enfermera tan parlanchina, pero al menos lo hacía sonreír.
Era consciente de que sus labios seguían con heridas y que seguían hinchados, al igual que sus mejillas. Esperé que la comida se enfriara un poco mientras soplaba con entusiasmo y luego tomé una pequeña porción. Era más una crema que sopa, así que no era tan difícil de manipular. Mérida se había esforzado en su crema de papas, zapallo, pollo y espinaca. Acerqué la cuchara a sus labios y fue él quien se acercó para comer cuando se sintió seguro.
La cena fue lenta, pues parábamos a ratos porque le dolían las encías. En tres días sólo se había alimentado de suero, pero fui paciente, siempre lo era con mis pacientes. Me gustaba ayudar y hacer sentir cómodas a las personas cuando estaban súper mal. Y él estaba muy mal.
—Cuando era pequeña adoraba comer papillas así, las comí hasta como los once años —le conté y él sólo me escuchaba —. Bueno que ahora sigo moliendo las papas y el zapallo en cualquier cosa que los vea, ¿a ti te gustó esta comida?
—Sí.
—Mérida es una gran cocinera ¿no?
—Sí.
—Bebe un poco más de agua, te hará bien.
Él me obedeció como un niño pequeño mientras le sostenía el vaso en sus labios y luego lo alejó.
Cuando terminó su comida, me puse de pie y comencé a ordenar todo. Vi de reojo cómo se acomodó en la cama hasta quedar acostado, sonreí para mis adentros al saber que poco a poco iba a poder moverse solo. Intentó subir el cubrecama para abrigarse, pero no lo consiguió. Oí su bufido y antes de dejarlo frustrarse, me acerqué a él y lo cubrí.
—Podrás hacerlo solo dentro de nada —le aseguré. —Estoy en la habitación de al lado, cualquier cosa ya sabes, aprieta el botón —dejé su aparato justo a su costado —¿Apago la luz?
—Sí.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Ainhoa —lo oí. Se me apretó el estómago al escuchar mi nombre desde su boca. Tenía una voz grave, profunda y masculina, pero como debía ser una enfermera profesional...
—¡Una sílaba! —lo regañé cerrando la puerta.
A la mañana siguiente me desperté temprano, antes del desayuno de la familia Favreau. No había visto a Garrick y eso me inquietaba un poco pese a que no quería verlo, pero... ¿qué hacía? ¿Por qué no andaba por su mansión? ¿o sólo se encontraba encerrado en su oficina?
La mañana estaba fría, así que me metí en los jeans, unos pequeños botines y un chaleco azul. La bata de enfermera encima y la coleta alta de siempre. Me percaté de que la puerta de Morrie seguía cerrada, así que antes de despertarlo, bajé las escaleras para llevarle desayuno.
—¡Buenos días, Mérida! —la saludé con entusiasmo. Mérida tenía esa energía positiva de algunas personas. Esa que te hacía estar de buen humor.
—Buen día, Ainhoa ¿qué tal tu primera noche?
—Perfecta.
—¿Morrie no necesitó ayuda?
—No. Por cierto, le encantó la cena —le hice saber y ella sonrió orgullosa.
—Le dejé yogurt y fruta molida ahí encima para que desayune, es naranja. Su favorita —me dijo y yo arrugué la nariz. Él se pondría feliz, pero el sabor ácido de seguro lo haría sufrir.
Golpeé un par de veces la puerta de Morrie, nadie respondió. Cuando entré no lo vi en su cama y el pánico me invadió. Dejé la bandeja encima de la mesa y miré a mi alrededor ¿dónde se había metido?
—¿Morrie?
Nadie respondió.
La ventana estaba abierta, las persianas también y la histeria me invadió, así que las cerré rápidamente. Luego recordé...
Miré la puerta al otro extremo y estaba cerrada.
—¿Morrie? —golpeé.
—Sí.
—¿Estás solo?
—Sí.
—¿Estás bien?
—No.
—Voy a entrar.
—No.
—¿Quieres que llame a Mikkel?
—No.
—¡Morrie! Entraré a las una...dos...y... ¿Morrie?
—¿Sí?
—Déjame entrar, soy tu enfermera. Se supone que debo mantenerte a salvo... ¿Puedo?
—Sí.
Giré la manilla y lo vi.
***
Tengo un compromiso conmigo misma que es subir capítulo de esta historia todos los sábados, pero como no confío en mí, no haré ese compromiso con ustedes XD JAJAJA
¡No olviden dejar sus votos y comentarios!
BESOPOS
XOXOXO
J.
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