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4.

Me duele la cabeza. La reunión con mi equipo creativo, que hasta ahora no ha finalizado, es la culpable. Aunque la media docena de refrescos energéticos que he tomado creo que algo ha tenido que ver también en mi jaqueca. 

     Y todo porque a una de mis compañeras se le ocurrió consumirlos para que nos diese una revelación publicitaria lo más adecuada posible para su lanzamiento entre los jóvenes. 

     Como jefa del departamento no me negué al ensayo experimental, el cliente quiere una primera impresión de su spot para dentro de dos semanas y últimamente, desde que me incorporé de la baja maternal, no estoy en mi mejor momento laboral. Es más, a mis casi cuarenta años vi bien meterme en el pellejo de esos jóvenes para ver por qué ellos tomarían semejante producto. 

     Mala idea. 

     Creo que he abusado del maravilloso refresco milagroso que te pone como una moto. 

     Estoy terminando de recoger mis cosas de la oficina mientras llamo a Luna para decirle que en media hora estaré en casa, me pidió que no me retrasara demasiado porque tenía una cita esta noche. Mira, algo que odio también es que ya no pueda disponer de mi tiempo libre y que hasta la canguro me dé un horario. 

     —No te preocupes, Alicia, Fabio me hizo el favor y llegó hace diez minutos, yo ya me iba

     —¿Fabio? Si tenía guardia esta noche, ¿no?

     —Yo no sé nada, lo siento, hasta mañana —me dice, y me deja con la palabra en la boca. 

     ¿En serio? 

     Fabio me tiene que dejar claro su horario de trabajo porque va a volverme loca. No necesito errores como el día del cumpleaños de Tamara, cuando él acudió a la Estación para la fiesta de jubilación de un compañero y no a trabajar como creí. Ese día no mintió. 

     Si le hubiera dicho a Luna, antes de colgar, que necesitaba media hora para llegar, me hubiera equivocado. En quince minutos me he plantado en la puerta de mi casa. 

     Vivimos a las afueras, en un pueblo dormitorio a menos de cinco kilómetros de la ciudad, pues bien, yo hoy parece que me he comido todos los semáforos y al resto de coches del asfalto para haber llegado tan pronto. 

     Abro la puerta sin consideración alguna, si es necesario pelear con Fabio lo haré, después de todo no hacemos otra cosa últimamente. 

     —Podrías tener más cuidado, ¿no crees? Mateo ya duerme. —Y Fabio no me defrauda con su enfado. 

     Me giro al oír su voz, dispuesta a decirle que cierro la puerta como a mí me da la gana y que si despierto al niño, ya se dormirá después. ¡Es un bebé de cuatro meses, no hace más que comer y dormir!

     Pero no puedo hablar, y el exceso de saliva me provoca a su vez sequedad en la lengua cuando lo veo. Fabio está impresionante, hace semanas que no lo veía así, semidesnudo. No hay manera de que coincidamos a medio vestir, a medio desnudarnos. 

     A la jodida cuarentena postparto se le sumaron mis pocas ganas de enseñar la cicatriz, que me ha dejado la cesárea,  y su exceso de trabajo como recién ascendido en su puesto. Así que cuando llegamos a casa solo queremos dormir sin molestar al otro. Yo lo hago pensando en el estrés de cada mañana para organizarme con Mateo y mi trabajo y él  para descansar la noche que no tiene guardia. 

     Ha salido a verme descalzo y solo con el  pantalón técnico de entrenamiento. Este hombre debería trabajar sentado tras un escritorio dirigiendo a su unidad a riesgo de echar barriga, no mostrando su cuerpo con medio uniforme de los bomberos, porque solo con verlo puedes acabar cometiendo una locura por la que de verdad acabarías quemada en tu propio fuego. 

     De hecho es lo que hago yo ahora, volverme loca por mi marido después de semanas de inactividad sexual. 

     A mi mente viene la conversación de aquella noche con las chicas y los tantos consejos que oí de ellas, sobre todo de Raquel, y me abalanzo sobre él soltando el bolso y la chaqueta en el suelo. Trepo por sus piernas hasta que Fabio sujeta las mías alrededor de su cintura. 

     Ambos giramos en el pasillo sin encontrar un punto de apoyo estable que nos permita devorarnos a gusto, como estamos haciendo al comernos la boca así, de esta manera tan desesperada. 

     —Fabio —le digo ya buscando que restriegue su erección en mí. 

     —Ali, mi amor, espera. 

     Mi marido me agarra del pelo para que le muestre el cuello, le gusta lamerlo y marcar con su lengua la tráquea hasta alcanzar mi labio inferior, el que disfruta después entre sus dientes. Lo muerde mientras consigue apoyarme en la pared, donde sus empujes fingidos hacen que me excite y quiera que me penetre de verdad. 

     —Fabio —repito cuando ya estoy bajando de sus piernas y buscando el suelo. 

     Él apoya sus manos en la pared a la altura de mi cabeza sin dejar de mirarme y yo aprovecho para meter la mano por su pantalón y hacerme con el control de su pene. 

     Mi marido cierra los ojos y se deja acariciar, sus gemidos me confirman su disfrute. 

     —Ali… Joder, podríamos subir y… 

     Noto los latidos acelerados de mi corazón, las pulsaciones que me mantienen caliente, acalorada y demasiado desinhibida. No sé si son sus besos ardientes los que me excitan, el roce de su piel húmeda en mi mano o sus propios latidos que me parece estar oyendo ahora, ¿o lo que oigo es la sangre en mi cabeza, golpeando en mis oídos?

     Me agarro de repente las sienes, quiero que este sonido molesto se detenga. 

    —¿Qué te ocurre, cariño? No me preocupes —oigo que me dice Fabio mientras quiere que quite las manos de mis oídos. 

     Es la primera vez que creo estar hiperventilando, el aire no me llega a los pulmones, es más, lucha por entrar, pero mi pecho no lo recibe porque está tratando de mantener el ritmo de mi corazón. 

     —¿Qué te has tomado? —grita Fabio como si eso fuera bastante para que yo le conteste 

     Muevo la cabeza, negando. 

     —Alicia, mírame, tienes las pupilas dilatadas, estás sudando y... 

     —Na… nada. 

     Y de repente me siento fuerte, tanto, que puedo apartar su cuerpo duro y fibroso de un solo empujón de mí. 

     —¿Que no? ¡Estás drogada, joder! ¡No mientas! 

     —¡Vete al infierno! 

      —Llevo meses viviendo en él, y ahora puedo entender el porqué. ¿Qué te metes? 

     —¡Lo que me faltaba ya, que no confíes en mí, gilipollas! ¿Sabes? Puedo soportar tu indiferencia, tus mentiras, ¡y hasta tu asco por mi cuerpo! —le grito al tiempo que me tiro de la camisa—, ¡pero no que llegues a retirarme tu confianza! 

     —No digas tonterías sobre tu cuerpo. ¡Y la confianza no se retira así como así, Alicia, la pierde uno mismo!

     —¡Quizás los dos la estemos perdiendo en el otro! 

     El esfuerzo por los gritos acaba reventando mi cabeza. 

     —Me duele. 

     —Ali, cálmate. 

     Fabio me ha cogido a tiempo de que no me tire al suelo buscando un alivio que no encuentro. 


     Abro los ojos y sonrío cuando noto las cosquillas en mi nariz, y eso es lo que hace que me despierte del todo, sobresaltada, ¡Mateo está dormido junto a mí! 

     —Buenos días —dice Fabio que me observa al otro lado del niño. 

     Tardo un par de segundos en recordar lo ocurrido anoche cuando llegué a casa y la sonrisa se me congela antes de mostrársela a Fabio.

     —Buenos días —susurro, esperando de veras que lo sean, que no continuemos la discusión de ayer. 

     —¿Ya estás mejor? —me contesta también con un murmuro que evita que Mateo se despierte. 

     —Me duele todavía la cabeza —confieso en el mismo tono de voz. 

     —¿Vas a contarme sobre tu desmayo? 

     —¿De verdad quieres saberlo? —digo avergonzada. 

     —Lo necesito para entender algo, cariño. 

     —Está bien. —Y me acomodo para poder mirarlo a la cara, él descansa de lado sobre la almohada, yo hago igual—. No fue nada voluntario, créeme. Estamos con una campaña de refrescos energéticos y se me fueron de las manos un par de tragos. 

    —Ali, por favor, pero si te prohibieron el café y el alcohol tras el parto, nada de estimulantes que te alteren, no es tu mejor momento… —me dice Fabio mientras aparta un mechón de pelo de mi frente. 

     —Lo sé, lo sé… pero no pensé que esa mierda fuera tan explosiva, ni siquiera pensé que funcionaría su anterior eslogan; ¿"Pentándolo"?, pero ¿a quien se le ocurrió semejante estupidez? —Y con eso consigo arrancarle una sonrisa a mi marido, o más bien una carcajada porque esconde la boca en la almohada para no despertar a Mateo. 

     —Fabio, no te rías, que hice el ridículo contigo, ¡me puse de taurina y cafeína hasta las cejas sin saberlo!

     —Estabas muy sexi con esa entrega. Hasta que salió tu otro yo, claro —dice serio—. Siento todo lo que te dije anoche, cariño, no es cierto que lo nuestro se haya convertido en un infierno —le cuesta continuar, pero lo hace—, y puedes estar tranquila, porque jamás perderás mi confianza. 

     —Gracias, y perdóname tú también. Desde del nacimiento de Mateo no sé qué me pasa que me siento perdida. 

     —Necesitas ayuda, Ali. Mateo ha sido un gran cambio en nuestras vidas. Tú estás desbordada con el trabajo y con el niño, y yo con  el ascenso no estoy todo el tiempo que necesitas, a tu lado. A lo mejor un profesional puede ser la solución

     Pongo la mano sobre su boca. 

     —No hará falta, se me pasará en unos días,  es solo un bache que superaremos juntos, no necesito a nadie más. 

     Fabio cierra los ojos y asiente en silencio antes de levantarse. 

     —¿A dónde vas? —le pregunto cuando ya no lo puedo retener, cuando comienza a vestirse. 

     No quiero parecer una cría consentida, pero me había hecho a la idea de que se quedaría un rato más conmigo. 

     —Tengo que ir a trabajar, ¿recuerdas mi trabajo?  

     Y su ascenso, y sus guardias...

     —Oh, vamos, Fabio, cinco minutos más, anda —ruego como una auténtica caprichosa. 

     Él da la vuelta a la cama y se agacha hasta besar mi frente. 

     —¿Y que tu corazón no lo resista esta vez? —me dice el muy engreído sonriendo cuando me guiña un ojo. Este sabe que me corro solo de pensar en su cuerpo. 

     —Creído. Ese ya petó cuando nos conocimos, y sabes de sobra que cada pedazo late por ti —le digo profundizando un beso de verdad, uno que une nuestras bocas cuando le echo los brazos al cuello. 

     —Ali... Cariño, no me hagas esto —ronronea en mis labios—. Tengo que ir a trabajar de verdad. 

      Las obligaciones de ambos una vez más se suman al tiempo que hace que no estoy a solas con mi marido. 

     Así que me resigno y me aparto de él antes de consumirme del deseo. 

     No puedo dejar de mirar cómo se viste, él a cambio lo hace para gustarme más, sonríe con cada prenda que se pone, se muerde el labio con cada botón o cordón que se abrocha de su uniforme. 

     —Esta noche, Ali, y no hagas planes. 

      —Mierda, Fabio, es la noche de las chicas. 

     Mi marido se ríe a carcajadas, me da otro beso cuando está listo para marcharse. 

     —Entonces tendré que hacer planes con Mateo mientras te esperamos despiertos. No bebas mucha cafeína. 


     Esta semana tenemos la reunión en casa de Tamara. Tocaba hacerla en la mía, pero como el pequeño Guillermo tiene fiebre, su madre no ha querido dejarlo a cargo de su hermana mayor,  lo que no entiendo mucho por qué cuando Silvia tiene la misma edad que Luna, y mírame a mí, Mateo se queda con ella. La ahijada de Raquel fue el penalti de Guille con dieciocho años, de ahí que la niña ya no lo sea tanto. 

     Pero me vale, con tal de salir de mi casa cualquier lugar es bueno ahora que no quiero ver a Fabio, que bastante cabreada vengo ya. No sé cómo esta mañana tuvimos ese acercamiento antes de descubrir otra de sus mentiras. 

     De nuevo soy la última en llegar,  no es que lo esté haciendo tarde otra vez, es que Raquel parecía impaciente por hacerlo ella primero, porque todavía quedan quince minutos para la hora acordada. 

     —¿Qué me he perdido? —pregunto dejando mi chaqueta en el respaldo de una silla y besando a la pequeña Alicia que ya corretea por la casa harta de mis besos. 

     Tomo de la mesa la primera lata de cerveza y le doy un buen trago. 

     —La paranoia de Raquel. Me contaba del evento de Halloween del viernes en el restaurante —contesta Tamara sin que me tenga que decir mucho más, ya veo a la otra de los nervios. 

     —Entonces ya tenemos de qué hablar —digo yo riendo mientras me siento junto a ellas en el sofá. 

     Raquel no soporta la organización previa de esas grandes cenas en el restaurante porque piensa que algo saldrá mal y dará al traste con el buen nombre de su negocio. Pues la escucho, que nos cuente cada detalle para esta semana que falta, así yo evito hablar de mí. 

     Y le doy otro buche a mi cerveza cuando recuerdo lo cabreada que yo vengo a cuenta del temita de Fabio en cuestión. 

     —De eso nada, primero lo que tú has descubierto esta tarde de tu marido. —Raquel no dejará pasar el cotilleo jugoso así esté en juego su restaurante. 

    Tamara me ha quitado la lata de la boca porque  estoy a punto de acabarla ya. 

    —Si es que soy gilipollas. No tendría que haberos contado nada —les digo cuando veo que Tamara y ella se ríen a continuación. 

     —Cariño, llevas meses sin mojar y has descubierto algo siniestro de Fabio, ¿no crees que nos debes una explicación antes de que pensemos que le van los tíos? —Tamara trata de averiguarlo, yo estallo en gritos. 

     —¿Un tío? ¿Y por qué no puede ser simplemente que me pone los cuernos con otra mujer?, ¿por qué no pensáis que es por mí, que me tiene un asco horrible y que ya no quiere tocarme ni con un palo? 

    Ambas se miran sin ganas de reír ya. Luego lo hacen conmigo. 

     —¿Tú te has visto en un espejo? ¿Qué tío no se pondría duro contigo? Solo uno que ya estuviera muerto, ¿no?, porque déjame decirte que hasta a los gay harías cambiar de opinión si te lo propusieras —me dice ahora la experta en belleza femenina que hay dentro de Tamara. 

      Pues déjame decirte que se equivoca conmigo, con mi escaso metro sesenta y cinco y mi pelo encrespado a todas horas, moreno y sin brillo, ni la mismísima “diosa femenina” Tamara puede hacer nada. 

      —Tamy tiene razón, nena, tienes un pepinazo. Pero ahora vamos a lo que nos importa de todo esto. Ya nos estás contando por qué Fabio ha destronado a Diego como el  capullodemierdaegocéntricoquesolopiensaenél —Raquel debe de confiar mucho en mí para darle a Fabio  su insulto favorito. 

     —Creí que Guille sería quien se hiciera con el título algún día, jamás que fuera Fabio —comenta Tamara riéndose de su propio marido, o ya puestos del mío. 

     —Lo sé, cielo, pero tu marido ni a capullodemierda llega. 

     Las dos comienzan a reír de nuevo y a mí se me escapa una pequeña sonrisa con ellas. Cierto es que Guille es capullo hasta para conseguir serlo más. 

     —No ha aparecido por la Estación como me dijo que haría, lo he llamado y Rodrigo me lo ha confirmado. Y ya van dos veces que me miente. 

     —Que tú crees que te miente, de la primera no tienes pruebas—.    Tamara, a  la que veo demasiado esperanzada en ver a un Fabio fiel, me guiña un ojo—. No creo que sea capaz de engañarte, se le cae la baba contigo. 

  —Parece que hoy daré la razón a la doctora en todo. No hay pruebas contundentes contra Fabio, Rodrigo pudo equivocarse, así que Diego sigue siendo el rey de los capullosdemierdaegocentricosquesolopiensanenellos —dice Raquel brindando con Tamara, esta vez ella también lo hace con alcohol, puesto que ya confirmó su negativo de embarazo sin necesidad de test la misma noche de su cumpleaños.  

     —Está bien, aceptaré vuestro consejo de esperar, y hasta que no tenga pruebas no pensaré que Fabio me es infiel —digo resignada. 

     Pero que él no vuelva a mentirme porque entonces encontraré la maldita prueba de que me engaña. Porque estoy segura de que lo hace. 

     Y me uno al brindis de ambas con esa única idea en mente. 

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