Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

23.


2 días atrás  

En cuanto he sabido de la enfermedad de Diego, mi mundo se ha derrumbado, ese que tantas veces soñé construir con él no será más que polvo de un pasado que nunca recuperaremos a partir de ahora. 

    Salí de casa de Mariana porque necesitaba poner distancias entre nosotros, él no quiso explicarme una vez, pues yo tampoco iba a oírle cuando quisiera hacerlo. 

    ¿Y quién tenía un bebé pequeño que me hiciera abrir los ojos? 

     Estoy en casa de Alicia poniéndome a prueba con Mateo, quiero saber si mis ganas de tener un hijo son por el niño en sí o por la paternidad de Diego. Total, si alguno de los dos hubiera resultado estéril quizás nos hubiésemos planteado la adopción y nada sería diferente de un hijo natural. 

     —Rápido, salid, Jesús acaba de golpear a Diego otra vez —grita Fabio para que salgamos.

     Se me había olvidado lo cabezón que puede ser Diego, se ha empeñado en hablar conmigo y no parará hasta conseguirlo. O eso he creído hasta que me ha visto fuera de la casa de Alicia y se marcha de nuevo.

     —Diego, espera. —Y esta vez sí que me oirá. 

     Dejo a Mateo en brazos de su madre y corro tras él, que ya estaba a punto de entrar al coche. 

     —Deja que te vea la herida. 

     —Estoy bien no te preocupes por mí —me dice cuando miro fijamente la brecha abierta en su ceja derecha. 

     —¡Mira que eres cabezota! Si has venido hasta aquí buscándome,  no tiene sentido que huyas ahora. 

     Tamara está equivocada. Diego no me despierta lástima, todo lo contrario, ¡si estoy deseando abrazarlo y decirle que lo amo! 

     —He vuelto a comprenderlo. Me lo has dejado claro cuando te he visto con ese niño en brazos. Necesito alejarme de ti para que puedas ser madre, solo así serás feliz. 

     —No. No lo he sido en tres años sin ti, Diego, ¿qué te hace pensar que puedo serlo ahora que sé la verdad?, ¿ahora que sé que estarás ahí fuera, posiblemente enfermo, y yo no pueda estar a tu lado para protegerte? 

     —Ya no sé ni lo que pienso, Raquel. ¡Voy a volverme loco! —confiesa desesperado y golpeando el techo del coche. 

     —Mírame. —Y él lo hace—. Solo quiero hacerte una pregunta  —le pido a punto de echarme a llorar—. ¿Es cierto que te arrepientes de haber compartido tu vida en el pasado conmigo? 

     Diego se acerca, me acaricia la cara mientras le cuesta sonreír. 

      —Una vida que resultó ser a medias, sí, mi amor —se sincera—. Una vida que puede dejar de ser independiente, sana y libre, sí. Me arrepiento por no poder darte ese futuro que querías a mi lado, los dos solitos, recuerdas. No quiero condenarte a ti también. 

     —¿Sabes qué? —le pregunto de repente con esperanzas renovadas. No ha sido un sí rotundo como creí, y ese futuro es mío, solo a mí me pertenece su decisión—. Respondiste a mi llamada el día del atropello y regresaste a mi vida, así que no te quejes si opino sobre ese futuro que tú quieres llevar sin mí. 

     —¿Qué me quieres decir? —Su gesto es simpático, nada agresivo. 

     —Hablas de esa enfermedad de manera condicional, y todavía no sé cómo de enfermo estarás. 

     —Los síntomas podrían ser visibles en los próximos años. 

     —De nuevo has dicho “podría” —repito demasiado insistente—. Así que no estás seguro, ¿no? 

     —No, no me atrevo a hacerme el análisis de sangre todavía. 

     —Pues entonces, cuando tengamos los resultados ya veremos qué hacemos. 

     —¿Qué? ¿Tengamos? 

     —Sí. Tú me quieres, Diego, y yo te amo con locura. Vamos a dejarnos de tonterías, ¡que ya no tenemos veinte años, joder!, ¿por qué no intentarlo de nuevo mientras esos síntomas aparecen? —le digo cuando soy yo quien toma sus mejillas en mis manos. 

     Diego cierra sus ojos y cuando los abre parece querer llorar. 

     —Estoy cagado de miedo, Raquel. No quiero despertar un día y darme cuenta de que no puedo cocinar o de que no te reconozco a mi lado, ¿no lo entiendes? Mi cuerpo ya no te servirá. 

