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2._Duelo


Ninfa se echo a reír a estrepitosas carcajadas.

-¿Todas las penas del mundo?- le cuestionó antes de beber un poco- ¿Quién te crees que eres? ¿Jesús?- Ninfa volvió a reír, pero más recatada en esa ocasión- ¿Eres uno de esos poetas malditos o escritores oscuros? Esos que sufren de un hastio filosófico y se enorgullecen de eso como si los hiciera superiores al resto de los mortales...esos son los peores- agregó con desprecio.

-Parece que los conoce muy bien- le comentó Mojito con una sonrisa leve que escondía su inconformidad, su desdén.

-Los filósofos y artistas desfilan por lugares como estos creyéndose la gran cosa porque según ellos ven la belleza donde otros solo ven decadencia. Llegan aquí como las moscas a una plasta de mierda- le dijo Ninfa que saco un cigarrillo de su escote.

Mojito la vio buscar algo entre su escaso atuendo. Adivino que era y le acercó su encendedor  para que ella disfrutará del humo del tabaco.

-Lindo ¿Es de oro?- le preguntó la mujer al coger el encendedor de la mano de Mojito.

-Sí...- contestó él mientras veía a la mujer examinar el objeto con curiosidad más que con interés- Tienes cara de escritor. Pero ellos no usan cosas como esta, Mojito. Cuéntame...cuáles son todas las penas del mundo. Conozco unas cuantas, pero no todas.

-Exagere. Le pido me disculpe- le dijo él recuperando el encendedor que guardo en el bolsillo de su abrigo.

La mujer descanso su rostro en su mano y miró a Mojito con una melosa expresión. Su cigarrillo desprendió algo de ceniza sobre su trago mientras ella estiraba su brazo izquierdo hacia él. Le tomó un mechón de cabello y lo sostuvo entre los dedos sin que él le pidiera lo soltara.

-Eres muy delicado- le dijo Ninfa.

Mojito le tomó la muñeca y le apartó la mano con cuidado. Hizo aquello sin mirarla, pero cuando sintió la textura de la piel de la mujer bajó sus ojos a aquel tramo del escuálido cuerpo de la mujer. Observó entonces, con atención, la piel de esa Ninfa que lo veía como un hambriento ve un trozo de pan tras el escaparate. Los ojos de Mojito subieron por el brazo de la escuálida ramera que sentía esas pupilas sobre ella como un viento suave y frío que barría su dermis erizandola tramo a tramo. Él era ajeno a las sensaciones que causaba, sin intención, en la mujer. Estaba interesado en otra cosa. Después de un rato la soltó y volvió su mano a la copa de su bebida, terminando bruscamente con el deseo de Ninfa que apretó las piernas y se abanicó con la mano.

-Creo que perdí está apuesta- dijo viendo la botellas del otro lado del mostrador- Tú debes entender mejor que muchos lo que es sentirse un despojo de la humanidad...

La voz de Mojito era educada y hablaba bajito. Como sino quisieran le escucharan. Aún así esa declaración sonó fría y letal como el hielo. Otra mujer se hubiera ofendido. Ninfa había oído cosas mucho peores y palabras como esas no hacían mella.

-Sí la victoria es mía podemos ir a mi cuarto. Está atrás- le dijo la mujer pasando por alto la mirada que él tenía en ella. Fue la sonrisa cruel que se dibujo en aquella boca la que le advirtió a Ninfa todavía no había ganado.

-Puedo saber ¿por qué eligió un oficio como este?- le preguntó Mojito.

-Se supone vas a contarme tus penas no a oír la historia de mi vida- le señaló Ninfa un poco molesta.

Mojito cerró los ojos y se sonrió.

-Dice que los escritores y filósofos frecuentan sitios como este sintiéndose superiores a quienes aquí encuentran. Está usted equivocada, Ninfa. Ellos vienen aquí para sentirse mejor. Son como un enfermo que visita un asilo de moribundos para decirse que él no está tan mal. Que aún tiene esperanza- le explicó Mojito- Algo patético en especial para tan ilustrados hombres que se jactan de despreciar los vicios que corrompen la humanidad. Pero muy consecuentes con sus vidas bohemias que convierten en una marca de los concientes. De los iluminados intelectos que nada hacen por mejorar el mundo que tanto critican y por el que se lamentan.

