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Si del cielo te caen limones...

La noche era cada vez más fría, la gente debía encender su calefacción al máximo, excepto Bernie, quien por más que pinchaba el botón, esta no encendía. Él debía tener todo listo para que al llegar la noche pudiera disfrutar con su familia los regalos, el ponche navideño y un rico pavo, todos se congelarían en su casa si no lograba calentar un poco el ambiente.

-¡Maldición! Yo muriéndome de frío y esto no sirve, sabía que debía comprar una nueva y no aproveché el descuento.

Intentó prender la fogata, pero no daba resultado, ya que se apagaba con rapidez. Todo era un total desastre del que no podía solucionar y sabía que se congelaría si no lograba encender alguno de los dos.

Después de su fracaso, se dirigió al armario y agarró su abrigo más grande, salió a revisar los fusibles de luz, creyó que ese podría ser el problema, pero todo estaba en perfectas condiciones, no había nada dañado, al regresar a abrir la puerta de entrada a su casa, algo golpeó su cabeza, ignoró todo creyendo que era una bola de nieve, de pronto sintió otro golpe más y al levantar la mirada de nuevo algo golpeó contra su ojo.

Tomó con su mano lo que había caído, lo observó con detenimiento y se dio cuenta que era nada más y nada menos que tres limones eran lo que había estrellado con su cabeza, decidió meterlos a casa y preparar un té de limón, con eso conseguiría calentarse un poco antes de que el invierno lo consumiera vivo.

Ya estando en casa, entró a la cocina, tomó uno de sus mejores cuchillos y partió uno de los limones, de este surgió un líquido color verde fosforescente, algo que Bernie jamás en su vida había visto y lo dejó sumamente sorprendido, no podía parar de ver aquello. De repente sintió un ligero mareo que le hizo dar vueltas y vueltas hasta aparecer en un lugar extraño.

Junto a él pasó una persona molesta mientras exclamaba lo que parecía ser una grosería.

<Uomo stupido> pensó el hombre, lo cual hizo que Bernie mirara sorprendido a aquella persona.

Después pasó una adolescente, de la cual pudo leer uno de sus pensamientos <Devo comprare i regali di Natale>

Pero... ¿por qué todos pensaban en italiano? Bernie se dio media vuelta y notó las bellas aguas de la ciudad de Venecia. No podía creer que estaba en Italia, pero en definitiva debía disfrutarlo, no todos los días se daba esa oportunidad.

Se paseó por las hermosas calles, tomaba fotos con la cámara de su teléfono celular, todo era maravilloso en ese nuevo país, creyó que estaba viviendo un sueño del que deseaba no despertar jamás.

Todo parecía ir perfecto, hasta que... accidentalmente chocó con un hombre alto y musculoso.

-¡Hey! -exclamó el hombre molesto, se dió media vuelta y lo miró de pies a cabeza-. Tenías que ser latino. ¡Fíjate por dónde caminas!

-Yo... lo siento -exclamó alzando los brazos y retrocediendo.

-¡Te crees muy gracioso! -Se fue contra él a punto de golpearlo.

Bernie retrocedió poco a poco hasta chocar con una gran estatua, la cual se rompió y todos los trozos cayeron al suelo, la gente de alrededor lo miraron con asombro e incluso pudo ver a una mujer caer desmayada al suelo.

-Mi dispiace -intentó disculparse, pero fue demasiado tarde porque la gente lo miraba enojado.

Entonces al ver a todos molestos, se echó a correr ¿A dónde iba? Ni el mismo sabía, pero debía irse lo más lejos posible antes de que los italianos lo quemaran vivo.

Estando un poco más alejado de todos, sacó uno de los limones y lo exprimió deseando así poder regresar a casa. El líquido fosforescente salió y lo teletransportó hasta nada más y nada menos que la ciudad de París, lo confirmó cuando vio a su derecha aquel bonito monumento de la Torre Eiffel, lo fotografió, visitó el museo de Louvre, después se tomó una foto en la catedral de Notre Dame.

Parecía que no había ningún problema en aquel país y que eso de poder leer los pensamientos de los demás se había ido. Siguió caminando, ya no le importaba regresar o no a casa porque ahora sí había encontrado el lugar ideal para pasar la navidad.

Al ver los baguettes no pudo resistirse a comprar uno, lo tomó con ambas manos y comenzó a comerlo en la calle a lo cual algunas migajas cayeron al suelo; la mujer que se encontraba cerca lo miró enojada y con ganas de meterle un buen golpe.

La mujer rubia se levantó de su asiento y comenzó a gritar unas cosas en francés, las cuales Bernie no entendió del todo.

-Ey, garçon -gritó.

Bernie se fue de ahí corriendo, mientras la mujer le gritaba muchas malas palabras, más tarde la multitud parisina comenzó a perseguirlo, de nuevo era momento de salir corriendo de ahí.

Cuando revisó su bolsillo se dio cuenta que solo le quedaba un limón, era un riesgo utilizarlo, pero de eso está lleno la vida, el que no arriesga no gana. Era ahora o nunca, entonces lo partió y lo exprimió, salió el líquido fosforescente y entonces se trasladó a un nuevo lugar.

