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20.

Paso las fotos de Alicia y Tamara una vez más para ver sus triunfos. Son dos selfies: el de la una con Mateo y el de la otra con su abogado a las puertas del juzgado esta mañana. 

     Ambas han conseguido avanzar en su despropósito en menos de un mes y medio y yo no he sido capaz todavía de entablar una conversación con Diego sin salir heridos. Ni su más reciente declaración de amor de hace una semana, y que esperé durante tres años, ha hecho que olvide que me dejó sin una triste explicación, y que por desgracia está a punto de cumplirse el aniversario de aquella fecha. Cuatro de diciembre. 

     Como comprenderás así no hay quien se concentre en el trabajo, y aunque Jesús insista en repetir las cosas  yo sigo sin enterarme. 

     —Los proveedores de cerveza están retrasados, no sé si llegaremos al lunes después de los días de fiesta. Es día de nóminas para la extra, por lo que tienes trabajo acumulado, y recuerda que hoy me voy antes del cierre, con Tamara. ¡Ah! Por cierto, en la barra está tu ex. 

    Levanto la vista de mi teléfono móvil. ¿Eso último que ha sido? 

     —¿Diego? 

     —A menos que yo le haya partido la nariz a otro de tus ex, tiene que ser ese Diego. 

     Me levanto de la silla atropelladamente cuando Jesús ya se ríe de mí, tiro algún que otro papel al suelo, pero no me pararé a recogerlo, ¡Diego me espera! 

     Corro por el pasillo del área privada y paso de largo de la cocina para salir al salón comedor. 

     Diego está sentado a la barra del bar, se ve tan apetecible que me resultará difícil no caer en la tentación de besarlo sin su permiso. Claro, que solo lo haría después de cruzarle la cara de una hostia. 

     —¿Qué haces aquí? 

     Al oírme hace girar su taburete y enfrenta mi mirada seria, él en cambio sonríe. 

     —Ya le dije a ese novio tuyo que quería hablar contigo. 

     Se levanta, y ya de pie, cara a cara, ambos nos quedamos callados bajo la incómoda tensión que nos engulle tras su último comentario en el que sigue relacionándome con Jesús. 

     —Pudiste llamar por teléfono. 

     —No me parecía apropiado acabar otra vez de esa manera. 

     —¿Acabar qué? 

     —Me marcho, Raquel. Mi madre está mejor y yo…

     —Vuelves a huir —termino por él. 

     —No quiero hacerte más daño. 

     La sensación que tengo es muy parecida a la que viví esa noche que no regresó a nuestra casa. Es una mezcla de odio y amor por él que desde ya me vaticinan otros tres años mínimo de rabia y dolor por su recuerdo. Diego,  como entonces hizo, no tarda en matarme. La fecha de nuestra despedida ha llegado. 

     —No te preocupes eso ya es imposible. 

     No he podido sonar más desesperada con mi respuesta dolida, pero ¡es que lo estoy! No quiero dejar de verlo, quiero que me repita que me ama, que no puede vivir sin mí, ¿tanto pido, joder? 

     —Podemos hablar en privado si lo prefieres. 

     —¿Para qué?, ¿vas a darme alguna respuesta interesante esta vez? 

     —Me gustaría, Raquel, pero no tengo valor. 

     —Pues no será necesario tanta intimidad. ¿Sabes? Pensé que después de lo que me dijiste el domingo, tu trato quedaba anulado, que me buscarías para algo más que volver a lastimarme.

     —Créeme que nunca quise hacerte daño. 

     —No me tomes por idiota —digo ya a punto de irme—. No puedo creerte mientras no entienda tu negativa, tu rechazo y tu empeño en dejarme aunque te estés muriendo por mí. 

     He ido hablando mientras se acercaba a mí. Diego me mira a los ojos, los suyos me suplican comprensión. Lo lamento, no me queda pena que demostrarle, a cambio solo puedo dejar expuesto mi amor por él. 

      Me echo encima sin darle tiempo a reacción por su parte, y lo beso. Lo beso con entrega,  en carne viva y a corazón abierto. Pero se trata de un beso unidireccional, porque no recibo una pasión proporcionada. Diego no mueve un solo músculo de su boca. 

     Cierro los ojos, aún mantengo las manos en sus mejillas. Dejo caer mi frente en sus labios, humillada. Diego dice que me ama, pero todo en él me rechaza. 

    Abandono, por tercera y última vez, el puto despropósito. 

     —Si todo está acabado, iré a ver a Carmen pronto, así podrás regresar a tu cueva sin dar muchas más explicaciones. 

     Me vuelvo por donde vine, me gustaría ir con las chicas y que me consolasen, pero no lo haré, no podría verlas a ella felices sin que mi desgracia se intensifique. 

     Llego a mi despacho donde me encierro, no quiero ver a nadie, no podría sin arrojarles nada a la cabeza.  


     Me he encargado personalmente de preparar la cena de Tamara y Jesús en el restaurante para que disfruten de esta noche a solas. 

    Vale, culpable, lo he hecho por conveniencia. 

     Él se iba antes de organizar las cenas y yo me quedaba sin encargado responsable ahora que quiero ir a visitar a Mariana, de ahí mi regalo de cenita romántica. Él cenará con Tamara, que después de todo es lo que haría en otro lugar, y yo me marcho, tranquila de que el restaurante no quebrará esta noche, a despedirme de mi exsuegra. 

     Fue encerrarme en mi despacho y decidirlo, ¿por qué darle el placer a Diego de ser el primero en irse  de nuevo? Lo haría yo antes que él, y ver a Mariana una última vez significaba desaparecer por completo de la vida de la familia Ibáñez. Diego Ibáñez incluido. 

     Como no soy lo que se dice predecible, me marcho de inmediato. 

     Cojo las llaves del coche, mi bolso y el maldito teléfono en el que voy tecleando ya. 

Voy a ver a tu madre, he pensado en despedirme de ella antes de que me lo prohibas➡️

Seguramente pase también la noche allí, estará encantada con mi compañía cuando me vea fuera del restaurante➡️

Muchas horas que nos dará para hablar de todos estos años que no me ha visto➡️
Quizás así descubra esa culpa que la carcome sobre ti ➡️

➡️No lo hagas, por favor.  

Ven a impedírselo si tienes huevos➡️
Un beso, cariño➡️

     Dejo el móvil en el bolso en cuanto he llamado a Mariana para decirle de mi visita y arranco el coche, no veo el momento de llegar. 

     A medida que avanzo, y menos queda para verla, más suena mi teléfono, tanto en llamadas como en mensajes. 

     Diego ha de estar muy enfadado. 

     Media hora después estoy entrando en casa de Mariana. La puerta me la ha abierto Lola, la que está hoy con su madre. Perfecto, más información que obtener. 

     Tras un beso a mi excuñada, que me lo devuelve con un fuerte abrazo, paso a ver a su madre. 

     —Buenas noches, sé que es tarde y no he avisado, pero tenía la noche libre y pensé en cenar con vosotras y en echar una mano —digo cuando ya beso a Mariana, la que todavía descansa en el sofá antes de pasar a la cama. 

     —Me vendrá bien la compañía, mamá duerme mal últimamente. 

     —No deberías haberlo hecho, Diego puede molestarse, cariño —me dice una madre temerosa de enfrentarse a su hijo. ¿Por qué ese miedo? 

     —Mariana, Diego puede hacer lo que quiera, yo en cambio prefiero estar aquí. 

    —Pero no puedes venir sola. 

     Lola, que ha visto mi llegada desde la puerta del salón, de donde no se ha movido todavía, habla con su madre:

     —Dejemos de cubrir a Diego, mamá. Raquel no se lo merece. 

     Me giro a mirar a Lola, su actitud me desconcierta. Pero mira, me vale, vine a buscar información y creo que ella me dirá más que su madre. 

     —Tú hermano nos pidió el favor de mantener a Raquel aparte. 

     ¡¿A parte de qué, joder?! 

     —Vosotras me decís qué me oculta Diego, y yo os digo lo que os oculta a todas. 

     Es un intercambio justo, mi divorcio por… ¡Coño!, ¡eso es precisamente lo que necesito saber, lo que aún no me dicen ellas! 

     —No puedo traicionar otra vez a mi hijo ahora que lo he recuperado. 

     —Vamos, mamá, deja de defenderlo. Diego no tuvo en cuenta tus sentimientos cuando se marchó la primera vez. 

     —Estaba en su derecho. 

     —Se comportó como un crío caprichoso, ninguna de nosotras salió huyendo de esa manera tan cruel. 

     —¡Lo hizo por no lastimar a su mujer! 

     Esa soy yo, o al menos era su mujer en aquella época. No entiendo mucho, en realidad ni mucho, ni poco. ¡No entiendo nada!

     —¿Y qué hay de mí?, yo ya tenía hijos, mi decepción fue el doble y no por eso lastimé a nadie.

     No quiero que esto dure más, si hablo de mi divorcio tal vez consiga que suelten la lengua de modo que las entienda. 

     —Mariana, en realidad Diego y yo estamos… 

     Cuando quiero hablar me veo interrumpida por el sonido de la puerta principal en su cierre brusco. ¡Muy inoportuno, joder! 

     Ninguna de nosotras tres tiene dudas, sabemos quién es con ese carácter tan agrio para cerrar puertas hasta derribarlas. 

     —Hijo, menos mal que has llegado. Yo no he querido hablar como me pediste, pero Lola se empeña en decirle todo a tu mujer. 

     —Quizás Diego esté dispuesto a  contármelo todo ahora, Mariana. 

     ¿Te has marcado alguna vez un farol? Pues yo acabo de hacerlo con toda la baraja, mis cartas quedan expuestas y creo que hoy salgo de aquí sabiendo esa verdad de Diego. 

     Por la cara que pone, he conseguido cabrearlo más. 

     —Lola, puedes dejarnos un momento a solas, Raquel y yo hablaremos  con mamá. 

     —Diego… 

     —No me hagas volver a pedírtelo, porque todavía puedo cumplir mi amenaza y esta vez no serán tres años. 

     Y su hermana acepta un chantaje que yo desconozco. 

     Besa a su madre, luego se acerca a besarme a mí y por último se marcha a la planta de arriba. No se ha despedido de Diego. 

     —¿Quién empieza? —lanzo la pregunta mirando a ambos, las miradas es lo único que nos mantiene conectados, la frialdad entre Diego y yo es abismal. 

     —No creo que yo deba estar presente, hijo. 

     —¿Por qué no? Se lo dejaste bien claro la última vez. Eres la culpable de que yo dejase de veros a todas, de que quiera marcharme otra vez. 

     Miro a Mariana, sus ojos están húmedos.. ¡Así que es cierto que se va! 

     Corro a consolarla, me arrodillo delante de ella. No será mi madre, pero a lo largo de todos estos años la he querido como tal.

     —Mariana, ¿qué ocurre? 

     Ella busca la aprobación de su hijo y comienza a hablar, o cree que lo hace entre sollozo y sollozo que no me deja entender nada. 

     —Hasta que Paco murió yo no les pude contar la verdad de su enfermedad a mis hijos. Y lo hice en cuanto faltó porque no quería ese futuro para ninguno de los cuatro mientras pudieran evitarlo.

     El padre de Diego estaba enfermo desde hacía años, totalmente dependiente de su familia, sus facultades físicas y cognitivas estaban deterioradas al punto de ser casi un vegetal, necesitado de todos los cuidados. 

     —¿Evitarlo cómo, mamá? ¡Tuviste cuatro!, ¡cuatro hijos por tu propio egoísmo!

     —¡Tu padre jamás me lo dijo hasta que él enfermó y me hizo prometer que guardaría silencio con vosotros! Para daros una vida normal.

     El grito de Mariana es desgarrador, como si esas palabras llevasen años luchando por salir de su garganta. 

     —Y tú me has hecho prometer lo mismo ahora que has regresado con tu mujer, Diego, ¿quién es el egoísta de los dos? 

     De nuevo esa soy yo, no creo que haya otra señora Ibáñez en su vida. 

     Me levanto del suelo y los miro enfadada. 

      —Basta ya de acertijos, de mentiras y de promesas de silencio. Quiero saber qué ocurre conmigo y contigo, Diego. 

     La espera dura poco, al menos no se trata de otros tres años. 

     El Diego que una vez conocí, de mirada tierna que evidencia su amor por mí, se sitúa delante para que no pueda huir de él y sus palabras. Le está costando hablar, algo le duele demasiado. 

     —Raquel, mi amor —mal comienza para hacerme sentir mal también—, cabe la posibilidad de que esté enfermo. Que de aquí a unos pocos años esté como mi padre antes de fallecer. 

    —¿Qué? 

     No puedo evitar pegar un grito de sorpresa, el que he intentado acallar con mi mano sin conseguirlo. Muevo la cabeza, me niego a que esa información entre en ella. 

    —¿Cómo? —logro decir sin apenas voz. 

    Mariana llora, Diego no lo hace, pero ha tenido que hacerlo mucho durante estos tres años porque ahora entiendo ese carácter serio. 

     —Por la herencia del gen de Huntington. De padres a hijos, ya sabes —dice tragando saliva, no creo que pueda hablar mucho más. 

