24.
La vida nunca te prepara para este tipo de situaciones., a decir verdad no te prepara para nada que te la pueda joder, te permite actuar por ti mismo y allá tú con las consecuencias.
Así que el breve salto generacional entre Silvia y yo sumado a la ira femenina de las dos por estar enamoradas del mismo hombre ha sido un cóctel explosivo en nuestra relación materno filial. Más de tres días llevaba esperando una llamada de ella y lo que menos me imaginé fue que recibiría un mensaje como este:
«Puedo demostrarte que Jesús se está riendo de ti. Esta noche, en el hotel Levante. A las nueve. Habitación 314»
Fue todo lo que me dijo por teléfono, dejando esa sensación de impotencia en mí, que si no es porque soy su madre le hubiera devuelto la llamada para cagarme en su puta madre precisamente.
—La niña está rabiosa, Tamy, no sabe lo que hace —me dice Raquel cuando bajamos de su coche en el parking del hotel. Me acompañará a enfrentar a mi hija, como lo hace también Alicia, callada y expectante a nuestra conversación. Menuda tarde de chicas estamos a punto de pasar.
—La niña es una mujer, ¿no me dijiste tú eso? —contesto con demasiada tensión acumulada.
Jesús no me ha contado nada, pero confío en que no se haya citado con Silvia. De todas formas, sea cual sea su decisión, voy a salir perjudicada, estoy segura.
—Oye—interviene Alicia cuando nos sigue al interior del hotel—. ¿Por qué no nos damos la vuelta mejor y llamamos a Fabio para que clausuren el hotel por fuga de gas o algún tecnicismo de terremoto? —Raquel y yo la miramos alucinadas, ella encoge sus hombros—. ¿Qué? Así no te llevas el disgusto si Jesús viene o estaba pensando en venir.
—Puede ser buena idea, Tamy —me dice Raquel.
—¿Por qué estáis más nerviosas vosotras que yo?, ¿es que sabéis algo de Jesús?
—Noooooo —contestan a la vez.
Antes de atravesar las puertas giratorias me detengo, son muchos años ya de amistad como para saber por sus caras que estas dos me engañan.
—Por eso habéis querido acompañarme, ¿no? Él va venir.
—Jesús es un crío, Tamy, el pobre no entiende que la amistad de las mujeres de cuarenta es más poderosa que cualquier mentira —trata de confesar Alicia.
—Sí, el cerebro de un hombre de treinta no puede competir con la lengua de una mujer de cuarenta. —Raquel me sorprende con su propia confesión, solo que esta vez no lo ha dicho riendo.
—Así que vendrá a ver a Silvia —afirmo inquieta.
—Sí. Me pidió la tarde libre para “estar contigo”, ¡como si tú y yo no habláramos de todo lo que nos sucede!, es un capulloembuesteroconpicordechurra.
Alicia estalla en carcajadas, y mira, yo también.
Porque sé que Jesús no es de esos hombres si trata de comprometerse con una mujer tan “madura” como yo. Algo en concreto viene a hacer aquí, porque no lo veo engañándome con mi hija.
—Wow, definitivamente eres otra Tamara —dice Alicia interrumpiendo sus risas cuando oye las mías—. Muero por cumplir los cuarenta con tu secreto, cariño.
—Pues ya te queda poco —le digo yo para enfadarla—. Y no podrías, mi secreto se llama Jesús.
Piso el dispositivo de las puertas giratorias cuando oigo que mis amigas me piden que me detenga, que no suba si no quiero sufrir.
No, yo sí que subo a esa habitación. Voy a ver a mi hija y a Jesús.
En recepción no me ponen impedimento cuando pregunto por la trescientos catorce, parece que la reserva me deja vía libre porque reconocen mi nombre.
Durante la espera del ascensor, veo que mis amigas ya están conmigo.
—Estamos juntas en esto, Tamy —dice Alicia a mi derecha mientras toma mi mano.
—Y de ser verdad que viene, nos necesitas para poder castrar a Jesús, cariño —añade Raquel cogiendo mi mano izquierda.
—No voy a daros las gracias —les digo yo sonriendo—. Es algo que teníais que hacer para que mi equilibrio no se venga abajo.
