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Capítulo I

Escapa cuando puedas porque cuando quieras... será demasiado tarde.


19 de noviembre, 2018. 03:21 AM.

La doctora Elizabeth McCoy corriendo por el pasillo llamó mi atención esa madrugada. Dejé el tazón de café encima del escritorio y me puse de pie, quizá había una emergencia de la que todavía no estaba enterada. Me apoyé en el mesón y me incliné hacia adelante para observar la situación. Fue en ese entonces cuando un enfermero entró empujando la camilla de un paciente a toda velocidad. Detrás de él venían dos chicos que no miré con detalle, pero cuando la camilla entró a una sala, ambos se quedaron afuera, frustrados. Mi trabajo esa noche era atender emergencias pequeñas, pero cuando la doctora McCoy gritó mi apellido por el pasillo inmediatamente me puse de pie dejando nuevamente a ambos chicos detrás mientras entraba a la sala.

Me quedé helada cuando vi a un chico envuelto en parches, con el rostro desfigurado y una parte de su cuerpo destrozada.

—¡Ainhoa! —oí la voz de la doctora. La observé de inmediato, reaccionando. —Necesito que le pongas oxígeno y le pases medicamentos de inmediato.

Rápidamente me puse en marcha, me lavé las manos, me coloqué una mascarilla y guantes. Preparé los implementos e hice todo lo que ella me pidió con mucho cuidado. El chico realmente se veía en pésimas condiciones, casi como si una manada de rinocerontes le hubiese pasado por encima.

—¿Qué le ocurrió? —le pregunté a la doctora cuando ya tenía al paciente un poco más estable.

Su ritmo cardiaco era bajo, pero todavía podíamos controlarlo.

—No lo sé —me contestó mientras hacía una llamada.

—Debemos cerrar sus heridas profundas, está perdiendo mucha sangre —sugerí.

—Si, por favor hazte cargo... —me pidió y yo fruncí el ceño —. Dile a Trevor que te ayude.

—Pero sólo soy una practicante y...

—Y eres la mejor en esto, así que hazlo —soltó. Luego la vi salir apresurada de la sala dejándome a solas con Trevor, el chico que guiaba mi práctica en aquel hospital.

—Seamos rápidos —le dije y él frunció el ceño —. Debemos suturar las heridas profundas. Por favor, Trevor, acércame los implementos.

Y, como si él fuese mi ayudante, me trajo todo lo necesario y con cuidado comenzamos a intervenir las heridas que necesitamos suturar. Como, por ejemplo, una de su brazo, otra de su muslo izquierdo y también en el mentón. Él ya estaba completamente dormido por el medicamento que le había pasado, así que fue rápido. Y pese a que mis manos temblaron en todo momento, intenté que todo quedara perfecto. La doctora McCoy entró a la sala unas horas después, cuando el chico ya estaba relativamente estable, sin heridas sangrándole y aun dormido.

—Lo has hecho perfecto —me dijo cuando examinó al paciente. Sólo asentí. Ella respiró hondo, como si le afectara más de la cuenta ver al paciente en ese estado. —Por la mañana debe someterse a radiografías.

Yo asentí.

—Creo que tiene la clavícula dislocada. Hay que operarlo... —la observé y ella me dio la razón —¿Supo lo que ocurrió?

—Tuvo un accidente.

—¿Estaba borracho?

Se encogió de hombros.

—Tan joven y quedar en estas condiciones... —suspiró ella.

—Es lamentable que no cuiden su vida —opiné.

Me enteré de que ese paciente había pasado toda la noche en el hospital, pero como tenía cambio de turno a las ocho de la mañana, no supe más de su situación hasta en la noche cuando regresé. Estaba encargándome de las madres primerizas del hospital cuando mi móvil sonó en mi bolsillo. Fruncí el ceño cuando en la pantalla leí "Doctora McCoy".

—¿Hola? —contesté cerrando la quinta puerta a la que había entrado para ver rostros de madres cansadas.

—¿Ya ingresaste?

—Hace unas horas ¿ocurrió algo?

—¿Puedes venir al tercer piso? Necesito tu ayuda con algo.

—Bajo de inmediato.

