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9.

—¿Te acabas de comer media rotonda? —le pregunto a Jesús muerta de risa cuando veo que saborea la cuchara. 

     —A ver, mujer, no puedes pedir de postre la cazuela de arroz con leche, ponerla de ejemplo para tus clases y pretender que yo espere a que tú entiendas cómo entrar por ella. 

     Le doy un manotazo cuando quiere meter de nuevo la cuchara en el arroz. 

     —Pues entonces, esmérate más, chaval, ¿no será que eres un mal maestro? —le digo yo con una sonrisa. 

     —Hablamos de la materia del carnet de conducir, ¿verdad? —Y esos morritos descarados me dicen que él no habla de eso. Yo en cambio puedo hacerlo de manera ambigua. 

     —¿De qué otra cosa puedes ser experto a tu edad? —pregunto sonriendo. 

     —Dímelo tú, que deberías de averiguar primero qué puedo o no enseñarte a ti con la tuya —me replica él también con su sonrisa  de medio lado. 

     —Uy, pobrecito, hueles a miedo, no he querido dañar tu orgullo. 

     Jesús se inclina sobre la mesa del restaurante, apoyado sobre sus codos  quiere decirme como mínimo un secreto, porque me pide con un gesto de su dedo índice que yo me acerque al centro de la mesa también. 

     Me gusta la dirección que está tomando esta charla, intimidad, complicidad y misterio. Como ha resultado ser el propio Jesús para mí. 

     —El orgullo ya me lo jodiste la  primera noche cuando no conseguí un beso tuyo. Hoy solo me estás matando con esa inocencia que no adivino si es real —acaba diciendo con un guiño de ojo. 

     Me separo de la mesa y con eso también de él. De poder levantarme sin parecer una cría avergonzada, lo haría, porque todo ha sido por mi culpa. Jesús no ha hecho más que responder a las señales que ha detectado después de dos horas coqueteando con él. 

     Al principio de la noche cuando se sentó a la mesa no pude creerlo —aunque eso era precisamente lo que yo deseaba desde que entré por la puerta acompañada de Raquel—, y que me dijese luego que me acompañaría a cenar fue más alucinante aún. Y ya cuando se interesó por mí y mis inquietudes, imagina cómo me sentí. 

     Pues sí, como esa adolescente contándole a su primer novio sus aspiraciones en la vida, claro que eso de casarme y ser madre, como siempre quise, yo ya lo cumplo con creces desde hace años y no se lo he tenido que decir. 

     Admito, y no me avergüenzo de ello, que me he divertido con él, que por un momento volví a ser una joven de dieciocho años. Una que parece no tener límites a la hora de flirtear cuando se siente de verdad preciosa. 

     —¿No crees que es peligroso ir a doscientos, cuando no eres el único que circula por la autovía? Alguien delante de ti puede hacerte frenar inesperadamente —le digo de manera descarada al meter mi cuchara en la  “rotonda” para probar el arroz. ¿Qué me pasa? No puedo dejar de coquetear con él. 

     Jesús se humedece su labio inferior con los dientes mientras me observa comer, que por otro lado no sé cómo puedo ni tragar cuando yo sí que estoy tan pendiente de su boca. 

     —Buena pregunta de examen, ¿y tú qué harías en mi lugar? 

     A) Aminorar a cien y cambiar de carril para no darte la hostia de tu vida.     

     B) Aminorar hasta la velocidad del otro vehículo para continuar juntos el camino.   

     C) Pisar a fondo hasta que se dé el choque que lo reviente todo.  

     Me ha planteado un gran dilema y lo sabe, por eso mete de nuevo su cuchara en la cazuela del postre y lame descaradamente el reverso de esta cuando se la lleva a la boca para ponerme nerviosa. 

     No me reconozco, este hombre me está volviendo loca. Puedo notar el calor de mis mejillas y el pulso de mis venas, el que sí está acelerado a doscientos por hora provocando el latir de mi corazón. 

