Estamos aquí para celebrar mi cuarenta cumpleaños, así que como anfitriona mis amigas me van a oír, que ya bastante callada estoy en mi casa.
Y no lo digo por falta de gente con la que dialogar, que mira tú que tres hijos te pueden hablar de cualquier tema y no aburrirte, sino por Guille, mi marido, porque cuando regresa de estar por ahí, a cuenta del trabajo, parece que no lo hiciera, que no tuviera nada que decirme. Mi hija Ali de dos años tiene más conversación que su padre.
Alicia me devuelve una mirada furiosa por haber dicho la palabra cuarenta, ¡ella y su pánico a las arrugas! Juro de verdad que no lo he dicho por ella. ¡Por favor, que tiene todavía treinta y nueve años, que se relaje un poco!
—¿A qué te refieres, “doctora” Tamara? —pregunta Alicia enfadada.
Noto su maldad al llamarme doctora, es la coña que ambas se traen conmigo porque me gusta leer libros de autoayuda. Lo pasaré por alto, ha bebido demasiado esta noche, de hecho lo hace cada vez que quedamos las tres solas, y dudo que Fabio sepa de eso.
—Cuarenta años, Alicia. —Pero yo se la devuelvo.
—Y dale, Tamara, ¿a que abro mañana los periódicos contigo?
Raquel se ríe, pero de inmediato ve mi cara y se controla.
—Hemos gastado la mitad de nuestra vida, ¡joder! —El taco que suelto llama la atención de mis amigas.
Alicia se calla de repente porque no es algo que esté acostumbrada a escuchar de mí, a veces he oído que me llama santurrona o mojigata, y es cierto, hace años que no me reconozco. Veintidós para ser exacta.
—No me quita el sueño, yo pienso vivir hasta los cien —dice Raquel sonriendo.
—Eso si llegas en plena facultades, sin enfermedades que te impidan disfrutar de esa edad, ¿no? —le contesto disconforme con sus risas.
—Interesante visión de tu cuerpo y su edad madura, continúa tu defensa —me alienta ahora en plan irónico.
Espero que ella me entienda, esa historia de su pensamiento Zen hace que tenga la mente más abierta a cualquier otro pensamiento alternativo que no se ajuste al habitual.
Alicia está incómoda, odia que quiera darle clases de algo, a ella, ¡por dios! que es la más guapa, instruida y perfecta de nosotras, toda una profesional de lo suyo, feliz en su matrimonio...
De poder abandonar la mesa, mi amiga me dejaría tirada en mi cumpleaños, pero nuestro cariño mutuo se lo impide. Creo que me escuchará de igual modo que Raquel, impaciente por que acabe de una vez con lo que tengo que decir.
—A nuestra edad dejamos de hacer cosas por miedos absurdos, dejamos de ponernos metas como si no pudiésemos cumplirlas porque nos hacemos mayores.
—Ya lo pillo, hablas de propósitos inacabados —medita Raquel, y yo le adivino la guasa que viene ahora—. Te has visto con un cuarto crío y te has asustado porque estás sin trabajo fijo, sin marido a tiempo completo y sin manos para todos ellos. Haber empezado por ahí, mujer.
—No, no es eso. Mis hijos no me condicionan, están en mi vida porque yo lo he querido y al tiempo que yo misma quise, o no los hubiera traído al mundo. Así que no me refiero a las cosas que no he hecho en las distintas etapas de mi vida por ser madre, sé que ya no puedo dejar de serlo, y me adapto…
—Claro, claro, y por eso estás deseando largarte el finde que viene con Guille, sin obligaciones, sin problemas. Sin niños.
Y esto más que una conversación a tres puntas, se convierte en un diálogo de ida y vuelta entre Raquel y yo.
—Eres muy injusta, Raquel. No puedes opinar sobre eso porque tú no tienes hijos. Y recuerda que tampoco tienes marido.
Esto se me ha ido de las manos.
Lo que debía de ser una celebración se está convirtiendo en una pelea entre nosotras. Acabo de mentar su mayor anhelo hasta ahora inalcanzable, ser madre. La eterna pelea entre nosotras tres, Alicia incluida desde que dijo que estaba embarazada después de esa infinidad de tratamientos artificiales.