     —Pues como el mío, Diego, coño, ¡que voy a cumplir los cuarenta ya y estoy hecha una mierda! 

     —No es lo mismo —se empeña él 

     —¿Cómo que no? Creo que Alicia tiene remedio para eso. Nos diría que usemos lubricantes o que tomemos ibuprofeno para el dolor de cabeza. 

     Diego ríe abiertamente. Me siento bien al dibujar esa sonrisa en su cara, está visto que podremos bromear juntos. 

     —Nada de lo que diga te hará cambiar de parecer, ¿verdad? 

     —Nop —le digo dando la vuelta al coche y entrando por la puerta del copiloto. Él me mira alucinado cuando se agacha por su puerta—. Y hasta entonces, y yo no vea que tienes ese puto gen, volvemos a estar casados. 

     —¿Casados? ¿En bienes gananciales? —pregunta mientras entra al coche y se pone el cinturón de seguridad. Ríe al fin como el hombre que recuerdo. 

     —Como siempre, sí —respondo intrigada. 

     —Pues como soy dueño del restaurante, mañana ese niñato se va a la calle, que me tiene hasta los huevos ya con tanta hostia —dice arrancando el motor y provocando mi risa escandalosa. 

     Agarro su mano al volante y le digo:

     —Es el karma, Diego, ¿recuerdas la de veces que protegimos a Tamara del capullo de Guille? Pues su nueva pareja lo hace conmigo ahora. 

     —¡No jodas! ¿El niñatopegahostias y Tamy? 

     Y eso nos hace reír a los dos. Creo que se debe a que al fin mi amiga ha dejado a Guille y los dos estamos contentos por ello. 


     Diego está boca abajo en mi cama, con su cabeza apoyada en los brazos a modo de almohada, yo me he sentado en su culo con las piernas abiertas a cada lado de sus caderas. Le sigue gustando recibir uno de mis  masajes antes de despertar. 

     Cuando llegamos a la que ahora es solo mi casa, las emociones acumuladas en ambos no nos permitió más que sentarnos a tomar una copa y ponernos al día de nuestras vidas, eso sí, recordando cada instante, entre risas y lamentos, de las fotografías que yo todavía conservo de nosotros. Y el premio lo obtuvo el día de nuestra boda, con una copa, docenas de carcajadas y varias lágrimas de “recuerdos”. 

    Y así, a las tres de la mañana, conseguimos  que no hubiera secretos entre nosotros. 

     Hubo un intercambio muy valioso de información: el éxito de mi nuevo restaurante, mi “ruptura” con Jesús y mi indecisión todavía por ser madre, a cambio de un libro de recetas que él está editando, antes de que las olvide y ya no pueda cocinar, su poca relación con las mujeres porque no quiere ilusionar a nadie que no sea yo, y su frustración por no poder ser padre biológico, jamás condenaría a su hijo a esta locura que él está padeciendo. 

     —Diego… —susurro cuando le oigo gemir—. ¿Por qué respondiste a mi llamada el día del accidente? 

     Es algo en lo que no he pensado hasta esta noche, de no haberlo hecho mi vida hubiera cambiado mucho, quizás y ahora estaría de hormonas hasta las orejas esperando mi ovulación. 

     Diego tensa su cuerpo y lo gira para que nos podamos ver la cara. Yo acomodo mi trasero sobre su creciente dureza, la que palpita ya en la unión de mis cachetes. Se me olvidaba comentar que nos gusta dormir desnudos.

     —Porque eras tú, quise oír tu voz una vez más —dice recogiendo parte de mi flequillo tras la oreja. 

     —¿Quieres decir que de haber llamado antes estos años, hubieras descolgado? 

     —Imposible saberlo, cariño, jamás lo hiciste. Ni siquiera yo lo intenté contigo. —Y ahora se muerde el labio inferior mientras eleva sus caderas—. Pero deja de pensar lo que pudo ser y hagamos que merezca la pena habernos visto después de tanto tiempo. Sin discutir esta vez —termina de decir, riendo. 

     —¿Tú no estabas cansado? 

     —Ya no. 

     Echa su mano a mi cuello y hace que descienda sobre él para besarme, para dejarme marcada de por vida con un beso tan caliente como somos nosotros juntos,  Aparta mi pelo con ambas manos para que le permita ver mis ojos ese segundo antes de que nuestras bocas se unan, se devoren y se pertenezcan. 

     —Ámame como siempre, Raquel. Házmelo como nunca, mi amor. 