     —Aprecio demasiado mi vida como para perderla en una carretera —le dice mi yo racional—. Pero si hablamos del beso, sí que pisaría a fondo, y que estalle lo que tenga que estallar. —Y esa ha sido mi yo ardiente, pasional y desinhibida que hoy ha despertado, la muy cabrona. 

     Jesús sonríe.

     —No sé si aprobarás el examen de conducir, Tamara, pero no pierdas de vista tus metas. —yo sonrío en agradecimiento—. Y conmigo mucho menos —dice buscando mi cuchara para golpearla con la suya a modo de brindis cuando me ha dejado helada.

     Y el muy presumido me guiña de nuevo su ojito celeste tan bonito. 

   

     ¿Quién coño grita de esa manera? 

     Anoche me costó dormir a Alicia y no voy permitir que sus hermanos, a tan solo una hora de despertarla para llevarla a la guardería, estén peleando ahí fuera. 

     Salgo de la cama, tras asegurarme de que mi niña sigue dormida, y abro la puerta de mi dormitorio, todavía colocándome una rebeca encima del pijama. 

     —¿Se puede saber qué coño os pasa hoy?

     —¡Ha llegado papá! —grita emocionada Silvia mientras se reguincha en el cuello de su padre para besarlo. 

     —¡Y nos ha traído regalos! —termina Junior por ella, enseñándome su video juego nuevo. 

     Ahí van cincuenta euros que vendrían muy bien para pagar facturas o la comida de esta semana. 

     —Vamos, chicos, dejadme besar a mamá. 

     Mi reacción es inmediata, me ajusto la rebeca sobre el pecho, cubriéndome así del frío que he sentido al oírle decir que quiere besarme. 

     Acepto ese beso que me da, tan frío como el mismo Guille siempre que viene de viaje y tiene que cumplir con este saludo marital. Que haya sido un días más tarde de lo esperado aún lo hace más frío 

     —¡Y ahora a desayunar! ¿Mamá, nos ayudas? —dice mi marido, y lo que ha hecho en realidad es darme una orden, no me ha pedido ayuda. 

     Yo no puedo ya regresar a la cama así todavía me quede una hora para poner la casa en funcionamiento, si él quiere desayunar, aquí se desayuna sin rechistar. 

     Me dirijo a la cocina tras ellos que ya comienzan a organizar la mesa, eso por lo menos sí lo he conseguido de mis hijos, que ellos me ayuden a ponerla si quieren comer después. 

     —¿Qué me he perdido de mi familia en estas semanas? 

     La pregunta de Guille tiene múltiples respuestas, ¡que no me haga hablar porque me pide el divorcio! 

     Vamos a ver. Lleva fuera tres semanas, que elija él mismo el tema: mi cuarenta cumpleaños sin él, mi prueba negativa de embarazo y las dudas que conlleva querer acostarme de nuevo con él sin anticonceptivos, el carácter rebelde que se gasta su hija mayor desde que ha comenzado el segundo año en la universidad, la enfermedad del pequeño Guille que lo tuvo en casa durante una semana, en la que no pude trabajar, o las pesadillas de la chica que me tienen despierta todas las noches por atenderla. 

     —El viernes tengo el examen teórico de conducir. 

     Al final he elegido yo por él, que para eso es lo único que he decidido hacer  por mí misma. 

     Le doy la espalda a mi marido, porque estoy haciendo el café. La cocina se ha quedado en absoluto silencio, ya no hay risas, ya no hay más preguntas estúpidas. 

     —Chicos, podéis ir a vestiros para ir al cole. 

     —Papá, todavía es temprano. 

     —Silvia, ve a tu dormitorio y llévate a Guille. 

     Me doy la vuelta para quedar apoyada en la encimera. He oído el tono autoritario de voz de mi marido y sé lo que se me viene encima, me conviene mirarle a la cara. 

     Mi hija ya se lleva a su hermano y Guille se levanta de la silla. 

     —¿Quién ha pagado tus clases? 

     —Son por libre, no voy a la autoescuela. 

     —¿Y el examen? —pregunta en cuanto nos quedamos a solas. 

     —He estado ahorrando. 

