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5.

Ya está bien de hablar de Diego en nuestras quedadas de chicas. 

     Tengo que dejar de pensar en mi ex o al menos procurar no nombrarlo tanto, que desde el cumpleaños de Tamara, demasiadas vueltas le he dado a la propuesta de cuarentona desesperada de mis amigas: esa en la que yo soy madre como tantas veces deseé serlo con él. 

     Nos pusimos de fecha hoy y en breve tenemos que tener una respuesta a ese disparate del propósito antes de los cuarenta. Si dos de nosotras están dispuestas a realizarlo, la otra deberá acatar la votación. 

     Mis esperanzas de evitar mi propio embarazo están puestas en Tamara, engañar al capullo de Guille para poder tirarse a otro debe de ser difícil después de veinte años, y no creo que ella tenga el valor suficiente para hacerlo. Porque ya no me fío de Alicia después de oírla hablar de la supuesta infidelidad de Fabio, está más que decidida a recuperar el sexo con su marido solo para que él no busque fuera de su cama lo que no tiene dentro. 

     —Bueno, a ver. ¿Qué habéis decidido con el propósito? 

     Sin darme tiempo a digerir nada,  una entusiasmada Tamara pregunta precisamente por eso. 

     —Porque podéis contar conmigo —dice ella, y la hija de puta me deja con la boca abierta. ¡Increíble!, no se atreverá a decirle a Guille que está estudiando para el carnet de conducir, pero bien dispuesta que se le ve para follarse a otro. 

     Mis esperanzas corren ya por el retrete, voy directa a una clínica de esperma para que me inseminen. 

     —Y conmigo también —dice Alicia. 

     —¿Contigo qué? Fabio no te engaña, no fuerces las cosas con él porque puedes perderlo —salto acojonada, porque ya son dos votos y juramos que si había mayoría, lo haríamos. 

     Y yo no estoy por la labor de ser madre si no es con Diego. 

     —Digáis lo que digáis puede que Fabio sí me engañe, y que sus pocas ganas no tengan nada que ver con su trabajo o con el parto de Mateo, por eso no voy a dejar que otra mujer se beneficie de los orgasmos que mi marido no me da. ¿Verdad, Tamy? Que tú sabes bien de eso. 

     —Imbécil —le contesta ella —Yo solo quiero uno. —Y ahora acaba riendo. 

     Y yo quiero morirme. Eso me pasa por entrometida, por alentar a una Tamara insatisfecha a probar la infidelidad, ¿es que no tenía bastante con sus trabajos manuales? 

     —Podemos dejarlo por escrito, chicas —nos dice Tamara Y a continuación llama a su hija para que la ayude con el ordenador—. ¡¡Silvia!! 

     —Deberías hacerlo tú y no molestar a la niña —le dice Alicia cuando ve que Tamara pretende que su hija lo haga por ella. 

     —Ya tengo bastante con el carnet de conducir por ahora.

     —¿Cómo es que nunca te has molestado en aprender algo de informática? Usar el ordenador es lo mínimo en estos tiempos. —Alicia será mucho de odiar su móvil, pero tiene claro que ese aparato es un apéndice del ser humano del siglo XXI, ya sea para el trabajo o para su vida personal. 

     La actitud de Tamara es algo que nunca entenderé, nuestra generación, la que ha ido evolucionando  con los dispositivos e Internet, además de ser la que tiene solvencia económica para ir adquiriéndolos,  es la que debería de estar más implicada en las nuevas tecnologías y sus avances, pero bueno, también es verdad que es la generación que mejor vive y la que menos atadura quiere a esos cacharros. Si no hay pruebas, no existió, ¿no dicen? Excepto con Fabio, porque Alicia está empeñada en demostrar lo contrario. 

     —Guille lo hace todo por mí, supongo que me acomodé. 

    —O el capullo no te ha enseñado —le digo sin poder morderme la lengua. 

     —No se lo reproches, Raquel, él es más listo para eso, yo tan solo rompería el ordenador y no podemos pagar otro ahora mismo para el colegio de los niños. 

     Miro a Alicia que se ha quedado con la boca tan abierta como yo. Le pido con señas que hable ella, ¡joder!, ¡porque si hablo yo, soy capaz de perder la amistad de Tamara cuando le diga lo que de verdad pienso de su marido!, ¿ese capullo tiene sometida a mi amiga? 

