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5._Extraño


Para ingresar en aquella habitación Mojito debió inclinarse unos treinta centímetros para no golpearse la cabeza. El cuarto era pequeño. Unos nueve metros cuadrados cuando mucho y en ese limitado espacio había una cama pequeña con mantas y cojines forrados en terciopelo. La única ventana era diminuta y parecía un ojo de wey que daba al callejón. Había una mesa redonda, casi como un taburete, cubierta de toda clase de estuches de maquillaje y botellas de perfume. Extravagantes atuendos colgaban de los muros además del ropero a punto de estallar. Las alfombras eran nuevas y muy suaves. Había tres cajas de preservativos en la mesa de noche. El lugar olía a tabaco mezclado con colonia además de otra fragancia. Una voluptuosa.

-Aqui no hay sillas- le dijo Lucía- Puedes sentarte en la cama- agregó despejandola un poco de la docena de cojines que la abarcaban por completo.

Mojito se quitó el abrigo, pero al buscar donde colgarlo acabo descubriendo unas viejas fotografías de Lucia. En ellas tenía el cabello largo y ese detalle le daba un aspecto más candido. Había también unos afiches de películas románticas medio escondidos entre las boas de plumas y zorros artificiales que pendian de clavos oxidados.

-Deja de ver eso y sientate- le dijo la mujer tomándolo por el brazo para llevarlo hacia la cama y medio empujarlo para que se quedase quieto ahí.

Lucia tomó el abrigo de sus mano y lo dobló con mucho cuidado para dejarlo, con delicadeza, sobre una pila de revistas de moda que coleccionaba con un interés que olvidó años atrás.

-¿Quieres beber algo antes de irte?- le preguntó un poco nerviosa. Lo había metido a su madriguera y no lo iba a dejar salir de ahí fácilmente- Tengo whisky y... whisky- le dijo revisando unas botellas que tenía debajo de esa mesa repleta de maquillaje.

-Un trago estaría bien- respondió Mojito observando aquel lugar tan apretado y repleto de cosas que casi parecía los muros se vendrían abajo en cualquier momento.

En un vaso pequeño, con una fisura, Lucía ofreció un poco de whisky a su invitado cuyo semblante ligeramente dulce hacia que lo deseara todavía más. Lucia moría por estar entre los brazos de ese sujeto, pero no sabía como llegar a ellos. Los caminos convencionales iban a fracasar. De eso estaba segura. Él no era un hombre de pasiones o anhelos de carne. De ningún anhelo en realidad, pero teniendo en cuenta lo que de él había visto lo más sencillo  era simplemente pedírselo. Usar palabras claras y serenas para mendigar de él un breve instante de su atención, podía tener mejores resultados que una osada oferta así que acabó por decirle sin tapujos que quería pasara la noche con ella.

-¿Por qué quiere hacer eso?- le preguntó Mojito mientras colgaba el vaso de sus largos dedos que quedaron suspendidos entre sus piernas.

-Porque lo necesito- le respondió Lucia con cierta angustia- Lo necesito...- reitero casi en un suspiro.

Mojito se le quedó viendo con esa sonrisa cansina que se torno indulgente. Sin prisa terminó de beber el whisky para después dejar el vaso en el piso junto a un par de cojines. Cerrando los ojos y como si detrás de esos párpados hubiera considerado mil cosas, Mojito acabó por acceder a la petición de la mujer que se arrojo sobre él como un artista de circo lo hace de un trapecio a otro, para después quedarse balanceando vertiginosamente sobre la pista sin ninguna red.

Sobre la cama había una vieja repisa en la que había una descontinuada radio que ella encendió a ciegas, guiada solo por su tacto. Una canción de orquesta sonó fuerte y al son de una trompeta que evocaba esos bailes de antes de los años cincuenta, los sonidos de ese encuentro quedaron amortiguados.

Lucia quería ese cuerpo delicado sí, pero más que eso deseaba de Mojito esa sensibilidad sublime escondida detrás de esa sonrisa resignada y apática actitud. Quería alcanzar ese corazón tan puro como el de un niño que todavía no está listo para enfrentar los males del mundo. Lucia deseaba destilar un poco de amor de ese sujeto del único modo en que sabía hacerlo. Y aunque él no presto demasiada resistencia fue imposible para la mujer alcanzar los hilos más sutiles de aquel individuo de besos tímidos y caricias temblorosas, casi inseguras que se deslizaban por su cuerpo curtido por manos callosas con olor a puerto, tabaco y entrepiernas húmedos en jornadas de hastio.

