Desaparecido
《Alberto Domingo Kostchy, nacido el 16 de Octubre del año 1949, 29 años de edad, empleado municipal. Posible traidor a la Patria. Hijo de Rahel y Ezek Kostchy, ambos inmigrantes polacos.
El sujeto reside en la pensión X de la calle Nueva York de la localidad de Berisso. Amigo de María Del Carmen Ferreira, buscada por crimen de alta traición.》
Eso se leía en la ficha de la triple A. Un hombre, vestido de militar la tenia entre sus manos. Tomó un sello y lo estampó en aquel breve informe. Se lo paso a un subordinado con la orden de detención.
…
Era lunes por la mañana, yo me miraba en el espejo del botiquín del baño mientras me afeitaba. Las cosas habían sido duras en esos meses, lo sabia. Los militares me pisaban los talones, todavía no me lograban agarrar.
Me limpié la cara y apoyé mis manos en la pileta del baño.
-La puta madre… ya son tres los que se llevaron…- susurré entre dientes, recordando la noticia que recibí la noche anterior.
Si, los militares estaban limpiando la municipalidad de Berisso ante una posible “amenaza zurda”. Pero ¡Se llevaron a la Pelu! Esa no era “zurda”, no era “montonera” ¡ni siquiera sabia de política! Se llevaron al Pancho, que era radical y no jodia a nadie ¡A la hermana de la Peti! La pobre piba tenia dieciséis años y no hacia nada, su único delito era ser la hermana de un montonero.
《¡La puta madre! ¡Se estaban llevando a todos!》
Lo pensé y lloré de la bronca.
Me sequé la cara y salí del baño rumbo a la cocina.
-Buenos días, Beto…- me saludó la Paula distraídamente, mientras me pasaba el mate.
-Buenas…- le respondí, tomando del mate.
Me sentía nervioso, angustiado ¿ansioso? ¡Qué se yo! Sentía un hueco en el estomago, como cuando te parece que algo va a pasar. La miré a mi mujer, estaba toda despeinada y con la bata de cama desarreglada, tenia ojeras. Ella, al igual que yo pasábamos las noches en vela, preocupados y con miedo a que los milicos vengan y nos lleven.
Al pasarme el segundo mate le tomé la mano, ella me miró sorprendida. Hacia meses que nos habíamos distanciado por el miedo de todo lo que ocurría en Argentina. Pero en ese momento me di cuenta, todo lo que esa mujer aguantaba conmigo. Quise llorar, pero no lo hice, en cambio, le sonreí con tristeza. Un nudo se me formó en la garganta.
-Te quiero, gorda…- le dije simplemente.
Ella me sonrió y se arregló el pelo. Me puse la casaca y tomé las llaves del auto. La abrasé.
-Chau, Beto. Cuídate- me dijo dándome un beso en la boca.
Cuando me separé de ella, la vi llorar. Tenia miedo. La entendía, yo también tenia miedo. Miedo de que me lleven, miedo de que llevaran a la gorda o simplemente de que me mataran en la calle. Nadie lo entendía, yo ya no militaba y todos creían que así no me pasaría nada, pero eso era mentira, te buscaban igual ¡los milicos, hijos de puta, te llevaban igual!
Le sequé las lagrimas y la volví a abrazar. Tanto ella como yo lo necesitábamos.
《¡Pero si!¡Carajo!¡Anda saber si hoy vuelvo!》
Pensé acurrucando mi cabeza en su hombro, conteniendo las lagrimas.
…
Al cabo de un rato, yo ya había subido al auto, serian las cinco y media de la mañana. Como era invierno, estaba todo oscuro. Anduve por la calle de la Nueva York, ahí lo vi. Estacionado frente al “Palacio del Obrero” un Falcón verde.
Intenté ignorarlo, pero me siguió unas cuadras. Miré el rosario de la Virgencita de Luján que tenia colgado en el espejo retrovisor. Le recé. Esa oración que me había enseñado el Padre Ruperto.
《Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.
A ti celestial princesa, virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón.
Mírame con compasión. No me dejes, madre mía, morir sin tu bendición. 》
Estaba cagado hasta las patas, si hasta un Padre Nuestro alcance a rezar. Pero me pararon, a una cuadra del sindicato.
-Bájese del auto.- me dijeron los del Falcón.
Paré el coche y me bajé.
-Las manos donde se pueda ver- me ordenaron.
Levanté las manos, mirando al cielo. No, no iba a llorar. Escuché unos pasos firmes adelantándose, me agarraron de los brazos, me ataron y taparon la cabeza con una bolsa.
-Quédate piola, flaco y coopera.- me dijeron a la vez que me llevaban a la rastra.
De una patada en el culo, no les miento, me metieron en el Falcón. Escuché la puerta cerrarse con violencia y sentía como algo me clavaba en las costillas, alguna pistola para que me quede quieto, seguramente.
…
El viaje fue algo largo, me putearon y me amenazaron. Dijeron que si intentaba algo irían a buscar a mi mujer y la matarían. Me golpearon y se burlaron de mi. Yo no podía hacer nada, estaba atado de brazos y pies.
Sentí que el auto paró, me pareció escuchar que llegamos a La Balandra. Abrieron las puertas y me sacaron. Me tiraron al piso y me patearon para que me levantara.
-¿Dónde está la montonera, María Del Carmen Ferreira?- me preguntaron.
-No sé quien es.- respondí.
Era cierto, no sabia de quien hablaban, entre nosotros solo nos tratábamos por apodos. Otro golpe, esta vez en la cara. Sentí que la sangre salía de mi nariz.
-Dale, no te hagas el boludo ¿Dónde esta la puta esa?- me volvieron a preguntar.
Respondí lo mismo varias veces, recibiendo como premio golpes.
-No sabe nada parece.- dijo uno y sentí otra patada en las costillas a la vez que oía sus risas.- Bueno muchachos, ya saben que hacer.
Escuché como se alejaba. Me tomaron del brazo y me arrastraron hasta lo que pude sentir como una pared, me apoyaron ahí. Sentí el frio cemento en mi cara.
Al fin lloré, sabia lo que venia.
-¡Viva Perón, Carajo!- grité, pero mi grito fue tapado por el ruido de los fusiles
...
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