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Epílogo De Los 40


—Canija, vamos, despierta. Ya he llevado a Mateo con Raquel y Diego, tenemos todo el día para nosotros. 

     —¿Para qué?

     Abro los ojos al tiempo que bostezo, es cierto que tengo sueño. Desde que Fabio se propuso agotarme cada noche, bien que lo ha cumplido. No me quejo, que conste, me gusta mucho nuestro rato de intimidad nocturno, es excitante saber que aún nos tenemos ganas después de mi bajón físico tras el parto de Mateo, es solo que si no tengo que trabajar, ¿qué mierda hace despertándome a las…? 

     —¡Ocho de la mañana! —grito cuando miro el móvil, ¡así no había sonado la alarma, por dios, si queda todavía hora y media!—. ¿Te das cuenta de que me has puesto de mal humor el día de mi cumpleaños?

     —Eso ya no es novedad —dice Fabio riendo antes de que la almohada que le tiro impacte en su cara.

     —Espero que tengas una muy buena razón para haberlo hecho. 

     Fabio continúa riendo, se sube a la cama conmigo y se echa boca abajo sobre la almohada que le he tirado. Está vestido de deporte, ¿qué hace? Es cierto que se ha tomado unas vacaciones, pero él nunca viste así a menos que vaya al gimnasio, ¡y todavía es muy temprano para eso! 

     —Empezamos a celebrar tu cumpleaños. 

     —Estás de broma. 

     Sé de sobra que la fiesta de mi cumpleaños es esta noche a las diez. Las chicas no han podido mantener la boca cerrada ante la sorpresa de mi marido, eso, y que pillé a Tamara hablando por teléfono con la empresa de eventos que se encargará de llevar un Karaoke, allí  al local. Así que cuando le pregunté por eso, se emocionó tanto con las canciones de los noventa que cantaremos, como cuando éramos jóvenes, que ella sí que acabó cantando el secreto de Fabio, ¡si hasta un disfraz de las Spice Girls me hará poner!, sí,  yo seré la pija de Victoria. 

     —Son ya los cuarenta, canija, no tenemos la misma energía que antes. Hay que ir paso a paso para no agotarnos. 

     Desde que no entro a la provocación de sus bromas con mi edad, más las hace. Alguien que no sea yo debería decirle que no tiene gracia, yo lo amo demasiado. 

    —La fiesta es a las diez de la noche, Fabio —le recuerdo con maldad para que sepa que sé de su sorpresa—, paso a paso podemos salir del país antes de las diez. 

     —Por eso mismo hay que irse ya —dice dándome un beso y pegando el salto de la cama—. No te veo yo tirándote de un puente a la primera. Seguro que te lo piensas un par de horas. 

    —¿Qué? —Y con eso consigue que yo me levante también de la cama. 

     Lo sigo corriendo escaleras abajo, mientras él se ríe como un crío travieso, hasta llegar al salón donde me espera ya con mi regalo en las manos. 

     —Felicidades, cariño.

     —Repite lo del puente. —No me despistará con un regalo de Louis Vuitton,  no se me olvida. 

     —Ah, vale, eso... Tenemos cita a las nueve y media para hacer puenting a veinte kilómetros de aquí. 

     —¿Y lo dices así? 

     —¿Cómo quieres que lo diga? Te quiero, y me he decidido por fin a aceptar tu reto —dice encogiendo sus hombros. 

     —Jamás te lo tomaste en serio, no vas a hacerlo hoy. Ya me río suficiente con tus bromas. 

     Fabio ríe a carcajadas. 

     —Tienes miedo, ¿verdad? 

     De eso nada, no he sido capaz de enfrentarme a la maternidad en el peor momento de mi vida y de recuperar a mi marido cuando lo creí perdido para que un puente venga a joderme mi cuarenta cumpleaños. No volveré a cumplir una década tan especial como esta y por lo tanto no se me volverá a presentar esta oportunidad. 