     Pase que, con cuarenta años, Tamara no tenga carnet de conducir porque el coche es del hombre de la casa, el que, según él, lo necesita para trabajar. Pase que su marido dirija en la sombra su salón de belleza porque, según él de nuevo, ella se encarga también de los niños. Pase que sea tan tacaño, de mierda, que no haya sido capaz de regalarle una triste prenda de ropa por su cumpleaños, que pudiera estrenar, pero ¡que además la tache de inútil, patosa o bruta! 

     —¡Silvia! —grito para que mi ahijada me sirva de contención contra su padre. 

     Y la niña post adolescente, new adult y moderna no tarda un segundo en acudir a la llamada de la pandilla Diplodocus, como la muy cabrona nos bautizó el día que su madre cumplió treinta y cinco. Alguien tendría que decirle a tiempo que ella está condenada a envejecer igual, que las tetas se le caerán y que no ganará suficiente dinero para tintes del pelo. Alicia sabe de eso. 

    —Voy a salir en media hora, Diplodocus, ¿seguro que sabréis apagarlo luego? Mirad atentamente la pantalla, es este botoncito de aquí, solo tenéis que elegir la opción de apagado, pulsar este otro botón y… 

     —Vete a la mierda, Silvia, guapa —le dice Alicia antes de que yo pueda defenderme—. Y recuerda que tú también tendrás la menopausia. 

     Estallo en carcajadas con Tamara y Silvia, ¡pues sí que teme esta llegar a los cuarenta, que no hace más que pensar en eso! 

     Tamara deja que sea Alicia la que redacte el documento dictado por ella, yo comienzo a sudar cuando oigo el nombre de dicho documento, el nombre de las tres y la fecha de culminación del Propósito a los cuarenta; seis de marzo de dos mil veintidós. Mi cumpleaños. El plazo se amplió porque no teníamos tiempo para realizarlo, bueno, sobre todo Tamara y yo, porque ambas tenemos que encontrar donantes de orgasmos y semen, respectivamente, y no es tan sencillo que nos guste luego el resultado.

     —Raquel, ¿y tú?, ¿qué decides, cómo vas a ser madre? —me pregunta Alicia cuando no prestaba demasiada atención. 

     —¿Es necesario saberlo ahora? 

     —Pues claro, Tamy ha decidido que sea con un desconocido que exude sexo con la mirada,  yo digo que dejaré a Fabio inútil para otras sin necesidad de cortarle nada, y ya solo faltarías tú, ¿será tradicional o artificial? 

     —¡Que bruta! ¡Qué hablas de un niño, Ali! 

     —Yo… yo prefiero… —Y doy gracias de que mi móvil suene en este momento. Me levanto a cogerlo. 

     —Odio el sonido de tu teléfono. 

     —Dijimos que nada de teléfonos, es una de las reglas —dice Tamara, a la que me parece ver muy impaciente por que el maldito documento esté acreditado. 

     —Eso era para los hombres, claro, como tú no los entiendes… los teléfonos, digo —responde Alicia quisquillosa. 

     —No entiendo el ordenador, idiota. 

     Y es cuando ya no las oigo. Mi atención se concentra en el nombre de la pantalla. La hermana mayor de Diego. 

     Descuelgo con un temor extraño, uno que me deja sin respiración. Ella no me ha llamado en tres años, ni para felicitarme la Navidad, ni por mi cumpleaños. Ni siquiera para despedirse de mí aquel fatídico dos de diciembre, cuando su hermano me dio los papeles del divorcio, o mejor dicho, cuando un abogado me los dio en su nombre. 

     —¿Quién es? —pregunto como si no supiera leer, pero bien que he visto su nombre porque nunca lo borré. 

     —Raquel, cariño, disculpa que te llame, no quiero molestarte, ¿puedes decirle a Diego que mi madre está en el hospital? No puedo localizarlo. Mira a ver si tú puedes. 

     —¿Qué le ha pasado a Mariana? 

     He hecho la pregunta mientras me ponía la chaqueta y recuperaba mi bolso del sofá en el que lo dejé tirado. Mis amigas me preguntan qué ha ocurrido, y como no tengo ni idea, todavía, salgo por la puerta sin responderles nada. 