El ascensor se abre y las tres pasamos al interior con pasos sincronizados. Los mismos que nos hacen salir de él en la tercera planta hasta situarnos delante de la puerta de la habitación en la que me espera Silvia.
Y como la paciencia no es algo que caracteriza a Alicia, esta la golpea con insistencia.
—Diplodocus, ¿qué hacéis aquí? —La sorpresa de Silvia es evidente, no creo que la finja, después de todo solo me esperaba a mí.
Mi hija retrocede unos pasos cuando Raquel ha dado por hecho que puede pasar a la habitación, la que ya desmantela para encontrar a Jesús hasta debajo de la cama si fuera necesario, como está haciendo ya.
—¡Mamá, debías venir sola! —me recuerda ella cuando Alicia sigue a Raquel al cuarto de baño.
—¿Por qué? En tu absurdo mensaje no dijiste nada de eso. —Y a continuación entro yo.
—Pero ¡se sobreentiende, porque Jesús a la que engaña es a ti!
—¿Ah, si? ¿Y cómo y cuándo lo hago?
Las cuatro mujeres en la habitación nos damos la vuelta para verlo esperando de brazos cruzados en la puerta.
Creo que todas miramos a Jesús con la boca abierta más por lo guapo que está, con ese entrecejo arrugado y ese azul de ojos penetrante, que por la sorpresa de ser pilladas.
—Eso te toca a ti decírnoslo, chaval, que me has mentido para poder venir. —Raquel se sitúa junto a mí en plan guardaespaldas.
—Vaya, es la primera vez me justifico con una mujer con la que no tengo nada...
—Dos. —Y Alicia da el paso hasta mi otro costado.
Ambas se lo están tomando demasiado en serio, ¿es que no ven que con esa carita de ángel, esos ojitos azules y esa boquita tan tierna es imposible que me pueda hacer daño?
Yo quiero escucharle antes de hacer ningún juicio sobre él. Si algo he aprendido de mi relación con Guille estos años es que la apariencias engañan y ellas, tras lo ocurrido con Fabio y Diego respectivamente, deberían apoyarme para dejarle hablar.
—Vale, pues con dos mujeres a las que no meto mano, cuando la única que me interesa, la que me gusta de verdad y la que espero que me crea, todavía no se ha pronunciado por todo esto —dice sonriendo mientras busca mi mirada. Yo también le sonrío.
Y parece que estuviésemos solos nosotros dos.
—Muy bonito todo, pero el caso es que estás aquí —interviene Silvia para que todos recordemos la supuesta traición de Jesús—. Y algo habrás venido a buscar de mí, vamos digo yo.
—Buscar nada, Silvia, solo quiero que entiendas de una vez que con la que quiero estar es con tu madre.
—¿Me vas a negar que aceptaste venir, cuando te propuse pasar una noche conmigo?
La conversación entre ellos se vuelve interesante, tanto que las chicas y yo no queremos perdernos detalle, solo nos faltan las pipas.
—No, aquí estoy, es verdad —dice sin ocultar lo evidente—. Pero también he conseguido tener testigos. ¿No es así, jefa?
—Mierda, ya decía yo que este tío parece tener dentro un señor de setenta. Es listo, el cabrón.
—¿Qué decías de tu lengua, Raquel?, ¿dónde dices que vas a meterla ahora? —dice Alicia riendo.
Mi mirada encuentra la de Jesús, que ya cómplices se sonríen. Puedo apreciar el guiño de su ojo derecho y me sonrojo.
—¿Testigos de qué, imbécil? Te han descubierto y sueltas tremenda gilipollez, eso es todo.
Miro ahora a mi hija, no quiero creerla, pero se ve una teoría aceptable.
—Entonces según tú, esto no he podido hacerlo yo, ¿no?
Y Jesús descubre la cama con cuidado, mientras nosotras permanecemos atentas a lo que pueda aparecer.
Sobre la sábana se ven pétalos de rosas, demasiado cliché si no fuera porque entre ellos hay un llavero, y no uno cualquiera. Es el suyo, el que Silvia partió.
Automáticamente lo miro a él, quién me corresponde con su espléndida sonrisa. Jesús lo ha arreglado y de nuevo me lo regala.