Caminé por el pasillo vacío y silencioso, tomé el primer ascensor que llegó y marqué el tercer piso. Algo me decía que tendría que ver con el sujeto que había ingresado la madrugada anterior... y no me equivoqué. Cuando busqué a la doctora en su oficina, su asistente me indicó que estaba en la sala 318. Justo en la sala de aquel chico destrozado.

—Buenas noches doctora McCoy —saludé al entrar. Cerré la puerta a mis espaldas y me percaté que el tipo de la camilla estaba despierto. Tenía el cabello oscuro como el carbón y tatuajes que la noche anterior yo no había visto por el nerviosismo que me cargaba en el cuerpo.

Me sorprendió el estado en el que él estaba. Nunca me había enfrentado a alguien que había tenido un accidente de esas magnitudes... ¿quizá había chocado? ¿Quizá estaba borracho o quien lo chocó estaba borracho?

La mitad de su rostro estaba con vendas o parches, su brazo en una tablilla porque seguramente ya lo habían operado de la clavícula y se encontraba semisentado, sin ninguna expresión...tampoco es como si pudiera hacer alguna, pues tenía todo el rostro hinchado.

—¿Cómo estás? —oí la cálida voz de la doctora.

—Bien, estaba en el piso nueve —le conté y ella sonrió. A la doctora McCoy le gustaba el pasillo de los nuevos bebés, a mí no tanto porque cuando lloraba uno se ponían a llorar los quince de la habitación. Y yo no tenía demasiada paciencia con eso.

—¿Vamos por un café? —me dijo ella y yo asentí.

Le dimos una mirada al chico y luego ambas salimos al pasillo. Ella respiró hondo mientras caminaba a mi lado.

—¿Ocurre algo malo? —le pregunté sin aguantarme. No era buena esperando las noticias o me las decían enseguida o la ansiedad iba a matarme.

—No, nada. Nada tan malo —comentó mientras girábamos en una esquina acercándonos al ascensor —Necesito tu ayuda, Ainhoa... En realidad... él la necesita.

—¿Él?

—Morrie.

—¿Morrie?

—El chico de hace unos minutos —me dijo y yo alcé las cejas. El desfigurado. Claro.

—¿Necesita que lo intervenga otra vez? —pregunté apretando el botón para que el ascensor viniera por nosotras.

—Necesita más que eso, cariño —me observó y yo fruncí el ceño sin entender.

—No me levanté entendiendo las indirectas hoy, doctora McCoy ¿Podría ser un poco más clara? —le pregunté con una sonrisa nerviosa, ella asintió lentamente cuando se abrieron las puertas del ascensor.

—Necesita una enferma puertas adentro y...

No terminó la frase cuando mi mirada se fijó en la de ella.

—No puedo —dije de inmediato.

—Ainhoa... él es un buen chico, lo conozco desde pequeño y sé que te pagarán sumamente bien. Tienen mucho dinero, pero de verdad necesita una enfermera las veinticuatro horas del día con él ¿viste como quedó?

—Claro que lo vi, pero... —me relamí los labios, nerviosa. No me gustaban las responsabilidades de esa magnitud, no cuando recién estaba entrando al mundo de la enfermería. Algún día quería llegar a ser una gran doctora como ella, pero no así. Había historias escalofriantes de enfermeras puertas adentro. Abusadas, violentadas, con pacientes muy contagiosos y yo sólo tenía veintiún años. —No sé si estoy preparada para hacerlo.

—Estás muy preparada, eres la mejor practicante que tengo y fuiste la mejor toda la carrera —aseguró cuando el ascensor se detuvo en el primer piso y comenzamos a caminar hasta la cafetería —. Morrie estará en esas condiciones por al menos dos semanas. No podrá moverse, necesita alguien que le cure las heridas, que supervise su avance, que haga ejercicios con él cuando comience a mejorar...

—Necesita una sirvienta —la observé.

—El sueldo es muy bueno, Ainhoa.

—¿Y si no nos llevamos bien?

—Es un chico muy dulce, sólo que ahora y en unos cuantos días más no podrá hablar. Todavía tiene el shock del accidente. Además, tenía heridas muy profundas en las mejillas... no sé cómo no quedó sin dientes —suspiró. —¿Qué dices?

