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8.

Voy a por otro café, aunque sería más acertado llamarlo “agua sucia de color marrón” porque la máquina del hospital es lo que te sirve, pero es lo que hay y yo no puedo ausentarme mucho de aquí para ir a un bar. Y ahora  menos que Diego está a punto de llegar. 

     Lola me llamó hace media hora y me ha dicho que su hermano se ha enfadado mucho cuando ha descubierto que he pasado la noche a solas con Mariana. Maldita la gracia que me hace no haber dormido una mierda y ponerme a discutir con él. 

     Cuando llevas media docena de vasos de este agua sucia color marrón, hasta el sabor te gusta. 

     —¿No eres capaz de cumplir una promesa?

     Diego acaba de joderme el momento Clooney. 

     —Pues igual que tú,  capullo, que aquella que decía: en lo bueno y en lo malo te la pasaste por el forro de los cojones y no me diste ninguna explicación. 

     Pero ¿se puede ser más imbécil y estar más bueno que este tío con esa cara de cabreo?

     Me llevo el vaso de plástico a la boca, así con ella llena de café no conseguiré articular palabra y cagarme en él. 

     —No quiero que hables con mi madre si despierta —dice sin querer discutir conmigo. Y como no lo considero tampoco lugar para hacerlo yo, hablo de igual manera, sin polémica. 

     —No se trata de ella esta vez. Si te parases a pensar en los demás, habrías notado que tu hermana Lola necesitaba dormir. Carmen no está en condiciones de sustituirla, por su embarazo, y Mariani ya pasa todo el día aquí desatendiendo su trabajo, no le pidas a ella que haga también las horas de Lola. 

    —Tenías que haberlo consultado conmigo antes de venir. 

      —¿Así va a ser esto? ¿Yo tengo que engañarlas con lo de estar casados todavía, pero no puedo actuar como me dicta el corazón con ellas? 

     Diego se pasa la mano por la nuca, duda. Por un segundo creo que me permitirá ser la cuñada y la nuera que siempre fui. 

     —Yo esperaré a Mariani, puedes irte ya —dice dejándome sola aquí en la máquina de café cuando él se adentra en el pasillo de habitaciones. 

     No va a ser posible, no puedo irme sin recoger mis cosas. 

      Procuro no correr por el pasillo, pero sí que camino deprisa tras él y lo retengo antes de entrar a la habitación de su madre. 

     —Como tú eres quien decides cuándo,  o no, puedo venir a ver a tu madre, tendrás que hacerme también un horario. Tengo una vida fuera de aquí que he de compaginar, y un novio de treinta años que no se calienta solo.    

      ¡Joder, otra vez que meto a Jesús en mis calentones imaginarios!, ¡pobrecito!

      Diego parece molesto por mis palabras y eso me satisface más que haberlo besado. No, lo siento, no lo hace en absoluto, porque no puedo dejar de mirar esos labios y recordar cuando se apoderaban de cada centímetro de mi cuerpo. No hay nada que me sacie  más que besar esa maldita boca.       

     —Un horario me parece lo mejor si así voy a estar tranquilo de que no aparecerás en el momento menos oportuno. Y ahora sí,  ya puedes irte. 

     —Entro a por mis cosas y me marcho, descuida. 

     No le digo más nada y paso a la habitación. Todo está en penumbra como lo dejé hace unos minutos, Mariana duerme. De hecho lo hace desde hace más de una semana que salió del quirófano. 

     No necesité deshacer la cama del acompañante, no me he separado de Mariana durante toda la noche y la he pasado en el sillón, a su lado, sosteniendo su mano. Así que mi bolso y mi chaqueta siguen ahí. 

     —Hola, cariño. 

     Siento que me toman del brazo desde la cama. Mariana me sonríe cuando me he girado a verla. 

     —¡Oh, Mariana! Estás despierta.

     —¡Mamá! 

     Diego corre a sentarse en la cama de su madre, por el otro lado. Coge su mano libre y se la besa varias veces. 

     —Diego, mi vida. —Mariana acaricia la cara de su hijo como le es posible llena de cables. 

     —Estate tranquila, mamá. Tenemos mucho de qué hablar, pero ya habrá tiempo. 

      —Sí —dice ella cerrando los ojos de nuevo. Una leve sonrisa se apodera de ella. 

      Diego me mira,  yo no sé qué hacer, por eso decido irme como me pidió y no molestar cuando lleguen los doctores. 

