UNA EMOCIÓN.

Tristeza. Soledad. ¿Es que acaso hay alguna diferencia? 

Camino con paso lento por el pasillo, mis pisadas se escuchan como ecos profundos que se ahogan en lo alto del tejado.

No puedo volver la vista atrás. A pesar de que conozco bastante bien el camino, y sé que no hay salida hacia donde me dirijo; soy incapaz de hacer algo además de huir, ¿pero cuenta como huir si entiendo que no hay salida?

Me detengo en seco y no sé el por qué, he dejado de cuestionarme muchas cosas desde que empezó la velada. Todos me sujetan el hombro a modo de refuerzo, me miran con ojos vacíos y caras de pena, me dicen que sienten mucho mi pérdida; pero nadie puede saber lo que siento, ciertamente nadie puede hacerlo.

Viene a mi memoria el último entierro ajeno al que asistí; guardé silencio en todo momento, y presenté mis condolencias a la familia desgraciada. Pero nunca sentí su pesar, sólo fueron acciones cordiales que todo el mundo hace.

Nadie siente en realidad mi pérdida, sólo son una bola de personas que están aquí por estándares sociales que deben cumplir. Regreso el paso, pero no me agrada, no quiero seguir observando sus caras inexpresivas, no puedo seguir escuchando sus consuelos.

Si tan sólo estuviera sola en éste lugar, probablemente me lanzaría al féretro y  lo abrazaría por última vez. Pero yo también sigo los estándares sociales, hoy es así, y sé que por seguirlos y actuar como se debe, me perderé de muchas cosas.

Cierran poco a poco la urna, trato de memorizar cada rasgo, cada facción. Y aunque los tatúe con determinación en mi memoria, sé que con el paso del tiempo olvidaré si quiera cómo era su sonrisa, cómo éramos juntos.

Las lágrimas corren de nuevo sin que pueda contenerlas, las personas murmuran entre sí incómodas, no saben qué hacer, o cómo tratarme. Ahora soy una viuda que lo ha perdido todo, primero a mi adorado niño, y ahora a mi pilar, a la columna en la que siempre me apoyé para no desmoronarme.

¿Ahora qué será de mí?