La miré por unos segundos, indecisa.

—Dos cafés, por favor —le pedí a la chica detrás del mesón. —No lo sé, doctora —la observé.

—Por favor dime Libby.

—Que me diga eso no hará que acepte más rápido —comenté y ella sonrió divertida. —Además... ¿Por qué no va usted?

—No puedo. Tengo muchas cosas que hacer aquí, sabes que soy la cara visible de esta unidad. Además, en casa me espera mi esposo y no puedo tomar este trabajo que implica quedarme allá...en cambio tú...

—Claro, la pobre Ainhoa está sola en la ciudad —hice un puchero y ella me observó con una sonrisa inocentona. La chica nos pasó los cafés, pagamos y luego regresamos al pasillo.

—Quiero decir... estás sola, vives en un departamento de mala muerte y tienes un horario agotador en este lugar. Quizá te vendría bien un cambio y más dinero ¿no?

Ella tenía razón.

No tenía nada mejor que hacer, incluso no tenía amigos en la ciudad por el demandante horario del hospital y también se debía a que había llegado hace nada a la ciudad.

—Lo pensaré —le dije y ella sonrió con tranquilidad. Era pésima «pensando», pues siempre terminaba diciendo que sí.

Esa mañana regresé a casa con algo nuevo en qué pensar. Lancé mi bolso al sofá, encendí el hervidor y luego me metí a la ducha. El agua caliente sobre mi cuero cabelludo me hizo pensar en que quizá si era una buena idea ir con el chico a casa y ayudarlo en su recuperación. Por su estado seguramente sería un mes y unos cuantos días. Tiempo suficiente para ganar buen dinero y pagarme algún máster o especialidad en enfermería. Además, no podía fallarle a la doctora McCoy, ella me había ayudado desde el primer día en el hospital y me había dado la oportunidad de demostrar lo tanto que me gustaba ayudar a los demás.

Me sequé el cabello por un rato mientras miraba la televisión y cuando lo tuve completamente seco me tendí en la cama. Definitivamente estaba muy sola en aquel lugar y una aventurita no le venía mal a nadie. Ni siquiera a mí.

Morrie seguía internado en el hospital, pero la doctora McCoy, después de confirmarle que aceptaría el trabajo, me indicó que debía ir a hablar con la familia del chico. Y también quería que conociera el sector, la casa y las personas que los rodeaban. Ah. Y también debía hablar con el padre de Morrie, que según ella era intimidante, pero yo «sabría» tratar con él.

Me había puesto mi mejor vestimenta para una entrevista formal, me miré en el espejo y me contuve las ganas de coquetear conmigo misma. No era el tipo de chica que se arreglaba a diario, incluso era un desastre cuando no había nada que hacer como los domingos... podría admitir que mi mejor vestimenta era la bata del hospital.

Aparqué mi coche de mala muerte justo en donde indicaba mi GPS. Era un lugar completamente aislado, entre calles oscuras a plena luz del día y con cientos de árboles enormes alineados en las soleras. Miré en distintas direcciones intentando conseguir la imagen de la misma fotografía que se apreciaba en Google maps. Hasta que finalmente vi la puerta de la gran mansión frente a mis ojos. Ay no. De seguro era un chico rico caprichoso borracho y arriesgado.

Toqué el timbre y de inmediato escuché la voz de una mujer que me habló por el altavoz.

—¿Quién es?

—Ainhoa Héller. Tengo una cita con... —miré de reojo mi móvil el nombre del tipo —¿Garrick?

—Deja cerrado al entrar —zanjó y el altavoz se cortó.

No pasó más de un segundo cuando el portón se abrió sobresaltándome. Empujé la reja y luego la cerré. El lugar era muy grande, pero intenté disimular mi sorpresa, pues no quería quedar como la Ainhoa pueblerina, aunque no podía dejar de mirar los grandes arbustos que rodeaban la propiedad y las terminaciones rústicas de la casa.

Apenas me acerqué a la entrada, una mujer me abrió la puerta, me observó de pies a cabeza y yo le sonreí.