Mamis contra no mami, felices casadas contra infeliz divorciada, cuarentañeras, contra cuarentona. Somos tan parecidas entre nosotras mismas, que nunca lo vemos así.
Cada una ha elegido su vida, pero no por ello es la más acertada y la única, y por supuesto no tenemos que hacer entender a las otras que la nuestra es la mejor, con argumentos que en vez de abrir los ojos pueden abrir una brecha entre nosotras, insalvable.
Cada una, con sus neuras, con sus miedos o sus sueños, no sería nada sin el resto de las puntas del triángulo equilátero que conformamos, o así me gusta a mí vernos, porque al menos yo no encontraría mi norte si no las tuviese a ellas equilibrando la base del resto de mi horizonte.
—Raquel, si quieres saber de qué va lo que tiene que decirnos Tamara, espera hasta el final —le pide Alicia para que me deje hablar, siempre es la más cabal, la más estricta, la más, más, más… —. Y tú, Tamara, guapa, no des tantos rodeos y ve al grano, que en dos meses cumplo los cuarenta y ya tengo canas —me dice a mí para no posicionarse por ninguna de nosotras, no lo ha hecho nunca, no creo que vaya a empezar ahora.
Y creo que por eso nos llevamos tan bien. Ella es la que aporta esa calma para que todo fluya entre Raquel, yo y nuestras discrepancias, y nosotras somos la mecha que dinamita su existencia para que hierba su sangre insípida y perfecta. Aunque ella diga que es una mente cerebral y metódica, lo cierto es que es todo corazón, ese que necesitamos Raquel y yo para sobrevivir en nuestras caóticas existencias.
—Hablo de saldar deudas de nuestras vidas antes de que Alicia cumpla los cuarenta a final de año.
—Decidido, gilipollas, yo te mato a tirones de pelos. Pero como no quiero tener que llamar a Fabio desde una comisaría, haré que no te he oído. Es mi regalo de cumpleaños.
—¡Coño, me encantaría hacer puenting antes de morir! —propone Raquel cuando deja de reír.
—No, no, no me refiero a eso. Ni a viajar de mochileros, ni comer cucarachas en China —digo cortando su nueva idea—, ni de apuntarnos a un cursillo inútil que luego no nos sirva de nada, solo porque queda “cuqui” en nuestros currículum y que de nada servirá ya a nuestros cuarenta. —Y esto lo digo mirando a Alicia.
—No te entiendo entonces —me dice Raquel, que incluso ya había pensado en apuntarnos a un reality show después del puenting, como la madre que es de todas las experiencias estúpidas que hay que hacer antes de morir.
Uno de supervivencia no me vendría mal, seguro que lo ganaba, puedo demostrar lo que he aprendido en veinte años que soy madre y esposa, porque dar de comer a una familia con trescientos euros al mes debería convalidar como curso de supervivencia extrema.
—Nos estamos perdiendo cosas por malas decisiones. Por ejemplo: Tú, Raquel, tu negativa de repente a ser madre hace que no puedas comenzar una relación con ningún tío.
Alicia se ríe disimuladamente, tiene la consideración que no tuvo conmigo. Y es que si la pilla Raquel, a ella sí que no le iba a importar llamar a Fabio desde una comisaría para comunicarle la muerte de su esposa a patadas en las espinillas.
Porque desde la ruptura con Diego, su ex, el capullodemierdaegocentricoquesolopiensanél, Raquel no encuentra un sustituto para padre de su hijo.
—Diego me dejó sin darme una triste explicación, perdona si eso me hace desconfiada con los tíos.
—¿Has pensado en volver a verlo y pedirle esa explicación que cierre vuestra historia?
—Es un capullodemierdaegocentricoquesolopiensaenél y no entiendo para qué necesito verlo. Y lo que de verdad cerraría es un cajón con sus huevos dentro —me dice Raquel corroborando de nuevo lo que ya sabemos nosotras de Diego.
Las risas aumentan y tienen que llamarnos la atención, esto es una terraza en el cuarto piso de un hotel, tranquila, elegante y con mucho postureo, que para algo la escogió la pija de Alicia. Y como no estamos en un bar de barrio tenemos que bajar el volumen de voz o nos echarán.
Me agarro la cabeza con ambas manos, no me estoy explicando bien o ellas no me entienden. O como llevan varias copas encima, que yo no he tomado, no piensan con la claridad que requieren sus inteligencias.