Fue una danza extraña para Lucía que después de ensayar sus mejores tácticas, esas que volvían loco de deseo por ella al hombre más frío del puerto, se terminó resignando a que era incapaz de extraer un sentimiento de él. Mojito era cálido y amoroso con ella, pero esa delicadeza, esos cuidados eran naturales en su persona. Hubiera tratado igual a cualquier mujer con la que hubiese decidido compartir la cama. Al fin lucía decidió buscar lo único que sabía obtener de otro cuerpo: placer. Y lo consiguió porque cada centímetro de ella estaba adaptado para amplificar la más mínima caricia como un enjambre de temblores desatan un terreno. Pero él... él no obtuvo nada de ese encuentro. Cuando ella soltó ese alarido exacerbado y sus músculos se relajaron, Lucía se encontró ante un rostro sereno que la veía de una forma indescifrable. Ella estaba sobre él. Gotas de su sudor fueron a parar sobre el cuerpo de Mojito que desprendió las manos de su espalda para hacerle una caricia en la mejilla y sonreírle gentil. Lucia se sintió casi como si lo hubiera ultrajado o algo parecido. Se apartó de él y se sentó a lo jefe indio de cara a la pared. Estaba desnuda, pero para ella era como si estuviera vestida.

La muchacha permaneció así varios minutos mientras asimilaba una verdad que fue dura de enfrentar. Todo ese tiempo no había hecho otra cosa que usar a los hombres para desquitar su despecho por el amante que la desprecio. Por eso su arrogancia en escoger a sus clientes, por eso su despojo hacia ese mal que la desvirtuaba de si misma. Siempre estuvo despechada. Siempre estuvo insensible y ese sujeto sentado en el borde de la cama no era otra cosa que el nuevo platillo con el que intentaba saciar su hambre y desquitar su rabia. Un delirio de los pocos sentimientos que todavía le quedaban y los años de resignación a su maldita suerte no pudieron borrar. El moribundo deseo de ser amada así fuera por un momento.

Mojito se había puesto los pantalones. Se abotonaba la camisa cuando Lucía lo abrazo desde atrás descansando su mejilla en su hombro.

-Lo siento- le susurro la mujer y se apretó con fuerza a él que se quedó inmóvil sintiendo el calor de ese cuerpo contra el suyo de una forma muy singular. Lucia ardía de un modo diferente al de un rato atrás- Lo siento mucho...

La segunda disculpa sonó más honesta. Mojito miró las manos de la mujer sobre su pecho y luego la miró de reojo sonriendo casi con desprecio, pero no a ella sino hacia él y unos segundos después rompió a llorar. A llorar sin recato. El sonido del seductor violín de una canción en italiano disfrazó sus patéticos sollozos y las manos de Lucia lo sostuvieron mientras se deslizaba por la rivera de la cama, como un alud de persona, hasta el piso donde quedó como un niño llorando a más no poder. Medio tendida sobre las sábanas Lucía se sujetaba a él pensando que si lo soltaba Mojito se caería a pesados. Y es que había entendido varias cosas respecto a él. Cosas que muy pocos hubieran podido entender, pero ella sabía de las penas de los hombres más que muchos. Sin embargo, la de ese sujeto era diferente...quizá más terrible.

Mojito era un ser extremadamente sensible. Sensible al punto de compenetrarse con cualquier persona emocionalmente a un nivel que podía convertirlo en el espejo de quién tuviera en frente. Su fachada desapasionado y distante era solo el resultado de una sensibilidad que podía conducirlo a la muerte, como esa noche en el cabaret. Él sintió que ese viejo marino no quería morir, pero en lugar de ignorar su alarde se quedó y se arriesgo para hacerle ver a esa hombre que pese a todo quería vivir. Tomó el dinero y demás para salvaguardar la dignidad del marino. Dio esos billetes a quienes lo necesitaban y posiblemente les hizo una recomendación de como gastarlo, pese a que sabía acabarían comprando licor o algo más fuerte. No rechazaba la inmundicia del mundo, le dolía no poder hacer algo por cambiar las crueles realidades de la gente que encontraba. Posiblemente intentó muchas cosas cuando era más jóven motivado por esa sensibilidad casi enfermiza con la que nació. Lucia estaba segura de que él no estaba resignado sino cansado y sobretodo enormemente lastimado, pero no por heridas propias sino por las de los demás. Como las suyas que lo hicieron llorar.