     —Esos ahorros salen del dinero de esta casa, no deberías llamarlos “tuyos”, ¿no crees? —me recrimina. 

     —Yo también trabajo, Guille, son las propinas de mis clientas. 

     —Eso está por demostrarse todavía. 

     —Ya te lo digo yo. 

     —Pues estamos teniendo un serio problema con ese trabajo tuyo si vas a mentirme a cuenta de él. 

     No, no va a quitarme mi salón de belleza. Me ha quitado ya la juventud, la voluntad y hasta mi propia belleza en sí, pero no voy a dejarle que lo haga también con mi desahogo, con mi libertad. Con mi esperanza de verme independiente. 

     —El salón no, Guille, no se te ocurra ni pensarlo. 

     Él da un paso hacia mí, me acaricia la cara y al llegar a la nuca esconde su mano en mi pelo. Juega con el nacimiento de este  pausadamente, con delicadeza, y es cuando  deseo tenerlo más corto, no me haría tanto daño. 

     —A ver, cariño, si yo lo único que digo es que es una pérdida de tiempo porque nunca vas a poder entender el código de circulación, mírate, ¿conducir tú?, si no eres capaz ni de orientarte en la cocina. ¿Quieres de verdad quitarle ese tiempo a tus hijos? Por no hablar  de la pérdida de dinero que será también, y ya sabes que lo necesitamos para comer. 

     —Se te olvida la pérdida de tu hombría si lo logro. 

     Guille no oculta su descontento por mi apunte sobre su virilidad, ¿qué digo descontento?, eso solo suaviza la cara de cabreo que tiene, se le ven perfectamente las aletas nasales dilatadas y los dientes marcando su labio inferior. 

     —No quiero enfadarme, Tamara, dejarás de estudiar hoy mismo y me entregarás todos tu ahorros para compensarlo —dice expulsando aire por esa nariz abierta. 

     Yo me inclino hacia él para que me oiga, yo no tengo para expulsar nada más que mis palabras, las que he tenido enquistadas en mi boca durante veinte años. 

     —Y una mierda, Guille. Solo si me matas podrás impedir que el viernes haga ese examen. 

     Y de repente la cafetera sale disparada por los aires hasta golpear en el suelo. El líquido alcanza mi mano. 

     El ruido ha alertado a mis hijos, que entran en la cocina corriendo y preguntando qué ha ocurrido. 

     —Mamá le dio sin querer. Pero eso no es novedad, ¿verdad?, ya sabemos todos lo torpe que es —explica Guille con calma, incluso su nariz ha vuelto a su estado natural. 

     —¿Estás bien, mamá? —Silvia se acerca para coger mi mano. La que ya tengo bajo el grifo de agua fría. 

     —Mejor que nunca, cariño. ¿Ves ahora lo que te decía? Si os ocurre algo parecido a ti o a tus hermanos mientras tu padre trabaja en el culo del mundo necesito carnet para poder llevaros al hospital. 

     La risa de Guille duele más que la inoportuna quemadura. 

     —¿Solo carnet?, ilusa…, ¿y el coche, qué? —pregunta con cara de repugnancia. 

     —Bueno, para eso también tengo ahorros —le digo sonriendo, así me muera por dentro del dolor de mano. 

     Ea, ya tengo la excusa para no verle la cara hoy, me marcho al hospital, ya veré cómo llego. 

     Por lo pronto, que vaya despertando a Alicia y la aguante él. 


     Estamos en casa de Alicia, es nuestra tarde de chicas. En realidad no me veía con ánimos de asistir después de lo ocurrido ayer con Guille, pero me he dicho muy orgullosa: date el gusto, y él que se lleve el disgusto. 

     Cuando llegué del hospital, Guille no estaba en casa, y solo apareció para dar por culo a la hora de comer, porque todo fueron pegas: que los macarrones ya no los hago como antes, que ya le podía haber hecho su comida favorita como bienvenida, que si yo me creía que el dinero me lo regalaban como para poner de postre fruta, porque con un yogurt sobraba. 

