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4._Sensible


-¿He dicho algo inapropiado?- le preguntó Mojito al notar el cambio de ánimo en la mujer.

-No- contestó ella con un tono mustio.

Mojito levantó un poco las cejas y luego miró al frente. Pronto pasarían por un restaurante así que le preguntó a la mujer si tenía hambre. La invitación la tomó un poco por sorpresa, pero aceptó solo que terminó medio arrepintiendose poco después, pues Mojito la llevó a un restaurante elegante donde el recepcionista la miró de los pies a la cabeza como si ella fuera algo que se sacó de la suela del zapato.

-Viene conmigo ¿tiene usted algún problemas?- le consultó Mojito al tipo que no sabía como manifestar su desaprobación a Ninfa o Lucía que era su verdadero nombre.

-Tengo una mesa libre en la parte de atrás- le respondió- Sigame por favor...

Lucia frunció el ceño, pero no protestó y fue detrás del tipo estirado con traje de pingüino que los condujo hasta una mesa en medio de unas plantas, detrás de una columna, casi llegando al baño. Posiblemente la peor mesa de todo el restaurante. La mujer no entendió muy bien porque los metieron ahí, si toda la gente la vio pasar entre las mesas como si ella fuera un animal de feria.  Las mujeres le daban miradas de asco, los hombres de desconcierto y deseos sucios. Ella les vio con indiferencia y se aferró juguetonamente al brazo de Mojito quien no pareció molestarse por eso. Aunque a él nada parecía molestarle realmente.

Lucía había salido con hombres que la invitaban a restaurantes de lujo muchas veces. Para ellos era una forma de vanogloriarse o de hacerse los profundo. Esos a los que supuestamente las clases sociales no le importaban y dicen todos deberían ser iguales, pero le pagan a una mujer para que se acueste con ellos. Todos eran unos farsantes para Lucía. A Mojito en cambio realmente le daba igual el sitio donde estaba y con quien estaba. La hubiera llevado a comer a un puesto en la calle de haber pasado por uno, así ella hubiera sido una dama de sociedad. Era el tipo más extraño del mundo. Lucia estaba segura de eso.

-Los nombres de estos platos son tan raros- comentó la mujer después de leer la carta por unos minutos- ¿Cuál de estos tiene más carne?- le preguntó enseñándole la parte interna del menú.

-¿Le gusta la carne?- le preguntó Mojito con un tono inocente.

-Me fascina- respondió ella con una mirada coqueta y un tono meloso.

-¿Pescado, pollo o res?

-¡Uy, en serio eres insoportable!- exclamó Lucía y le arrojo una servilleta a la cara.

Mojito se encogió de hombros y llamó al mesero para hacer la orden. Pronto Lucía tuvo ante ella un plato con costillas de res en salsa. El aspecto y el olor del plato eran suculentos. Tanto que sin esperar que el camarero acabará de servicio, Lucía tomó una costilla con la mano y se la llevó a la boca. Mojito no se escandalizo por los modales tan poco refinados de su invitada limitándose a comer su sopa y beber su vino. Después de un rato, al notar el silencio en la mesa, Lucía advertío que estaba siendo demasiado vulgar por lo que se limpió la boca con una servilleta y tomó los cubiertos. Él no hizo ningún comentario al respecto, aunque se sonrió un poco divertido.

-¿Sabes cómo se llaman a las mujeres insaciables sexualmente?- le preguntó la muchacha después de un rato- Ninfómanas- se contestó ella misma- De ahí mi nombre: Ninfa. Todo empezó en la escuela secundaria. A esa edad las hormonas se alborotan y todas fantasean con su primer beso y su primera vez. La mía fue en los baños de hombres con un chico que me dijo yo le gustaba. Fue horrible por cierto. No es que me haya tratado mal. Solo éramos unos idiotas que no sabían nada de sexo así que podrás imaginar como sucedió todo eso. El problema real fue que después de eso no pude detenerme. Quería más y más y más...En resumen termine acostandome con media escuela y un par de maestros.

Esa última parte sonó dura, despechada, dolorosa. Él guardo silencio.

-Te imaginaras que ser sexualmente activa a esa edad te da bastante popularidad, pero no de la buena- continúo Lucía- Todos los chicos se acercaban a mí haciéndose los lindos para terminar en mi cama. O en algún rincón de la escuela, terreno baldío o lo que encontraramos. Las chicas me odiaban por acaparar la atención de los chicos. Me atacaban de muchas formas y un día comenzaron a llamarme Ninfa...por lo que te dije antes.

Mojito escuchaba mientras comía. No mostraba ninguna reacción especial. Pero prestaba atención.

-Al principio no era malo. Me hacía sentir especial y a los chicos les encantaba. Incluso después de dejar de la escuela siguió sucediendo igual. Pero hubo alguien que me vio diferente...y a él nada de eso le gustaba- prosiguió Lucía y su voz adquirió un tono decaído- Él me gustaba mucho. Realmente me gustaba. Era guapo y atento. Cuando él apareció en serio te digo los demás hombres desaparecieron. Yo tenía veinte años en ese entonces...Me propuso matrimonio al año de ser novios ¿puedes creerlo?Yo estaba muy feliz, pero...

Mojito vacío su copa mientras la mujer se sumergía en el silencio. Él la lleno de nuevo y esperó a que Lucía volviera a hablar.

-Me hacia sentir que lo acosaba. Yo quería estar con él varias veces al día y aunque él respondía no estaba tan entusiasmado como yo lo estaba. Me hacía sentir rechazada y me dolía. Él pensaba que esto sucedía porque yo era una persona muy energética y otras tonterías. Que una vez tuviera una vida más estable todo cambiaría, sin embargo, no fue así...Un día me involucre con un tipo en un bar, otro con un compañero de trabajo, después un sujeto que conocí en un taxi. Eran hombres sin importancia, pero cuando él lo supo no lo pudo soportar. No lo culpo. Los hombres jamás perdonan una infidelidad...está en su naturaleza.