—Buenos días —me saludó seca. Ni siquiera me sonrió, sólo abrió la puerta un poco más dejándome pasar —El señor Favreau la está esperando.

Asentí silenciosa, abriéndome paso por la gran mansión.

No pude detenerme a mirar el lugar, pues la mujer esbelta y con vestido hasta los tobillos caminó delante de mí indicando que la siguiera, y así lo hice hasta que nos detuvimos en una gran puerta de madera oscura. Era tan grande que hasta parecía ser pesada. Ella golpeó un par de veces antes de empujar la puerta y dejarme a solas. Todo parecía tallado a mano en ese lugar. Demasiado pulcro, demasiado antiguo y muy valioso. Apenas puse un pie dentro de esa oficina, vi a un hombre mayor, de cabello claro, pero con abundantes canas. Vestía un traje gris elegante, fumaba un cigarrillo de lo más calmado y caminó con tranquilidad hasta estar al otro extremo del escritorio.

Era un lugar sombrío, las paredes eran oscuras y había libreros alrededor consiguiendo que todo se viese demasiado grande al menos para mí. El escritorio también era de un color marrón oscuro y sobre él descansaban unas hojas. No quise inspeccionar más de lo debido y me senté frente al hombre quien me observó con desinterés.

—Preséntate —exigió.

Le dio una larga calada a su cigarrillo y luego botó las cenizas en un vaso de cristal que parecía ser sumamente fino y caro, pero ignorando eso... ¿qué diablos se creía para ser así de mal educado? «Preséntate» ¿Así nada más? ¿Acaso ese hombre había recibido ayuda antes?

Arrugué el entrecejo, pero recordé a la doctora McCoy y al pobre chico desfigurado.

—Soy Ainhoa Héller. La doctora Elizabeth McCoy me pidió que ayudara a su hijo en su recuperación. Seguramente habló con ella.

—Si, hablé con ella —continuó serio —¿Serás la enfermera de Morrie?

Asentí.

—Dime, Ainhoa —pronunció mi nombre con lentitud intentando no equivocarse en la pronunciación —¿Qué hace que una chica tan joven quiera limpiarle el culo a mi hijo durante su recuperación? —soltó con descaro. Casi pude verme abriendo la boca con horror, pero fingí no molestarme, pero no logré ocultar del todo mi personalidad.

—Primero... no le limpiaré el culo a nadie —expresé y él esbozó una sonrisa que no supe descifrar si era de burla o aprobación —Y también porque necesito el dinero.

Él asintió levemente, dio otra calada al cigarrillo y luego exhaló el humo en dirección contraria a la que estaba yo. Menos mal. Con su mano hizo un gesto para que el humo se esparciera por la oficina y luego fijó su gélida mirada en la mía.

—¿Cuáles son específicamente las tareas que tienes que hacer?

—Específicamente ayudar a Morrie en todo lo que necesite.

—¿Una niñera?

Apreté la mandíbula, pero este viejo me estaba retando y yo jamás perdía. Así que sólo fingí una sonrisa.

—Claro, algo así como una niñera.

Él continuó observándome con sarcasmo.

—Necesito que seas sincera ¿mi hijo tiene recuperación o quedó con secuelas graves?

Alcé una ceja.

—Su hijo está estable y dentro de un mes y algunos días podrá hacer su vida completamente normal. Como antes.

Él asintió levemente.

—Necesito que lo cuides. Que pongas todo de tu parte por tenerlo con vida y que no haga nada estúpido —comentó con frialdad. —Te cuento un poco... tenemos dos cocineros, una empleada y la mujer que te trajo hasta aquí. Tendrás tu propia habitación en el mismo piso que en el de Morrie y puedes acceder a todas las alas de la casa, pero no entrometiéndote en cosas que no son de tu incumbencia ¿de acuerdo? —su voz era áspera, y aunque intentó ser amable conmigo, fue una exigencia muy dura que entendí al instante.

—¿Cuántas personas viven aquí? —me atreví a preguntar.

—Mis tres hijos y yo.

Asentí.

—¿Tienes otra pregunta?

—Nop.

