Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22.

—Dime otra vez por qué no tenemos una llave del piso de Raquel —le digo a Tamara llamando de nuevo al portero electrónico. Y de nuevo la misma respuesta: nada. 

     —Cuando se divorció de Diego nos la quitó para que no  la interrumpiésemos con alguno de sus amigos. 

     —Ya, y por eso siempre pone excusas para no hacer las quedadas en su casa. 

     —Tiene un restaurante de lujo, mujer, ¿por qué hacerlas aquí si podemos beber y comer lo que queramos en él? 

     —No me gusta este silencio, Tamy. 

     Nadie nos atiende en casa de Raquel, y estamos aquí porque Jesús atemorizó a Tamara y esta a su vez lo hizo conmigo cuando me dijo que lleva dos días sin aparecer por el trabajo. Los mismos dos días que Silvia no aparece tampoco por casa, y mírala, dispuesta a buscar a su amiga como no puede hacer con la inconsciente de su hija, que hasta tiene apagado el teléfono. 

     —Tendrías que haber venido con Fabio el bombero. 

     —Ya te he dicho que tuvo una emergencia, y además, ¡qué coño!, esto podemos solucionarlo solas. 

     —¿Y por eso has traído a Mateo? 

     Miro a mi hijo en el carro, el que se divierte viéndonos en el apuro de encontrar a su tía Raquel, al menos no para de reír, ¡se ve tan mono chupando su mordedor de silicona barata! 

     —Alicia, céntrate —me ordena Tamara cuando un vecino de Raquel ha dejado la puerta abierta y ella la sostiene para que yo entre con el cochecito de Mateo. 

     Subimos en el ascensor sin perder tiempo, y tampoco tardamos en llamar a la puerta. 

     —¿Está sonando Rozalen? —pregunta Tamara con la oreja pegada a la puerta. 

     Yo hago lo mismo. Sí, la canción favorita de Raquel desde que Diego la dejase. 

     —Al menos sigue viva. 

     —¡Qué bruta eres! 

      —Abre la maldita puerta, Raquel —grito aporreándola con todas mis ganas. Eso hace que Mateo se asuste y comience a llorar. 

      —¡Como no pueda calmar a mi hijo reviento la puerta para que lo hagas tú! —grito ya cogiendo a Mateo en brazos. 

      La puerta se abre en el preciso momento en que estoy moviéndolo para que se calle, posando además para la foto que me está haciendo Tamara. Ya no se oye la música. 

      —Me alegra ver que alguien se divierte al menos con su despropósito—comenta Raquel, seria. 

      —Déjate de tonterías —le dice Tamara empujando el carrito de Mateo y entrando antes que yo—. Todos tenemos mierdas sobre eso, lo que no se vale es desaparecer del mapa para llorar y preocupar a quien más te quiere. 

      Me parece que ese discurso también vale para cuando llame Silvia.

      —¡Ey!, ¿a dónde vas? ¡Necesito tiempo a solas, tengo mucho en lo que pensar!

      Entro la última y me quedo en shock, como Tamara, la que se vuelve a buscar mi complicidad. 

      —¿Y podrás pensar en este santuario? —digo sin salir de mi asombro. 

      Claro, que para llamarlo santuario harían falta velas encendidas, las que todavía, gracias a dios, no se le ha ocurrido encender. 

      La foto de su boda preside el salón, y varios retratos de ella y Diego también están ahí, en el aparador, cuando se les veía felices. Parece que este hombre nunca se haya ido de aquí. 

     —Me habéis pillado —dice encogiendo sus hombros, pero en absoluto avergonzada por haber mantenido el recuerdo de Diego a su lado. 

     Mateo está extraño, no termina de calmarse. Y entre él y lo que estoy viendo de la vida desconocida de Raquel, comienzo a ponerme nerviosa. Tamara que me ve apurada me lo quita de los brazos. 

     —¿Qué hacías? —pregunto ya centrada en Raquel. 

     —Nada, ¿por qué? 

     —Sigues en pijama, tenías la música a todo volumen y no has ido a trabajar en todo el fin de semana. —Trato de no comentar que para ella su restaurante es muy importante como para no haberlo pisado en dos días. 

     —En bragas pienso mejor. 

     —Tengo cuarenta años, Raquel. 

     —Me alegra mucho que al fin puedas decirlo. 