     El descubrimiento de la posible enfermedad de Diego y lo feliz que es Raquel ahora a su lado, junto a que Tamara al fin sepa lo que es un hombre de verdad y que Jesús no tenga miedo a la madurez exprés que ha alcanzado con ella, fueron detalles que acabaron por convencerme de disfrutar de cada instante que la vida me ponga por delante. Naturalmente, recibir de Fabio a diario sus besos, su comprensión y ternura es lo primordial para mí junto a ver crecer a Mateo, ya no hay nada que me quiera perder de él, deseando estoy de verlo en sus primeras navidades. 

     No digo con esto que haya perdido el temor a cumplir años, pero mira, ahí radica la enseñanza que tomo de esta experiencia: cada cosa a su tiempo, que el tiempo ya le dará su lugar. De igual manera pondrá Rodrigos en tu camino para ponerte a prueba, que solo tú habrás de quitar de en medio. En mi caso fue Fabio quien hizo que lo cambiaran de estación, y hasta de ciudad, con el expediente cerrado para futuras promociones de ascenso ya que no pudimos demostrar su implicación en el daño que le causó a Mateo. Yo es mirar a mi hijo y no querer acordarme de él, de lo manejable que fui o de la poca estima que me quedó al conocerle. 

    Y hoy mi marido quiere hacer puenting, así que adelante, que para los cuarenta y uno ya me cogerá vieja. 

    —Quince minutos —le digo mientras comienzo a subir las escaleras—. Dame quince minutos y vas a lamentar haberme desafiado. Yo sí que te quiero, ¿me oyes?, y me tiro de ese puente por ti las veces que haga falta —grito ya desde nuestro dormitorio cuando ya me estoy quitando el pijama. 

     Lo siguiente que oigo es la puerta cerrarse. Fabio se está desnudando también. 

     —¿Qué haces? 

     —¿Quince minutos? Que sean veinte—. Y es cuando me arroja a  la cama.

     Río al recibir el beso de mi marido. 

     —Valió la pena recuperarte. No dejes de reír así —me dice observando mi cara detenidamente. 

     Echo las manos a su cuello y lo miro yo. 

     —Todo es mérito tuyo. Gracias por conseguirlo.


     

Diego esta vez se ha superado como cocinero y marido. Le pedí una enorme tarta de queso de tres pisos, uno por cada uno de mis cumpleaños que se ha perdido. 

     Bueno, para ser sincera, no le pedí nada, solo compré dos kilos de queso en crema  y su respectiva proporción de nata líquida,  un cuarto de azúcar y otro de galletas, una docena de huevos, una tarrina de mantequilla, y el medio kilo de frambuesas. Así, todo en cantidad industrial, para que no tuviese que pensar mucho y no metiera la pata con mi regalo. Y claro, también se ha superado como amante, obligándome a cerrar el restaurante anoche. Al ver los ingredientes, Diego se puso manos a la obra y me ha tenido encerrada hasta esta mañana en el despacho. 

     Es ahora y en la ducha aún me encuentro restos de queso por mi cuerpo. 

     La fiesta no será sorpresa, que por algo la organizamos en el restaurante. No creo que falte nadie de mis amigos y empleados cuando yo misma he programado ser la última en llegar, entrar de diva cuarentona me pone, eso de exhibirme y recibir las felicitaciones me inflan el ego. Diga lo que diga Alicia yo me veo todavía posibilidades a esta edad. Sé que será el mejor cumpleaños de mi vida. 

     También asistirán Mariana y sus hijas. Nuestra relación ha vuelto a ser “casi” la misma de entonces porque jamás la consideré a ella culpable de nada, y más desde que Diego ha recuperado la sonrisa por recuperar también a su familia. 

     Nunca he querido preguntar a mis cuñadas por sus propios análisis genéticos, pero intuyo que al menos Mariani, si se verá afectada, por eso le he hecho prometer a Diego que mientras podamos nosotros, también estaremos ahí para ella. 

