¿Quien eres?
Llegar a mi casa, fue una de las cosas más difíciles que he hecho, en los últimos años. Porque el recuerdo de Lucas con esa chica me azotaba minuto a minuto, paso tras paso, deteniendo mi corazón por segundos.
Siempre supe que mis posibilidades con él eran escasas, pero verlo junto a una mujer como ella, me revolvió el alma. Lucas siempre fue un caballero, una persona de virtudes y carisma, mientras ella desbordaba arrogancia, incluso en la distancia.
—¡Qué tonta!, sufriendo por alguien que ni siquiera tiene ojos para ti —escuche detrás de mí—, ni tendrá.
Sé que es una locura total, pero juraría ante Dios que siento su aliento justo en mi oreja, durante la última frase, mientras entro en mi habitación.
—Debes estarlo disfrutando —le digo a la nada.
—¿Qué cosa? —inquirió con tono inocente.
—¡No juegues conmigo! —grité frustrada, tras cerrar la puerta de golpe.
Su risa inundó la habitación. Tape mis oídos con las manos, con mucha fuerza y cerré los ojos, como si al cubrir mis sentidos ella fuera a desaparecer, pero no.
—Chilla, grita, llora, no me importa, la verdad es que te niegas a aprender. Es como si desearas sufrir —comento apareciendo en mi vista periférica.
Recorre el cuarto con calma, acariciando las cosas a mi alrededor. De lejos luce como una chica cualquiera, dulce, tranquila, aunque con un estilo un demasiado gótico para mi gusto.
—Hoy estás muy conversadora —digo desviando la mirada hacia el techo.
—Creo que sola, terminarías loca —me responde al sentarse en el borde de mi cama—, ¿sabes?, sé como te sientes. Yo también he amado.
—¿Cómo sería eso posible?, si solo vives en mi cabeza.
Su risa estruendosa reapareció, perforando mi pecho. No puedo evitar preguntarme.
«Realmente, ¿solo está en mi mente?, ¿Por qué mi cabeza me tortura así?»
—Perdón por reírme, pero es que estás tan decidida a que esa es la realidad. Que no tendría sentido intentar explicar.
—Te escucho — alegué, instándola a continuar hablando.
—¿De verdad? —preguntó levantándose y caminando hasta mí—, ¿estás segura de que me escuchas?
—¿A qué te refieres?
—¿Escuchas mis palabras Diana?, o ¿solo piensas que lo haces?
Su pregunta me hace dudar, «¿La escucho?, supongo que no, que solo imagino su voz, porque en realidad mis tímpanos no están captando ninguna vibración»
—Ahora, pareces confundida —continúa hablando.
—Lo estoy —confieso mirando hacia el piso.
Me sorprende no escucharla, decir nada más y para cuando levanto la vista, nuevamente me encuentro totalmente sola.
—Me estoy volviendo loca —digo a la nada, mirando a todas partes—, tal vez me presione tanto que mi mente no supo que más alucinar.
«Al parecer la cosa me gusta, porque ella se va y yo continúo hablando sola en voz alta, pero al menos ya no pienso en Lucas», reflexiono sintiéndome como una tonta.
Finalmente, decido que lo mejor que puedo hacer es darme una ducha, obligarme a olvidar temporalmente todo y acostarme a dormir sin importar que ni siquiera son las nueve de la noche.
La oscuridad del exterior impregna mi habitación y el silencio de mi hogar es sepulcral, no puedo dejar de recordar a Lucas mientras miro el techo, iluminado gracias a la poca luz de luna que se cuela por mi ventana.
Repentinamente, comienzo a sentir mucho frío, tanto que tengo espasmos que no controlo. Un fuerte sonido que supongo proviene de la cocina me obliga a levantarme y salir de la comodidad de mi cama. Miro hacia la puerta expectante, como si en cualquier momento la puerta se fuera abrir, dejando a la vista la silueta de un intruso, pero no es así.
Me obligo a desechar esas ideas tontas, los segundos transcurren en medio de una tranquilidad inquietante, hasta que el sonido en el exterior se repite. Esta vez con mayor intensidad.
De nada me serviría mirar la puerta, mientras mi corazón se acelera, así que decido ir a revisar.
«Tener miedo es normal», me repito mentalmente una y otra vez mientras camino, hasta tocar suavemente el pomo de la puerta, «valiente, no es quien no siente miedo, sino quien lo enfrenta y yo no soy cobarde, loca ¡sí!, pero cobarde ¡no!», pienso en el momento en el que me obligo abrir.
Frente a mí un inmenso pasillo «¿esta es mi casa?», miro alrededor, con la terrible sensación de que todo está mal. Bajo las escaleras, ahogada en desasosiego. Agradezco infinitamente que la luz de la escalera esté encendida.
«¡Dios mío!, sé que no existe ni un solo motivo para que yo crea, que soy tu hija predilecta, pero por favor no me abandones»
Solo unos cuantos escalones me separan de la planta baja, cuando veo frente a mí, aún en la distancia, en medio de la oscuridad, lo que parece la silueta de alguien. Desde la ventana no entra suficiente luz, como para reconocerle. No se mueve, ni hace ruido, así que es posible que sea solo producto del miedo.