     —¡No me lies y contesta de una puñetera vez!

     —Miraba algo sobre la enfermedad del gen de Huntington, residencias para personas jóvenes con trastornos cognitivos y cómo vender el restaurante en una subasta. 

     Esa voz no es suya, yo la miraba y Raquel en ningún momento ha movido los labios. 

     Las dos nos volvemos a Tamara que, con gran maestría, con una mano mantiene a mi hijo sobre su hombro, ya calmado, y con la otra rastrea en el ordenador de Raquel, quien al verse descubierta corre a cerrar la pantalla del portátil. 

     —¿Contentas? Ya podéis ir a meteros en la vida de otro. 

     —Raquel, lo sentimos… 

     —¡Que os vayáis, joder! No quiero veros, no quiero saber de vuestros putos despropósitos. 

     Tamara y yo salimos del piso de Raquel en silencio, ninguna de las dos quiere comentar lo ocurrido, pero ambas sabemos que es muy jodido lo que le debe de estar pasando a nuestra amiga para plantearse vender el restaurante o si vichea en la red residencias para enfermos mentales con un gen llamado Huntington. 

     Por eso nos despedimos sin saber cuando volveremos a vernos las tres juntas. 


     Tamara debe de tener mucho tiempo libre, recogió a sus hijos del cole y se presentó de nuevo en mi casa. La entiendo, Jesús ahora mismo es el que sustituye a Raquel en el restaurante, Silvia la tendrá de los nervios porque sigue sin llamarla y aquí en el jardín los críos molestan menos que en un piso de ochenta metros cuadrados. 

     Así que aquí estamos nosotras, investigando el historial de búsqueda de Raquel mientras Mateo duerme. 

     —Se escribía con H —me dice Tamara. 

     Y al fin aparece el problema médico que trae de cabeza a nuestra amiga. 

     —¿Será por eso que no va a trabajar?, ¿que ya no recuerda cómo hacerlo? —me pregunta Tamara cuando hemos terminado de leer. Por un segundo nos quedamos mudas. 

     —Ella no es. 

     Le señalo la pantalla a la altura de las palabras “herencia genética”. Blanco y botella conociendo la enfermedad que tuvo su padre hace años. 

     —Diego. 

     Mi Tamy no es tan inútil como su marido le hace creer. Ella se tapa la boca, creo que quiere mejor taparse los ojos, porque ya le lagrimean.

     Y de repente nos interrumpe Mateo, que comienza a llorar de manera extraña, habrá tenido una pesadilla, —sí, un niño de cinco meses puede tener algo similar a las pesadillas, que ya lo he averiguado—. Estoy sola, Fabio sigue con ese inconveniente en la fábrica de neumáticos que, según dicen las noticias, aún no sofocan, y Luna no aparece desde anoche que se fue, de nuevo sin mirarme a la cara.  Ya te digo yo que esa anda muy rara por mucho que mi marido me lo niegue, no es algo que haya hecho hasta ahora. 

     —¿Qué es ese olor?  —pregunta una despistada Tamara, ¿y ella es la que tuvo tres hijos? 

     —¡Ah!, ese es Mateo y su culo radioactivo —digo sonriendo—, habrá que cambiarle el pañal. Por eso llora mi niño. 

     Tamara se me adelanta mientras yo sigo mirando la pantalla del ordenador y trato de empatizar con lo que estará sintiendo mi amiga Raquel. 

     —Alicia, cariño, Mateo no está bien. 

     Es oír a Tamara y un vacío se me agarra al estómago, uno que me provoca náuseas. Procuro respirar, quizás me esté gastando una broma. Pero ¿qué gana ella con hacerme sufrir de esta manera? Es madre y conoce demasiado bien mi temor de dañar a Mateo. 

     —Está ardiendo en fiebre. 

     Eso ya no es una broma. 

     Me levanto de la silla, y esta cae al suelo. 

     No sé qué hacer con mi hijo, no me veo capacitada para pensar en lo más mínimo. Ha sido mucha la información, la que precisamente debí memorizar en cuatro meses, concentrada en unos pocos días de lectura en Internet. Antiinflamatorios, gastrointestinales, sueros, árnica, antibióticos, analgésicos… ¡Antipiréticos! 

     Corro hacia el dormitorio de Mateo, busco desesperadamente en su armario/ cambiador el bote en concreto que le bajará la fiebre. Nada, no doy con él, y no es que esté nerviosa, es que no lo veo. ¡Joder! 