—Mi nombre es Garrick Favreau —estiró su mano para que se la sostuviera, fue lo que hice luego de unos segundos. Él apretó con una fuerza prudente mi mano y la movió de arriba hacia abajo. Su voz había sonado baja, áspera e impenetrable. Me percaté de lo que había dicho la doctora McCoy era cierto. Era un hombre intimidante —Y bienvenida.

Tragué saliva sin una expresión clara en mi rostro y eso que yo era muy expresiva.

—Kora te mostrará la casa —me dijo y yo asentí lentamente.

El hombre se quedó mirándome tipo ¿te vas a ir o no? Así que rápidamente me puse de pie y salí de la oficina. Apenas caminé por el pasillo apareció la mujer que ahora sabía que su nombre era Kora, delante de mí. Me sonrió, pero no pude descifrar si era gentil o sólo una obligación.

—Vamos, de seguro quieres conocer la casa —apoyó la palma de su mano en mi espalda y me dio un pequeño empujoncito para que avanzara junto a ella en la dirección que ella quería.

Sin más, caminó delante de mí. Llevaba un vestido elegante, negro y largo hasta sus tobillos. Utilizaba unos tacones pequeños y tenía el cabello recogido como un tomate. Mientras caminaba, movía su culo de derecha a izquierda en sintonía con sus pisadas. La mujer representaba unos cuarenta y tantos años, tenía expresiones agradables, pero el tono de su voz no terminaba de convencerme.

El pasillo era amplio, pero con una tenue luz sombría en sus paredes. Parecía una casa sumamente antigua que había visto pasar a muchas generaciones de la familia. En las paredes había cuadros de personas, todos tenían el mismo tamaño y forma. Había unas cuantas pinturas extravagantes que, en realidad, me gustaron bastante.

Kora dobló a la derecha y yo la seguí cual pollito seguía a su madre gallina y allí apareció ante nosotras una sala parecida a un cuarto de estar, pero atájenme que me caigo, no era un living para nada convencional. Tenía sillones antiguos, pulcros, oscuros y decoración que incluso temías mirar porque podía quebrarse. Había una televisión enorme allí y no pude evitar pensar en lo maravilloso que sería una tarde completita de Game of thrones en ese gran cine. Pensé en las mil y una formas que tendría de pasar mi tiempo libre allí y me gustó.

—Este es el cuarto de estar —mencionó Kora, cruzó sus brazos por delante de su abdomen y me observó detalladamente —, nadie pasa demasiado tiempo aquí.

¿Por qué? ¡Tenían una puta sala de cine en casa!

Me limité a guardar silencio y el tour continuó.

Me enseñó el comedor en donde se extendía una larga mesa de madera antigua, por supuesto, con doce sillas alrededor, con cinco sillas por cada lado y una en cada esquina. Todo me pareció tener un aspecto macabro, ni siquiera se notaba que en esa casa tuvieran cenas familiares enormes. Kora mencionó que todos cenaban ahí, así que le creí, pues venía recién llegando a esa mansión.

La planta baja tenía al menos siete sectores diferentes, entre ellos una biblioteca con "reliquias familiares" como había mencionado mi guía turística, las habitaciones de otras amas de llave que, en realidad, no miré mucho, pues no me gustaba pasearme por allí sin sentirme como si estuviera en un zoológico, baños de invitados que parecían más grandes que mi habitación, entre otros. Y, me sorprendí muchísimo cuando me enseñó la cocina: era un sitio pulcro, iluminado por la luz del día, con cerámica pálida y decoraciones extravagantes. Había una mesa de cerámica en una esquina en donde Kora mencionó que "los chicos" pasaban más tiempo allí que en el comedor. Me imaginé que ese era el término para llamar a los hijos de Garrick.

Salimos de la cocina y por la gigantesca escalera llegamos al segundo piso. Me sorprendía que en cada esquina hubiera una decoración carísima. Miré por el pasillo que se extendía de izquierda a derecha, Kora se abrió paso con confianza y se dirigió hasta quedar afuera de una puerta blanca, giró la manilla y abrió.

—Esta es tu habitación desde ahora en adelante —informó —. No te enseñaré las demás habitaciones por privacidad. Espero que te acostumbres rápido. Encima de la cama están las reglas, los horarios y las llaves —dijo mirándome directamente a los ojos. —Mi habitación está en la planta de abajo, ya te enseñé cual era. Si necesitas algo, golpeas.

