Fallen (Caídos)
—¡BIEEENVENIDOS! —Clamó la voz del presentador y el público rugió con furia —. Comenzamos una nueva temporada... Aquí... Esta noche... Y para todos vosotros... Soy HARDY NEWMAN de la ACWD y esto es... ¡FALLEN!
Shaila Carter miró con odio al presentador del concurso. Se hallaba a apenas diez metros del estrado en el cual se encontraba y sin embargo era consciente de que le sería imposible llegar hasta él. Una muralla de espectadores y un cinturón de guardias de seguridad se lo impedían.
—¿Estáis preparados para vibrar conmigo...? —Siguió diciendo el presentador —. ¿ESTÁIS ALUCINANDO?
El griterío ensordecedor del público coreó: ¡ESTAMOS ALUCINANDO!
Billy Carter acababa de descubrir a Shaila entre el gentío que atestaba el plató de televisión. La observó durante unos segundos, preguntándose qué podía estar haciendo allí después de lo sucedido. Pero solo había una explicación para eso. Pensaba hacer lo mismo que él.
—¿Quiénes serán los CAÍDOS esta vez?...¿Quién alcanzará la GLORIA?... Solo puede haber un ganador. Dejadme que os presente a nuestros nuevos concursantes.
Shaila introdujo su mano en el bolso que colgaba de su hombro y sintió la fría caricia del acero cromado en la yema de sus dedos. Ya no buscaba respuestas. No. Ahora la venganza movía sus pasos. Sentía el deseo de devolver el dolor que ella padecía. Todo el dolor y su sufrimiento.
El telón se alzó y en el deslumbrante plató de la cadena ACWD, lleno de luz y de sonido, aparecieron los concursantes. Diez personas, cinco hombres y cinco mujeres, de distintas razas y nacionalidades. Un foco de luz les iluminó, mientras los concursantes alzaban sus brazos al cielo.
No hay cielo alguno, pensó Billy. Solo un enrevesado caos de vigas de acero, cables eléctricos y luces parpadeantes. Una gran mentira. Eso era cuando de realidad había allí. Una mentira que permanecía oculta bajo el resplandor de los focos y el clamor del espectáculo. Una mentira igual a la que, tras sus preguntas, habían urdido los directivos de la ACWD.
—Thomas Anderson, Loretta Springs, Dan Keeton, Abigail Rodrígues, Sean Talbot, Christine Bukowsky, Al Murray, Susan Black, Peter Mallow y Sandy Williams.
Los aludidos sonreían y saludaban al público mientras eran nombrados y los recibían con aplausos y ovaciones.
Shaila había conseguido llegar junto a la primera fila a base de codazos y empujones. Frente a ella, se encontraba el autor de todas sus desgracias. La persona que había roto el cordón que le unía a la vida y destrozado todos sus sueños. El asesino de su marido Robert.
Shaila tanteó de nuevo el arma que ocultaba y esperó el momento oportuno para disparar. Nada la detendría. Nadie podría impedir que llevara a cabo su venganza. Nadie...
—¿Qué estás haciendo, Shaila? —Billy tomó el arma que la joven estaba a punto de sacar de su bolso, una pistola automática de 9 mm, y la guardó en un bolsillo de su cazadora —. ¿Estás loca?
Shaila le miró sin reconocerle. Después su expresión cambió. La ira suplantó a la perplejidad.
—¿Loca? Sí, ¡estoy loca! ... ¿Tú no? ¡Déjame, Billy, por favor! ¡He de hacerlo!
—Así no, Shaila. No de esta forma. ¿Crees que yo no he pensado esto mismo un millar de veces? Rob era mi hermano, no creo que tenga que recordártelo.
—¿Y cómo entonces? ¿Cómo? —Gritó la joven.
Billy miró a su alrededor, pero nadie parecía haberse dado cuenta de los gritos de su cuñada. Todo el mundo gritaba y chillaba.
—Lo haremos —dijo en voz baja, persuadiéndola —. Te lo prometo, pero no así.
Billy estaba equivocado en una cosa. Alguien sí había escuchado a su cuñada Shaila y ese alguien se acercó hasta ellos tan sigiloso como un felino.