     —Vamos, Ali, ya está el taxi abajo para llevarnos al hospital.

     Tamara carga en sus brazos a Mateo, quien no deja de llorar. 

     —¿Lo has cambiado? No podemos ir si él aún…

     Ella asiente. Yo cojo el bolso de Mateo, me la echo al hombro y me acerco a mi amiga para pedirle a mi hijo, que me permita llevarlo yo. 

       —Lo has hecho muy bien —me dice Tamara. 

     —No será demasiado bien cuando hemos acabado aquí. 

     Seguimos esperando a que nos atienda el pediatra de guardia, mientras tanto ya le han dado a Mateo una primera dosis para bajar su fiebre. 

     —Has sabido qué hacer, no has bloqueado tu inteligencia.  

     —¿De qué me sirve si yo he desencadenado todo? 

     —Eso no es cierto, no vuelvas a decirlo y mucho menos a pensarlo. Los niños se enferman porque sí, no podemos culparnos nosotras. 

     —No había antipirético entre sus cosas, Tamy, ni siquiera me preocupé de comprarlo. 

      —Basta ya, Ali, déjate de tonterías. 

      Raquel está junto a nosotras y, como ya hizo Tamara antes, me ha regañado por volver a culparme. 

      —¿Qué haces tú aquí? —pregunto sorprendida. Tamara se levanta y la abraza como bienvenida. 

     —Yo la llamé —dice esta última, y la acerca hasta a mí. 

    Parece que en vez de amigas seamos dos desconocidas, las dos muy serias, las dos sin atrevernos a dar el paso. 

     Es Raquel quien me abraza por fin, dejando de lado sus propios problemas para venir a enfrentar los míos. Mi amiga. 

     Su abrazo reconforta, el de Tamara hacia las dos, mucho más. 

     —Mateo es fuerte, su madre es una hija de puta muy dura, y te lo digo yo que llevo días estudiando genética —dice Raquel, quien ha hablado a mi oído. 

     Yo sonrío, sé que en sus palabras va implícito ese perdón que no pudo darnos esta mañana cuando hurgamos sin consentimiento en su vida. 

     —Una madre cuyo miedo ya no existe —agrega Tamara. 

     En ese momento suena mi número de acceso a consulta y las tres miramos la pantalla. 

     —Puedo hacerlo sola, pero me gustaría que estuvierais conmigo. 

     Sin nada que objetar, allá que vamos las tres. Yo con Mateo en brazos, Tamara con el carro y Raquel con el bolso colgado. 

     Y cuando creo que nos echarán por ser demasiadas mamis para Mateo, su pediatra novato sonríe al verme, mientras me dice que se alegra de que al fin haya roto mi obsesiva burbuja.


    Ya en casa, y tras un tratamiento inicial a Mateo por deshidratación, debido a una gastroenteritis, las chicas no han querido irse hasta que llegue Fabio, al que llamé cuando todo estuvo controlado. Yo les he insistido, quiero quedarme sola con mi hijo, me siento fuerte y capaz de estar sin vigilancia, pero una vez más ellas se niegan, una ha dejado a los niños con su hermana, la otra  sigue dejando el restaurante en manos de Jesús. 

     Raquel se ha empeñado en hacer café que nos mantenga alerta con Mateo, para así contarnos también de una puñetera vez todo lo que le ocurre con Diego, del acercamiento que han tenido después de la noche que le golpeó Jesús y la posterior convivencia de ambos en estos tres días. 

     —Ese capullo no quiere hacerse la prueba que identifique su gen enfermo. Prefiere vivir en la ignorancia hasta que ocurra lo inevitable, a confirmar su enfermedad y no saber cómo la afrontaríamos. Por eso yo estoy poniendo remedio por los dos —nos cuenta mientras busca el café. 

     Tamara y yo callamos y observamos  sus movimientos por la cocina. 

     —Y como comprenderéis, si no tengo un hijo natural con él, lo mejor será adoptar —nos dice cuando lo encuentra. 

     Por si acaso, nosotras dos seguimos en silencio, flipando, pero en silencio. 

     —Y voy a convencerlo de la adopción conjunta, lo tengo todo planeado, primero, tenemos que restablecer nuestro hogar y... ¿se puede saber por qué coño tienes escondida la medicina de Mateo detrás del tarro de café? 

