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19.

—No es justo, tía Alicia, Mateo no sabe andar y ya tiene el balón de la liga —dice un enfadado Guille con un puchero de pena.

     —Ven aquí, campeón —le digo mientras lo siento en mis piernas, en el sofá. 

     Cuando Tamara me dijo ayer que pasaría por mi casa hoy para contarme del regalo de Jesús, su llamada de teléfono me pilló en el centro comercial con Fabio mientras comprábamos ropa para Mateo, y entonces me pareció buena idea hacerle regalos a los chicos, también. Dentro de un mes será Navidad y no sé qué hará el tacaño de Guille en cuanto a los regalos de sus hijos cuando sepa además de la demanda de divorcio que Tamara está por poner. 

     —Hagamos un trato, ¿sí? —digo al niño que me mira esperanzado por tener un balón—. Como es cierto que Mateo es un bebé, tú podrás utilizar todas sus cosas y te la podrás llevar hasta que él pueda caminar. Solo si prometes que se las vas a cuidar. 

    —Pero el balón se ensuciará —replica con total lucidez. 

    —Vale, el balón entonces será tuyo. 

    —Yo quiero el coche, madrina —Alicia mete su naricilla en la conversación y mueve ya el coche hacia atrás para que salga disparado por el salón. 

     —El coche es tuyo, vida mía. 

     —Dejad a la madrina, e iros al patio con Mateo y Luna. 

     Tamara echa a sus hijos del salón sutilmente, se le ve entusiasmada y deseando contarme ya qué le ha regalado Jesús. 

     —Vamos, Tamy, ¿dónde está? —Uy, creo que yo estoy igual de ilusionada que ella, he dado unas palmitas ridículas de animación. 

    Ella saca de su bolso un llavero, con varias llaves. 

     —¿Tienes que ir a recogerlo antes? —pregunto sorprendida. 

     —No seas tonta, es el llavero. 

     Raquel, que se ha apuntado a nuestra quedada improvisada, se mea de la risa. —sí, la tuvimos que llamar porque de enterarse que quedamos sin ella, ahora que está tan aburrida sin su despropósito de conquistar  al capullodemierdaegocentricoquesolopiensanél, nos hubiera matado—. Menos mal que está en el sofá, porque está tirada en él agarrándose la barriga. 

     Yo también me descojono. 

     —Podría haberlo comprado al menos en el Corte Inglés,  te financian las compras. 

     Y mi comentario hace que Raquel menee las piernas en el aire y diga:

    —Tengo que revisar su contrato y subirle el sueldo. 

    Yo me río aún más. 

     —¿Qué puedo esperar de dos pijas consentidas como vosotras? —Tamara pone los ojos en blanco. 

     Esa actitud difiere mucho de la que había tenido hasta ahora en nuestra reuniones, no se siente atacada por nosotras, no se considera inferior ni menospreciada por nuestros comentarios o nuestro dinero. ¡La leche! Me da que esta ha tirado todos sus libros de autoayuda a la basura y que mandará al paro a más de un psicólogo. 

     —Ey, para ahí —se defiende Raquel— la pija es esta, que le ha comprado a su hijo un sonajero de Tous —se queja ahora por mí. 

    —¿En serio, Alicia?, ¿de plata? ¡Mateo puede hacerse daño con él! 

    —No es cierto, ¿o sí que se lo haría? —Y ya no me parece tan mono como cuando lo compré si la mamá experta rechaza su funcionalidad. 

    —Tú por si acaso compra uno de silicona, o mejor aún, te doy el de Alicia. 

     —¿Usado? 

     Raquel se ríe ahora de mí cuando dice que puedo comprarlo por AliExpres. 

     Y Tamara, a la que le parece una gran idea esa de comprarle a Mateo su primer sonajero práctico, me dice que ella lo hará mejor a través de la aplicación de Amazon. 

     Vale, eso nos deja a Raquel y a mi calladas, aunque la palabra “muertas” puede describirnos mejor. Estamos quietas, blancas y, creo que de tocarnos, estaremos incluso frías. 

      —Jesús me ha enseñado la App, ya veréis qué cosa más mona le compro.

     —¿Tienes crédito? —pregunto ya reaccionando para quedarme otra vez helada. ¿No tendrá que guardar propinas para comprarlo ni pedirnos el dinero a nosotras? 

     —Desde hoy sí, he puesto el salón como aval para mi tarjeta. 

     —¡Eso es maravilloso, cielo!

     Miro a Raquel, tiene que decir algo ella también, nuestra amiga se lo merece, ha demostrado tener una valentía increíble. Mañana viernes tiene cita con un abogado matrimonialista que le he recomendado, su salón de belleza despegará gracias a su esfuerzo y difusión en las redes y hoy por hoy esa mierda de llavero la hace tan feliz que no necesita nada más para sonreír así. 