Las demás tampoco se quedan impasibles ante eso. Desde Silvia, que quiere volver a partirlo si no es por él que lo coge a tiempo de las manos, hasta los suspiros de Alicia esta vez por un detalle tan bonito. Raquel se ríe, y dice que Jesús es un capulloenamoradocapazdehacertevomitarcorazones.
Nuestras reacciones se ven interrumpidas por un empleado del hotel, que llama a la puerta aunque siga abierta.
—¿Tamara Núñez? —pregunta el hombre con un sobre en la mano.
Levanto la mano avergonzada, todas las miradas están pendientes de mí y del sobre que recibo.
—Es la infidelidad más falsa y divertida que he visto nunca —suelta Raquel entre risas.
—Porque has visto muchas, ¿verdad? —pregunta Alicia con ironía.
—Hace un par de semanas vi la tuya en comisaría, dímelo tú.
—Imbécil, puedes apuntar también la de Diego con la vecina lesbiana con la que pactó darte celos.
—Gilipollas, no sé para qué te lo conté.
Mientras ellas hablaban yo iba abriendo el sobre.
Tengo en mi mano la pegatina que Jesús me prometió para el cristal del coche, en la que se lee Súper mamá.
—¿Mamá? —me reclama Silvia, a la que había olvidado.
Miraba la pegatina y solo podía pensar en la confianza que Jesús me tiene, la que tiene en nosotros. Y yo quiero devolvérsela.
—Lo siento, mi vida, perdóname. Pero si no puedes aceptar que Jesús y yo queremos conocernos, y que tal vez lleguemos a ser pareja, no puedo impedirte que te vayas de casa. Me dolerá, porque te amo, pero entenderé tu decisión como la mujer independiente que ya eres.
—Yo… no quiero irme, mamá.
—¿Quieres decir con eso que podrás aceptar lo nuestro?
—Todavía no lo sé…, papá…
Abrazo a mi hija cuando ha nombrado a su padre. Quizás no sea el consuelo que está necesitando, porque soy la mujer que le está quitando sus ilusiones, pero también soy su madre y ese vínculo que creí roto, hoy todavía existe entre nosotras.
—Papá siempre lo será, cariño —le digo al oído para ahorrarle la vergüenza, porque mi hija se ha convertido, en mis brazos, en esa niña incapaz de aceptar el divorcio de su padres.
—Nos vamos, chaval. No la cagues —dice una espabilada Alicia mientras Jesús tose incómodo por llevarse toda su atención.
—Siempre igual, nos vamos en lo mejor, ¿por qué? —reclama en cambio una despistada Raquel que no repara en él.
Puedo ver cómo Alicia le señala la cama y eso hace reaccionar a nuestra amiga.
—Vamos, Silvia, cariño, te invito a cenar en el restaurante, el tío Diego está allí y hace años que no te ve.
—Voy a necesitar que me dé cien euros por lo menos, madrina, porque a partir de ahora dejo el trabajo —dice mi hija, todavía abrazada a mí, sonriendo. Yo aparto el pelo de su rostro riendo con ella mientras le beso su cara hermosa.
—Serás, cabrona, niña. Mejor te doy otro encargo, ¿vale?
Alicia me besa como despedida cuando Raquel ya va hacia la puerta con mi hija, a la que lleva por el hombro.
—Mañana llevas mi coche al taller de Joaquín para hinchar las ruedas, ¿de acuerdo?
—¡Raquel! —grita la madre que hay en mí.
—Tranquila, Tamy, que Fabio la mantendrá alejada de la serpiente de Rodrigo.
—¡Alicia!
Y las dos salen por la puerta riendo. Risa que puedo oír todavía cuando la cierran.
Jesús me mira callado. Sonríe con ojos golosos y hace que yo le devuelva una sonrisa hambrienta mientras echo el cerrojo. Bajo su ardiente mirada camino hacia él, cuando ya comienzo a quitarme la ropa.
—Me gusta cuando esas dos desaparecen —dice mirando mis pechos desnudos, mi vergüenza ya no existe cuando sus labios se humedecen.
—Y a mí que no lo hagas tú cada vez que nos juntamos con nuestras locuras —contesto sonriendo porque él también se quita la camiseta.
Y da un paso hacia mí, mientras se descalza las zapatillas de deporte.
Yo lo recibo con un abrazo que nos hace caer sobre la cama, una súper cama que hoy mi espalda agradecerá.