Hugh Crown, apodado "el cuervo", era jefe de seguridad de la cadena ACWD desde hacía más de diez años. Un gigante de tez oscura y músculos como nudos de árbol. Siempre sabía de antemano cuando podía surgir una amenaza. Era un don innato en él y nunca solía equivocarse. El retazo de conversación que acababa de escuchar y lo que había llegado a entrever confirmó sus sospechas.
Hugh posó su enorme manaza en el hombro de Billy, haciendo que este se sobresaltase. Después tomó el arma del bolsillo del joven y la guardó en la parte trasera de su pantalón.
—Tendrán que acompañarme —les dijo.
El rostro de ambos les delataba; pensó Hugh. Parecían dos niños tras cometer una travesura pillados in fraganti. En fragante delito. Sí, le gustaba como sonaba esa palabra. Le gustaba mucho.
La joven pareció resistirse, pero fue el hombre quien, en voz muy baja, la tranquilizó.
—No hemos hecho nada...
—Eso es lo que todo el mundo dice, antes de confesar sus crímenes —dijo Hugh con su grave vozarrón —. Y todos lo hacen. Todos confiesan. Se lo aseguro —Hugh Crow era aficionado a las novelas policíacas y a las series de televisión del canal Neflix. Un gran aficionado.
Hugh les guió hasta una sala vacía llena de cajas de embalaje y donde, presumiblemente, se había servido el servicio de catering. Billy lo supo al ver las bandejas semivacías donde aún quedaban los restos del naufragio. Algún que otro sándwich incomestible y los famosos canapés de anchoa, que ningún estómago resistía.
La puerta se abrió y entró en la sala un malhumorado Hardy Newman. El sudor perlaba su frente y dibujaba amplias manchas en las axilas de su costosa camisa de quinientos pavos. El perfume carísimo que llevaba, no evitaba el olor acre que desprendía.
—¿Cómo se te ocurre interrumpirme en mitad del espectáculo? —Gritó.
—Traían esto —Dijo Hugh con mucha calma, mostrando el arma que les había requisado —. Creo que pensaban usarla con usted.
—¿Quién coño son?
Hugh se encogió de hombros. Ese no era su trabajo, parecía estar diciendo con aquel gesto.
Hardy, de quien habían abusado en el colegio, en el instituto y en la universidad; pero que había logrado a pesar de todo ascender hasta el lugar donde ahora se encontraba, convirtiéndose, eso sí, en el grandísimo hijoputa que ahora era, les miró con perplejidad.
—¿Quién coño sois?
Shaila y Billy no contestaron.
—El señor Newman os ha hecho una pregunta —dijo Hugh con impaciencia.
—Me llamo Shaila Carter. Mi marido Robert desapareció después de participar en su último espectáculo. ¿No me recuerda?
Hardy cayó en la cuenta reconociendo a la odiosa mujer que hostigó a la cadena de televisión y a él mismo durante todo el año anterior. Era la mujerzuela de aquel imbécil, recordó.
—Así que se han cansado de plantarme pleitos e iban a tomarse la justicia por su mano, ¿no es así?
—Usted asesinó a mi marido —acusó Shaila.
—¿Asesinar a su marido, dice? —Preguntó Newman mientras levantaba sus sudorosos brazos como suplicando que lo registrasen —. Que yo sepa su marido no está muerto. Desaparecido, eso es lo que dice el informe policial.
—Mi marido nunca...
—Su marido, señora mía, puede estar en estos momentos en Miami o en Can-Cun, divirtiéndose sin usted.
Billy hizo intención de defender a su cuñada, pero la manaza de Crow se lo impidió.
—Su marido firmó un contrato con la cadena de televisión ACWD —continuó Hardy Newman —. Un contrato en el que se especificaban claramente los términos del acuerdo y en ninguno de ellos se hablaba de indemnizaciones en caso de daños sufridos por el concursante o como en este caso, de desapariciones.
—Yo no busco una indemnización. Solo quiero a mi marido de regreso junto a mí.
—Eso es algo que no nos concierne a nosotros, señora; lo que iban a hacer ustedes está noche, eso sí que me concierne. Han venido con la intención de asesinarme y es algo que no puedo permitir.
—¡Usted es culpable! —Gritó Shaila.
—Puede que lo sea o puede que no. Eso nunca lo averiguarán. Hugh, ¿puedes encargarte de ellos?
—Sí, señor Newman.
—Buen chico —dijo el presentador —. Eres un perro obediente y serás recompensado como te mereces, déjalo de mi cuenta. Ahora he de dejarles, señores, tengo un show que atender y un público que satisfacer.
—¿Qué hicieron con mi hermano? —Preguntó Billy, hablando por vez primera.
—Su hermano metió las narices donde no debía. Se pasó de listo y...
—Y tuvieron que deshacerse de él, ¿no es así?
—Les confesaré algo ahora que ya no podrán perjudicarme —dijo Newman —. Su hermano Robert no era un concursante modelo. No creo que le interesase el programa. Creo que su intención era la de husmear, pero nosotros nos dimos cuenta afortunadamente y pudimos pararle los pies. ¿Creía acaso que podría investigarnos?
—Satisfaga mi curiosidad —pidió Billy —. Mi hermano no me explicó en qué andaba metido, pero yo he hecho los deberes. Rob les investigaba por las extrañas muertes que han sufrido algunos de los concursantes, exactamente los que no lograron ganar el concurso en la primera temporada. ¿No es así?
—Eso, amigo mío, es algo que me llega a enfurecer mucho —contestó Newman —. Esas muertes no fueron más que accidentes y...
—¿Por qué miente? —Preguntó Billy —. ¿Qué más le da? ¿Acaso no piensa deshacerse de nosotros también?
Hardy Newman les miró reflexivo y luego asintió.
—Les concederé ese último deseo —dijo —. Es cierto que hubo algunas negligencias durante la grabación de la anteriores temporadas de Fallen y que se produjeron muertes y aunque en ningún momento podría habérsenos culpado de ello. ¿Imagínense lo que podría haber llegado a pensar la audiencia? Fallen no es tan solo un reality show como tantos otros. Fallen es primer espectáculo en el que los participantes pueden llegar a perder algo más que el concurso. Me entienden, ¿verdad?
Billy asintió. El puzzle comenzaba a encajar.
—Imagínense a diez personas reunidas en un reducido espacio en el que empiezan a acontecer ciertos sucesos de carácter extraordinario —explicó Newman —. Esa es, básicamente, la esencia de nuestro concurso. La angustia acumulada día tras día, el miedo; real o imaginario, calando en nuestros concursantes. El pánico instalándose en sus almas... Al final toda aquella tensión estalló y el saldo fueron algunos muertos. ¿Comprenden ahora por qué tuvimos que tomar esa decisión? ¿Por qué evitamos que esas muertes trascendieran?
—Mi hermano fue una de las víctimas, ¿verdad, señor Newman?
—Su hermano se propuso desde un principio boicotear nuestro programa y cuando habló conmigo me dejó muy claro que pretendía hundirme. Tenía conocidos muy importantes dado su trabajo de psicólogo forense y me advirtió que pensaba hacer todo lo posible para evitar que nuestro concurso continuase. Tenía la extravagante idea de que juntar a diez desconocidos bajo un mismo techo y crear un clima de tensión entre ellos, podría acabar por volverlos locos. Llegó a participar en el concurso para demostrar que llevaba razón y ¿saben una cosa?... ¡Acertó! Eso fue exactamente lo que sucedió la primera temporada y también la segunda. Sin embargo su hermano no murió asesinado por ninguno de los concursantes. De él nos encargamos nosotros. No podíamos dejar que contase lo que había visto con sus propios ojos. ¿No creen?
—Muchas gracias por su sinceridad, señor Newman. Ahora terminaremos lo que hemos venido a hacer. ¿Hugh?
El gigante le pasó el arma a Billy y este apuntó al presentador.
—¿Qué demonios...? —Gritó Newman extrañado —. ¿Qué estás haciendo, Hugh?
—Quizá me he cansado de ser su perro, señor Newman. Además Billy me ha prometido inmunidad si le ayudaba y... ¡Ya ve!
—Ya veo... ¿Piensa matarme, señor Carter? Eso será un asesinato.
—Sí, pero no ha de preocuparse. La policía nunca pensará que se trata de un asesinato. No cuando yo cuente como le vi suicidarse. No por nada soy el fiscal del distrito —explicó Billy con tranquilidad —. Hay algo en lo que mi hermano no mintió, señor Newman y era que tenía conocidos muy importantes.
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