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La historia del Señor Humor:

—¡Eh! ¡Escriboymegusta! —Anticupido, el líder de la organización, llamó a una de sus soldados.

—¿Me buscaba, Señor? —Ella apareció unos minutos después, haciendo una leve inclinación de cabeza en señal de respeto.

—Sí —largó una bocanada de humo y arrojó el cigarrillo al suelo— quiero que ayudes al nuevo a instalarse—le dedicó una mirada un tanto ruda, y luego sonrió con burla—.   No queremos un pollito mojado en nuestras filas—le palmeó el hombro al muchacho un par de veces, antes de retirarse a otro sector del campamento.

La chica también le echó un vistazo con cierta lástima. Esos bracitos que tenía, ponían en duda que fuera capaz de sostener un arma.

—Oye, tú...sígueme, te llevaré a los vestidores  —caminó sin esperar respuesta, sabiendo que la seguiría de atrás— te advierto que hay que atravesar el campo de entrenamiento, así que ten cuidado de no morir.

Él abrió mucho los ojos y tragó saliva. No pensó que sería para tanto, hasta que se topó con lo que parecía ser una zona de guerra. Humo, disparos, gritos. Habían corazones de papel agujereados por doquier, bombones pisoteados, peluches blancos que ponían "I love you" eran usados como objetivo, y a más de uno le faltaba alguna parte de su peludo cuerpo.

No obstante, entre todo ese caos, alguien llamó su atención:

Un hombre de sombrero y corbatín, sosteniendo dos ballestas. Pronto comenzó a disparar sin expresión alguna, efectuando movimientos perfectos. Evadió cada proyectil y consiguió acabar con todos los objetivos en menos de dos minutos, algunos incluso, estando detrás de su cabeza, en un punto ciego.

—¿Ese no es...?

Escriboymegusta asintió, tras dirigir su vista hacia allí.

—El Señor Humor es el segundo al mando, el mejor en estrategia, ataque y defensa. Un desempeño impecable —su tono dejó entrever cierta admiración.

—¿Cómo es que llegó aquí?

Ella se detuvo en seco, y lo observó por sobre el hombro.

—Con que no lo sabes... Bien, nuestra tarea tendrá que esperar. Te contaré una historia...

Era 14 de febrero. La ciudad entera estaba plagada de rosa, rojo y blanco. Las flores y los corazones eran escupidos desde todas partes como vómito de borracho novato.

En ese lugar precisamente, vivía el Señor Humor. Allí tenía una esposa, y un lindo trabajo como columnista de humor en un periódico importante.

Podrías decir:"¿Qué tiene eso de especial?" Pues nada, lo asombroso de la situación era que él adoraba la fecha, y celebraba el amor con pasión enfermiza.

Cómo será, que tenía una camiseta con la imagen de su pareja. ¡UNA CAMISETA, POR EL AMOR DE DIOS! Como si con verla todos los días no alcanzara.

Luego de hacerle unos innecesarios panqueques con chocolate en forma de corazón a su mujer, para llevarle el desayuno a la cama, se fue a trabajar en su particular bicicleta roja.

Allí iba, sintiendo la suave brisa con olor a flores, las bellas canciones (estúpidas) hablando de amor. Sí, estaba a punto de liberar un suspiro de pura paz.

Hasta que una camioneta cuatro por cuatro, lo pasó literalmente por arriba.

Dos jóvenes bajaron del auto, tomados de la mano.

—¿Estás bien, cariño?

Humor fue a responder a duras penas, cuando el otro le respondió:

—Sí, mi amor, estoy bien. Perdona por no mirar al frente, es que eres tan hermoso —se besaron apasionadamente. Un beso húmedo, tanto así que la saliva se mezcló con la sangre del pobre accidentado, que se las arreglaba para mantener las amígdalas dentro de su cuerpo.

—Ahhh —se quejó, y entonces se separaron.

—Ay, bueno, pero qué aguafiestas  —uno rodó los ojos— ¿No puedes esperar unos minutos? —Al ver que el Señor no le respondía, sino que lo analizaba con los pupilas sospechosamente vidriosas, accedió—Ya, ya. Llamaré a emergencias, ¿sí? No hay que ser tan grosero.

—Déjalo, amor. Es envidia.

Los paramédicos llegaron y se lo llevaron, quedando internado en cuidados intensivos. A nosotros nos dijo, que lo último que vio antes de perder la conciencia, fueron flechas saliendo del culo de esos dos.

En el hospital se habían olvidado de sedarlo, y cuando despertó, el shock hizo que se hiperventilara. Mientras intentaba regular su respiración, la corriente del aire acondicionado trajo un envoltorio de bombón que alguien había tirado. Para cuando se dio cuenta, el condenado papel aluminio yacía en su garganta. Y para colmo de males, tenía restos de maní. ¿Qué pasa con eso? Te explico: El Señor Humor es alérgico al maní.

Después de casi morir dos veces, y ver más flechas en los  glúteos de casi todo el personal, lo llevaron a una sala más segura e intentaron evitar una demanda, obsequiándole uno de esos ramos de San Valentín llenísimos de flores. Todo bien con las flores, el asunto es que, dentro de la pared de ese mismo cuarto, acababa de mudarse una colmena entera de lindas abejitas. ¿Y sabes lo que sucede cuando le das flores a las lindas abejitas? Una linda y dolorosa masacre en todo tu cuerpo. Ah, y también es alérgico a ellas.

Lo declararon clínicamente muerto por al menos dos horas, pero pudo sobrevivir gracias a que dos médicos hicieron el amor en el ascensor camino a la morgue, justo arriba de su cuerpo.

Decidido a no sufrir más, prácticamente se arrastró a su casa, dispuesto a refugiarse en los brazos de su querida esposa. La única normal en ese amoroso mundo de psicópatas, su amada de cabellos dorados, su amor verdade...se dio vuelta tras asomar por su cuarto, pues encontró un par de flechas, y estaba seguro de que ese no era su trasero.

Completamente derrotado ya, con la frustración a flor de piel, ajustó su moño, reacomodó su sombrero y sacó su flecha con manos propias, partiéndola por la mitad.

San Valentín le había dado el peor día de su vida, y era tiempo de hacer pagar al responsable...

—Los Anticupidos lo hallaron desmayado en la puerta oeste del campamento. Curaron sus heridas, le dieron entrenamiento, y él compartió su poder con los demás. ¿Te imaginas? Un golpe en la cabeza que te da la habilidad de localizar a los enamorados de Cupido. Es fascinante... Pero lo que más debes entender, chico —apartó la vista— es que el amor no tiene sentido del humor.


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