Mojito se encogió de hombros ante esa última declaración.

-Bueno a ti puede que no te importe, pero es porque eres un tipo muy rato- exclamó Lucía metiendo la cuchara en su postre -Hasta ese día pensé que este mal no era algo por lo que sentirme acomplejada. Después de su abandono me di cuenta que para todo el mundo no era otra cosa que una puta.

-Lo siento- exclamó Mojito y ella hizo una mueca de desprecio, de que no le importaba- Debio ser muy triste descubrir que todo eso la hacía sentirse tan dolorida y sola- comentó él con esa voz bajita, casi tímida.

-¿Sola? ¿Dolorida? ¿Por qué me sentiría sola o dolorida? Lo que me sobra es compañía...- le contesto Lucía.

-No es cierto. Usted está completamente sola, triste, sucia y adolorida- le señaló Mojito sin ánimo de herir o de ofender- No tiene otra cosa que su mal. Que por un lado le brinda placer y pasajera alegría, mientras que por otro la hunde en el vacío del rechazo y el odio a sí misma... Se mira y se repudia mientras contempla en la lejanía los recuerdos de un tiempo que pudo ser mejor. Se mira cuando todavía era una joven ingenua y se pregunta ¿Habrá ese profesor abusado de mí? Se convence de que fue algo que usted consintió, pero en el fondo sabe que eso no debió suceder. Sabe que tuvo que haber tenido amigas en lugar de novios fugaces y se lamenta por haber perdido ese tiempo fingiendo ser una mujer cuando todavía era un niña. Se mira y aborrece en lo que se convertido. Odia al mundo porque siente le debe todo y a menudo quisiera ser una mujer como cualquier otra, mas sabe que incluso si hubiera una cura a su mal, después de todo lo que a vivido, no podrá jamás...

-¡Cállate!- le gritó Lucía parándose de la mesa como una fiera enjaulada a la que estuvieron molestando.

Mojito seco las lágrimas que habían estado cayendo por sus ojos mientras hablaba y miró a la mujer que parecía querer arrancarle la garganta.

-¿Todo bien, señor?- le preguntó un mesero que se acercó a ver qué estaba sucediendo.

-Sí. No sé preocupe- respondió Mojito sin quitar sus ojos de la mujer que indignada tomó su bolso, lo colgó de su hombro y salió del restaurante a largos y rápidos pasos.

Lucia se alejó por la acera con los ojos húmedos. Se sentía como una tonta por haberle contado todo eso a ese sujeto. No estaba segura de porque hizo algo como eso. Hacían años ella había decidido dejar atrás su pasado y no pensar en el futuro. Vivía un día a la vez. Así era mejor. No había culpas por lo que hacía, ni ansiedad por lo que podía suceder. De manera brusca secaba sus lágrimas con el antebrazo o el dorso de la mano conforme estás iban cayendo. Pero su llanto no se detenía  nublando, a ratos, su vista. Por poco es atropellada por un motociclista y todo por culpa de ese tipo tan raro que lloraba como si el afectado fuera él, pensaba Lucía entredientes intentando poner más distancia entre ese cretino frigido y ella. Acabó por llegar al paseo peatonal que estaba al costado de la franja costera. Apoyada en el barandal tomó un descanso logrando contener su llanto de varios minutos en que insulto a Mojito de todas las formas que conocía.

Pensando que tenía su maquillaje estropeado buscó un espejo de mano en su bolso y al mirarse en el descubrió a Mojito caminando hacia ella. Se giro para verle avanzar con ese aire medio cansino y esa sonrisa resignada que siempre tenía. Cuando llegó frente a ella se froto detrás de la cabeza mientras le pedía una disculpa que era honesta, pero sonó un tanto a burla por su falta de expresividad.

-No importa- exclamó Lucía cruzando los brazos y dándole la espalda para verse en el espejo un instante después. Quería arreglarse un poco- No tienes la culpa de nada de lo que pasó y de nada de lo que siento.

Mojito dio un par de pasos más. Ella lo vio avanzar por medio del reflejo en el espejo, pero no se preocupó por su cercanía hasta que la abrazo.

El día estaba un tanto frío, ella llevaba poca ropa. Su espalda y sus brazos estaban helados. De ahí que el calor del cuerpo de Mojito le causara un escalofrío. Fue tan repentino el contraste que la paralizó.

-Lo siento mucho- reitero él y pego su mejilla al costado de la cabeza de la mujer cuyo cabello corto era suave.

Una gota tibia cayó sobre el hombro de Lucia quien en ese momento soltó un llanto abundante que le empapó el rostro como si hubiera sido lluvia. Sin salir del aro que Mojito formo con sus brazos entorno a ella, la mujer se giro hacia él para abrazarlo como una niña dolorida y asustada. La larga mano de aquel extraño individuo descanzo en su cabeza para luego hacerle una caricia amorosa como la mirada que se derramaba sobre ella que se estaba deshaciendo en lágrimas como una escarcha expuesta al sol de la mañana. El largo abrigo azul de Mojito se agitaba violento en la brisa marina que disipaba la bruma, vapores y humos del puerto llevando a los inmundos rincones el olor de la sal, el olor de las lágrimas.

Varios fueron los minutos en que Lucía permaneció al amparo de ese sujeto que de pronto dejo de parecerle un ser extraño y desapasionado para convertirse en el individuo más sensible que hubiera conocido. Quizá en el más sensible de este mundo.

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