     Llego al hospital y me lanzo fuera del Uber en cuanto frena, no quise perder el tiempo en aparcar, ahora, y bajé las escaleras del piso de Tamara solicitando un coche. Durante el trayecto, la que fue mi cuñada me ha ido contando algo, pero poco más. 

     Mariana está siendo intervenida de urgencia tras el atropello que ha sufrido hace una hora, no hay más que decir, demasiados tecnicismos para llegar a una única conclusión. De ese quirófano no saben si saldrá con vida. 

     Encuentro a las hermanas de Diego, las tres, esperando noticias del doctor que aún sigue dentro con su madre. Lola, Mariani y Carmen se levantan de sus sillas y corren a abrazarme. 

     No he necesitado palabras, me dejo abrazar por ellas, eso sí, estoy paralizada por completo. 

     —Gracias por venir, Raquel. 

     Lola se ha autonombrado portavoz de la familia, y al ser ella la que me llamó, también es la que me conduce hasta los asientos para que me siente a su lado. 

     —No sé cuál será la reacción de Diego… 

     —Yo tenía que estar aquí, Lola —le digo sin reparar en lo que pueda o no decirme él. 

     No niego que mientras venía yo también haya pensado en esa reacción. Mi imaginación ha dado para mucho. 

1. Diego puede echarme del hospital. 

2. Diego puede hacer que no existo y no me prestará la más mínima atención. 

3. Diego puede derrumbarse y abrazarme como han hecho sus hermanas para dejar que yo lo consuele. Tampoco negaré que esta última opción es la que yo más deseo. 

    —Pero acabó todo tan mal con él, Raquel… 

    —Mira, Lola, yo estoy aquí por Mariana, por vosotras. Lo que Diego piense o diga no cambiará eso. 

     Claro, que todavía tengo que ver esa reacción de él, porque por mucho que yo desee que me abrace, desde ya te digo que será, como mínimo, una mirada de asco. 

     Dos horas pasan sin que nadie hable mucho en esta sala de espera, solo nos ofrecemos café y alguna que otra caricia o mirada de esperanza. 

     —¿Llamaste a mi hermano? 

     Las palabras de Mariani, mientras me da un café me desconciertan. ¿Por qué tiene que caer sobre mí esa responsabilidad que no me concierne? Las miro, están nerviosas y preocupadas, y entiendo que quieran evitarle a su hermano pequeño el trauma de una explicación por teléfono. 

     —No. Solo pude pensar en Mariana y salí corriendo para llegar cuanto antes. 

     —Mierda, Raquel, y nosotras dejamos de hacerlo hace dos horas. Todavía no sabe nada, ni siquiera abre los WhatsApp. 

     No quiero parecer ingrata y me llevo la mano al pantalón para coger mi móvil y así poder ayudarlas. Tiene gracia, ¡pues no que me veo la mano inquieta! 

     Me levanto de la silla para hacer la llamada en privado, todo lo privado que una sala de hospital público me permite, que es ya a la salida del propio hospital, en la calle. 

     —Vamos, Raquel, cariño, es solo Diego, ¿qué puede hacerte una llamadita de nada? No tiene superpoderes para ver a través del teléfono cómo tiemblas por él. 

     Y cuando creo que tendré que colgar sin poder decirle nada, Diego descuelga. 

     El silencio se hace en la línea, ninguno de los dos se atreve a ser el primero. 

     —Hola, Raquel. 

     Cierro los ojos para no ver nada. Su voz es suficiente para evocar en mí una imagen perfecta. Diego me sonríe en mi subconsciente, Diego se oye feliz por poder hablar conmigo. 

     —Siento llamarte, Diego, no era mi intención. Es por tu madre. Está muy grave en el Hospital del Sur, no saben si saldrá de esta. 

     Ha colgado de inmediato, seguro que viene de camino ya. Regreso al interior con mi cometido hecho, ahora solo tengo que entrar y despedirme de todas ellas antes de que Diego llegue. 

     Pero Mariana es una mujer fuerte y se empeña en salir adelante, así que cuando llego a la sala de espera todo son llantos de felicidad porque la llevan hacia la sala del despertar y esta noche recibirá su habitación. 