-Eres uno de ellos- murmuró Ninfa girando las piernas hacia el mesón para beber su trago sin importarle tuviera ceniza.

-Yo no vine aquí para levantar mi moral. Pasaba por la calle, sentí deseos de beber un poco y entre por un whisky- le dijo Mojito.

-Pondrías haber ido a otro lugar.

-Pero estaba fuera de este.

-¿Me vas a decir que te da igual tomar este whisky con agua?- cuando dijo eso el barman la miró de reojo- ¿Que el que sirven en los locales que tú frecuentas?

-Yo no frecuento ningún lugar- le dijo Mojito vaciando la copa- Como tú tampoco tienes clientes frecuentes.

-¿Y cómo sabes eso?- le preguntó la mujer apartando el rostro de su mano.

Mojito se encogió de hombros y le hizo una señal al hombre tras el mesón para que le sirviera otro trago.

-Te gusta hacerte el interesante, pero todo hombre que viene aquí lo hace buscando un mujer sobre la que descargar frustraciones -le dijo Ninfa apagando el cigarrillo en el fondo de su vaso vacío.

Un viejo bolero comenzó a sonar mientras algunos hombres sentaban a una chica en las piernas de un viejo, que borracho, no sabía ni donde estaba.

-Le he dicho que solo entre por un trago- reitero Mojito- Pero tiene razón...el sexo muchas veces es solo una manifestación de las frustraciones del ser humano.

-También por placer, pero eso no es lo que prima aquí, amor- le dijo Ninfa que estaba perdiendo un poco la paciencia- Y eso es lo que yo ofrezco ¿entiendes? Yo escojo a mis clientes, no ellos a mí.

-Eso no importa- le dijo Mojito sin ánimo de ofender- Después de todo tú dependes de ellos para obtener placer. Y buscar placer es más triste que buscar dinero.

La bebida de Ninfa voló a la cabeza de Mojito  que no intentó moverse para evadirlo, pese a que sabía acabaría con el cabello empapado en alcohol. No se inmutó. Saco un pañuelo de su bolsillo para secarse el cabello sonriendo de ese modo desapasionado, que ante el enojo de Ninfa parecía un insulto.

-Solo estaba manifestando una idea general- señaló poniendose de pie para terminar de secarse- Los mendigos de sensaciones son la peor clase de mendigo que existe porque se hacen esclavos de ese efímero instante en que su necesidad es saciada. Necesidad que no es una prioridad, necesidad que no brinda felicidad, necesidad que nace de la ausencia. Del vacío. Todo deseo nace del vacío, señorita Ninfa.

Las palabras ofenden. El vocablo señorita para una prostituta es un mal chiste. Dicho de forma despectiva es un insulto. Pero ese sujeto de colores tan puros, de aspecto tan delicado, de modales refinados no denotaba en su voz o gestos la más mínima intención de querer ofender. Mirarlo era como mirar un muñeco de porcelana parado en un equilibrio tan frágil, que el menor movimiento podía tumbarlo y destruirlo. Al mismo tiempo se veía tan fuerte. Tan dueño de una moral intachable que intentar agredirlo parecía un pecado capital. Un ser sublime, pero insensible.

Ninfa había visto hombres así. Hombres incapaces de experimentar la más mínima pasión, como desprovistos de alma. Todos tenían un motivo para ser así. Una enfermedad terminal, una historia de vida cruel, un corazón roto, sicópatas que llevaban ahí buscando una víctima de su ego mal sano; pero ese que doblaba el pañuelo con que seco para tirarlo al basurero, era el espécimen más inescrutable que había conocido. Claro que la historia de Mojito en realidad le era irrelevante. Ella solo quería una noche con él porque le parecia atractivo, porque en ese lugar era un producto exótico. Pero estaba empezando a arrepentirse de su apuesta. No porque él le provocará temor, sino porque se dió cuenta que con Mojito no conseguiría nada. A veces tener en la cama un hombre poco expresivo era estimulante para Ninfa, pero ese...ese con toda certeza tenía muerto el entrepierna y el corazón.

-¿Por qué aceptaste está apuesta?- le preguntó la muchacha.

-Porque usted la propuso.