     —¿Qué? 

     No tardo un segundo en pegar el salto de la silla y me sitúo a su lado. Meto  la mano en el mueble y saco el antipirético. Miro a Tamara, la que se levanta igual de alterada que yo. 

     —Te juro que no me estoy volviendo loca, Tamy. Hace meses que no tomo café, solo vosotras lo hacéis cuando venis. 

     —Te creo, cariño —me dice ella y me abraza—. Pero tampoco creo que haya sido Fabio. 

     —Yo sí que no he sido —me defiendo de nuevo. 

      —Cariño… 

      —¡Luna! —razono de inmediato—. Lleva días sin mirarme a la cara, no me extrañaría que ella lo haya ocultado. 

     —¿Estás segura de eso? 

     —No lo sé, no lo sé. 

     —Esa niña es un cielo —dice Tamara, cuyo radar de madre seguro que está estropeado con ella.

     —Pero algo le pasa conmigo. Desde que salió con Fabio, me evita —insisto. 

     Tamara se tapa la boca, ¿qué no me quiere decir? 

     —Y si ella… 

     —¿Ella qué, Tamy? 

     —Que puede estar enamorada de tu marido. 

     Me río de esa posibilidad, así tenga pocas ganas de hacerlo. 

      —Y ha sido muy conveniente que Mateo se pusiera malo esta semana que él la invitó a salir, ¿no? —deja caer Raquel, que se une además a las conjeturas extrañas de Tamara. 

     Yo me resisto a creerlo, no le ha podido hacer daño a mi hijo intencionadamente. 

     Recuerdo bien su currículum, su entrevista. Vi en ella a la persona ideal para cuidar de Mateo, toda dulzura, toda responsabilidad en sus ojos. En eso no me he equivocado. Ella ha sido como una madre para… 

     —¿Me queréis decir que se ha encaprichado de mi familia?, ¿que si yo no atendía bien a Mateo, Fabio se hubiera enfadado conmigo? 

     —Piénsalo por un momento —me pide Raquel. 

      Y ya estoy llamando a Luna para ponerla a prueba cuando Fabio entra en casa dando un portazo, no ha controlado su fuerza, y creo que su miedo tampoco. 

     —¿Dónde está Mateo? 

     —Él está bien, mi vida, durmiendo. 

     —Ali, mi amor. —Y me abraza muy fuerte, muy fuerte, como si nuestro vínculo fuera irrompible. 

     —Yo no he sido, Fabio —le digo avergonzada. 

     —No lo dudo ni por un segundo, cariño. 

     Y él me calma, trata de tranquilizarme con sus besos. 

    —Hay algo de lo que tenemos que hablar contigo —continúo mirando a las chicas, quienes me asiente con la cabeza para darme ánimos y así poder contarle a Fabio lo de Luna. Las prefiero a mi lado y que no parezca un ataque más de mis celos. 


     La llamada por teléfono ha sido escueta. Luna no se lo ha pensado dos veces y viene de camino en cuanto ha colgado. 

     Hemos tenido que subir a Mateo a su dormitorio para que sea creíble del todo que mi hijo ha tenido que ser hospitalizado. No me gusta jugar con su salud, pero es la única manera que tengo de averiguar la verdad. Si lo quiso lo más mínimo en estos meses, eso ablandará su corazón conmigo. 

     Las chicas decidieron estar presentes también, me parece que intuyen que puedo darle dos hostias a Luna si compruebo que ella está detrás de esa gastroenteritis de mi hijo y no quieren que me exceda en mi agresión. Porque así me siento, una fiera capaz de arrancarte la cabeza si es necesario. De verme, el pediatra me llamaría mamá leona, creo. 

     —Alicia, ¿qué ha ocurrido con el niño? 

     Cuando Fabio le abre la puerta, Luna irrumpe en el salón como un caballo desbocado. Me ha preguntado directamente, pero todavía no distingo si lo hace de corazón, porque está asustada por Mateo, o por no verse descubierta. 

     —Está tan deshidratado que el doctor ha recomendado su ingreso. 

    Ella se queda blanca, parece sorprendida. 

     —No, no es posible, ¿tanto? 

    Todos a mi alrededor callan, me dejan el peso de la investigación, incluso Fabio que tiene que hacer de marido y padre entregado a su familia, se sienta a mi lado sin decir nada. 