     —Definitivamente, tendré que subirle el sueldo a Jesús. Le entrego a mi amiga, la insegura, tímida y retraída Tamara, y el cabrón me devuelve, en menos de una semana, a una mujer firme, atrevida y con gustos extraños por los regalos usados. 

     Tamara en vez de enfadarse o decir alguna burrada levanta el llavero de Jesús en alto para darle un beso. 


     Llegamos a casa tras una tarde de paseo en el parque. Yo llevo el carro de Mateo, así se lo he pedido a Fabio quien no se ha negado, al contrario, ni siquiera ha intervenido en mi decisión. 

     Por primera vez no hemos necesitado a Luna, y creo que ella, después de todo, agradece su día libre. Desde nuestro encuentro del domingo en el centro comercial la he notado diferente conmigo, quizás no quiera hacer algo inapropiado con Fabio para que yo no enloquezca o algo parecido. 

     —Dirás lo que quieras, pero Luna me evita. 

     Entramos a casa y retiro el forro que cubre a Mateo, la tarde estaba fría, pero aquí dentro no lo necesita. 

     —Han pasado cuatro días, ¿por qué hoy precisamente desconfías de ella? 

     —No tiene exámenes y nos ha pedido la tarde libre para estudiar. 

     Fabio me mira desconcertado. 

     —¿Sabes los días que Luna tiene exámenes? 

     —Por su puesto, ¿no pensarías que iba a dejar a Mateo en manos de la primera universitaria que respondiese a la oferta de trabajo? Tiene veinte años, por dios, Fabio y muy  pocas responsabilidades, no podía dejarnos un día colgados y obligarme a coger a Mateo en brazos...

     Ahora que parece que yo estabilizo mis emociones, es Fabio quien no equilibra las suyas. Se ríe nuevamente de mí. 

     —¿Así como estás haciendo en este momento? 

     —¿Qué? 

     Miro al niño en mis brazos, es Mateo, mi hijo, que lejos de ponerse a llorar me sonríe. Yo lo que me pongo es nerviosa. 

     —Ay, Fabio, cógelo, cógelo tú —le digo cuando me doy cuenta de lo que he hecho. Intento pasarle el niño, pero él retrocede unos pasos—. No seas idiota y deja tu estúpida terapia de choque a un lado, Mateo se me puede caer de las manos. 

     —Lo estás haciendo muy bien, cariño, te sale natural. 

     —Natural una mierda. No me tomes el pelo y coge al niño, Fabio. 

     Mi marido niega con la cabeza, esa expresión me dice que quiere algo a cambio. 

     —¿Qué quieres? 

     —Hoy le das de cenar. 

     —Solo te ayudo a bañarlo —contraataco su oferta. 

     —Cena. Y sola. 

     —Baño. Y a medias. 

     Mateo ríe a carcajadas, ¿intuye,  con cuatro meses, la presión a la que me está sometiendo su padre? Me quedo embobada viendo su carita feliz. 

     —Alicia, ¿le das la cena o no? —interviene Fabio con sus brazos abiertos ya. 

     —Sí, sí, pero cógelo, por favor. 

     Libre ya del niño me siento en el sofá, Fabio y Mateo lo hacen junto a mí. 

     —Ha sido un gran paso, cariño —me dice el único de los dos hombres que puede hablar, el otro toca sus manitas en lo que podría ser un aplauso. 

     —Ha sido una imprudencia, Fabio. Mira como estoy todavía. 

     Para que vea cómo tiemblo le enseño mis manos abiertas con las palmas hacia arriba y es entonces cuando Mateo, sentado en las piernas de su padre, echa sus propias manos hasta alcanzar las mías. 

     —A él parece haberle gustado. 

     Mis manos se relajan al entrar en contacto con las de Mateo, a decir verdad mi cuerpo entero lo hace, y de pronto siento la necesidad de acariciar su piel. 

     Fabio, que presiente lo que anhelo, me pone al niño encima, mirando hacia él. Mateo que no es tonto se agarra a mis dedos índices y mueve su cuerpo queriendo que yo lo meza. 

     —Disfruta contigo —dice Fabio cuando me ve moviendo las piernas para mecer a Mateo. 

     —No lo creo, lo haría con cualquiera que lo mueva así. 

     —¿Por qué no quieres ver que tu hijo está encantado contigo?

     —¿A dónde vas? —pregunto cuando veo que se marcha. 

     —A preparar su baño. 

     —No me dejes sola, Fabio. Joder, vuelve. —Y aunque suene a orden, es un ruego. 

     Mateo gira su cabecita hacia mí, ¿este niño siempre sonríe? 

     —Cambia esa cara, Mateo, no has ganado todavía. Y no entiendo que estés tan a gusto conmigo, yo no sé hacer de madre, ¿sabes? Estás mejor con papá o con Luna, hasta Silvia lo puede hacer mejor que yo. 

     El niño que parece oírme empieza a llorar. 