—Y, ¿qué hay de ti, Alicia?
—¿Qué hay de mí? —repite queriendo saber ella también. Raquel sigue riendo.
—No cuentas nada últimamente de Fabio, ¿todo bien con él?
—Ah, no, por ahí sí que no paso, Fabio y yo estamos mejor que nunca, súper enamorados y súper bien follados. No tengo nada más que decir de mí, doctora.
—Es imposible hablar en serio con vosotras, de verdad.
Raquel me coge la mano y me infunde ánimos. Espera, no, lo que hace es leer las líneas de mi destino.
—Necesitas un buen meneo, cariño, uno que entre en comunión con tus chakras, y elimine tu mal rollo cuarentón. Y solo un polvo estratosférico, de los que te hacen volver los ojos al tocar las estrellas, puede conseguirlo.
Recupero mi mano cuando las risas de Alicia y Raquel vuelven a llamar la atención de la gente del bar.
—¿Y dice ahí quien será el afortunado? Porque no veo yo a Guille capaz de follar hasta que pierdas el sentido, Tamy —oigo que me dice Alicia por encima de las risas de la otra.
Me da que terminarán por invitarnos a abandonar el hotel antes de lo previsto, porque me uno a ellas por primera vez haciendo mayor el escándalo.
—¿Ya se te pasó el miedo de los cuarenta? —me suelta de pronto Alicia.
—Lo siento. Es la maldita crisis que no me deja pensar en otra cosa que no sea Guille.
Mis amigas abren los ojos alucinadas.
—Anda, coño, así que no soy la única neurótica —dice ella contenta, y mira a Raquel para averiguar si nuestra amiga también...
—No te diré nada, tengo hasta marzo para averiguarlo —contesta ella, que se ha pasado al ron con cola y bebe de su vaso, eso sí, cola light, que mañana no puede pasar por el gimnasio.
—¿Y se puede saber que te inquieta a ti de tu marido?
—Es que me acojona, Ali. Me acojona despertar un día y ver que me he perdido lo básico de esta vida con él.
—¿Básico? —quieren saber las dos a la vez.
—Sí, joder —digo bajito, mirando a un lado y a otro para asegurarme de que no me oigan fuera de nuestra mesa—, básico, como tener un orgasmo antes de morir.
Y es cuando no puedo acallar sus risas.
—Vaya, gracias por vuestro apoyo moral, amigas —ironizo al cruzarme de brazos.
—Lo siento, cariño, es que ha resultado tan extraño saber que tú nunca… —Raquel es la primera en hablar, pero la corto.
—A ver, que nunca, nunca, tampoco, Raquel.
—¿Entonces?
—Con Guille como que no… él nunca… ¡Joder, que solo siento algo cuando me masturbo!
El grito ahogado que pego las deja blancas.
—¿Y qué pretendes que te digamos nosotras? —pregunta Alicia sin querer cabrearme más.
—Pues no lo sé, esperaba que me dieseis alguna idea que me ayude, que para eso sois mis amigas “las activas”.
—Tamara, cielo, esto no es como aconsejarte sobre la chocolaterapia o que Raquel nos hable del Kamasutra con Jesús —comenta Alicia con calma.
—Cuarenta años, Alicia, por favor, pensé que tú me entenderías.
—Y lo hago, cielo, pero no tengo la solución para ti, yo sí me corro con Fabio —me consuela con una caricia en el brazo.
—¡Ay, por Buda iluminado! —dice Raquel —no te pongas a llorar aquí, cariño. Puedes engañar al capullo de Guille, total, para lo que te ha servido como tío estos años.
Alicia le golpea el brazo a Raquel, quien se queja y me pide perdón, se da cuenta de que no me apetece reír esta vez.
No me gusta que hable así, y me gusta mucho menos comprobar que lleva la razón.
Esta es la típica situación —sí, típica aunque no lo parezca— en la que somos ese triángulo de equilibrio, en la que una debe encontrar su objetivo porque está perdida, ayudada e impulsada desde abajo por las otras dos.
Y ha recaído en Raquel el peso de la orientación, nosotras la miramos.
—Pues no hay alternativa, cariño, o le das con otro o te das tú, y creo que eso ya lo haces.