     —Si hubiese previsto que tendría fiebre, no hubiera sido tan grave. 

     —¿Por la fiebre? —pregunta ella que sigue sorprendida. Alguien con malas intenciones no podría verse tal real. 

     —No pudimos hacer nada —dice Tamara con demasiado dramatismo en sus palabras. 

     Me da que ser madre te confiere poder para hacer chantaje emocional sin tener remordimientos. Pronto lo sabré, en cuanto Mateo tenga independencia el año que viene. 

     —Lo siento, lo siento mucho. Así no tenía que ser. Todo debía salir bien con Mateo, sin que fuera de importancia.

     No aguanto más, ¿acaba de confesar?

     Me levanto del sofá y voy corriendo hacia ella. No termina de creerse mi cambio de humor. ¡Que se joda, debería estar acostumbrada! 

     —¡Tú guardaste su medicina! —grito mientras le golpeo la cara. Fabio me sujeta para que no termine de matarla—.  Enfermaste a mi hijo, ¿por qué?, ¿por Fabio?, ¿es por él? —me revuelvo en los brazos de mi marido, quien no alcanza a comprender qué hace él en nuestra conversación.

     —¿Qué? No, por dios. Yo solo amo a Rodrigo y haría cualquier cosa que él me pidiera. 

     —La madre que lo parió. 

     Se me olvidaban las chicas hasta que he oído a Raquel. 

     Dejo de forcejear con Fabio, de hecho él tampoco ejerce ya presión en mí. Que haya sido Rodrigo quien está detrás de este asunto se nos escapa a nuestro entendimiento.

    —Es por tu ascenso, Fabio —grita Raquel, y él la mira con rabia—. Jamás ha querido conquistar a Alicia, se trata de ti desde el principio. Si a Mateo le hubiera ocurrido algo, es a ti a quien de verdad hubiera herido. Lo intentó con tu mujer y ahora con tu hijo. 

     —Lo mato. 

     Mi marido sale de casa sin que ninguna podamos evitarlo. Me pongo muy nerviosa, si encuentra a Rodrigo no sé qué sería capaz de hacer. 

     —Lo siento, Ali, de verdad, todo se complicó con Diego y no pude pensar en otra cosa. No me acordé de hablarte de Rodrigo —dice mi amiga con lágrimas me los ojos. 

     —No importa, Raquel, vamos —le digo cogiendo las llaves del coche y abrazándola—, aún puedes ayudarme. ¿Dónde vive Rodrigo? 

     Y no tengo dudas de que lo sepa tras ese par de noches juntos, hoy que he visto su casa, y el recuerdo de Diego en ella, sé que ningún hombre la ha pisado desde él. 

     Tamara me dice que tengamos cuidado con el coche y que no me preocupe por Mateo, ella se queda a su cuidado, confesión que espanta a Luna. 

     Por cierto, antes de irme a impedir que mi marido cometa un crimen, la echo de mi casa sin consideración alguna mientras le quito las llaves del bolso. 

     Lejos de mis anteriores experiencias cuando salía a buscar a Fabio puedo decir que conduzco más tranquila

      —Debí decírtelo cuando supe de esas llamadas entre vosotros —me dice Raquel cuando ya me ha dado las indicaciones para ir a casa de Rodrigo. 

     —Y yo no te hubiera creído. Como has dicho, Rodrigo lo hizo muy bien para buscar mi ruptura con Fabio, confié plenamente en sus palabras intoxicadas. —Raquel parece que respira aliviada, sin culpa que la martirice—. ¿Sabes? Llegó incluso a decirme que lo mejor sería que los abandonase a los dos, que él se encargaría de hacerme feliz. 

    —Ya, él y su famosa disponibilidad 24/7, ¿no? 

     —Me hacía sentir bien, no me avergüenza decirlo. 

     —Lo mismo que te hacía sentir mal, cariño, porque esa odiosa tipa en la que te convertiste no eras tú, eras la que él quiso hacerte creer. 

     Y me alegro de haber resistido a su mala influencia. 

      —Pero pudieron más mis dos chicos —digo emocionada al recordar la risa de Mateo o la paciencia de Fabio. 

     Sonrío, quiero volver a verlos y que a mi marido no le pase nada esta noche cuando encuentre a Rodrigo. 

