2.
Me acerco a la mesa con la ronda de bebidas para celebrar el cumpleaños de la primera de nosotras que hace los cuarenta: el refresco de Tamara, mi vino blanco, y el mojito de Alicia. Tres elecciones diferentes, como las tres amigas diferentes que somos desde que nos conocimos en el instituto. Sí, Alicia ha optado por algo más fuerte esta vez para terminar la noche del cumpleaños de la “posible” embarazada, odia los inconvenientes que se salgan de su agenda y ese “posible” embarazo lo es, así no tenga que ver con ella. Yo no, sigo con el vino porque aún controlo las calorías del alcohol, me cuesta la vida perder un gramo.
Al terminar la cena nos hemos decantado por la azotea del hotel EXE, la buena temperatura, a mediados de octubre que es, acompaña. La idea de ir a una discoteca se anuló la semana pasada como apoyo moral hacia Alicia, la aglomeración de gente y ella no se llevan últimamente bien porque padece de estrés tras el nacimiento de su hijo.
Estrés que parece haberle contagiado a Tamara, que ya en la cena tras llorar lo más grande consiguió contarnos que aún no sabe si está embarazada y que tiene pánico a hacerse la prueba, puesto que duda todavía de querer tenerlo si fuese positivo.
Tengo que admitir que su marido, tras aquella crisis que tuvieron cuando la concepción de la peque Alicia, no es santo de mi devoción. Pero entiendo que lo que menos necesita ahora Tamara es oír de mí que Guille es un cerdo que no usa gomitas, ya bastante tiene con que él esté a cuatrocientos kilómetros de ella en un día tan especial como es hoy.
Por eso prefiero cambiar de táctica y no insultar a ese cerdo.
Les contaba mis asuntos de trabajo para hacerles reír. Entiéndase por esos asuntos el rollo que mantengo con mi empleado Jesús, el nuevo encargado de veintinueve años, moreno y de ojos azules tipo Maxi Iglesias o el mismísimo Jesús Castro, no me decido a quien se parece más cuando se los miro.
Y es que soy la única con vida sexual tan diferente que puedo tener historias que contar.
Alicia y Fabio se aman hasta el punto de hacerte odiar, como diría ella, que tú no tengas ese grado de confianza, pasión y respeto con nadie después de doce años de relación. Son monógamos, tradicionales y a veces hasta aburridos en sus carantoñas.
Tamara y Guille llevan veinte años juntos, y es todo tan rutinario entre ellos que ya parece que solo follan para tener hijos.
Alicia casi se cae de la silla al imaginarme en la cámara frigorífica, hace semanas, encerrada con Jesús a punto de la congelación, tras un problema con el cierre del interior. Pero vuelvo a repetir que fue porque lo necesitaba, fue un calentón que tuve que poner bajo cero sin importarme donde me desfogaba en ese momento o si él era mi empleado o no.
Y es que puedo ser muy explícita al hablar de sexo, ni siquiera Alicia, estable en su matrimonio, llega a ese grado de sinceridad al hablar de sus relaciones con Fabio, y a Tamara la di por perdida cuando entregó su placer a cambio de sus hijos.
—Así que Guille me llevará a un hotel de esos con spa cuando regrese, ese será su regalo —dice una Tamara entusiasmada con la idea de pasar dos días en un hotel con su marido, sin niños, sin clases de inglés o guitarra, carnet de conducir, salón de belleza que gestionar, sin casa que limpiar. Solo ellos dos.
—Pide la chocolaterapia —le aconseja Alicia. Y yo la apoyo.
—A mí me la regaló Joaquín.
—¿Qué Joaquín? —me pregunta Tamara intrigada, vaya, de nuevo consigo que esté pendiente de otra cosa que no sea su “posible” barriga o el rancio de su marido.
—Sí, hombre, Joaquín, el que se tiró después de Rodrigo, el compañero de Fabio, aquel que le arregló el coche… —dice Alicia dando las indicaciones por mí—. Y los bajos… del coche, por supuesto —añade riendo.
—Pues bien que lo hace, guapa, y con la lengua además —replico yo riendo con ella.
—¡Raquel!
A Tamara le falta taparse los oídos. A mí no me importan esos comentarios, después de todo es la verdad.
—Ya. Tiene que hacerlo muy bien cuando le llevas el coche cada dos meses para llenar las ruedas —continúa Alicia como si le estuviera haciendo publicidad a su taller de mecánica del automóvil esta vez. Se trata de su deformación profesional, le encanta su trabajo, apenas tiene vida fuera de él. Mi amiga es una de las mejores publicistas del país y no puede pensar sin parecer un puñetero anuncio de televisión—. Ya veo yo qué pitorro utiliza el tal Joaquín para hinchar…
—No hables de hinchar nada ahora, mujer, que aquí nuestra Tamara se tragó el pitorro de Guille y no sabemos si explotará de aquí a nueve meses —le digo riendo.
—No tenéis remedio —comenta ella toda santurrona.
¡Como si sus tres embarazos anteriores fuesen obra de "La paloma"!
Debería soltarse un poco la melena, entiendo que lleve casada con Guille veinte años y que su matrimonio se haya desgastado con tanto viaje de trabajo y tanto niño, y tanto problema económico, y tanto agotamiento físico, y tanto pesimismo… pero nunca fue así de beata como ahora, ha ido cambiando conforme cumplía años, es como si su humor sarcástico, sexi y divertido se apagase con sus velas.
—Venga, cariño, que es tu cumple, suéltate el pelo —le pido con un mohín de coña.
—Y luego si quieressssss….., el sujetadorrrrr —canturrea la otra que, ya veo, no tiene mojito que beber, pero le da igual si se trata de hacer el ridículo.
Creo que Alicia está desatada hoy, algo le pasa para que actúe así de loca olvidando su estricta perfección. Tamara y yo debemos hablar pronto con Fabio.
—¿Creéis que será muy caro eso del chocolate? —pregunta la pobre Tamara algo más metida en la conversación, pero igual de preocupada por su economía.
—Te la pagamos nosotras como regalo, no te preocupes —propone Alicia con un brindis de mi vino blanco a la espera de que llegue otro mojito para ella, en lo que yo estoy también de acuerdo y le arrebato la copa para que no beba tanto.
Total, ya le pagamos la ortodoncia al pequeño Guille por Navidad o el viaje este verano a Ibiza, de Silvia, por sus buenas notas de primer año de universidad. Las clases del carnet de conducir fueron su regalo de cumple del año pasado, que hasta ahora no se había atrevido a iniciar.
—Cuidado si aún no estás preñada, porque yo no me pude quitar a Joaquín de encima el día que me la di —suelto para que las risas regresen a la mesa.
—¿Y cuándo te quitas tú a los tíos de encima? —pregunta Alicia riendo más—. A veces pienso que Diego tuvo que dejarte hecha una mierda tras el divorcio para que no hayas parado de tírate a cuanto tío se te pone por delante.
Y yo a veces olvido que la amistad que nos une proviene del instituto y que por mucho que quiera aparentar que puedo vivir sin Diego, mis amigas son tan listas, intuitivas, espabiladas y cabronas que me conocen solo con mirarme a los ojos.
—Es lo que tiene haber estado ocho años con un eyaculador precoz, necesito recuperar el tiempo perdido.
Ahora cierro los ojos y pido perdón a Diego por dejarlo así de mal delante de ellas. Él, al que ningún otro hombre podrá igualar nunca en mi cama y el que no necesitaba tocarme para hacerme estremecer. Solo él.
Las risas de mis amigas no se hacen esperar, los brindis tampoco, que ya han traído el mojito de Alicia.
—Por Jesús, que es quien tendrá que soplar ahora —digo yo.
—¡Por esos polvos que te quedan antes de que el chichi se te seque con la menopausia!
—Por ti, cariño, que eres la dueña de tu cuerpo, tu tiempo y tu vida, que nadie te diga lo contrario.
Han hablado por turnos para que no me perdiese detalle de sus buenos deseos para mí. Alicia y Tamara me animan a disfrutar del sexo, de mi libertad femenina, de la excitación de mi cuerpo. Pero ninguna se acuerda de que en realidad no me gusta estar sola y que yo lo que quiero es sentirme unida a alguien, como ellas.
Tal vez no me conozcan del todo y solo yo tenga la culpa de que piensen así, por demonizar a los hombres desde que Diego me dejara de un día para otro hace tres años. Tal vez que les diga que me tiro a diestro y siniestro todo pene que se me pone por delante tenga mucho que ver para que esa sea la visión que doy, pero ¿cómo voy a decirles que me muero por una llamada de Diego?, ¿que necesito verlo una última vez porque ni siquiera fue capaz de firmar los papeles del divorcio delante de mí?
Que haya salido el nombre ahora de Jesús me hace sentir ruin y mala persona.
He metido a ese muchacho sin querer en una mentira, una que yo he engordado un poquito para mi conveniencia. Sí, es cierto que hubo besos y magreo en la nevera del restaurante entre nosotros, pero hasta ahí. En cuanto le metí la mano por el pantalón y palpé su miembro duro, decidí que no iba a mezclar trabajo y placer, primero, porque yo era la jefa y debía mantener una imagen, segundo, porque me acordé de Diego, como siempre ocurre al buscar mi satisfacción con otros, y su propia imagen esa vez no me excitó, sino que acabó con mi libido.
Me río a carcajadas, es lo que últimamente hago para poder seguir adelante.
—Son ya cuarenta años —dice de repente Tamara.
Me hubiera esperado ese comentario de Alicia, no es ningún secreto que está acojonada por llegar a esa edad, y desde que fue madre, más. No se ve atractiva para su marido, no se ve buena madre para su hijo. A mí en cambio también me da igual, estoy en ese plan que todo me resbala.
Tamara ha pensado lo mismo y las dos miramos a Alicia.
—Estoy mirando tu barriga y recordando que no puedo, que se vería muy feo abrir mañana los telediarios con la noticia; posible embarazada muere por un tirón de pelos.
—Vamos, cariño, relájate, es una cifra en el curso de una vida —le digo yo—. La edad está en la mente; Open your mind, Alice. —Y tengo la impresión de que yo no me libro, que ese tirón de pelos me lo llevaré hoy.
—Exacto, Raquel. ¿No tienes la sensación de que te estás perdiendo algo, Alicia? —dice Tamara en su propia defensa.
¡Ay, joder! que tendríamos que haberla dejado llorar hasta que se le secasen los ojos, así al menos no se habría puesto en plan psicóloga ahora.
Tamara lee tantos libros de autoayuda que necesita expandir su conocimiento con los demás, lo intenta en la peluquería a diario, pero sus clientes la ignoran como no podemos hacer nosotras porque la queremos.
Tomo un trago de mi vino, que por cierto voy a pedir otra ronda porque se avecina una de sus charlas. Luego miro a Alicia, sus conversaciones sobre sexo, así tenga que mentir yo sobre mis experincias, me gustaban más.
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