Entonces pasó de nuevo, llegó a un país, pero no lograba identificar bien en dónde estaba, hasta que pudo oír a las personas hablando como en aquellos animes que había visto en televisión, solo que sin subtitulos. Fue entonces que comprendió que se encontraba en Japón.

Aprovechó para probar nada más y nada menos que un auténtico sushi, entró a uno de los restaurantes que se encontró para probar aquella delicia con algas marinas y arroz, su sabor era exquisito en su paladar, muy diferente al que había probado en otros países.

Terminó de comer, pagó la cuenta y dejó una pequeña propina sobre la mesa, se levantó, dio media vuelta y estaba a punto de salir de ahí, cuando el mesero lo detuvo y comenzó a gritarle algunas cosas en japonés, no podía entender nada, pero por su rostro sabía que era algo malo. Bernie no comprendió qué había hecho mal, solo salió del restaurante, pero el mesero no dejó de insultarlo. Bernie ya no tenía más limones, no había forma de regresar a tiempo para navidad.

-Ahora ya nada puede ser peor -exclamó triste-. No estaré en la cena con mi familia, no habrá regalos y yo estoy perdido en Japón sin un solo limón para regresar. Ya solo falta que me secuestren los extraterres.

Dicho y hecho, el cielo se tornó gris y más tarde una luz verde iluminó la ciudad, la gente se alejaba, una nave espacial apareció y se llevó a Bernie, él logró subir a la nave y se sobresaltó al ver a dos seres extraños altos, cabezones y de color verde fosforescente.

-Con que fuiste tú quien robó los limones mágicos -exclamó uno de los extraterrestres-. ¿Sabes la gravedad de lo que has hecho? No solo los robaste, sino que has hecho mal uso de ellos, rompiste la estatua de Bartolomeo Colleoni, has ensuciado la ciudad de París e insultaste a un mesero japonés al dejar propina.

-Oh, así que esa era la razón de su enojo -mencionó pensativo.

-¿Qué tienes que decir en tu defensa?

-Que yo no robé esos limones, tan solo cayeron en mi cabeza y estaba por prepararme un té de limón porque mi calefacción no encendía. Solo quiero regresar a tiempo para pasar la noche buena con mi familia, no sabía que estaba cometiendo un crimen.

El extraterrestre no cambió de opinión, seguía molesto por lo ocurrido, lo único que hizo fue ordenar lo peor.

-Encierren a este hombre en una celda, no nos vendría mal un humano como cena de noche buena.

-Oiga, amo, pero nosotros no celebramos eso -mencionó el otro extraterrestre. A lo cual el otro le lanzó una mirada asesina-. Supongo que una vez al año no hace daño.

Después de amarrar manos y pies a una silla, Bernie fue a dar a una de las celdas horribles donde alrededor se encontraban otras más en las que había gente rogando salir de ahí.

-¡No pueden hacerme esto! -rogó Bernie-. Yo no hice nada malo, bueno, rompí una estatua, contamine París e insulté a un japonés, está bien, sí me porté mal, pero no fue a propósito.

-¡Silencio! -ordenó el guardia molesto.

Y saber que todo comenzó por haber descompuesto la maldita calefacción, ahora viviría la peor navidad de su vida y lo peor es que sería la última porque estos seres extraños se lo cenarán

-Tengo hambre -susurró mientras su estómago rugía-. Como quisiera un filete de pescado ahora mismo.

Y entonces por arte de magia un gran plato con un filete de pescado apareció sobre su regazo.

-Como quisiera estar desatado -volvió a intentar.

Las cuerdas con las que se encontraba atado se rompieron en ese instante, Bernie disfrutó de su delicioso filete, después se le ocurrió otra magnífica idea.

-Como quisiera que un dragón viniera a salvarme.

Pasaron alrededor de cinco minutos, no hubo un dragón, por supuesto que era un deseo estúpido, los dragones no existen, pero estaba muy equivocado cuando vio caer fuego a sus alrededores, los extraterrestres trataron de disparar, pero el fuego los estaba venciendo, Bernie se sintió protegido, después de lograr vencer a todos, se subió al dragón y juntos volaron hasta llegar a casa.

La canción *seguimos de pie* sonaba en la radio, lo cual hizo que Bernie abriera los ojos sobresaltado, respiró tranquilo al ver que todo fue un sueño, intentó prender la calefacción, pero no lo logró. Entonces todo había sido realidad.

-Como quisiera que encendieras -le dijo al aparato dandole una patada. Entonces como si nada, el aparato prendió y comenzó a calentar el lugar.

Bernie miró sorprendido de un lado a otro como si todo se tratara de una broma.

-Como quisiera que me cayeran un millón de dólares -dijo mirando hacia el techo, pero nada cayó-. ¡Ja! Lo sabía, esas cosas no pasan.

Se salió de casa para ir a comprar la cena de noche buena y no notó que en su patio trasero cayeron un millón de papeles verdes con la cara de George Washington.

FIN

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