     Demasiado tiempo he perdido entre llantos y risas de mis ex cuñadas, no he podido despedirme todavía de ellas y Diego está frente a nosotras en menos de media hora. 

     —¿Cómo está mamá? —pregunta de manera general a sus hermanas, así me esté mirando a mí en particular. 

     Mi recuerdo no tiene nada que ver con el hombre que tengo delante. El Diego de hoy está demacrado y con bolsas oscuras bajo sus ojos. También ha perdido peso, y lo que un día fue su cabeza rapada, es ahora un frondoso cabello castaño que ya clarea en canas.

     Aunque no por ello dejo de sentirme atraída por su nuevo aspecto, me gusta, y me basta con saber que bajo esa capa nueva de pelo, piel y huesos late un corazón que una vez me perteneció. El mío reconoce a su mitad y me golpea en el pecho con un ritmo severo. 

     Me resulta extraña la actitud de sus hermanas, reaccionan igual que antes hicieran conmigo. Distantes, confusas. 

     Tras los besos y abrazos que le dan, sin permitir que Diego les diga nada, las tres hablan a la vez. 

     —Me alegro de verte, Diego. 

     —Te he echado de menos, nene. 

     —Al fin. 

     La mirada de Diego es fría, se ha dejado abrazar por ellas, sí, pero su objetivo de visión sigo siendo yo. 

    Sé que no he cambiado mucho en tres años, de hecho mantengo mi talla y mis curvas a base de gimnasio, por eso  no entiendo que Diego me mire de esa manera obsesiva, solo me he dejado el pelo más largo y en mis propias canas, de mi pelirrojo natural, Tamara aplica ahora tinte rubio. Me empequeñece su mirada distante. 

     —Raquel, ¿podemos hablar a solas?

    Ya no tiene sentido que me esconda, ¿verdad?, ¿qué excusa le daría para evitar ese encuentro entre nosotros? 

     Muevo la cabeza en una afirmación y le sigo cuando él ya busca un lugar íntimo para que hablemos. ¡Que no sea muy íntimo por favor! 

     Diego abre la puerta que comunica con las escaleras de emergencia más cercanas y se asegura con eso que nadie nos moleste. 

     —Necesito pedirte un favor —me dice tal como la puerta se ha cerrado. 

     Traga saliva, y con ella el mal rato que esta conversación le está haciendo pasar. No me ve desde hace tres años y le debe de resultar duro hablarme, cuanto más pedirme un favor. 

     —¿Cómo estás, Raquel? Siento haberme ido como el canalla  que resulté ser, fui un cabrón por no quedarme a darte la cara, por recoger mis cosas mientras estabas trabajando, ¡por mandarte los papeles del divorcio con un abogado porque soy un puto cobarde! 

     ¡Qué a gusto me he quedado, coño! 

     Diego me mira serio, y como tiene la cara más delgada puedo verle la mandíbula apretada, creo que evita decirme algo. 

     —Y ahora sí, continúa, ¿qué era eso que tenías que pedirme como favor? —le pregunto cruzándome de brazos y haciendo hincapié en la palabra “favor”. 

     —No es mi intención pedirte perdón por lo que hice. —Mierda. Porque Mariana está muy malita en una cama de hospital, que si no, me cagaba en su puta madre del tirón—. Solo quiero que no le digas a mi familia que estamos divorciados. 

     ¡Coño! Esta reacción de Diego si que no me la esperaba. ¿Quién se la podía esperar tres años después de aquella firma de separación? 

     Él aguarda a que me reponga de la sorpresa y acepte su petición. 

     Pues que espere un poco, que no asimilo todavía lo que me ha dicho. ¿Nadie de su familia sabe que estamos divorciados?, ¿significa eso que no tienen contacto? 

     Miro al hombre al que no he dejado de amar, el mismo que mueve mis entrañas tan solo con su recuerdo y al que no logro reemplazar con otros besos, caricias o palabras de amor. Pero también tengo delante al hombre que me abandonó sin decirme nada. 

     Tengo tres opiniones. 

1. El año que viene cumplo cuarenta, y quizás solo necesite un hijo para ser feliz antes de la reencarnación, según mi postura. 

2. Quizás lo mejor para mí sea quedarme sola, sin remordimientos y con cualquiera que me satisfaga, como me pediría Tamara. 