     Y digo más concretamente mientras podamos porque nuestras nuevas obligaciones nos condicionarán el tiempo: seremos padres. En septiembre se hará efectiva la adopción de nuestro hijo, o hija, no hemos querido saberlo todavía como si de un parto real se tratase, porque después de todo lo que me ha pasado con Diego he aprendido que por más hermoso que sea nuestro pasado somos nosotros quien lo construimos en nuestro presente, vamos, lo que viene siendo que te olvides del jodido futuro porque ese llega día a día viviendo. 

     Tengo que salir del baño ya o de verdad seré la última en llegar a mi fiesta. Pero antes de cerrar el grifo, Diego entra a la ducha conmigo, cierra la mampara y se pega demasiado a mí. El agua cae sobre nuestros cuerpos desnudos incapaz de apagar este fuego que ya nos abrasa. 

     —¿Quieres que te ayude con el jabón, cariño? Está visto que ya llegaremos tarde —dice besando mi hombro impaciente por mi respuesta. 

     Trato de mantenerme de pie cuando Diego se roza muy por debajo de mi espalda. 

     —Sí —gimo al tiempo que agarro su cabeza para que succione mi cuello. 

     Me doy la vuelta para poder besarlo, para verlo bien. Su mirada me devora como preludio de sus besos. 

     Diego coge el bote de gel y vierte un poco en sus manos, las que frota antes para pasarlas luego por mi cuello, hombros y pechos. El suave tacto de estas hace que mi respiración se vuelva acelerada, me provocan gemidos cuando descienden por mi vientre camino del interior de mis piernas. Sonrío y me dejo acariciar, e incluso penetrar por ellas. 

     —Jamás me cansaré de hacer esto —dice antes de besarme. 

     —Eso espero —contesto gimiendo cuando encuentra la profundidad de mis pliegues. Lo beso al ritmo que recibo de él. 

      —Me gusta demasiado satisfacerte. 

    —Eso está bien, cariño, tú no dejes de hacerlo, ¿si? —exhalo entre dedo y dedo que me alcanza, mientras Diego ríe en mi boca. 

     El agua cae por nuestros rostros para darnos una tregua y poder calmar nuestro ansia. 

    —Así será imposible que pueda olvidarte, mi amor, porque si lo hace mi cabeza, tendré en mis manos impresa tu piel. —Diego acaricia aún más mi cuerpo y más me muevo yo buscando mi excitación—. Tendré el sonido de tus gemidos en mis oídos o el latir de tu corazón en mi pecho. 

     Los ojos se me empañan de lágrimas que disimulo bien bajo el agua, lo que no me impide decirle:

     —Románticogilipollas, me bastaba con saber que te gusta sobarme, que mis jadeos te ponen cachondo o que mis tetas te excitan.

     —Sí, algo así —dice riendo a carcajadas que yo me como a besos. 

     Diego levanta mi pierna para tener mejor acceso, se posiciona para meterse en mí sin temor a dejarme embarazada desde que se hiciera la vasectomía hace dos meses. 

     En contra de lo que pudiera parecer fue una opción consensuada a medias. Como no era partidario de que yo tomara hormonas con la píldora, yo no quería que fuera él quien utilizara condón. Así que optamos por la vasectomía para que yo no pasara por el quirófano a cuenta de una ligadura de trompas. Lo que nos hizo llegar a un acuerdo también en el tema de los bebés adoptados. Diego no iba a permitir tampoco el exceso de hormonas para mi inseminación, con el descontrol que eso provocaría en mi cuerpo, ni yo que él pasara por un laboratorio de nuevo donde clasificarían su espera como enfermo o no. 

     —Supongo que seguirás queriendo llamarlos Diego o Raquel —me dijo el día que me dio los papeles de la solicitud de adopción el día de Navidad. 