     —Gracias. Si no llega a  ser por tu insistencia me hubiera perdido su despertar —oigo que dice Diego a mi espalda cuando ya casi alcanzo la salida. 

      Los nervios me traicionan, soy incapaz de abrir la puerta y me paralizo. Menos mal que Diego no me ve la cara de asombro. 

     —Mándame ese horario, por favor. Me gustaría ver de nuevo a Mariana. —Es todo lo que digo antes de irme. 


    

     Me siento una traidora en toda regla, de tener una amiga como yo, en este momento, bien que la mandaría a la mierda. 

     Tamara me ha llamado esta tarde para hablar de Alicia y ambas estamos en el restaurante dando nuestra opinión sin que ella esté delante. 

     —Alicia tiene un serio problema, debemos hablar con Fabio —dice Tamara  impaciente, debería esperar a que al menos hayamos llegado a nuestra mesa para sentarnos. 

     —Yo no veo que esos cambios de humor sean indicio de nada, es solo su obsesión por el envejecimiento, por no verse atractiva después del parto —respondo yo tomando asiento frente a ella. 

     —Puede, pero hay algo más que eso. ¿Me recuerdas cuando nació Silvia?, ¿el humor que tenía ese primer mes? 

     —Sí, claro, estabas tan irritable que a tu lado  Regan MacNeil era un oso amoroso. 

     Tamara, en respuesta, me da un golpe en la espinilla por debajo de la mesa que hace que me queje. 

     —No fueron dudas de primeriza sino melancolía postparto y creo que Alicia la padece todavía. 

    —Venga, ya, Tami. Tú eras joven, el capullo de Guille no había ni terminado de estudiar y te viste empezando tu matrimonio en casa de tus padres con un bombo a los dieciocho años que te quedaba muy grande. Pero, ¿Alicia? Ella tiene un matrimonio estable con Fabio, por favor, tienen dinero de sobra para mantener a su hijo y se adoran como pareja. 

    —Ya, por eso Fabio la engaña, ¿no? —dice ella tapándose la boca de inmediato, pero para nada le sirve, ya lo ha soltado. Y ahora es ella la que se lleva mi patada. 

     —¡Calla, inconsciente!  Hemos jurado que no desconfiaríamos de él. 

     —Solo trato de hacerte ver que ella nos necesita. 

     —Si es cierto lo de Fabio, no voy a  contar con él para salvar a Alicia, lo haremos solas. 

     —Entonces, ¿vas ayudarme? 

     —¡Qué remedio! Debo de estar convirtiéndome en hermanita de la caridad, primero Diego y ahora Alicia, y encima ya ni follo como antes, ojalá y el voto de ayuno lo pueda cumplir que se me está poniendo un culo... 

     —¿Tú y Jesús… ya nada de nada? —me pregunta sorprendida. 

     Pobrecita, como no tiene orgasmos propios ya solo le queda disfrutar con los quiquis de los demás.

     —Paso demasiado tiempo con Diego —le digo como excusa. Era el momento idóneo para desvincularme de Jesús, pero sigo sin hacerlo. 

     —Cariño, haces bien —me dice ella cogiendo mi mano. ¡Tan maternal que es siempre la puñetera!—. Solo deberías concentrarte en Diego, es el hombre que amas ¿no? Piénsalo por un momento, ese Jesús no te solucionará nada. 

     —¿Qué? —Aparto la mano como si la hubiese puesto en el fuego—. ¿Me estás diciendo que me plantee algo serio con Diego y deje a Jesús? 

     Esa cara de Tamara es extraña, esa maldad sería más propia de mí, no del cacho de pan que es mi amiga. Algo en ella no me cuadra. 

     —Alicia y yo creemos que es lo mejor. 

     —¿Habláis de mí a mis espaldas? 

     —¿Y que crees que nos ha hecho venir aquí, idiota? —me pregunta levantando una ceja prepotente—. Apuesto a que ponéis verde a Guille cuando yo no estoy. 

     —Pues claro que lo hacemos, pero eso tú ya lo sabes desde el día que estábamos a tu lado viendo la rayita del primer predictor… —Y levanto la mirada orgullosa al recordar mi primer insulto a Guille: Pollalocasincapucha. 

      —¿Ves? —me dice sin enfadarse por estar criticando a su marido, ¿esta mujer ha cambiado mucho o me lo parece?—. En eso consiste la amistad, en buscar el bienestar de tus amigas. 