-Ya ¿Y tú aceptas cualquier cosa que te propongan?- cuestionó Ninfa.

Mojito se encogió de hombros cerrando los ojos y esbozando esa sonrisa odiosa que a Ninfa estaba empezando a irritar.

-¿Con que el señorito acepta cualquier cosa?- exclamó un hombre de semblante oscuro, con voz de borracho, que estaba sentado en una mesa cercana- Pues si es tan valiente que venga a jugar conmigo- agregó poniendo un revolver sobre la mesa.

El hombre era un viejo marino que perdió una pierna quedando imposibilitado de volver a los barcos. Se arrastraba por ahí con dos muletas de metal, en las que descansaba su cuerpo de morsa. Era obeso y con solo una pierna daba la impresión de tener cola como esos animales. Además de eso usaba un bigote como emulando los colmillos de una de esas criaturas. El sujeto tenía un aspecto caricaturesco. Todo el mundo sabía que ese hombre no quería vivir más. Que trato de matarse en varias ocasiones, pero siempre fracaso. Su propuesta era prácticamente suicida: jugar a la ruleta rusa. El tipo puso una bala en la rueda de su revolver, la hizo girar y la dejo sobre la mesa en la que puso todo el dinero que llevaba además de un reloj de oro de bolsillo y una cadena del mismo metal que se sacó de su sudoroso cuello.

-El ganador se queda con todo joven- le dijo el marino vaciando el vaso con whisky en su boca.

Mojito observó cada movimiento del hombre mientras oía la propuesta y los curiosos se iban reuniendo entorno a los dos. El muchacho de melena blanca no lo meditó mucho. Puso todo su dinero en la mesa. Con un movimiento elegante tomó el revolver, se apuntó en el costado de la cabeza y disparo. Sin decir nada ofreció la pistola el marino sentado en esa vieja silla. El hombre quedó un tanto impresionado con la ausencia de temor de aquel joven. Él no mostró el mismo aplomo, pero procedió. Un minuto después regreso el arma a Mojito. Y así siguieron hasta que solo quedaban dos tiros. La bala estaba en una de las dos cabinas restantes. 

El cabaret estaba en un silencio total. Todos se reunieron a ver el desenlace de aquel evento que no tenía nada de raro alli. Al final habría un muerto por un tiro. Si alguien preguntaba nadie vio nada. El tipo tenía problemas con mafiosos o se pasó de listo con alguna prostituta. Lo cierto es que nadie iba a investigar.

-Sí se retira nadie lo llamara cobarde, jovencito- le dijo un hombre a Mojito, pero este lo ignoro.

Sin que esa sonrisa estéril abandonará su cara, gatillo el revolver en el costado de su cabeza...un momento después se la ofreció al marino que la recibió con una mano temblorosa. Todos sabían que la bala estaba ahí, que si ese sujeto disparaba se mataría. Algunas de las prostitutas, y también algunos hombres, miraron a otro lado para no presenciar ese momento. Pero el disparo jamás se efectuó. El hombre empezó a llorar diciendo que prefería quedar de cobarde a morir. Mojito se rasco detrás de la cabeza con una expresión difícil de definir. En silencio tomó su premio y sin decir una palabra, olvidándose de Ninfa, dejó el cabaret.

Para todos Mojito demostró ser un hombre valiente. Un auténtico macho, pero Ninfa se dio cuenta de que en realidad ese sujeto sabía dónde estaba la bala. Ella también lo sabía. Había visto a muchos jugar a la ruleta rusa y sabía exactamente como saber cuál era el tiro fatal. Si Mojito hubiera sido el segundo en tirar del gatillo sin duda la bala le hubiera tocado a él. Cuando salió de sus pensamientos fue tras Mojito. Lo encontró del otro lado de la calle dando dinero a unos mendigos. La muchacha lo observó. Él charlo con ellos un momento, después se alejó por la acerca y unos metros más allá, a otro vagabundo, volvio a dar dinero.
Era un tipo muy raro que se olvidó de su apuesta con ella como si nada. Ninfa se quedó con las ganas de meterlo en su cama, pero siempre había una presa para saciar su hambre. Para satisfacer la de ese sujeto...quizá no había nada en este mundo.

-Pobre infeliz- murmuró Ninfa y volvió al cabaret.

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