El ser sensible cada día es más extraño. Mojito debía llevar un camino muy solitario. No tenía a nadie que lo consolara, no había alguien que lo escuchará y día a día la carga que se echaba en los hombros le era más pesada. Quizá había accedido a estar con ella buscando un poco de sensibilidad a su persona, después de que él le mostrará la suya. Pero aunque ella lo estaba sujetando para que no se desmoronara no era capaz de alcanzar el corazón de Mojito. Ni para darle un sentimiento, ni para confirmarlo. Ella estaba al borde de la insensibilidad, pues se había resignado...

Después de una media hora él se calmó y se quedó viendo un punto en el techo por otro rato. Cuando aquella mano azúl descanso sobre la de ella, la mujer se apartó y buscó una bata de seda para cubrirse. Mojito se giro a ella y le sonrió, pero de forma más afable.

-Gracias- le dijo a media voz. Lucia no lo hubiera escuchado sino hubiera apagado la radio antes.

-Consideralo un favor- contestó Lucia encendiendo un cigarrillo.

-Yo pensaba pagarle por...- decía Mojito antes de recibir un cojín en el rostro.

-¡Uy! ¡En serio eres insoportable!- le gritó Lucía y se recostó horizontalmente en la cama tratando de alcanzarle para jalar de su cabello o algo, Mojito se apartó para evitarlo- Eres el tipo más raro del planeta- le dijo en revancha.

Mojito no contestó. Se puso de pie con los zapatos en la mano y fue por su abrigo para dejar el lugar sin prisa.

-Termina de vestirte antes de salir- le pidió Lucía mientras se sentaba en la cama, pero como él la ignoró acabo por ir a tomarlo por el brazo para obligarlo a sentarse. Ella terminó de abotonarle la camisa.

Uno por uno Lucía fue cerrando los botones de esa prenda. También le puso la corbata y hasta los zapatos. Parecía estar vistiendo a un niño. Él la miraba medio embelesado, pues aquella mujer parecía haberse vuelto más blanda, aunque esa imagen no duró mucho. Pronto Lucía recupero su ánimo de siempre.

-Ya puedes irte- le dijo cruzando los brazos.

Mojito levantó la mirada a esos ojos grandes e hipnóticos. Lucia parecía reunir en sus pupilas todas las miradas del mundo. Tras mirarse en ellos un momento, Mojito se puso de pie. La mujer le cerró el abrigo y poniendo su mano sobre el pecho de él le dijo:

-Abrigate. Hace frío a fuera...

-Gracias por acompañarme un momento- respondió él y callado cruzo la puerta para perderse por la vereda.

Lucia se le quedó viendo desde la puerta con una expresión melancólica. Era doloroso ver a un ser tan sensitivo ir por el mundo tan solo y triste. Lejos de hacer de él un individuo amado parecía que su sensibilidad era solo motivo de desprecio. Lo hacía un extraño para el resto del mundo. Y los poco que se aproximaban a él, eran como ella. Persona intentando obtener algo. Gente que exprimía a ese pobre individuo queriendo tener de él lo que los demás no le ofrecían. Él lo sabía y se los permitía porque los comprendía. Que destino más cruel ser sensible en un mundo cada día más cobarde y más estúpido que cree que ser frío es la respuesta para no sufrir más o ser un individuo genial. Todos esos terminaban en burdeles como ese en que ella vivía o en otros más terribles y hasta intangibles.
Lucia lo miró por último vez antes de darse la vuelta para entrar y cerrar detrás de sí la puerta, mas entonces él se giro hacia ella para despedirse agitando la mano. A Lucia le dio la impresión de que estaba sonriendo lleno de vigor, de alegría y un poco confundida respondió del mismo modo.

Mojito bajo el brazo para meter las manos en los bolsillos y seguir su camino por esos callejones pestilentes abarrotados de toda la inmundicia del mundo. Ese era el lugar donde él era más necesario. Allí aunque poco podía hacer eso y de vez en cuando recibir una recompensa que no buscaba, pero que le recordaba no toda la gente era mala, mezquina o cruel. A veces solo estaba demasiado adolorida, sola y descuida.

Fin.

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