—No te entiendo, ¿quieres que me enamore de alguien más? Porque no creo que pueda hacerlo a estas alturas de mi vida. —Y me toco la barriga a la espera de tener el valor, que no tuve para obligar a Guille a usar condón, para poder hacerme un test de embarazo.
—Eso sería lo ideal para que dejases a Guille de una puta vez, pero por ahora nos bastará con que le pongas los cuernos.
Y de repente me veo alucinada con sus palabras.
—Puedo presentarte a alguien, recuerda que mis contactos son muy fans del género femenino sexi y maduro.
—¿Ese es tu maravilloso plan, hacer que Tamy lleve el coche de Guille al taller de Joaquín?
—¿Te molestaría mucho, Alicia?, porque no todas las mujeres son felices en su matrimonio como lo eres tú, ¿sabes? No me digas que eres de esas puritanas que no ven más allá de una pareja tradicional impuesta por un patriarcado católico que nos quiere folladas solo para estar preñadas. Tamy no tiene que sacrificar su sexualidad.
—Oye, a mí déjame al margen —le pido yo como la única posible embarazada del grupo que soy esta noche, bueno la embarazada del grupo que he sido durante veinte años.
—No me vengas con tu rollo progre, Raquel. Después de todo eres tan cabrona como ese patriarcado rancio que criticas, porque no has tenido el coño suficiente de inseminarte y tener a tu hijo sola, quieres un padre para él —le dice ella adelantando el cuerpo para quedar más cerca de Raquel—. Me importa poco lo que te comas y en qué orden, pero procura olvidar a Diego o acabarás con una ETS difícil de curar.
Alicia la deja callada con eso. O no.
—Tienes razón, no es que no me atreva a tener un hijo sin padre, es que no lo quiero si no es de Diego. Sigo enamorada de él.
Las lágrimas se le acumulan en los ojos. Los de Alicia no están menos húmedos. Están borrachas, no tengo dudas, pero que paren de hacerlo, que aquí la única llorona hoy soy yo.
—Y precisamente por eso, cariño, porque eres mi amiga me deberías haber dicho hace años: ¿Sabes, Ali? Trato de olvidarme de Diego en la cama de cualquier tío, pero no lo consigo por mucha otra polla que me coma.
Raquel estalla en carcajadas antes de abrazar a Alicia y besarla en los morros, yo me alegro por ellas.
—Al menos una de nosotras lo disfruta, hace meses que yo no cato la de mi marido y creo que acabaré por olvidar que le cuelga algo entre las piernas —confiesa Alicia dejándonos mudas a Raquel y a mí, y se bebe su copa sin respirar.
Nada de repente es más importante que ella.
—Uy, creo que lo tuyo es más urgente de solucionar que lo mío mientras yo tenga dos manos, amiga —le digo dispuesta a ayudarla.
—Si es antes de que cumpla cuarenta, acepto cualquier consejo, Tamy, porque ya no sé qué más hacer para tener intimidad con él.
—Bien, haremos algo para solucionar vuestros problemas... —Y Raquel levanta la mano para que el camarero nos traiga otra ronda de bebidas—. Que sea Tamara la que compruebe si Fabio tiene pilila y así se lleva su orgasmo. Dos por uno.
Y por semejante estupidez se lleva un “idiota” y un golpe en el brazo de mi parte, un “capulla” y una colleja de parte de Alicia.
—Aporta ideas factibles —digo acordándome de mi verdadero problema con Guille.
Y Alicia, como la tía cerebral que es, la más lista, perfecta, y centrada de nosotras, propone el disparate más loco que no creí jamás oír de su boca.
—¿Qué hay de esos propósitos de los cuarenta que dijiste, Tamy? ¿Qué te parece si antes de mi cumpleaños, tenemos que: tú, haber tenido tu orgasmo, yo, recuperar la atención y el deseo de mi marido… —y hace un alto en su discurso para mirar a Raquel—, y tú, Raquel, quedarte embarazada por el cauce que quieras? Así olvidarás a Diego.
No es justo, Alicia solo tiene que llegar a su casa y bajarle los pantalones a su marido, Raquel bajárselos a cualquiera de sus amigos, pero ¿a quién se los bajo yo que me asegure un orgasmo?
4️⃣0️⃣*️⃣
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro