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. Día 19 .


ERA VICTORIANA 


  — Eso es, sólo un poco más.

Jalo con fuerza de los cordones, la chica se agarra violentamente de los postes de la cama, por alguna razón le encanta que su corsé le quebre prácticamente las costillas.

— ¡Jala con fuerza María!

Pongo un pies sobre la cama para agarrar impulso y cumplir con la orden de la niña mal criada.

— ¡María, baja tus apestosos pies de mi cama!

Vuelvo a tener ambos pies en el piso.

— ¡TIRA!

Cualquier otra mujer de alta alcurnia me habría mandado azotar por el excesivo dolor causado al ajustar el corsé, pero a la señorita Anna parece agradarle el dolor.

Una vez que he hecho lo que está en mis manos, hago ademán de salir de la habitación para permitirle un poco de privacidad, pero me detiene con un movimiento de mano.

— María, toma asiento.

Titubeo un poco, no es correcto que descanse en su presencia, y menos si ella no lo hace. ¿Qué podría pensar de mí si lo hago, y qué pensaría si la desobedezco?

Escojo la silla menos cómoda, al menos para encontrar un punto medio.

— Dígame señorita.

— Escuché algunos rumores, ya sabes cómo son las esposas de los grandes señores, ellas cuentan muchas cosas...

Me mira de reojo, como si con sólo adelantarme eso yo fuera a soltarle alguna verdad. Siento cómo me tiemblan las manos e intento esconderlas entre el espeso delantal que nos hace usar la familia patrona.

— Sabe que no se puede fiar mucho de...

— Lo sé, no soy tonta.

Se dirige al tocador y comienza a darse algunos toques en la cara. No le permite a nadie, ni siquiera a sus criadas más personales, acercarse a su rostro, o a su maquillaje. Nunca me ha gustado cómo se arregla, siempre usa demasiado polvo, queda extremadamente blanca, como porcelana.

— Regularmente nunca las escucho, pero oí algo muy interesante, ¿sabes?

Se detiene y voltea a mirarme, su expresión es seria, no sé qué es lo que pudo haber escuchado, seguramente tiene algo que ver conmigo, de otra manera no habría sentido en que me hubiera pedido quedarme.

Hay un momento de silencio, ella sigue observándome atentamente, me tiembla la barbilla, intento calmarme para preguntarle qué es lo que escuchó.

— ¿De qué se enteró señorita?

— Bien, te diré, pero sólo porque eres la criada más íntima que tengo—casi parece taladrarme con la mirada, no puede ocultar verme con rencor. Se levanta y acaricia el vestido perla de terciopelo que le he dejado en la cama—. ¿O acaso no lo eres?

Un suspiro de temor escapa de mis labios. Cierro los ojos sopesando lo voluble que soy. Los abro e intento guardar la compostura.

  — Así es, señorita.

— Siempre he confiado en ti, incluso más de lo que debería según mi madre—su tono de voz se mantiene neutral, me hace una seña para que le ayude con el vestido. Me levanto con precaución y levanto el vestido para pasárselo por la cabeza—, está bien, puedes volver a sentarte.

La miro por unos segundos, y luego camino lentamente al mismo asiento. Me siento sobre mis manos, no creo poder aguantarlas más.

— Conoces la vida de una esclava—vuelve al tocador para seguir retocándose. Su cabello sigue húmedo y suelto, tal vez me pida después que se lo arregle en un peinado alto—, la mayoría no llega ni a los veinte, por la gente de alta clase que no le gusta ver a las esclavas mujeres desarrollándose y llamando la atención por ahí... ¿cuántos años tienes tú?

— Te... tengo veinticuatro, señorita.

— Sí, es lo que pensé, siempre has sido mi protegida.

— Y siempre se lo he agradecido.

— ¿De qué manera lo has agradecido?

Su maquillaje cae y el polvo se desparrama por todo el suelo. Me dispongo rápidamente a limpiar la habitación cuando noto su mirada.

— ¿Señorita?

— El duque Parrish ha venido frecuentemente a mi residencia...

— A... Así es.

— Pero yo no estoy muy frecuentemente en mi residencia, ¿o sí?

Se levanta lentamente, observando cada uno de mis movimientos. Miro de reojo la puerta, está entre cerrada.

— Te he contado todo María, desde el momento en que conocí al duque Parrish, hasta cuando pidió mi mano a mis padres—se acerca con lentitud, pero cada paso que da parece hundir el suelo—. Has sido como una hermana para mí, pero te he tratado con demasiada piedad, según parece, tanta, que has llegado a creerte semejante a mí o al duque Parrish.

— Yo...

Intento retroceder, pero llega hasta mí con paso rápido y me toma por el brazo. Siempre he creído que es extremadamente delicada, hoy veo lo errónea que estaba.

— ¿Qué creías, qué no me daría cuenta, qué él se enamoraría de ti y terminaría casándose contigo?—se ríe amargamente, no le causa risa, le duele, y a mí me duele haberla traicionado, pero realmente era algo que no podía evitarse—, ¿a caso querías quitarme a mí el prestigiado marido, o querías mi vida a caso?, ¡MARÍA, CUANDO TE HE TRATADO TAN BIEN!

Me sacude con fuerza mientras lloro desconsoladamente, si acaso ella entendiera lo que es ser esclava por sólo un segundo, entendería mis razones para haber hecho lo que hice. Un hombre guapo y adinerado parece notarte cuando para los demás eres sólo una mancha en la pared.

— Lo... lo lamento.

— ¡¿POR QUÉ MARÍA, HAS SIDO TAN EGOÍSTA?, Y LO SIGUES SIENDO PIDIENDO QUE TE PERDONE!

— Por favor...

— Te irás de mi casa, te irás del país, te irás del continente. No quiero saber nada de ti ni de la monstruosidad que llevas dentro.

Instintivamente llevo los brazos a mi abdomen. La miro con lágrimas en los ojos, pero confundida, ¿cómo puede saber eso ella?

  — Éramos tan cercanas que teníamos el periodo juntas, pero desde hace tiempo que no te ha llegado a ti—se le corta un poco la voz, pero en seguida regresa su ira—, ¡LARGO, LÁRGATE AHORA APESTOSA ANIMAL, NO QUIERO VOLVER A VERTE POR AQUÍ!

Me saca a empujones de su recamara y cierra fuerte detrás de mí, siento que me voy a desplomar, quiero a Anna como si fuera mi propia hermana, pero ahora todo ha acabado, y todo ha sido culpa de Parrish.

Bajo las escaleras tambaleándome, no puedo ver debido a las lágrimas que no dejan de correr. Por un momento me topo hombro con hombro con una persona y estoy a punto de caer, regreso la mirada para ver quién me ha ignorado y tratado como poca cosa. Parrish sigue subiendo por las escaleras esperando encontrar a su prometida para llevarla a un desayuno.

Voltea un poco y puedo notar cómo las comisuras de su boca se forman en una casi imperceptible sonrisa.  






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