No puedo terminar mi historia y dejarte sin saber de Guille:
Hace una semana de mi reconciliación con Silvia, la que parece querer recuperar todo el tiempo que habíamos perdido. Me está ayudando con los preparativos del cumpleaños de Alicia ahora que todavía no empieza con sus exámenes del cuatrimestre.
—No me puedo creer lo bien que te manejas con el ordenador ya, mamá —me dice ella cuando busco un local en el que poder celebrar la fiesta.
Raquel ofreció el restaurante, pero no tendrá gracia si ya es el sitio que tiene pensado Diego para el suyo propio en marzo. Eso sí, con el catering no negocian, corre a cuenta de ellos.
—Ni yo, cariño, solo se me resisten las redes sociales.
—El perfil del salón está muy bien, tiene ya muchos seguidores.
—Me ha sorprendido, sí.
—Deberías tener uno diferente, así no mezclas el trabajo y tus relaciones.
—¿Quién nos iba a decir que hablaríamos de mis relaciones así de bien?
—Verdad, sigo sin poder ver a Jesús, pero me acostumbro a saber de él por ti —dice de pasada, que entiendo que es por el daño que le sigue haciendo—. Deja que te ponga otro nombre, es más cool.
Y a través de correo del salón me abre una cuenta nueva
—¿Nombre?
—Molly Jersen.
He podido escoger uno entre millones, pero no lo he pensado, tenía que ser ese. Cuando vi la película por primera vez, siendo una cría de diez años, me marcó enormemente. Hoy ya sé que el amor para siempre existe solo en el cine y que en la vida real acaban y empiezan conforme tú vives. No voy a culparme por no saber mantener el de Guille, quizás jamás quise hacerlo y yo lo dejé deteriorarse, ¿qué importa ya? El amor llama a tu puerta tantas veces como estés dispuesta a dejarlo entrar.
—Tu peli favorita, mamá, ¡qué acierto! —dice Silvia tecleando en el ordenador, sorprendiéndome a la vez por saber esa parcela de mí, aunque no tanto después de que se la hiciera ver cientos de veces de pequeña—. Así que papá era como Sam.
—No, cariño, él es más terrenal, más del infierno —le digo tirando por tierra la imagen de su padre, que no lo quiera comparar con ese ángel de Patrick Swayze porque sale perdiendo. Es un impresentable, una semana lleva de retraso en su regreso y sigo sin poder entregarle la demanda de divorcio—. ¿Y es cierto que se puede encontrar gente por aquí? —pregunto en cuanto a la red se refiere.
—Pues claro, siempre que pongan su nombre verdadero y no como tú. Dime el de tus amigas.
—Alicia y Raquel.
—¡Mamá! —dice riendo—. De tus otras amigas.
Bajo la mirada avergonzada.
—Alicia y Raquel, cariño.
—Mamá, lo siento. —Y su risa da paso a un sonido más triste en su voz. Si algo me alegra de esa pena que ha sentido es el abrazo que me da.
—Hagamos algo —me dice ahora—. Pasa lista de tus compañeros del instituto, de alguno te acordarás, ¿no? y lo filtraremos por el centro de estudio y la ciudad. Verás como aparecen muchos, y luego ya la Red se encarga de recomendarte amistades de otros.
—Parece divertido.
—Espera a ver la cara de más de uno, la barriga de ellos y los peinaditos de ellas. Vas a ser la envidia de todos en cuanto cuelgue tu foto de mami cañón.
La dos nos reímos, mientras yo espero a que ella busque los nombres que le digo. He tenido que llamar a Alicia, con su perfecta memoria, para que me recordara algún que otro nombre de nuestros compañeros, lo que ha hecho que acorte la búsqueda cuando Silvia ha conectado con su propio perfil. Me gustan las posibilidades que está tomando esto y me río al ver ya a los primeros compañeros del instituto.
—¡Para! —grito de repente al ver un nombre que tiene que ver con el de Guillermo, cuya foto es la de un adolescente vestido de futbolista—. Ese es tu padre.
—No digas tonterías, mamá. Ese hombre está casado con esta mujer —y pincha en un nombre de mujer que al darnos la información también podemos ver sus fotos, en las que, puta casualidad o no, está Guille en un par de ellas.
