Un día, un hombre iba caminando. Todo normal. Y así hubiera seguido si no fuera porque aquel transeúnte se cayó sobre la acera. Un leve golpe. Nadie sabe a ciencia cierta qué lo desencadenó, tal vez el empujón de algún malvado, o las agujetas desatadas...pero fue desastroso. Su desplome arrastró el de alguien más, y a medida que la gente caía, otros eran arrollados por el efecto dominó (nada de efecto Mariposa señores, Dominó). Para cuando quisieron acordar, la mitad de la población yacía en el suelo, incapaz de levantarse por el peso del anterior. Se preguntarán, ¿por qué no se incorporó el primero? El problema residía en que él había fallecido de un soponcio inducido por haber hecho el ridículo en plena vía pública. El accidente inició en Estados Unidos (como todo apocalipsis), pero el efecto no tardó en romper la frontera con México (el constructor tropezó sobre el control de la bola demoledora, que no sólo empujó a otros gringos y mexicanos, sino que acabó con el muro) extendiéndose por toda América Latina. La caída logró infiltrarse en los aviones. Los pilotos cayeron sobre el tablero de comandos y varios de los aeroplanos, se estrellaron. La explosión produjo nuevas caídas. Y entonces... el mundo entero estaba tirado. La gente comenzó a fallecer bajo el peso de sus semejantes, y al parecer nadie quería ser tan grosero como para retirarse por un costado.

Sabemos que la falta de seres humanos generará un desequilibrio en la naturaleza que se verá reflejado en la desmedida aceleración del desgaste planetario. En unos años, la vida como la conocemos, se extinguirá.

Sólo un dos por ciento de la población no ha caído, esperemos que se pueda encontrar al original y así revertir la situación... ¡Ah! ¡¿Quién enceró el piso?!