     —¿De verdad creéis que tengo posibilidades de reconquistar a Diego? Mira que un polvo no es como volver a casarnos —le pregunto esperanzada en esa posibilidad. 

     —Te pidió un favor después de años sin verte, uno que a ojos de su madre y sus hermanas os mantiene casados. Así que si ese hombre no busca acercarse a ti, dejo  de llamarme Tamara Soledad. 

     —Pues ya tienes que estar convencida si te atreves a repetir tu nombre en voz alta, Sole. 

     —Idiota. —Y otra patada que me llevo en la espinilla. 

     —No sé, Tamy, hablamos de Diego. 

     —Ya, ya, del capullodemierdaegocentricoquesolopiensaenél, pero también es el hombre que logró que te plantearas ser madre. No es cualquier polvo de una o dos noches de las tuyas. 

     Mi teléfono suena en su tono de WhatsApp. De no haber despertado esta mañana Mariana no lo cogería, porque estoy hablando de Diego y su posible interés en mí, pero ¿y si algo va mal con ella y es del hospital? 

     —¿Y esa cara?, ¿qué te pasa? —quiere saber Tamara. 

    —Es Diego, me propone vernos ahora. 

     El grito de Tamara me hace reír, aunque estoy muy nerviosa y cualquier cosa me haría reír solo porque Diego quiere verme, no importa dónde. 

     —Anda, corre, ve con él. 

     No tengo nada que perder, ¿no? Lo deja bien claro en el mensaje que me ha mandado: 

➡️En diez minutos relevo a Lola. 

➡️¿Quieres venir a pasar la noche con mi madre? 

Tamara mete la cabeza por encima de la mesa para ver mi móvil. Me dice que sí, que conteste que sí. Vale, lo haré, pero que ni ella, ni Diego piensen que será tan fácil como poner el emoticono de un dedo pulgar en alto. 

Juntos? ➡️

Lo hago solo por Mariana, que conste➡️

➡️¿Eso le dirás a tu novio? 

No➡️

A él le diré que voy a ver a la madre del capullodemierdaegocentricoquesolopiensaenél de mi EX➡️

➡️Impresionante. Ojalá y lo entienda, es un vocabulario muy denso para un millennial.

     No puedo evitar sonreír cuando leo su último mensaje. ¿Es posible que Diego tenga envidia de la juventud de Jesús? 

Te veo allí ➡️

     —Tamy —le digo a mi amiga que está demasiado distraída con el ajetreo del restaurante, creo que ha descubierto su nuevo hobby desde que sirviese la fiesta de Halloween, jugar a las cocinitas. Ya me he levantado y me pongo la chaqueta—. ¿Crees que puedes cenar sin mí, cariño? 

     —Sí, anda, tonta, ve. De todas formas no sabía cómo pedir lasaña sin que me dieses la brasa. 

     —Eres un cielo. —Y por eso le planto un beso en la frente. 

     No se me olvida que había hecho planes conmigo y que ahora tiene ese tiempo libre hasta llegar a dormir con los niños, un tiempo que le hubiera venido muy bien para estudiar su carnet antes de que pasado mañana regrese Guille y lo tenga que posponer. Por eso se lo compensaré, todo sea para que lo termine de aprobar y se lo restriegue por la cara a su maridito. 

      Busco a Jesús para que me eche una mano con ella. 

      Entro a la cocina y lo veo atareado con la organización de las cenas de hoy sábado.

     —Jesús, deja eso, por favor, hoy tengo otro encargo para ti. 

     —Pero, Raquel… 

     —No es nada doloroso, créeme.

    Solo con eso consigo que se quite el delantal y se ponga su chaleco negro sobre la camisa. 

     —A ver, ¿qué se te ha ocurrido ahora? —me pregunta resignado como el empleado eficiente que es. 

     —¿Eres buen conductor? 

     Y aquí es cuando el guapo de Jesús gana mucho más, esa carita de asombro le hace parecer tan inocente que da ternura. 

     —Pues hoy tendrás que demostrarlo. 

     


Saludo al guardia de seguridad del hospital y enseño mi pase de acompañante. Diego no me dijo de vernos en otro lugar, así que entiendo que he de subir a la habitación de Mariana. 

     Mientras llego me noto nerviosa, con preguntas tan personales que no termino de responderme tan fácilmente. ¿A partir de ahora, Diego me llamará y yo correré a su lado? ¿O Diego no me llamará y me quedaré jodida por su rechazo? Por lo pronto, hoy no me lo he pensado dos veces, espero que no acabe hecha una mierda después. 