Sin embargo, no me muevo, mi cuerpo no reacciona. La terrible sensación de que sea lo que sea me mira tan fijamente como yo a él o ella, es inquietante. Si es real, probablemente este pensando que hacer ahora que nos hemos encontrado de frente.
—¿Qué quieres? —le pregunto, con la voz temblorosa.
No hay respuesta, «no debe ser real, no puede, es solo mi cerebro, creando figuras reconocibles, ¿quién entraría a nuestra casa a esta hora?, es ridículo»
—Quiero que me escuches —responde finalmente—. Quiero que sepas la verdad.
Mi corazón se acelera, «maldición, debe ser ella, seguro es ella intentando asustarme. No sería la primera vez»
—¿Qué verdad? —pregunto casi en un susurro.
—La verdad sobre mí —responde—. La verdad sobre lo que soy.
—No sé de qué estás hablando.
Pestañeo y al abrir los ojos una vez más, veo la silueta totalmente negra frente a mí, a escasos centímetros, el susto me hace brincar y, por tanto, caer sentada sobre el escalón que tengo detrás. En una fracción de segundo se deja caer ella también, pero de frente, evitando que nos distanciemos.
A pesar de la luz de la escalera, ella sigue siendo simplemente una silueta negra, cuya nariz está a punto de tocar la mía, a la vez que sus manos sostienen su peso, dejándome en medio de ellas. En pocas palabras, estoy acorralada. Percibo su respiración y de alguna manera me siento desfallecer.
«¿Este es mi fin?, jamás me había sentido así, con una alucinación»
—Soy tu sombra —susurra—. Soy la parte de ti que no quieres ver. Soy la parte de ti que te asusta.
—No tengo miedo de ti —miento.
—Sí que me tienes miedo. Y tienes razón. Deberías tenerme miedo.
Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Sé que tiene razón. Tengo miedo de ella. Tengo miedo de lo que es capaz de hacerme. Estoy aterrada.
—¿Qué quieres de mí? —le pregunto.
—Quiero que me liberes. Quiero que me dejes ser yo.
—No puedo hacer eso —le digo, sin motivo—. No puedo dejarte ser tú.
—¡Entonces te destruiré! —me grita—. Te destruiré a ti y a todos los que te aman.
Cierro los ojos y trato de calmarme. Sé que tiene que estar jugando conmigo. Sé que no puede lastimarme ni, jamás lo ha hecho. Pero no puedo evitar sentirme asustada.
—No te tengo miedo —sentencio, cerrando los ojos con la mayor fuerza posible—. No me puedes asustar.
—Ya te estoy asustando. Y solo estoy empezando.
Abro los ojos y la veo. Está ahí, de pie frente a mí, pero esta vez está sonriendo. Desconozco el momento en el que lleva sus manos hasta mis tobillos, los sujeta y jala. Me arrastra por el suelo sin piedad.
«¡Me equivoqué!», pienso, sintiendo como mi cuerpo impacta contra cosas en el suelo, «¡Si puede tocarme, lastimarme!», continúo pensando mientras lloro, más por el pánico que por dolor.
Mi cuerpo se detiene de golpe y me obligo a mirar, ahora frente a mí, está la sombra y frente a ella, la alucinación que sí conozco, mi perturbadora gemela gótica. Se miran la una a la otra sin decir palabra.
Me levanto de suelo temblorosa, miro a mi alrededor y no tengo ni idea de en donde estoy.
—Ella es mía —gruñe furiosa.
—Era —responde la sombra.
—En serio, ¿estás dispuesta a intentar quitármela?
Hablan como si yo no estuviera frente a ellas, como si yo no existiera.
—Las veré pronto. Y cuando lo haga, van a sufrir —sentencia la sombra antes de desaparecer.
—Sí, si como digas.
Siento algo de calma, pero ¿Cómo podría relajarme cuando, frente a mí, está la causante de mis contantes tormentos?, me mira fijamente y sin decir ni una sola palabra, apoya su mano sobre mi hombro.
«¡Ella también puede tocarme!», notó antes de que me empuje. Al caer percibo un hueco en la boca del estómago, mi cuerpo no impacta contra el suelo como debería, continúo cayendo, de forma abrupta. Siento el vacío a mi alrededor, mientras mi cuerpo se contorsiona en el aire, «¿voy a morir?», me pregunto al ver el suelo, aproximarse hacia mi cara, cierro los ojos y.
Me sobresalto en mi cama, estoy sola, en la oscuridad. Siento mi cuerpo sudado, el corazón acelerado como una locomotora, «fue una pesadilla, horrible», me repito varias veces, en búsqueda de calma, pero fué demasiado real, demasiado vivida. Miro en todas las direcciones posibles, comprobando que estoy sola.
Tengo miedo, pero también siento una extraña determinación. No voy a dejar que ella me gane. No voy a dejar que mi propia mente me destruya. Voy a luchar contra ella. Y voy a vencerla.
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