Mi hija parece volverse loca, ni el día que supo de Jesús se puso así.
Vuelve al perfil de ese tal Billy Márquez. Y tras ver una por una las fotos, veo que se detiene en la del niño. Tendrá quince o dieciséis años, es mayor que mi Guille.
—Orgullo de Márquez, orgullo de ti, hijo —lee emocionada Silvia.
No siento nada, ni odio, ni rencor, ni siquiera instinto de venganza. Es una enorme paz interior, algo así como lo que se ha de sentir cuando te hacen llegar una botella de oxígeno en el último momento, cuando el agua ya sobrepasa tu cuello. Las extremidades ya no me pesan y el alivio es infinito. Puedo resurgir.
—Tiene otra familia —digo dando voz a los pensamientos de mi hija. Y al oír mi propia voz río a carcajadas que me hacen pasar por demente—. ¡Qué imbécil!
—¿Orgullo de Márquez? ¿Orgullo, ese niño? —repite ella ajena a mi felicidad, cada vez más alto—. ¿Y nosotros qué?
—Ya no importa, cariño —la tranquilizó yo.
—Sí que importa, mamá. Y no es por mí, que paso de él como de la mierda, o por Alicia, que menos mal que no sabrá nunca lo que es ser mujer en esta casa. Es por mi hermano, ese orgullo le pertenece, porque también juega al fútbol como ese otro niño.
—Cariño, esto es lo mejor que le ha podido pasar a tu hermano. —Tomo sus manos entre las mías, creo que ya se ha dado cuenta que su padre no se refería al deporte.
—No, mamá —dice llorando—, no puede rechazar así a mi hermano porque quizás sea homosexual. No se lo permito, me va a oír.
Silvia coge su teléfono para llamar a su padre, yo cruzo los dedos para que él tenga un buen día y no la pague con mi hija porque puedo contactar a esa otra mujer y acabar con su idílica familia que le llena de orgullo.
Pero creo que mi hija se defenderá sola.
—Escúchame bien, capullocornudodeloscojones —dice bajo mi atenta mirada de sorpresa, la influencia de su madrina ha hecho de las suyas—, no vas a aparecer por aquí jamas si no quieres que te denuncie por bigamia, aparte de la de por agresión que ya tienes, ¿me oyes? Así que vé pensando en comprarle un coche a mi madre, me pagas el resto de la carrera y pasas la manutención de mis hermanos, sin rechistar en nada.
Lo que sea que le dice Guille no es suficiente para que se apiade de él, porque Silvia sigue con sus exigencias.
—¡No es por chantaje! Es todo lo que ese crío nos ha robado de ti. Y vas a darme tu nueva dirección para que te mande los papeles del divorcio de mi madre, ¡y olvídate de pedir un solo euro del salón, en el reparto! ¿te queda claro? O se los envío a la policía junto a la foto del orgullo Márquez, ¡que hasta para ponerte nombre oculto en Facebook has resultado ser un auténtico inútil! ¡Billy Márquez!
Guille estará gritando porque mi hija se levanta de la silla y grita más si cabe. Sus hermanos están a mi lado viendo su reacción.
—¡Y lo de cornudo iba en serio!—yo me levanto también y trato de quitarle el teléfono, ella me esquiva y sigue hablando—. Al fin alguien calienta tu cama, defiende a mi hermano en el cole y quita las pesadillas de Alicia, gilipollas. Alguien que sí quiere a tu familia.
Silvia cuelga el teléfono, o más bien lo tira contra la pared para que deje de funcionar.
—Tenía que haberle pedido un móvil nuevo —dice nerviosa, tanto que corro hacia ella para que llore en mi hombro.
—Lo tendrás, mi vida, el salón es nuestro ahora —digo riendo con ella.
—Siento haber dicho lo de Jesús.
—No te preocupes, hija, no nos perjudica, mi abogado estará encantado con tu descubrimiento. Has sido muy valiente, y tu madrina estará muy orgullosa de ti.
—¿Y tú?
—Yo nunca he dejado de estarlo, cariño.
Mis hijos pequeños avanzan hasta nosotras y nos abrazan desde su altura, Silvia besa a su hermano cuando lo ve. La piña que formamos quizás deba empezar a llamarse Núñez, no habrá mejor manera de empezar esta segunda oportunidad.
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