❄ Día 4 ❄
Estoy sentado en mi escritorio tachando el día tres en mi libreta y estoy apunto de escribir lo que pasó ese día cuando mi puerta se abre de golpe.
—¡Doggie! —Mi mejor amigo entra dejando, como siempre, la puerta abierta.
—Te he dicho una y mil veces que cierres la puerta cuando entres —le reclamo levantándome y cerrando la puerta.
Él se pone una mano en el pecho. —¿Ese es el saludo que le das a tu hermanito? Bah, me hubiese quedado en mi casa escuchando a mis tías hablar sobre tomates.
Volteo los ojos. Él empieza a tocar todo en mi habitación, como lo hace siempre. Llega hasta el escritorio y con una sonrisa agarra la libreta.
—Ay, pero que cursi es mi Doggie —Me acerco para quitárselo pero me evade—. ¿Todavía sigues con ese plan?
—Sabes que sí.
—Día uno, mi primer acercamiento. Su sonrisa al recibir las galletas llegó a mi corazón dándome esperanzas de... —empieza a leer en voz alta hasta que arrebato la libreta de sus manos mientras ríe.
—Sinceramente me pregunto que es lo que Sammy ve en ti —le digo.
—¡Oye! Me ofendes —se hace el indignado y se tira a mi cama.
Me siento junto a él. Suspiro. —¿Puedo hacerte una pregunta?
—Siempre y cuando no tenga que ver con mi salud mental... Adelante.
—¿Cómo conquistaste a Sammy?
Él suelta una solitaria carcajada. —Lo de nosotros fue algo mutuo, no fue el caso de que yo la conquisté o viceversa. Simplemente nos enamoramos y un día nos lo hicimos saber.
Hago un mueca con la boca. Él me observa y continúa —: ¿Quieres que te dé un consejo? Si de verdad quieres seguir ese loco y cursi plan que tienes, pues hazlo.
—¿Y tú crees que obtenga algún resultado?
Él bufa. —Pues claro, amigo. Eres un chico increíble, además de tierno y el más cursi que conozco. Y si no ve eso pues ella se lo pierde.
—Gracias Marcus —le digo. Él desordena mi cabello, sabe cuanto odio que haga eso.
—Eso me recuerda la razón por la que vine —empieza—. ¿Tienes idea de qué pueda regalarle a Sammy? Cumplimos dos años en poco más de una semana y no tengo nada en mente.
—Un nuevo novio, gritaría de felicidad —Él me golpea el brazo y yo río.
***
Cuando mi mejor amigo se va, me paro en la ventana de mi habitación y veo como él la saluda con la mano. Ella está en su patio ayudando a su padre a cargar unas cajas desde el auto. Se quiere hacer la fuerte y pedirle a su papá las cajas más grandes.
Vamos Douglas, puedes hacerlo. Me digo a mí mismo antes de salir de mi habitación.
—¡El abrigo! —grita mi madre.
—Si, mamá —Me coloco el abrigo y salgo a la casa de nuestros vecinos.
—Ah, hola niño —me saluda el señor Williams sonriente. Lo saludo con la mano con algo de nerviosismo.
—Hola, Douglas —me saluda con su dulce voz.
—Hola, Grace.
Ella intenta tomar una caja que luce pesada. Me acerco rascando mi barbilla.
—¿Te...gustaría que ayude?
Ella me muestra sus lindos dientes. —Si quieres.
Los ayudo a cargar las cajas hasta su cochera. No son muchas pero sí son pesadas, me pregunto que habrá dentro.
—Esta es la última —dice el señor Williams bajando la última caja. Me mira—. Niño, ¿te gustaría pasar por una taza de chocolate caliente?
Nada se pierde con un chocolate caliente.
Grace se sienta a mi lado en el mesón mientras su papá prepara el chocolate.
—¿Te gustan las galletas de jengibre? —me pregunta ella mirándome fijamente con sus ojos azules.
Carraspeo. —S-sí, me gustas —veo como ella sonríe divertda mientras yo me percato de lo que dije. Carraspeo nuevamente. Sin nervios, Douglas.Vamos—. Quise decir las galletas, que me gustan las galletas.
Ella sonríe más. —Oh, genial.
Grace se levanta y busca en algún cajón de su cocina.
Bien, Douglas, no estuvo para nada mal.
—Aquí tienes, Douglas —El señor WIlliams pone una taza de chocolate frente a mí.
—Gracias.
—Y aquí están las galletas —me dice entonces Grace, volviéndose a sentar a mi lado. Tomo una y la llevo a mi boca, ella me mira expectante—, ¿y? ¿te gusto?
Casi me atraganto con la galleta. —¿Qué? —logro formular en medio de la tos.
—Que si te gustan, las galletas —repite ella.
—¿Necesitas un vaso de agua, niño? —me pregunta el señor Williams con cierta preocupación.
Niego con la cabeza y logro controlar mi respiración. —Tengo que irme.
—Pero, ¿y el chocolate? —Grace pregunta, extrañada.
—Otro día —es lo que digo antes de salir prácticamente corriendo de su casa hasta la mía. Ya ha oscurecido.
Subo directo a mi habitación y me siento en el escritorio. Tomo la libreta y tacho en ella el día cuatro como un fracaso.
Pego mi frente en él cuando lo cierro.
—Estoy mal, muy mal —susurro para mí mismo.
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