     Me entrego a la pasión de su beso, al tacto tierno de sus labios. Húmedo y salvaje, pasional y sensible. El recorrido de sus manos por mis muslos es un regalo de suaves caricias, desde la cintura a los pechos mi piel se estremece cuando los toca poco a poco y estimula con sus dedos. 

    Quiero cumplir su deseo de hacerlo mío. 

     —Diego, necesitamos un condón —le recuerdo a riesgo de estropearlo todo. Pero quiero que vea que lo acepto así, que no quiero nada que no pueda darme. 

     Él se tapa la cara, no quiero imaginarlo. 

     —No tienes, ¿verdad? 

     —No, creí que tú sí —contesta serio. Y el sonido de su voz se vuelve deprimente—. Lo siento. 

     Le retiro las manos de su cara.     

     —¿Qué importa que no pueda ser ahora?, dijimos de estar juntos, ¿no?, mañana seguirás aquí. Además, las gomas nunca fuerom impedimento para nuestro sexo —digo tocando la parte sensible de su retaguardia, tras el perineo. 

     Él se levanta frustrado, debe de esperar a que yo me retire porque no entiendo qué le ha ocurrido ahora. ¡Joder, estábamos tan bien! 

     —Ya comenzamos a posponer planes por mi culpa —dice mientras se sienta en el borde de la cama—. ¿Que será lo siguiente? 

     —No digas tonterías, Diego, ¿qué planes? Se trata solo de posponer una erección. Y está visto que no tienes problemas con eso. 

     —Deja de intentar animarme, por favor. 

     Diego se pone de pie antes de que yo pueda tocarlo. Me he quedado a medio camino de ese estímulo y retiro la mano a tiempo para que no note mi decepción. Dejo de sonreír tal como lo hago. 

     —No podemos caer en eso —llamo su atención cuando ya se vestía. 

     —¿Caer en qué? —pregunta extrañado. 

     Me levanto de la cama, quiero tocarle y no me lo impedirá. Acaricio su rostro cuando le digo:

     —En la incertidumbre de cada imprevisto —digo tratando de hacerle entrar en razón—. Porque olvidarás cosas como pueda hacerlo yo misma, y habrá días que estés más cansado que otros, y no por eso estarás enfermo. 

     —Pero sí dejaré de hacer cosas, como acaba de ocurrir. Ahora ha sido por la puta herencia en sí y mañana pueden ser mis recuerdos o mi apatía para poder hacerlas. 

     —¿Si te faltasen ingredientes y no pudieras cocinar lo que tenías previsto, dejarías de comer? 

     —¿Qué tiene que ver… ? 

     —Responde, por favor. 

     —No. 

     —Pues hasta que no te falten esos recuerdos, tengas esa apatía y tu cuerpo esté inerte, no dejarás de vivir. Eso te lo garantizo. A menos que te hagas ese análisis y salgamos de dudas mucho antes de que nada ocurra. 

     El abrazo que le doy es correspondido, tanto que Diego está a punto de asfixiarme. Un indicio más del miedo que tiene. 

   


Hoy 

     Discutí con las chicas esta mañana. Bueno, no exactamente. Me enfadé con ellas y me faltó poco para mandarlas al carajo porque aparecieron en mi casa sin avisar como nunca antes lo hicieron.  Y no me sentó nada bien que llegasen cuando trato de asimilar mi nueva relación con Diego, cuando tomo las riendas de nuestras vidas para hacerlas lo más normales posible viviendo en la incertidumbre de su enfermedad. 

     Pero eso ya está olvidado. Las necesitaba. 

     Y cuando Tamara me llamó por la tarde, no pude negarme a contestar, tenía tanto que decirles que de no recibir esa llamada, hubiera llamado yo antes de acabar el día. Tantos planes por realizar con Diego no me hubieran salido bien si no obtenía de ellas su aprobación, sus consejos e incluso sus risas. 

     Solo que ocurrió lo de Mateo, la canguro y el cabrón de Rodrigo para posponer mi verdadera declaración de intenciones a mis amigas. 

     Pero eso ya será mañana, en nuestro día de chicas. Diego me espera en casa, más concretamente quiere que salgamos hoy a cenar. 

     Lo he visto raro, la verdad, deberíamos estar metiéndonos mano y no perdiendo el tiempo fuera de una cama, pero en fin, no seré yo quien se ponga estúpida a dos días de habernos reconciliado. 