     Otro regalo que el cabrón acertó porque me dio por comprarle a Mateo algunos productos del cliente ese de Alicia que lo petó en publicidad gracias a su campaña. Eso, y que tiene un dormitorio en nuestra casa que comparte con la peque Alicia y mi Guille que vienen cuando Jesús visita a Tamara. 

     —Por supuesto —afirmé recibiendo su beso—. Porque Románticogilipollas Ibáñez le dará muchos problemas en el colegio, ¿no crees?
     


Puedo prescindir de una fiesta de cumpleaños. No es algo que me ilusione especialmente puesto que no estoy acostumbrada a ellas, no sabría ni cómo hacer acto de presencia, eso lo dejo para Alicia y Raquel que se manejan mejor con la gente, ¡fijate que Alicia lleva dos meses planeando sus cuarenta y uno! 

     Me conformo con algo sencillo, por ejemplo que las felicitaciones me lleguen por mis redes sociales ahora que las tengo, total, estamos de vacaciones, mis amigas no podrán hacer mucho más. 

     —¡Felicidades, mamá! 

     Pero que mis dos hijos pequeños crean que me despiertan pegando saltos en esta cama de hotel supera con creces cualquier otra felicitación. 

     Los abrazo recibiendo sus besos y es cuando reparo en el olor de sus alientos. 

     —¿Ya habéis comido chocolate? Es muy temprano. 

     —Teníamos que elegir tu tarta, mamá —dice Alicia riendo por su travesura de comer a escondidas. 

     La tos de Jesús en la puerta que divide ambas habitaciones hace que Alicia lo mire. 

     —Lo siento, Jesús.

     Él no puede evitar sonreír y le guiña su ojito celeste para que no se preocupe. 

     —Ya has estropeado la sorpresa —se queja Guille. 

     —¿Y qué? Mamá sabe que es su cumple, y en los cumples se come tarta, ¿no? —dice con todo su argumento de tres años y medios. 

     —Pero no sabía que tendría una. Era sorpresa. 

     —¿Por qué? En los cumple se come tarta —Insiste con su aplastante argumento. 

     Cojo a Alicia en brazos y beso su cabecita, todavía es pronto y a su edad no entendería que hace años que no tengo una. 

     —Guille, cariño, no pasa nada, me gustará la tarta solo porque es un regalo vuestro. 

     —Ah, no, mamá, ese no es nuestro regalo. —Y él sale corriendo para traerlo de su habitación—. Silvia nos ayudó. 

    Admiro el interés de mi hija mayor. Viviendo tan lejos ahora de nosotros ha estado implicada en la elección del regalo de los tres. Me encanta el detalle, lo que haya dentro de esta caja ya será lo de menos. 

     Pero me equivoco. Es un paquete pequeño de tickets con todos los besos que no me dieron o las gracias que nunca recibí de ellos. Lo han hecho a mano con sus cosas del cole, lo que tanto extrañé que me hicieran alguna vez. 

     Pero tal como te lo cuento. 

     El primero que veo es del día que Silvia entró al instituto y no se despidió de mí por ser mayor, y el siguiente es del beso que a Guille se le olvidó darme cuando nació Alicia, porque los niños machos no muestran en público sus emociones. 

     Y así hasta que los leo todos. 

     —Menos mal que Jesús te ha comprado otra cosa mamá —comenta mi pequeña. Yo lo miro y sonrío cuando me lo entrega, como siempre su regalo cabe en la palma de una mano—, esto te ha hecho llorar. 

      —No, mi cielo —la interrumpo yo—, ha sido un detalle maravilloso, son lágrimas de alegría. 

     —¿Eso existe? —pregunta ella sorprendida. 

      —Claro que sí, cariño, ya lo verás cuando crezcas y seas feliz. 

     Ella me besa y baja de la cama olvidando ya que me ha visto llorar, Guille la sigue. 

     —¿A dónde vais? 

     —Silvia llegó anoche, pasaremos el día con ella —comenta Guille. 