—De acuerdo.

—Ah, y no se te ocurra entrar a los lugares que no te mostré —exigió. Su voz fue dura, fría y de una orden que debía quedar sumamente clara —. Hay lugares de los que estamos excluidas ¿está bien?

Asentí. Tampoco es como que iba a chismosear por la mansión, pues iba a estar ocupada manteniendo vivo a un chico desfigurado.

Volteó sobre sus pies y caminó hacia la escalera moviendo su trasero caído.

Miré la puerta con desconfianza y la empujé lentamente. Esperé cualquier cosa, incluso un colchón en el suelo, pero quedé anonadada cuando frente a mí apareció una cama doble, una televisión, un escritorio y un clóset tan grande que tendría que comprarme ropa nueva. Sí, claro. Rápidamente cerré la puerta detrás de mí y moví mis pies con entusiasmo, como si estuviese corriendo en mi lugar y luego di pequeños saltos de triunfo. Cualquiera que me hubiese visto desde otra perspectiva estaría tipo: ¿tienes un bicho en el trasero o qué? La doctora McCoy tenía razón, quizá si debía arriesgarme a otras cosas ¡Sobre todo a estas!

Había una ventana en la habitación con vista a las oscuras calles del lugar, también había un baño en exclusiva para mí con todo lo necesario, incluso con velas...

Ya estaba sintiendo que había sido traída aquí como invitada estrella y no simplemente como una enfermera.

—¡Ay Diosito gracias! —solté en un susurro. Por supuesto Diosito me había escuchado.

—Por nada —escuché.

Solté un grito digno de película de terror, me volteé con el corazón latiendo con fuerza y vi una chica alta, de cabello oscuro y corto. Completamente hermosa. Llevé una mano a mi pecho e intenté regular mi respiración.

—Lo lamento —soltó, elevó sus cejas y me recorrió por completa sin tapujo —. Quería conocer a la chica que mantendrá a salvo a mi hermano —expresó, se acercó a mí y estiró su mano —. Soy Meral Favreau.

Sus ojos claros me penetraron la piel, parecía una chica dulce, pero el tono de su voz no era para nada concordante a cómo se veía. El cabello oscuro no le tocaba los hombros y utilizaba ropa ajustada y oscura. Tenía la nariz respingada y esbozó una sonrisa cuando notó que la miraba más de la cuenta sin reaccionar.

—Ainhoa —cogí su mano y la estrujé con cuidado. Casi en un tono torpe, para nada actuado. La verdad me había asustado y su actitud tan fría me hacía tenerle una desconfianza horrible.

—Bueno, Ainhoa —soltó mi mano y metió sus manos a los bolsillos de su chaqueta —, veo que eres joven. Así que cuídate —expresó y yo hundí mi entrecejo ¿a qué se refería con eso? —Y claro, bienvenida.

¿Qué demonios?

¿Cómo es que le dices a alguien que «se cuide» con ese tono de voz para cagar del susto a alguien y luego le das la bienvenida con una sonrisa bonita?

—¿Cuidarme de qué? —pregunté de inmediato, ella se encogió de hombros con desinterés.

—De lo que sea.

No dije nada, no porque no tenía nada para decirle, sino porque salió de mi ahora habitación y me dejó sola. Con cautela me acerqué a la puerta, miré hacia afuera y no la vi. Cerré esta vez con pestillo y fruncí el ceño con confusión.

¿Debería escuchar más profundamente sus palabras y apretar el trasero y salir corriendo?

Por supuesto que no, Ainhoa, no seas estúpida.

Decidí no darle importancia a la extraña bienvenida de la hija de Garrick y me senté en la cama; tomé la nota que allí se encontraba y comencé a leer.

Reglas:

1. Hora de desayuno: 9:00AM

2. Hora de almuerzo: 14:00PM

3. Hora de la merienda: 18:00PM

4. Hora de la cena: 20:00PM

5. No invitar a amigos ni a familiares en sinónimo de visita.

6. No comer en el mesón principal con la familia Favreau.

7. No entrometerse en conversaciones ajenas.

8. No escuchar detrás de las paredes.

9. No subir al tercer piso.

10. No bajar a los subterráneos.

¿Qué demonios? ¿Había tercer piso y subterráneos? ¿En qué lugar estaban esas entradas?

