3._Calcetines
Ninfa vivía en un cuarto del burdel. Uno que tenía una salida por la parte posterior. Salía por ahí cuando tenía que ir por las compras de la semana o algo así. Esa mañana iba a hacerse su chequeo médico de rutina. Su oficio requería bastantes cuidados. Iba con más ropa encima de lo habitual, pero no la suficiente para disimular a qué se dedicaba y es que le gustaba sentirse deseada. Era parte de su mal suponía, hacia tiempo dejó de darle importancia.
Caminando por la calle frente a los almacenes en el puerto iba fumando un cigarrillo cuyo humo se desvanecía entre la niebla matutina. El sonido de sus botas tenía un ritmo seductor que rompía contra las sirenas de los barcos que partían al altamar y las voces de los marinos acarreando pescado y mercancías. Por allí no era raro encontrar a hombres sin hogar que buscaban unas monedas o las sobras de algún buen samaritano. También abundaban los borrachos perdidos en sus penas y mujeres de barata moral. Ninfa avanzaba ajena a todo eso rumbo al hospital de caridad atendido por monjas, ubicado cerca de las oficinas de la duana. De ella haber sabido que Mojito trabajaba ahí no le hubiera resultado tan sorprenderte encontrarlo caminando por la sucia acera, de frente a ella.
La postura de Mojito era muy erguida, pero inclinaba la cabeza ligeramente hacia delante lo que lo hacía ver un tanto extraño, en especial de lejos. Entró al hospital un par de minutos antes que Ninfa quien fue incapaz de imaginar que hacía un hombre como ese ahí. No lo vio cuanto ingreso, pero no le dió importancia yendo directo al mostrador para solicitar sus exámenes. Las prostitutas tenían una especie de licencia y un permiso que se revocaba si no contaban con algunas vacunas o se infectada de algo grave. La muchacha no esperó mucho antes de entrar con la doctora que le tomó una muestra de sangre. Al salir se encontró de frente con Mojito quien le ofreció una disculpa por haberse casi estrellado con ella. Paso por su lado sin prisa, Ninfa creyó que sin verla debido a que no la reconoció lo que la ofendió un poco.
-Oye- lo llamó de manera enérgica, pero Mojito siguió su camino ignorandola por completo.
Molesta la mujer fue tras él tomándolo por el brazo para obtener su atención y diciéndole un exagerado: hola. Mojito la miró bastante sorprendido llegando a dar unos pasos atrás para sostenerse correctamente.
-Buen día, señorita- le dijo arreglandose las solapas del abrigo.
-Vine para saber sino me he contagiado de alguna cosa- le contestó de manera dura, casi con despecho- Y tú, muñeco ¿Qué haces aquí?
-Vine a hacer un donativo en nombre de los socios del club marítimo- le respondió.
-Estas expiando culpas- exclamó Ninfa cruzando sus brazos- Aunque tú te me haces incapaz de una mala acción, incapaz de un pensamiento impuro... básicamente insuficiente- le dijo con una mueca de desprecio.
Mojito levantó la mano derecha como para decir algo con énfasis, pero terminó llevándola tras su cabeza y sonriendo dijo:
-Lo siento...
-¿Por qué te disculpas?- le cuestionó Ninfa.
-Por ser incapaz- respondió medio encogiéndose de hombros.
Ninfa abrió los ojos tanto como era capaz. No supo ni que decir. Acabó haciendo un gesto como de quién tira un papel y luego se alejó diciendo:
-No sé que te hayan hecho para ser tan... insípido y desapasionado, pero felicito al responsable.
Mojito la siguió porque ambos iban hacia la salida. No contestó y siguió oyendo a Ninfa lamentarse por él que era un hombre guapo y con dinero que podía ser un buen partido para cualquier mujer, pero que con ese carácter espantaba hasta a los fantasmas. Cuando la muchacha salió a la acera dobló hacia el lado izquierdo, metiendo el tacón de su bota en una grieta que terminó por partir aquella parte de su calzado. La mujer llevaba una falda corta por lo que no solo terminó enseñando su ropa interior, al caer, sino también acabo con las rodillas ensangrentadas. Arrodillada ahí miró su bota con la expresión de una viuda que acaba de perder al marido. Mojito se inclinó para ofrecerle su mano y ayudarla a levantarse. Fue un acto gentil que a Ninfa le causó extrañeza. Ella no estaba habituada a ese tipo de cosas. No desprecio el gesto, pero sintió vergüenza cuando comparo su mano áspera con la de él que era suave y delicada. Ese hombre era tan fino que a su lado ella era más que vulgar. Acabó apartando su mano de la de Mojito con brusquedad y apretando su bolso contra su pecho, como una niña en rabieta.
-¿Se encuentra bien?- preguntó Mojito ofreciendole su pañuelo para que se limpiará.
-Sí- contestó apartando la prenda de ella para quitarse las botas. No podía seguir caminando así.
-No es buena idea andar descalzo por estás calles- le señaló Mojito cerrando un instante. Hacia eso con frecuencia notó la mujer.
-¿Y qué hago entonces?- exclamó Ninfa un poco molesta.
Mojito se llevó la mano tras la cabeza, parecía estar pensando. Bajo su mirada a sus pies y con calma, como si hubiera estado en su casa, se sacó los zapatos ante los atónitos ojos de la mujer que se quedó viendo como él se desprendía de sus calcetines y se los daba.
-Lo siento es que mis mocasines son varios números más que tus botas- le dijo- Si te lo pones te le resbalaran y podrías sufrir otro accidente.
Ninfa miró los calcetines. Estaban tan limpios y blancos que parecían nuevos. No se atrevió a tomarlos. Mojito miró las rodillas sangrantes de la muchacha y se hincó a sus pies diciendo que la ayudaría a ponerselos.
-¿Pero que mierdas haces?- exclamó cuando él le tomó el tobillo.
Sus protestas se silenciaron acabando por dejar que le pusiera los calcetines, pero de una manera bastante peculiar, pues le quedaban lo suficientemente grandes para toecerlos y hacer una doble cubierta a sus pies.
-Eres raro- le dijo Ninfa cuando él se puso de pie.
Mojito se encogió de hombros y miró delante. La senda se veía un tanto vacía.
-En serio. Eres el tipo más raro que he conocido. No sé que demonios pasa contigo. Una noche te metes a cabaret de mala muerte a beber whisky barato, aceptas un trato con una ramera, te pones a jugar a la ruleta rusa y después...regalas dinero y das tus calcetines a una prostituta.
-No sé que hay de extraño en lo que dices. Tuve sed y entre a beber un trago a un lugar por el que pasaba y estaba abierto. Él hombre no quería morir, solo estaba jugando y yo estaba aburrido. Yo no necesitaba ese dinero y los mendigos sí. Usted no tiene zapatos yo aún tengo los míos por eso le ofrecí mis calcetines. No hay nada de raro en eso.
-De otro mundo- exclamó la mujer- Tú eres de otro mundo...
-Tal vez lo soy- murmuró él, pero como en broma.
-Ten cuidado eh muñeco- le advertío la mujer cruzando la calle- No vaya a ser que te lleven los hombres de negro o te secuestren los del servicio secreto o los iluminati- le decía mientras de espaldas iba hacia la otra acera. Por poco la atropello un taxi- ¡Fíjate por dónde vas hijo de puta!
-¡Puta tú y la que te parió!- le contestó el chófer asomándose por la ventana mientras se alejaba.
Ninfa iba a contestar, pero al recordar Mojito estaba ahí guardo silencio.
-Estos no te los voy a regresar después de hoy- le dijo apuntando a los calcetines que llevaba puesto.