     —¿Puedo abrir ya los ojos? —pregunto cuando ya vamos en su coche. 

     —Has sido tú quien los cerró —contesta riendo. 

     —Porque cuando bajamos del piso me dijiste que se trataba de una sorpresa, pero no que tuviéramos que llevarnos veinte minutos dentro del coche. 

     —Ábrelos, entonces. 

     —No, ahora quiero que sea una sorpresa. 

     Aun con los ojos cerrados conozco tan bien a Diego que sé que estará negando con la cabeza y los ojos vueltos. Me gusta esa cara que pone, quizás hasta inconscientemente yo lo vuelva loco para verle así de mono. 

     —Ya hemos llegado —avisa parando y apagando el motor. 

     Abro los ojos emocionada, hasta que veo la puerta del restaurante y se me cae el alma a los pies. Mi restaurante. Mi lugar de  trabajo. Donde paso más horas que un farmacéutico de guardia o el mismo Fabio en la estación. ¿Qué interés puede tener ahora para mí venir al trabajo? 

     —No lo dirás en serio. 

     —Cenaremos aquí. Muero por hacerlo desde que estuve hace días y no he encontrado mejor lugar —me dice cuando ya está abriendo mi puerta del coche para ayudarme a salir. 

      —Pues a haberlo pedido para llevar, tengo Glovo, ¿sabes? 

     Cojo su mano, salgo y, cuando veo que el restaurante no está iluminado, le digo. 

    —Dime que no estás pensando en cocinar tú. —Lo conozco demasiado. 

    Eso era lo que hacíamos cada día de celebración de nuestras vidas: cumpleaños, aniversarios, incluso contratos y ventas de renombre para promocionar el negocio. Yo esperaba pacientemente en la cocina a que él me mostrase cada ingrediente, cada mezcla de ellos y luego follábamos como animales en el despacho. Y era en el despacho porque Diego es un chef muy limpio, eso no se lo puede echar en cara nadie, cumple a rajatabla eso de donde tengas la olla, no metas la polla. 

     La cara que pone me lo dice todo. 

     —¡Diego, coño! No puedes haber cerrado el restaurante —grito pensando en nosotros revolcados en esas salsas, pringados hasta los ojos. 

     —Me muero por conocer tu despacho, cariño. —Y me coge en peso porque sabe que me negaré a entrar. Voy colgando como un saco de patatas sobre su hombro. 

     —Bájame porque tengo que llamar a Jesús, ¿cómo te ha dejado cerrar? 

     —Me lo debía después de tanta hostia. Y se acojonó cuando le dije que ahora soy su jefe. 

     Diego enciende todas las luces y me lleva hasta los reservados. 

     —Tengo que decirle también que su jefe es un pervertido capaz de jugarse los sueldos de la plantilla solo por meterla cubierta de chocolate, a ver si así te lo impide la próxima vez. 

     Ha frenado junto a una mesa que puedo ver puesta para cenar dos personas, incluso la cubetera está llena con vino blanco y dos copas. Diego me agarra con cariño y me deposita en el suelo. 

     No dejo de mirarla. Los ojos se me humedecen, ¡es todo tan bonito! Diego no ha olvidado nada, cada detalle está pensado al milímetro Mis flores preferidas, los girasoles, el mantel del color que tanto me gusta, morado, y hasta un regalo encima de mi plato. 

     —¿Qué te parece? —pregunta sonriendo ante mi cara de incredulidad—. Me han hablado de la lasaña y me gustaría que la probaras conmigo. —Me entran ganas de matar a esas dos cotillas, así esté encantada con el detalle de Diego por haberle preguntado a mis amigas—. Bueno di algo, ¿no? 

     —¿Y para cenar lasaña has cerrado el restaurante entero? —pregunto fingiendo enfado—. Ahora tendrás que follarme en el despacho, que no se te olvide. 

     Diego ríe a carcajadas mientras me abraza y me conduce a la mesa. Retira la silla para que me siente, y me ayuda luego con ella. 

     —Sabes que no podré empezar a comer si no abro antes mi regalo, ¿verdad? —le digo cuando él destapa nuestros platos. Por supuesto es lasaña. 

     —Contaba con ello, cariño. Siempre fuiste muy curiosa —Responde sentándose a la mesa, frente a mí. 

     —No exactamente, siempre me gustaron tus regalos, que es distinto. 

     —Porque siempre fue fácil acertar contigo. No disimulas y los pides a gritos si hace falta. ¿Recuerdas las entradas para ver el Rey León en Madrid? Me despertabas cada mañana de ese mes cantando el Ciclo de la vida a todo pulmón en mi oído. 

     —Sí —digo riendo—eso de la cigüeña me costó memorizarlo. —Y ambos nos reímos más—. Pero mi favorito fue el viaje a Marruecos. 

     —Como para no enterarme. Llenaste todo el suelo de casa de arena, y me hiciste comer sentado en él una semana entera, diciendo que solo así apreciaríamos un buen cuscús. Hay veces que todavía me duele la espalda, créeme. 

     —No te quejes y agradece que no se me antojara ir China, porque  descubrí a tiempo que se me da fatal coger bichos vivos y te hubiera envenenado con el insecticida. 

    Él se ríe, y esa sonrisa suya me transmite una paz enorme. Al fin he recuperado a Diego, mi marido, el que está de regreso junto a mí. 

    —Ábrelo. 

    De pronto estoy nerviosa. No han sido los mejores días entre nosotros como para que él pueda saber qué quiero o qué necesito. Tomo la pequeña bolsa de papel charol y deshago el lazo de cierre. En su interior hay un sobre blanco que me desconcierta, y cuando lo tengo ya en las manos, Diego se levanta y me dice:

    —Deja que lo haga como entonces. 

    Clava una rodilla en el suelo delante de mí, coge el sobre él y lo pone en mis manos de nuevo. 

     —¿Quieres casarte conmigo, Raquel? Me haría muy feliz poder amarte toda la vida. 

     Esas palabras en cuanto han salido de su boca han ido a parar directamente a la mía, parece que se hayan quedado atragantadas en mi garganta para impedirme hablar. Y todo porque he visto el logotipo de un laboratorio impreso en el sobre. Es el análisis genético de Diego. Lo que tanto necesitábamos saber, ambos. 

     —Prometo no huir, no volver a dejarte sola nunca más. Es cierto que cuando digo toda la vida, es toda, cariño la que me quede, sano o no —dice cuando malinterpreta mi silencio. 

     Tampoco es que consiga moverme demasiado. 

     Mi cabeza va a mil por hora, pasa por mi mente el último mes desde nuestro reencuentro y no quiero volver a sentirme así, creyendo que Diego se irá en cualquier momento de mi vida, que no podré retenerlo junto a mí amándolo como lo hago. 

     —¿Y prometes también que será en la salud y en la enfermedad? —pregunto emocionada, casi puedo ver sus lágrimas a través de las mías. 

     —Claro, que sí, mi amor, en la enfermedad también. —Diego se incorpora, lo justo para poder abrazarme. 

    —Entonces —digo apartándolo un poco para poder mostrarle el sobre. Él espera inquieto—, no me sirve de nada esto. 

    Lo parto con rabia, división tras división queda roto en docenas de pedazos, los que luego meto en el agua de la champanera. 

     —¿Por qué lo has hecho? ¿No necesitabas saberlo?

     —Yo no, siempre he sabido que te quiero, y que permaneceré a tu lado pase lo que pase. Y si tú no lo has abierto antes de hacerme la promesa, significa que tampoco te importa el resultado. 

     —¿Me decido después de tres años, y al final para esto? —dice sonriendo mientras se levanta y hace que yo lo haga también. 

     —Bueno, quizás mi respuesta te lo compense. —Y echo las manos por sus hombros para poder besarlo. 

     —A ver dime, y que sea muy buena, que he pasado un día de mierda por no querer abrirlo —me pide antes de pasar su nariz por la mía en el anticipo de nuestro beso. 

     —Sí, Diego, me caso contigo. Voy a estar ahí, siempre a tu lado, y cuando no me recuerdes, yo lo haré por los dos, porque mi memoria es tuya, no hay un solo resquicio de ella que no te pertenezca. Siempre estuviste ahí. 

     —Raquel… 

     —Déjame terminar, por favor. —Diego traga duro y asiente con la cabeza—. Y nada me complacerá más que ser tus pies y tus manos cuando lo necesites, porque tú ya eres el motor de mi vida. 

     —Raquel… 

     Pongo los dedos en su boca para que me deje continuar. 

     —Y voy amarte cada noche por los tres años que no he podido hacerlo. 

     Es duro ver a un hombre como Diego llorar, pero como lo hace mientras ríe, el momento amargo pasa rápido, yo solo me emociono y me dejo abrazar por él. 

4️⃣0️⃣*️⃣

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro