. Día 27 .
ACABA UNA HISTORIA CON "PERO ESE NO ERA EL FINAL".
Te miré a los ojos. Esos dulces y adorables ojos castaños, que siempre me habían hipnotizado. Por el reflejo en tus pupilas noté que estaba sonriéndote, ¿pero quién podría no sonreír en tu presencia?
Siempre creíste que serías marginado por tu problema, habías nacido ciego de un ojo, pero era eso lo que en primer lugar me llamó la atención de ti, cómo jugabas y bromeabas sobre tu incapacidad, como si amaras cada defecto tuyo.
Mis manos temblaron junto a las tuyas, si no hubieras estado ahí para sostenerme probablemente habría caído al suelo desde el principio.
Retiraste lentamente el delgado velo blanco que cubría mi rostro, de reojo podía ver a mis padres soltar lágrimas, pero no se comparaba en nada al llanto que yo tenía, "No llores o arruinarás el maquillaje" había dicho la estilista, ¿pero qué más daba?, era el mejor día de mi vida.
Sonreíste con unos dientes perfectos cuando terminaste de levantar el velo, acariciaste con tu pulgar suavemente mi mejilla y no pude evitar pensar en lo atractivo que eras. Te devuelvo la sonrisa, tal vez luzco demasiado emocionada, pero ya no importa, quiero que sepas lo feliz que me haces.
Tu sobrino llegó con los anillos. Te hincaste para ponerlo en mi mano izquierda, no tenías que arrodillarte pero decidiste hacerlo, en ese momento ya no pude retener más las lágrimas y comencé a llorar más, sin poder controlarme.
Después me abrazaste y me susurraste al oído "Tú y yo siempre, princesa". Mis manos temblaron excesivamente cuando coloqué la argolla en tu dedo. Ni siquiera escuché lo que el sacerdote decía, sólo podía concentrarme en tus ojos marrones observándome intensamente.
Supongo que todavía no había terminado de hablar cuando te adelantaste a besarme. Los testigos comenzaron a reírse dulcemente y aplaudieron por nuestro compromiso. Entonces era tuya y tú eras mío.
Recuerdo cómo salimos, escuchaba las felicitaciones como ecos en una cueva. Toda mi atención estaba centrada en ti, en nosotros, en el agarre fuerte de tu mano con la mía.
Pronto se nos pasó nuestra luna de miel, no podíamos separarnos tanto tiempo, sentíamos cómo nos faltaba el aire apenas unos minutos pasados de no estar juntos.
Llegamos a casa, me sorprendiste con un apartamento pequeño pero hermoso, "Nuestro pequeño castillo" dijiste.
Llegó pronto el invierno, y con él, una noticia extraordinaria, íbamos a tener a un pequeño príncipe o princesa que compartiera nuestro reino de amor. Recuerdo tus ojos, observándome como si no hubiera mañana.
Siempre fui una mujer fácil de emocionar, nos abastecimos de todo apenas nos enteramos de la noticia, era nuestro pan de cada día, pronto seríamos tú, yo y nuestro pequeño siempre.
Entonces comenzó el verdadero invierno. No sé qué pasó, y hasta la fecha indago en qué hice mal. Ya no había que esperar más.
Siempre he creído que te pegó más a ti que a mí. El doctor decía que la depresión había contribuido extrañamente a tu enfermedad, ya no verías a tu princesa, ni a las maravillas del mundo que tanto adorabas.
Dejé de ser tu princesa y perdí a mi príncipe también. Poco después llegó la sordera, parecía que el mundo te quitaba todo, y siempre me centré en ti todo lo que pude, ¿pero qué pasaba conmigo? me alejabas, me herías.
Yo siempre te amé, pero juro que cuando entré a la bañera y te encontré... ¡Cobarde! ¿cómo pudiste dejarme a mí, aquí, así, completamente sola, en nuestro castillo?, ni un pequeño heredero, ni un príncipe, y ya ni siquiera una princesa.
El mundo me había quitado la oportunidad de dar vida, y me había arrebatado también a mi dulce príncipe de ojos castaños.
Hacía poco que había utilizado un velo blanco, y ahora portaba uno negro. "Por favor no, no dejes que vean mis lágrimas, recordarán las que una vez derramé por un sentimiento completamente diferente" rogaba mientras me quebraba por dentro.
El país pasaba por una crisis económica, así que tuvieron que cerrar la empresa en la que trabajaba. Sin dinero para pagar el alquiler fui echada de mi castillo.
Pronto tuve que asistir a otro entierro, la escasez de dinero no había permitido a mis padres tratarse más con sus medicamentos. Pero no podía llorar más, estaba seca, habían estrujado demasiado mi corazón que dudaba si quiera que siguiera teniendo uno.
Caminé hacia la salida sin mirar hacia atrás, ya no me quedaba nada ahí. No sé qué pensar, tal vez el destino me odie.
Desperté dicen, unos días después, al parecer un carro había pasado por mi cuerpo.
Puedo recordar vagamente que vi una luz clara, y te vi, a mi adorado príncipe, me extendias ambos brazos y me mirabas con ojos anhelantes. Pero sólo fue un sueño, porque desperté en el infierno.
No podía mover nada, ¡Paralítica!, ¿existe algo peor?
"Mátame" le dije varias veces a mi médico, ¿qué caso tenía estar ahí si podía esta contigo?
Siempre me negó la oportunidad, tenía que esperar hasta el fin de mi historia para volver a verte.
Y justo cuando pensé que la vida ya no podía hacerme más daño del que ya había pasado, llegó con otra sorpresa.
Rogaba a llantos que terminaran con mi vida de una vez, pero ese no era el final.
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