Presentaciones y nuevos amigos
Las semanas que siguieron a mi audición en "Las golondrinas" fueron un remolino de emociones. La euforia de mi primera actuación se mezclaba con la ansiedad de las prácticas, la búsqueda de nuevos contactos y la incertidumbre del futuro.
Arturo, el dueño del bar, cumplió su promesa. Me ofreció un espacio regular para tocar los viernes por la tarde, un lugar que me permitió afinar mi talento y conectar con un público cada vez más amplio.
Las tardes en el bar se convirtieron en mi ritual. El aroma a madera vieja y cerveza, la música que resonaba en todas las paredes, la energía del público, todo se fusionaba en una experiencia única que me hacía sentir viva.
Cada viernes, subía al escenario con mi guitarra, y con mi corazón latiendo con fuerza. Cantaba. Y con cada nota, cada palabra, sentía que mi voz se hacía más fuerte, segura, y auténtica.
Pero aquel pueblo, con su frenético ritmo y su atmósfera eléctrica, también me presentó nuevos desafíos. La competencia era feroz, la presión constante. Los bares y clubes estaban llenos de músicos talentosos, cada uno luchando por su espacio, por su reconocimiento.
Un día, mientras caminaba por las calles del pueblo, escuché una melodía que me cautivó. Era una melodía vibrante y llena de energía, que me hizo detenerme en seco.
— ¿Te gusta? — Pregunto una voz masculina, con un tono suave y amable, el cual me sacó de mi ensimismamiento.
Era un hombre joven, con el cabello castaño y los ojos azules, que me miraba con una sonrisa misteriosa. Llevaba una guitarra acústica sobre su espalda y una expresión de satisfacción en su rostro.
— Sí, me encanta. — Respondí, sintiendo un extraño hormigueo en mi estómago. — ¿Eres tú quien la toca?
— Sí, me llamo Alonso. — Dijo, con una sonrisa que me hizo sentir un poco más relajada. — ¿Y tú? ¿También eres música?
— Sí, también toco la guitarra y canto. — Respondí, sintiendo un poco de timidez.
— ¿Por qué no nos juntamos a tocar alguna vez? — Me preguntó, con una mirada que me hizo sentir como mis mejillas comenzaban a teñirse de un leve tono rosa.
— Me encantaría. — Respondí, sintiendo que mi corazón se llenaba de una emoción que nunca antes había experimentado.
— Perfecto. — Me dijo, con una gran sonrisa que me hizo sentir que había encontrado un nuevo amigo, un nuevo compañero en este viaje. — Te dejo mi número, mándame un mensaje cuando quieras.
— Gracias, Alonso. — Dije, sintiendo que mi corazón se comenzaba a acelerar.
Me despedí de el y seguí mi camino, con la melodía de su canción aún resonando en mi cabeza. Aquel pueblo en el que crecí, me había presentado un nuevo desafío: la búsqueda de mi propia voz dentro de un mar de voces.
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