     ¡Valiente imbécil!

     Es ahora que todo lo que dice, hace o incluso piensa no puedo soportarlo, es como si la mierda  tragada, y tragada, durante veinte años ya no me cupiese más en el estómago y la necesitara expulsar yo contra él. 

     Después del espectáculo tan bochornoso del almuerzo no le iba a dar la oportunidad de que me convenciera de nada, así que pasé la tarde estudiando en la habitación de mi hijo, mientras él hacía sus deberes y la pequeña Alicia dormía la siesta y recargaba energías para darme otra noche en vela, lo que me vino muy bien como nueva excusa para irme a dormir a su habitación ahora que su padre había regresado y no la podía tener en mi cama. 

     Y hoy ha sido más de lo mismo, solo que no he salido del salón de belleza en todo el día, supongo que Guille habrá comido macarrones de ayer, no me importa. Yo he recogido a mis hijos del cole y aquí estamos, en casa de mi amiga. 

     —Me lo cuentas y no me lo creo —me dice Alicia cuando termino de contarle cómo le planté cara a mi marido. Ella me coge del brazo para observar mis vendas—. Tu marido es un mierda. 

     —¿Verdad que sí? Ni yo misma sé cómo lo aguanto ya. 

     —Admirable, amiga, tarde, pero admirable —me recuerda ella levantando ahora el botellín de cerveza que ya está a punto de acabarse. 

     —Lo mejor será verle la cara el viernes cuando me vaya para el examen. 

     —Error, lo mejor será vérsela cuando regreses y le digas que has aprobado. —Y vuelve a beber, contenta por mí. 

     Ya lo hace muy seguido, espero que se dé cuenta pronto o acabará teniendo un problema con el alcohol. 

     Miro a Raquel para que alguien me diga que me equivoco, que Alicia no está bebiendo demasiado, pero ella parece que está ausente de esta reunión.

     —¿Raquel?, ¿y tú qué opinas? —le pregunto mientras requiero su participación. 

     —Que Guille se coronó al fin como el mega capullo. Y que tendrás que quitarlo de mi vista si no quieres que deje huérfanos a tus hijos. —Vaya, eso sí es determinación, y al parecer sí que nos oía. 

     —¿Puedo opinar yo? —pregunta Alicia riendo y sin dejar de beber. Ahora sí coincido en miradas con Raquel. 

     —Claro, para eso os lo he contado.    

     —Tamy, deberías pedirle el divorcio. 

     Me río a carcajadas. 

     —¿Y esa es tu opinión?

     —La única que no lo ve eres tú —interviene Raquel. 

     —No es tan fácil. 

     —Sí que lo es —me dice Alicia acercándose a mí—. Solo tienes que aprobar ese examen y él mismo se acojonará. Te harás una mujer decidida, valiente y de carácter,  ese que él ya te quitó, y entonces no volverá a ver en ti a la marioneta que ha manejado durante veinte años. Poder, nena, poder. Se trata de eso —dice ella desde su pedestal alto, el más inalcanzable de los tres, el perfecto. 

     Eso me da que pensar. 

     Tras el examen podría también aprender a manejar el ordenador y de esa manera ser yo misma la que controle las citas de mi salón de belleza, la que pueda comprar los productos que me convengan, la que entable las relaciones con los distintos comerciales para obtener ofertas… y ya no hablo de la redes sociales para publicitarme. Eso es dinero, eso me daría más ahorros y la posibilidad de afrontar dejar a Guille. 

     —Lo haré —digo al levantarme del sofá. 

      —Con dos huevos, ahí —me anima Alicia, su ingesta de alcohol creo que no le permite decir mucho más. 

     —No solo voy a conseguir mi orgasmo sino que voy a aprobar, voy a ganar más dinero y voy a dejar a Guille. 

     Las dos me miran con la cara desencajada. ¡Ay, dios, que me he vuelto loca con tantos “quiero y no puedo”! 

     —¡Oh, venga, ya! Si tú cambias tu propósito de los cuarenta  yo también quiero hacerlo —se queja Raquel. 