     Llamo a la puerta como aviso y abro a continuación. Lo hago con sigilo, no sé si Mariana duerme. Pero la luz y la televisión, encendidas, me dan la pista. 

     Mariana está despierta, todavía no incorporada del todo, pero sí lo suficiente  para girar su mirada y sonreír. 

     —Pasa, hija. Diego me decía que no tardabas en venir, que estabas trabajando. 

     Miro a su hijo, sentado a su lado, agarrando su mano como yo hiciese anoche. 

     —Sí, he querido venir a verte yo también —le digo mientras me acerco a saludarla. Le doy un beso en el rostro. 

     —Eso de que no podáis pasar una noche separados el uno del otro dice mucho de vosotros. 

     —¿Ah, sí, mamá? ¿Y qué dice? —pregunta él riendo. 

     —Iluminanos —le pido yo cruzada de brazos. 

     —Que os amáis como el primer día. 

     No me atraganto ni nada, pero toso de igual modo para aliviar el ambiente y la mirada cruzada que se ha producido entre Diego y yo. 

     —No digas tonterías, mamá. Raquel se ha vuelto una celosa compulsiva que no me deja respirar, eso es todo —miente Diego, logrando así  una sonrisa pícara de su madre. Y una hipócrita de mi parte. 

     ¡Será imbécil!, porque no sé cómo tendrá el corazón de débil Mariana, que si no, le decía de una santa vez que estamos divorciados. 

     —Tu hijo, Mariana, que tiene arranques de locura y no me atrevo a dejarlo solo y que se autolesione. 

      —Hijo, ¿es cierto eso?, ¿cómo no me lo has dicho en estos años? —pregunta Mariana a punto del llanto. Creo que hasta va a necesitar respiración asistida. 

      —¿Qué?... ¡No, por dios! No pienso en el suicidio —le contesta él muy serio, aunque mirándome a mí lo hace con más asco que seriedad. 

      ¡Coño! Todavía estoy llegando y ya lo he estropeado todo, yo pretendía que fuera una broma, al igual que la suya, ¿por qué me mira así? 

     Él mueve la cabeza para que le diga a su madre algo que lo remedie, algo para que no tengamos que llamar a un médico y que la sede. 

      —Mariana, Mariana, mírame —le pido sentándome en la cama junto a ella. Con tremendo esfuerzo deja de mirar a su hijo, y me devuelve la mirada a mí. Beso su mano—. Tranquila. No es cierto, lo siento, no sé ni por qué he dicho eso. Diego está bien, yo jamás permitiría que le ocurriese nada. Él es mi vida, Mariana, mi vida. Y sin él sí que acabaría la mía... 

     El llanto se me atraganta con las últimas palabras, hasta creo que no puedo respirar. De lo que estoy segura es de que no puedo ver con las lágrimas que empañan mis ojos. 

     Pero el oído lo tengo perfecto. Diego ha salido de la habitación. 

     Pido disculpas a Mariana y salgo tras él. 

     —Diego, espera… 

     —No. ¿Has visto lo que has hecho?,  por eso mismo no quiero que hables con mi madre. 

     —Solo quise bromear, como tú. 

     —Claro… porque igualito es decirle que me celas, ¡a que yo estoy enfermo de la puta cabeza!, ¿acaso no recuerdas que no he hablado con ella en tres años?, ¿cómo crees que se habrá sentido? 

     —Perdóname —digo recordándolo todo, el porqué precisamente estoy aquí. Diego y yo ya no somos una pareja, y menos una que se pueda gastar bromas—. Entraré a despedirme de ella, así si nos ve pasar una noche separados, quizás ya no piense que nos amamos como el primer día. 

    —Lo prefiero a que tengas que mentir sobre mí como acabas de hacer. 

     Ojalá hubiese sido una mentira y mi vida pudiese seguir sin él. 

    —Mierda, Raquel, lo siento, no he querido... —se apresura a decir al ver mi cara—. Claro que te perdono. No estoy gestionando bien su despertar y tantos años sin verla, eso es todo.

     Entro a la habitación sin mirarle más a la cara. 

      Después de todo  parece que Mariana se ha quedado más tranquila con mi respuesta anterior, y ahora comprende que tengo que regresar al restaurante, sacándome, eso sí, la promesa de volver a verla con más calma. 

    Al final ya tengo respuesta para mis dudas existenciales con Diego: saldré corriendo a verle siempre que él quiera y acabaré jodida en cada ocasión. 

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