11. Golpear puertas antes de entrar. SIEMPRE.


Dejé la lista en la cama, aunque las reglas continuaban como hasta la 27, pero me sentía completamente abrumada. Sobre todo, porque seguramente yo le cambiaría todas las reglas a ese lugar con los cuidados que iba a necesitar Morrie.

Al menos ya había conocido a Meral y también a Morrie el desfigurado —mi futura responsabilidad—, sólo me faltaba el otro hermano y ya estaría como en casa.

Si, claro pequeña Ainhoa... tan inocente.

Llamé por teléfono a la doctora McCoy para comentarle cómo me había ido con Garrick y me sorprendió cuando se rio al contarle lo grosero y avasallador que había sido. Luego disimuló muy bien contándome que a Morrie le darían el alta al otro día y que yo debía estar ya instalada en "la mansión Favreau". No tenía tantas cosas en mi departamento ni menos alguien a quien darle una explicación, sólo tuve que hablar con la dueña para comentarle sobre mi trabajo puertas adentro y que ya, luego de un tiempo, estaría de vuelta en el edificio. Por supuesto que ella me entendió.


22 de noviembre, 2018. 15:00 PM

Llegué antes a la mansión Favreau que Morrie, así que sin esperar que Kora me diera la autorización, entré a la habitación del chico. Era muy espaciosa. La cama estaba perfectamente hecha y el color de su cubrecama combinaba con el de las paredes. Había una enorme televisión en frente, un escritorio y hasta un sofá ahí dentro. La puerta de su baño personal estaba al costado izquierdo y un gran ventanal estaba al otro extremo con vista hacia la calle, igual que en mi habitación.

De forma más profesional busqué las cosas que no debía tener Morrie en su habitación y comencé a hacer una lista de lo que si debía tener, como una mesa con ruedas, por ejemplo, porque no iba a poder bajar las escaleras todos los días para comer con su familia.


Por la tarde llegó el chico junto a la doctora McCoy y Trevor, que apenas hizo contacto visual conmigo, me sonrió. Trevor era agradable y aunque había intentado invitarme a salir en un par de ocasiones, nunca tuve el suficiente interés en salir con él... no me preguntes por qué, pues estaba buenísimo incluso en ese traje de enfermero.

Morrie venía en silla de ruedas, hizo contacto visual conmigo, reconociéndome, pero no hizo ningún gesto, pese a que su boca ya no estaba tan hinchada como hace dos días. No me preocupé, pues suponía que no era fácil para él tener a una chica viendo todo lo que haría desde ahora en adelante.

De pronto, la puerta de un costado se abrió dejándome ver a Garrick Favreau junto a Meral y otro chico. Era alto, más alto que Meral y Garrick. Tenía unos ojos claros deslumbrantes y su cabello tenía una decoloración que rozaba el blanco. Lo observé más de la cuenta y me percaté cuando sus ojos hicieron contacto visual con los míos. Era muy atractivo. Ambos se quedaron mirando a su hermano en la silla de ruedas y no pude evitar ver cómo la mandíbula de Meral se apretaba con fuerza y pese a que aquel chico —que suponía era el hermano mayor— también se vio descolocado, pudo fingir una perfecta sonrisa que me apretó el estómago.

—Al fin en casa, Morrie —le dijo. El chico asintió lentamente.

—Tú debes ser...

—Ainhoa —me presenté.

—¿Te encargarás de mi hermano?

—Mientras esté así, sí.

—Soy Mikkel —se presentó y yo sólo esbocé una sonrisa. —Bienvenida.

—Gracias.

Intenté decirles que era mucho mejor trasladar la habitación de Morrie al primer piso, pero por supuesto nadie me escuchó. Menos Morrie, que negó con su cabeza cuando Meral se lo sugirió con voz pausada. Él quería estar en su habitación, en el segundo piso donde debían subir la maldita silla de ruedas con él encima.