     —Esto puede ser interesante —Alicia finge aplaudir, debe de estar disfrutándolo más por la cerveza que por nosotras. 

     —Yo no cambio nada, solo lo matizo —le recuerdo yo. 

     —Pues yo matizo, entonces, que me caso con Diego antes de cumplir  los cuarenta. 

     ¡Coño! Raquel consigue dos reacciones diferentes: Alicia escupe su cerveza y yo caigo sentada en el sofá.   

     —Nos os pongáis así, era de esperar, nunca dije que dejase de amar a mi marido. He vuelto a ver a Diego y yo no puedo ocultarlo por más tiempo… 

     —Cariño, ese amor/odio vuestro acabará contigo. —Alicia es la primera que se mueve, se levanta para abrazarla cuando Raquel ha empezado a temblar por culpa de una risa nerviosa. 

     —Yo lo amo, Ali, y me he dado cuenta de que no podré vivir sin él, por eso quiero una última oportunidad. Vosotras tenéis razón, debo intentarlo con él. 

     —¿Nosotras? ¿La… razón? 

     —Tamy me dijo que lo intentara con Diego.

     —Con Diego, ¿no?

     Me han pillado. Alicia me mira enfadada, y eso que está medio borracha, ¡pues bien que se acuerda, la cabrona, de que así no era! Como ahora nombre a Jesús, ambas van a atar cabos, y yo no sé cómo voy a negar que lo hice para separarlo de Raquel porque me gusta demasiado, ¿notarán que hablo con él por teléfono a todas horas?, ¿que nos vimos el domingo para tomar café? 

     —Si nosotras cambiamos, Alicia también tiene que hacerlo o no valdrá de nada nuestras buenas intenciones —desvío el tema. 

    —Yo no voy a cambiar nada, sigo empeñada en recuperar a mi marido. 

     —Nosotras hemos tenido el valor para decir la verdad de nuestras inquietudes, ¡qué coño un orgasmo, ni un hijo! Este es el verdadero propósito que hemos de conseguir para no vivir el resto de nuestras vidas amargadas, y solo faltas tú, Alicia.   

     Raquel se aparta de ella para mirar a Alicia a los ojos,  yo me levanto de nuevo y me sitúo junto a las dos. Las puntas de nuestro triángulo se forman. 

     —No puedo —dice levantando orgullosa la barbilla al sentirse observada. 

    —Sí que puedes, yo voy a dejar a Guille, cariño —le digo para que me devuelva una sonrisa. Agarro su mano para infundirle ánimo, y Raquel lo hace con la otra. 

     —Y yo quiero volver con Diego. Vamos, dilo, cielo, nosotras te apoyamos —le dice ella. 

     Alicia respira hondo, cierra los ojos y comienza a hablar:

     —Antes del cumple de Raquel besaré a Mateo. —Alicia está temblando, yo la abrazo—. Le daré de comer, lo bañaré,  podré cogerlo sin miedo...

     —Claro que sí —le digo yo. 

     —Sé que podré darle un beso, Tamy. 

     —Millones de besos, cariño. 

     Nos abrazamos. Reímos nerviosas, no sé si contentas por lo que nos hemos propuesto, pero al menos sé que estamos liberadas. 

     —Un momento, ¿y Fabio? —pregunta Raquel de repente. 

     —¿Qué pasa con él? —Alicia no sabe a qué se refiere, y lo peor es que yo tampoco lo hago. 

     —¿Vas a perdonarle sus mentiras? 

     —De eso nada, ese cabrón va a lamentar  irse esta noche “de guardia” 

     Bien, parece que hoy tomamos el camino correcto, aunque el de Alicia no se vea del todo acertado respecto a su marido. Yo confío en él y las miradas de amor que dedica a su mujer. 

    —Habrá que rectificar el documento, ¿no os parece? —propongo feliz—. ¿Qué tal si lo llamamos despropósito a los cuarenta? 

    Y las tres reímos encantadas con nuestro nuevo objetivo. 

4️⃣0️⃣*️⃣

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