Mojito se encogió de hombros y regreso a su trabajo olvidándose de la mujer, pero ella no se lo quito de la cabeza nunca más después de ese día. Esa noche no salió al cabaret quedandose encerrada en su cuarto fingiendo estaba enferma. Tal vez lo estaba porque no podía sacar a Mojito de sus pensamientos donde dio rienda a suelta a sus atrevidas fantasías. Para ella básicamente cualquier hombre podía darle lo que buscaba y rara vez tenía una fijación con uno, pero ese la estaba obsesionando. Su entrepierna se humedecio varias veces con él en mente. Pero difícilmente lo volvería a ver, creía Ninfa. Cuando se levantó de la cama para darse una ducha, miró los calcetines que él le había dado. Estaban inmundos. Su imagen se le hizo desagradable así que acabó por tirarlos. Todo lo que ella tocaba parecía ensuciarse. Lo mejor era olvidarse de él, se dijo, pero no pudo. Era casi irónico que un hombre como ese la exaltará tanto.
Dos días aguanto Ninfa sin poder ver a Mojito. Al tercero fue en su búsqueda. Estuvo preguntando por él en el cabaret. Todos le dijeron lo mismo. No era raro verlo caminar por las calles más sucias y estrechas del puerto. Nadie sabía que hacía en esos lugares, pero siempre estaba por ahí y ella fue a ver si lo encontraba. El primer día no tuvo éxito. El segundo tampoco, ni el tercero, ni el cuarto, pero el quinto lo vio desde lejos. Ese abrigo suyo se abría con el viento como las alas de una mariposa azul que revoloteaba sobre las grises calles. Tan bello, tan delicado que parecía una ilusión celestial. Pero tan triste que partía el alma.
Ninfa lo observó a la distancia. Lo siguió un rato por los callejones. Él solo caminaba. Ocasionalmente arrojaba una moneda a los mendigos, se detenía a acariciar un perro o un gato. Uno le arañó la mano cuando le ofreció un trocito de pan. Mojito no se enfado. Sacudió la mano, sonrió y continúo su marcha con ese aire medio distraído. A cada paso a Ninfa ese individuo se le hacia más llamativo y más raro, pero algo fue evidente muy rápido. Y eso fue lo que la cautivo de un modo muy diferente a sus carnales deseos exaltados por el olor a hombre, por su mal. Lo miraba como se mira a un ídolo sagrado, conmovida y avergonzada.
Ninfa lo deseo más, mucho más y lo continúo siguiendo como víctima de un sortilegios hasta que el espejo de un aparador delato su presencia. Mojito volteó atrás con una expresión de curiosidad. La muchacha al verse descubierta decidió no esconderse más, acercándose de manera juguetona a él que la saludo con mucha naturalidad. No parecía inmutarse por las miradas de desagrado que le daban las mujeres que pasaban por la calle. Aunque la verdad no lo veían a él, sino a ella.
-Hoy trae un calzado más cómodo- comentó Mojito viéndole los zapatos- Pero no se a abrigado bien- agregó al contemplar el atuendo de la mujer.
-¿Y no te gusta lo que vez?- le preguntó Ninfa de manera coqueta.
Mojito inclinó la cabeza a un costado y la miró con atención, pero sin ninguna mala intención en las pupilas.
-Si no le molesta el frío, está bien- respondió.
-¿Qué a ti nada te prende?- exclamó la muchacha cruzando los brazos y arrugando el entrecejo.
-El fuego...tal vez- contestó Mojito en voz baja y medio encogiéndose de hombros. No estaba haciendo un chiste. Solo contestó lo más obvio- Fue un placer saludarla Ninfa.
-¿Te molesta que camine contigo?- le consulto la mujer intentando mantener el ritmo de los pasos de él.
-Todo el mundo puedo caminar por las calles- respondió con voz cansina.
-Me llamo Lucia. Ninfa es solo un seudónimo que uso en mi trabajo- le contó sonriendo.
-¿Y por qué escogió un nombre tan cruel?- le preguntó Mojito con voz serena y esa sonrisa resignada en los labios.
Ninfa lo miró. Nadie jamás había hecho mención al nombre que empleaba. Nadie había parecido notar la ofensa que escondía esa palabra que ella escogió cuando creía que nada le importaba.
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