Garrick Favreau ni siquiera se inmutó cuando Mikkel y Trevor se colocaron a los costados de la silla de rueda para subir a Morrie hasta su habitación. Garrick sólo se quedó mirándolos con las manos en los bolsillos de su pantalón, mientras que Meral iba detrás de la silla por cualquier emergencia. Me acerqué a la doctora McCoy cuando los chicos iban subiendo y ella se me quedó mirando por un momento.

—¿Te gustó la casa? —me preguntó sólo para que yo la oyera.

La mansión Favreau era impresionante, pero algo en ella no me daba buena espina. Ese orden obsesivo, las cosas limpias... ni siquiera tenía un ambiente cálido parecido al de un hogar. Los hermanos Favreau daban escalofríos. Y por supuesto que Garrick intimidaba a cualquier persona. Sólo esperaba salir viva de allí.

—La casa sí, es... increíble —contesté.

—Te aseguro que Kora y Mérida te harán el trabajo más sencillo.

—¿Mérida?

—La cocinera —oí la voz de Kora a nuestro costado, tenía una sonrisa en el rostro, pero como les digo... no me daba la suficiente confianza. Sólo asentí percatándome que ya habían llegado con Morrie al segundo piso, así que me adelanté y comencé a subir las escaleras con la doctora McCoy detrás.

Morrie estaba mirando fijamente la ventana, sentado en su silla de ruedas, dándonos la espalda. Mikkel y Meral se encontraban conversando entre ellos mientras Trevor miraba la cama.

—Hice una lista de las cosas que necesitará Morrie —les dije y toda la atención se fijó en mí —, para que su proceso de recuperación sea cómodo y rápido.

—Claro que sí —oí la voz de Meral acercándose a mí —. Pásamela y yo me encargaré de traerte todo, esta misma tarde.

—Gracias, pero son varias cosas y probablemente un poco costosas y...

—Y nada. Lo conseguiremos —comentó Mikkel con seguridad.

Mientras el accidentado nos ignoraba mirando por la ventana, conversé un poco con la doctora McCoy y los hermanos Favreau. Ella les aseguró que yo era una persona de confianza, que Morrie no podía haber quedado en mejores manos y que probablemente iba a necesitar ayuda con el chico cuando tuviera que trasladarlo hasta al baño o algo por el estilo. Me sorprendió un poco la manera en que la doctora McCoy habló acerca de mí. Nunca había imaginado que confiara tanto en lo que podía hacer.

—Dejemos que Morrie y Ainhoa se conozcan un poco —sugirió la doctora. —Estaré muy atenta a cualquier cosa. Ya sabes, cariño —me observó —. Llámame y en diez minutos estaré aquí.

—Gracias —le sonreí.

Trevor fue el último en salir de la habitación de Morrie y antes de hacerlo, se acercó un poco a mí.

—Lo harás bien —me sonrió.

—Lo sé.

—Espero que ahora tengas más tiempo y podamos ir por ese café que me prometiste un día.

Rodé los ojos.

—Vamos Trevor, eso fue hace mucho tiempo.

—Y quedó pendiente.

Iba a responderle, pero la silla de ruedas se volteó y Morrie se nos quedó mirando fijamente.

—Bueno, adiós —dijo Trevor rápidamente. Se despidió de mí con un beso en la mejilla y sólo le dedicó una sonrisa rápida al accidentado.

Respiré hondo, armándome de valor para este trabajo nuevo.

Me giré hacia Morrie y lo vi observándome. Él tenía los ojos oscuros, no como Meral y Mikkel que los tenían claros como el mar de Cancún. Y pese a tener la mitad del rostro con vendas y grandes parches, debía reconocer que era atractivo, sobre todo porque lo había visto sin ropa cuando estaba curándolo.

—Sé que en estos días no podrás hablar mucho conmigo... —comencé y él continuó observándome intimidante —Pero te ayudaré en lo que necesites y...

—No quiero que estés aquí —habló y yo me quedé helada.


***

Pueden esperar: +18, toxicidad, muertes, mentiras, amor, desamor, traición. 

Lo dejo a tu elección :P


BESOPOS

XOXO

J.

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