     Ha sido oír la palabra “hijo” y  automáticamente mirar mi barriga, la que Diego también mira. ¿Lo ha hecho por mí? 

     —Mañana mismo podemos dejar de tomar la píldora, ¿qué te parece? Tu padre ya no está y Mariana podrá disfrutar de su nieto y tú podrás hacerlo de tu hijo —le dije nuestra última noche en la cama, cuando nuestras caricias retomaban las ganas de amarnos una vez más. 

     —¿Tanto deseas tener un hijo, Raquel? 

     Es ahora que puedo recordar sus ojos tristes al preguntármelo, y yo pensé que era por la muerte de Paco. 

    —Tuyo sí. Piénsalo, mi amor —y yo sonreí sin percatarme de su dolor—. Un mini Diego que me ame tanto como tú o una mini Raquel que te amé tanto como yo. Será genial, algo tuyo y mío. 

    —¿Y si no pudiéramos tenerlo? 

    —Pues nos quedaremos los dos solitos, entregándonos todo ese amor

     Y ese beso que me dio en la frente antes de dormir, con la promesa de hacerlo al día siguiente, fue el último que me dio. 

     Mis ojos se cruzan con los suyos, luego lo hacen con los de Mariana, que están inundados de lágrimas. 

     No puede ser que a Diego vaya a pasarle eso tan cruel, lo prefiero lejos y sano, que enfermo y dependiente de nosotras. 

     —Necesito irme, lo siento. 

     —Raquel, espera. 

     —Déjame —le pido evitando su contacto. 

     Esta casa jamás tuvo una salida tan complicada. Me he golpeado el hombro con el quicio de la puerta del salón al cruzarla, he tropezado con el perchero de la entrada principal sin llegar aún a ella y casi ruedo abajo los tres escalones del jardín. Y todo porque yo lloro de igual manera que lo hacía Mariana y no veo una puta mierda. 

     De hecho no consigo identificar cuál es mi coche hasta que el dispositivo de la llave ilumina las intermitencias. 

     Pero el oído me funciona de maravilla cuando antes de meterme en el coche puedo oír a Diego llamarme a gritos para que no arranque el motor. 

     —Quítate, imbécil, o soy capaz de atropellarte —le amenazo cuando ha optado por ponerse delante y no dejarme salir del aparcamiento. 

    —¡No! Ahora vamos a hablar tú y yo. 

     Y una mierda. He perdido la cuenta de las veces que se lo he pedido, directa o indirectamente, estas semanas, ahora yo no quiero saber nada. 

     Salgo del coche y me voy hacia él. Le golpeo en la cara como he deseado hacer tantas veces estos tres años, y de manera más intensa desde que me dijo que me amaba. 

     —Ahora soy yo la que no quiere tus explicaciones —le digo queriendo volver a subir al coche. 

     —¿Ni siquiera si te digo que todo lo hice por ti?, ¿para que me odiases y pidieras hacer tu vida con otro? 

    —¡Tú lo has dicho, mi vida, Diego, mi vida!, y solo a mí me correspondía decidir con quién compartirla. Me negaste la oportunidad de escogerte. 

     —¿Y no saber si te quedabas conmigo por lástima cuando te lo dijera? —me pregunta dolido. 

    Por un segundo puedo entenderlo, pero eso no justifica que lo hiciera así. 

     —¿Dudabas del amor que te tenía? —le pregunto yo ahora igual de dolida. 

     —No es eso, ¡joder! —grita para hacerse entender—. ¡Era ese hijo que tanto querías tener conmigo! Te quedabas al lado de un hombre incapaz de hacerte feliz con tu mayor anhelo, era demasiada apuesta por un amor condenado, ¿no crees? ¡Tener un hijo que pudiera enfermar!

     —También perdí con tu abandono, ¡no fue mejor la alternativa que me diste porque sigo amándote! —le digo abriendo ya la puerta del coche. 

    —Raquel… 

    Pongo el coche en marcha para poder salir del aparcamiento, pero de nuevo él se apoya en el capó. 

    —Mi retirada no tiene sentido si tú no rehaces tu vida, ¿no lo entiendes? 

     —Quítate de ahí o lo próximo que llore tu madre será tu muerte. 

    —Raquel, ¡tenemos que hablar! ¡Baja del puto coche! 

     Y lo único que oye de mí es que piso el acelerador buscando que se aparte de una puta vez de mi coche. De mí. 

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