     —¡Oye! Y también tus amigas que  no te dejaron caer en sus redes, ¿o ya no recuerdas nuestro pacto de llamadas?

     Sonrío también por eso aunque no lo vea tan claro ahora, mi desplante de la semana pasada solo ha acelerado su venganza si ha sido capaz de lastimar a mi hijo. 

     —¿Por qué Fabio no habrá esperado a estar más calmado? 

     —Él mismo arrastra esa antipatía por Rodrigo, creo que necesita limpiar sus chacras a hostias, y juro que yo puedo apuntarme a reventarle la cara, ¡por culpa de aquel beso de la comisaría Diego me hizo pasar el peor fin de semana de mi vida con la fresca de su vecina! 

     Nuestras risas terminan por relajar el momento, justo cuando ya estamos a punto de llegar a casa de Rodrigo. 

     Bajamos a toda velocidad del coche, y me alegro de no ver indicios de que Fabio esté aquí. Llamamos a la puerta. Se trata de una casa adosada muy parecida a la mía, demasiado grande, demasiado para una persona sin familia. 

     Cuando Rodrigo abre la puerta, interpreto en su rostro dos lecturas. Está feliz de verme y se enfada en cuanto ve a Raquel a mi lado. 

     Me gustaría darle una torta, de esas de mano abierta, pero no puedo, yo sí llegué a apreciar lo que decía hacer por mí. 

     —Solo quería decirte que mi hijo está bien, que supe reaccionar a tiempo de llevarlo al médico. Al final si valgo para ser madre, ¿no crees? 

     —Morena… 

     —¡No me llames así! 

     —Déjame explicarte. 

     —¡No! —grito a tiempo de que me roce siquiera cuando pretendía coger mi brazo. 

     —Sé que no tengo perdón por haberme metido con Mateo, pero lo hice por nosotros. Lo que empezó para lastimar a Fabio se convirtió en mucho más, y me cegué contigo. 

     —¡Mientes! 

     —¡No miento! Me he enamorado de ti. 

     En cuanto oye eso, Raquel emite un “Hostia puta” que acrecienta la ira de Rodrigo. Solo con verle la cara se calla y se aleja de nosotros.   

     —Lo siento, Rodrigo. Pero te has enamorado de una mujer que no existe, de la mujer que tú creaste. Me hiciste dependiente de tus bromas solo para poder oírme sonreír, una mujer necesitada de palabras solo porque eras tú quien me hablabas. Pudo ser cualquier otra, ¿no lo ves? 

     —Pero eres tú, Alicia, y yo te amo —esta vez consigue cogerme el brazo, pero me suelta cuando le digo:

     —Yo solo quiero reír con Fabio. 

     Y como si hubiera invocado la presencia de mi marido, este aparece de pronto. 

     —Espero que te valga con eso y que seas  hombre para aceptar su nuevo rechazo, gilipollas. 

     Me sitúo entre ambos, procuro mantener a Fabio a distancia mientras le pido que nos vayamos, no quiero lamentar el golpe que pueda darle a Rodrigo. 

     —¿Estás bien? —me pregunta él, yo sonrío. 

     —Eso debiste preguntárselo hace meses, cuando estando a tu lado en la cama me llamaba a mí. 

     —No voy a entrar en tu provocación, Rodrigo —dice sin mirarlo a él, pues no deja de mirar mis ojos. 

     —Lo sé, eres demasiado confiado, demasiado perfecto.

     Esa apreciación no molesta a mi marido, es más, me abraza y luego echa el brazo por los hombros, para besar mi cabeza y decirme:

     —Si ya cerraste este capítulo tan desagradable, podemos irnos a casa y continuar con nuestras vidas. 

     —Claro, es lo que más deseo. 

     —Mateo nos espera —dice sonriendo. 

     —Sí. Él está bien —remarco para sentir paz por completo. 

     —Una última cosa, canija —me pide cuando ya nos íbamos. 

     Fabio se vuelve y golpea la cara de Rodrigo de un puñetazo, que lo tira al suelo. Yo grito alarmada porque pueda llegar a más, mientras que Raquel aplaude, riendo. 

     —Eso es por mi hijo, cretino, él no puede defenderse como ha hecho Alicia. 

     Y ahora sí, creo que con eso mi historia con Rodrigo está cerrada. 

4️⃣0️⃣*️⃣

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro