Capítulo 11: De vuelta a casa - Parte 1
Aisha
Voy en el auto junto a Hunter, estamos recorriendo la carretera rumbo a mi pueblo. 55 años desde que me fui… ¿Cómo será? ¿Habrá cambiado mucho? ¿La mayoría de los que conocí ya habrán muerto? ¿Por qué me hago esas preguntas cuando aún no recuerdo nada? Y aunque mis memorias no regresen a pesar de observar los gruesos y altos árboles a los costados de la carretera, dentro de mí me invade una nostalgia por cada tramo que más avanzamos para llegar. También estoy inquieta, en la casa escuché de nuevo ese sonido, pero sólo fue un par de tintineos que no consigo explicar de dónde es o de qué se trata.
Miré a mi pecho observando la cadena dorada que cuelga de mi cuello y un cascabel pequeño en esta también dorada. Tomé el objeto entre mis dedos pulgar e índice apreciando esa bolita que me hace suspirar en desazón. Solté el cascabel y recosté mi cabeza en la ventana del auto contemplando más el paisaje verde y marrón junto al azul de arriba.
–Ya llegamos. –musité antes de mirar como dos pilares se alzaban con un letrero que les unía. «Duckout»
–¿Recuerdas algo?
–No.
No mentía, no del todo, no me llegaba nada en concreto más allá de tenues imágenes difusas dónde reía junto a alguien a quien no podía ver su rostro, sólo escuchaba nuestras voces y lograba captar un vestido ligero color amarillo por el comienzo del verano y el aumento de su calor mientras cargaba un par de libros que acababa de comprar y me daba ilusión leerlo…
–Espero que la jardinera no sea difícil… –eso lo dije en mis efímeras imágenes, pero al parecer también lo susurré, pues Hunter me respondió.
–Creo que depende de buena mano, mi madre tenía su jardín y era hermoso.
–¿Ah? –le miré extrañada.
–¿Qué?
–No, nada. ¿Tu mamá amaba la jardinera?
–Sí, mucho. Le encantaba mucho un tipo de flor… uhm… –me extrañó que él se hubiera callado un poco, no sabía si preguntarle algo– Sabes, hoy olí una fragancia antes de despertar, creí que eran de rosas, pero en realidad ahora que lo recuerdo se trata de otra flor.
–¿Cuál?
–Ah… No me acuerdo de cuál… pero sí recuerdo que esa flor era especial. Florece una vez al año a medianoche.
–Una vez al año a medianoche… uhm… Me parece familiar… –puse mi vista en un lugar, uno más amplio y abierto– ¡Hunter, para!
Él se extrañó, pero lo hizo, yo bajé rápido acercándome a un lago que brillaba tan hermoso gracias a los rayos sin importar que fueran los del sol, la luna o la artificial. Escuché mi palpitar y vi en mi cabeza unas imágenes…
–¿Aisha?
–Me gustaba mucho venir aquí… Me gustaba leer bajo un árbol sentada arriba de una manta. Cuando se acercó a mí, yo estaba aquí de día… leyendo…
–¿Quién?
–No lo sé… –tomé mi cabeza, me estaba doliendo– ¿Quién eres?
–Aisha… Dime, ¿qué leías? –su voz me calmó…
–Un libro pequeño… Un poemario… Me gustan los poemas.
–Ya veo. ¿Recuerdas qué poema leías en ese momento?
–Ah… No… No puedo, trato de hacerlo, pero me duele…
–¿Te duele la cabeza?
Negué moviendo mi cabeza de lado a lado, pues no es eso lo que me lastima, es otra zona, y no es como si fuera físico… Me duele el pecho… para ser más precisos, me duele el corazón haciendo que una gran tristeza acompañada de angustia inunde mi ser queriendo recordar aquel poema que leía sentada frente al lago, ahora con un vestido celeste de mangas hasta los codos y figuras de flores blancas en la falda cuyos pétalos son más puntiagudos y delgados, sólo recuerdo una voz suave y apacible… y… unos ojos… dorados…
Un tintineo.
Me tranquilicé mirando el lago que pareciera tener estrellas en su agua casi cristalina dejando en mi mente esa imagen de sus ojos… ¿Quién eres?
×~×~×~×~×
Estoy bien, más calmada, Hunter y yo volvimos al auto continuando nuestra travesía. El pueblo tiene tres caminos, dos son entradas y salidas, y el otro es una senda que nos lleva a un gran edificio, un hospital, pero no uno con pacientes “normales”, sino uno especializados con tratar con aquellos con desórdenes psicológicos y psiquiátricos, Mentsdark, ¿acaso no pudieron usar un nombre mejor?
Entramos a ese camino pavimentado con algunas curvas y los árboles de los lados con apenas un poco de coloración por el paso de la estación otoñal que comenzaba a adentrase de poco en poco. Hunter me miraba de vez en cuando y yo le respondía con una pequeña sonrisa, no le comenté sobre ese pequeño flashback que me alcanzó, por ahora. Quiero intentar unir algunas partes un poco y quizás la persona a la que estamos a punto de ver me pueda ayudar, eso espero.
No tardó mucho para que el instituto se alzara a la vista de aquella colina que conforme nos acercamos a la entrada de reja unida a muros de concreto con proyectores de luz en los pilares y la seguridad tanto dentro como fuera del área, el bosque había terminado antes y pasamos a un camino más despejado con apenas árboles dispersados, pero habían otros adornando el pasar y distribuidos a una distancia casi exacta unas de otras, pero estos árboles ya habían perdido casi todo su follaje haciéndolos algo tétricos a la vista.
–Buenas tardes, soy el detective Hunter Moore –enseñó su placa e identificación–. Tengo una cita con una paciente. –el oficial de la entrada de adentro tomó un teléfono e hizo una llamada, luego se asomó por la ventanilla y confirmó la información al oficial que estaba con nosotros.
–Bien, puede pasar. –devolvió las cosas de Hunter y el sonido de las rejas eléctricas se hizo presente dándonos paso y seguir por un camino igual al que dejamos atrás.
–¿Mamá está aquí?
–Sí. Aisha… eh, creo que sería bueno si tú…
–Voy a ir, quiero verla. Ha pasado mucho tiempo y sigue siendo mi madre.
–Bien.
Paramos frente a las escaleras anchas de 10 escalones, un señor de traje y bata blanca encima salió por las puertas de madera rojiza de doble hoja y posándose firme y sonriente con los brazos por delante.
–Bienvenido oficial Moore, es un placer –estrecharon manos e hizo una señal para que pasara mientras yo lo seguía–. Tengo entendido que desea ver a Victoria Forest ¿no es así?
–Así es.
El camino era… lúgubre a pesar de que el lugar era luminoso y tan blanco como la nieve, lo que lo hacía así de frío era ver a esas personas casi adormitadas despiertas, otros dando vueltas en sus lugares sin mucho movimiento con la mirada perdida en el espacio y otros simplemente postrados en los sillones o sillas de ruedas mirando a un punto fijo en la nada ya fuera en las ventanas o a la pared, otros eran erráticos hablando solos o moviendo sus cabezas de un lado a otro. Subimos por el elevador y luego fuimos pasando pasillos donde los enfermeros ayudaban a esas personas necesitadas, algunos… podían verme y saludarme.
–Debo advertirle algo primero –se detuvo antes de pasar una puerta con una ventana con protección–. Es posible que ella no le ayude en lo que sea que quiera obtener. El constante abuso de alcohol y drogas ha hecho estragos con su capacidad para mantenerse consciente de la realidad, aunque a veces puede estar lúcida por momentos.
–Gracias, lo tendré en mente.
–De cualquier forma habrá dos enfermeros que estarán cerca para evitar algún ataque por parte de la señora Forest.
–Se lo agradezco.
Cruzamos la puerta, había más personas en sus propios mundos imaginativos y delirios, fuimos pasando el espacio donde un hombre desaliñado se acercó a mí riendo exagerado.
–Los muertos regresan, siempre vuelven. –dijo muy cerca de mi cara, me asustó y corrí a mantenerme más cerca de Hunter hasta llegar a un sofá individual que estaba frente a una ventana mirando al exterior y en dirección a donde está el bosque del Olvido.
–Aquí es, por cualquier cosa, estaré cerca.
El médico se retiró sin salir de la habitación, Hunter me miró por un momento soltando un suspiro y caminó a sentarse a una silla que habían puesto al lado y quedando frente a esa señora que yo aún no veía. Tomé una bocanada de aire para avanzar al lado de Hunter y ver a la señora desaliñada, su cabello canoso largo y alborotado, sus ojos con ojeras palpables, mirada perdida afuera de la ventana, boca abierta en la que en cualquier momento puede salirse una línea de saliva, su cuerpo encorvado abrazando sus brazos, usando una bata blanca y sus arrugas que le hacían ver aún más vieja para su edad… Ha cambiado tanto… y no la recuerdo… pero la siento… la reconozco… Es mi madre…
–Señora Forest, soy el detective Hunter Moore, me encargo de investigar la desaparición de su hija, Aisha Forest, quisiera…
–Aisha… –su voz salió desgastada, sin ganas, sin vida y creo que molestia.
–Así es, quisiera que me pudiera ayudar. ¿Qué es lo que recuerda antes de que ella se perdiera?
–¿Perdida? –me miró… ella me ve… –Hola… –tragué en seco, quería hablar, pero tenía un nudo en la garganta.
–Mamá… yo… Yo morí hace 55 años…
–No ha pasado tanto… ¿o sí?
–Mamá. ¿Qué recuerdas acerca de alguien con los ojos ámbar? –Hunter me miró extrañado, más permitía que siguiera– ¿Quién era yo?
–¿No lo recuerdas? –negué y ella sonrió de oreja a oreja– Oh… Bueno, estás muerta… ¿Qué importa? Solo deberías lárgate como querías hacerlo, ahora vete. –me duele lo que dice.
–Señora Forest, su hija, no puede descansar en paz.
–Ojalá nunca lo haga. –la miré confusa, Hunter también– Esa perra desagradecida quería largarse cuando su obligación era regresarnos todo lo que le habíamos dado, yo soy tu madre, por mí estás viva zorra imbécil.
Sus ojos me miraban con rabia, sus palabras eran dagas que se enterraban muy profundo dentro de mí… Me duele… me duele mucho… Me culpaba de ser mala hija porque no le daba dinero para sus adicciones, dijo que yo me quería ir de su lado y que eso no lo iba a permitir, se burlaba, carcajeaba y regocijaba de mi muerte… Los enfermeros llegaron a someterla e inyectarle un tranquilizante.
–¡Si tuvieras una tumba bailaría y escupiría sobre ella! ¡Obtuviste lo que te merecías asquerosa puta!
–¡Cállate! –las ventanas… estallaron…
Respiraba entrecortada y rápido, el pecho me dolía, mi corazón sonaba tanto que mis oídos resentían el palpitar y mi cabeza también quería estallar, apretaba mis puños y miraba iracunda a mi madre aterrada al verme mientras que poco a poco ella iba cayendo dormida… No entendía mi rabia, aún no recordaba nada, pero en mi mente sólo mermaban unas palabras… «Maldigo el día que no los maté»
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