3. Pero me inclino por la actitud de Alicia, por ella y sus neuras, por su actitud tan radical ante la edad y la muerte, ¿Vas a morir y te vas a negar el placer de joder antes a tu exmarido por lo que te hizo?    

     —¿Y qué gano yo a cambio? 

     —¿Vas a hacerme chantaje? No puedes caer tan bajo. 

     —Escúchame bien, capullodemierdaegocentricoquesolopiensasentí. Mi estado civil dice bien claro: divorciada, así que yo no soy la que estoy ocultando nada a nadie —le digo enfadada por lo que piensa de mí.

     —Tú pones el precio —acaba cediendo cuando entiende que el que tiene las de perder es él. 

     —Pues quiero tres cosas, fíjate. —Jamás pensé que fuera tan fácil poner mis condiciones así, y menos tan rápido que ni tiempo tengo de analizar las consecuencias—. Quiero ver a diario a Mariana hasta que salga de este hospital. —Diego calla, entiendo que está de acuerdo—. He visto a tu hermana Carmen embarazada y me gustaría también estar presente cuando su bebé nazca sin importar la fecha, para felicitarla. 

     —¿Y tercero? —quiere saber rápido para zanjar el tema. 

     —Si algún día decides ser sincero y decirles la verdad, seré yo quien dé mi versión del divorcio. 

     Diego da un paso hacia mí, puedo oler su fragancia, tanto la artificial como la natural de su piel, y con eso va a matarme del deseo por querer lamer su rostro. 

     —Podrías haber elegido dinero o esa explicación que tanto necesitas. ¿Qué pretendes con ver de nuevo a mi familia? 

     —Ellas no tienen la culpa de tu cobardía o de tu estupidez, por eso quiero despedirme bien, como no me dejaste hacer en su día cuando me prohibiste acercarme a ellas. Y el dinero y la explicación te los puedes meter por el culo, para mí ya no eres nadie. 

     —Al menos estamos de acuerdo en algo. 

     ¡Qué ganas de darle una hostia me están entrando! 

     —El que necesita el favor eres tú, ya me dirás. —Y acompaño mi dramática escena con un golpe de melena mientras me giro para irme 

     —Bien —dice apartándose de mí—. En cada visita a mi madre estaré presente, vendrás solo en mis turnos, y el día que nazca el hijo de Carmen te largas de nuestras vidas. Y no te preocupes, jamás les diré la verdad. 

     Y a esto me refería con no haber pensado las consecuencias. Veré a Diego a diario, y en esta ocasión sé ya el día que dejaré de hacerlo. 

     —Espera. —Mi llamada lo retiene justo antes de que salga de nuevo al pasillo del hospital—. ¿Por qué ellas no saben nada?, ¿dónde has estado este tiempo para poder ocultarlo así?, ¿qué hay de tu nueva pareja? 

     Diego se gira a mirarme. Adivino su maldad con solo la mirada que me echa.  

     —Las explicaciones no forman parte del trato. Tú sonríe y calla. 

     El portazo que da me asusta, y al mismo tiempo me encabrona. Diego no va a dejarme así, con esta curiosidad que me despierta un sentimiento nuevo. Uno de revancha, donde más le duela. 

     Un hijo que no sea suyo. 

     Cojo el móvil y llamo a las chicas. Lo hago mejor con Alicia, Tamara no sabría poner el manos libres en su móvil. 

    —Raquel, ¿qué ha pasado? Nos dejaste preocupadas. 

     —Lo siento, cariño, vine a ver al cabrón de Diego. 

     —¿Qué?,  ¿y tú cómo estás? 

     —Mejor que nunca. No vas a creértelo, pero me uno al propósito de nuestros cuarenta, seré madre. ¿Puedes poner el manos libres para que me oiga Tamara? 

     Ni un segundo tardo en oír el saludo de mi amiga. 

     —¿Qué es eso de que has visto a Diego? 

     Me río a carcajadas, ya me extrañaba que no estuviese oyendo desde que Alicia descolgó. 

     —A ver, chicas, oídme bien. Me uno a vuestros orgasmos, el primero de Tamara y el próximo de Alicia. Y yo os juro que antes de  cumplir los cuarenta tengo un hijo que no será de Diego. Hoy empiezo a olvidarme de él. 

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