    —¿Tú hermana Silvia? No me dijo que vendría. 

     —Porque era mi sorpresa, mamá. Hoy me haré cargo de mis hermanos —aclara ella entrando al dormitorio y dándome un abrazo. 

     Sigo llorando, y Alicia diciendo que así con lágrimas no se celebran los cumpleaños,  que debería venir un payaso para hacerme reír. 

     —Cariño, ¡qué alegría de verte!

     Y no es una frase hecha. Desde que este verano mi hija Silvia decidiera compartir piso con unas amigas en Londres, para asegurarse de encontrar su verdadera vocación en la carrera de Ingeniería Agrícola mientras se tomaba el año sabático para estudiar inglés, no la había visto. Gastos que corren a cuenta de su padre, obvio, con ella ese imbécil no tiene cojones. 

     —No podía faltar a la fiesta de esta noche. 

     Desvío mi mirada a Jesús que no ha hablado desde que entró. Hasta ahora. 

     —Está visto que eso de arruinar sorpresas es cosa de familia —dice sin enfadarse siquiera. 

     —¿Tendré una fiesta? —pregunto a Jesús, sorprendida de verdad.

     —Pero eso será esta noche, hasta entonces yo me hago cargo de los peques. 

     Silvia coge las manos de sus hermanos y los invita a salir de mi habitación 

     Al irse, ambos besan a Jesús, quien los recibe encantado desde que lo hicieran por primera vez la pasada navidad. De Silvia aún no consigue una muestra de cariño, pero no dudo de que pronto mi hija pueda estar, al menos, en la misma habitación que nosotros, a solas los tres. 

     —Así que tendré una fiesta, cuando dije que no quería una —digo en cuanto la puerta se cierra. Me levanto y echo también el cerrojo de la que separa las dos habitaciones. 

     —Me dejé enredar por Alicia y Raquel, ya las conoces. 

     —Y supongo que ellas no podían faltar —comento sabiendo la respuesta de antemano mientras me acerco a él con mirada provocativa y gesto sexi al morderme el labio 

     —Están hospedadas al final del pasillo. El bebé que lloraba anoche era Dieguito. 

     —¡Vaya, vaya! ¡una celebración por todo lo alto, con los niños incluidos! —exclamo ya cuando echo los brazos por sus hombros aguardando mi beso de felicitaciones. 

     Jesús aborda mi boca con tantas ganas que me lleva de regreso a la cama, me deja caer despacio al tiempo que él toma posición encima de mí. 

     —Por eso mismo, y hasta que sea de noche, no saldremos de aquí, a menos que bajemos al spa —me explica besando mi cuello. Yo elevo la cara para darle espacio—, para que nos cubran de chocolate y… 

      —Y ahora que ya tienes tu tesis doctoral, dejarás ese restaurante donde te pervierten tus jefes. 

     Jesús se ríe con ganas antes de volver a besarme. 

     —No has abierto mi regalo todavía —recuerda de repente. 

     —Sé de sobra que me gustará. 

     —Es un reloj —dice orgulloso de su acierto. 

     —¿Ah, si? —cuestiono yo sonriendo—. Pues me vendrá muy bien para cuando quiera detener el tiempo a tu lado. 

     —¿Para esto? —Y presiona su cuerpo con el mío haciéndome estremecer. 

     —Para esto. —Abro mis piernas para que esa presión sea extrema mientras muevo mis caderas y así hacer que despierte su erección—. Y para ser feliz. 

FIN.

N. de A.

Terminar con estas historias duele, sobre todo por desprenderme de estas mujeres tan únicas y carismáticas.

La apuesta que hice con ellas ha tenido mejor acogida de lo que pensé, gracias por escuchar a mis chicas, y espero que os hayan divertido.

Ya solo queda oírlos a ellos, y os invito a conocerlos en el próximo y último capítulo.

De nuevo gracias.

     

    

    

  

     

     

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