      —No, no, perdona, no te dejaré con Silvia, a ella olvídala, con Tamara, ¿sí? Incluso la tía Raquel lo haría bien. Pero ¿por qué sigues llorando? No cenas hasta dentro de una hora. 

      Muevo mis piernas con más brío para ver si así se calma y gracias a eso es que el aire se vuelve insoportable. 

      —¡Mateo, coño! ¿Ese olor es tuyo? 

     Levanto el cuerpo del niño por sus axilas y lo separo de mí. Él, que se ve colgando en el aire y lo toma como un juego,  otra vez ríe. Bien, es el momento idóneo para llevárselo a Fabio. 

     Corro las escaleras para que la bomba fétida que llevo encima no me acabe estallando en la cara a través del pañal. Entro al dormitorio de Mateo donde Fabio ya está terminando de preparar el agua. 

     —Te encargas tú hasta que yo me acostumbre. Y no admito discusiones. 

     Mi marido sonríe, coge a nuestro hijo y ambos me observan, y yo puedo saber qué piensa Mateo con ese gesto. 

     Mierda, no me he negado del todo, solo he dicho que he de acostumbrarme a ese olor. Mateo me ha ganado al fin. 

     En los dos días siguientes compruebo que la leche y papillas que toma Mateo han de ser muy buenas, pues cumplen su función digestiva a la perfección cada dos horas. Lo alimentan, lo dejan tranquilo y saciado y en la tercera hora, antes de su siguiente toma, ya están saliendo de su cuerpecito. He llegado a pensar que el niño se está vengando por cuatro meses de inactividad por mi parte, si no, no es posible que expulse de esa manera. 

     Y hoy viernes es el día que Fabio ha escogido para dejarme sola, pero no del todo, claro, porque Luna estará pendiente de mí desde la planta baja a través del monitor de escucha de Mateo, solo tengo que gritar si no me veo capaz de cambiarlo y bañarlo, cosa que me parece estúpida por parte de ellos, su plan hace aguas, si grito no hace falta interfono, ¿no crees? Pero bueno, entiendo que lo hacen por mi, que así, si yo voy retransmitiendo paso a paso lo que hago, ellos también estarán más tranquilos. 

      —Voy a quitarte tu ropita, ¿de acuerdo? 

      Mateo sincroniza un movimiento de brazos y piernas en el aire que me impiden meter las manos en él para quitar los corchetes de su body. 

     —Deja de moverte o lo llenarás todo de mierda. 

    Ahora se ríe. 

     —Pero ¿tú no puedes oírme sin echarte a reír después? 

     Y encima se le escapa una pedorreta mientras lleva su mano a la boca. 

    —Tu padre tiene que ver esto o no creerá que me estás haciendo boicot —digo antes de coger mi teléfono móvil del bolsillo trasero y sacarle un video. 

     Mateo, que seguro será tan listo como Fabio y yo juntos, que para algo hereda genes en su ADN, parece que me la jugase de nuevo al quedarse ahora callado, solo me mira, y yo no puedo admirar más su belleza. 

     Tiene la cara redondita, con dos mofletes que incitan a morderlos a besos, y unos ojos negros tan grandes y expresivos que pueden pasar por los míos propios. En las fotos se ve genial y se me ocurre enviarle una a Fabio, no sin antes sentir remordimientos al ver que el primer chat de WhatsApp es de Rodrigo de hace días, y que mi marido está muy por debajo de él, en el quinto lugar tras las chicas y mi jefe, en un mensaje que ni un triste emoji de cariño tiene. 

➡️Estoy muy orgulloso de ti, canija. 

➡️Tu primera foto. 

➡️Guárdala junto a esta, que fue su primera foto de verdad. 

    

     Y me envía una de Mateo recién nacido. Yo que no la había visto nunca me asombro del cambio que ha tenido en cuatro meses, ya casi cinco. 

     —Eras muy feo, Mateo —le digo riendo, cosa que no ha entendido esta vez porque vuelve a reír y a mover brazos y piernas. Ahora me da tiempo a grabarlo. 

Y mi primer video➡️

     Le escribo cuando ya se lo he enviado. Fabio contesta con emojis del corazón y yo sonrío al reaccionar a ellos. 

Oye, ¿qué haces con el móvil?➡️

No estarás desatendiendo tus obligaciones, ¿verdad? ➡️

Mira que si te pasa algo… ➡️

Deja el móvil. Joder! Que me pone mala pensar que hay un fuego y tú juegas conmigo➡️

➡️Tranquila, no hay incendio. 

➡️Falsa alarma. Me llamaron por error. 

Pues ese compañero tuyo es gilipollas➡️

¿Como es posible ese error?➡️

➡️El novato, mujer, no se lo tengas en cuenta que si no es por él, no haces la foto de Mateo hoy. 

Solo por eso debes invitarlo un día a cenar con su pareja, podemos hacerle un regalo de graduación si quieres ➡️

➡️😂😂😂

➡️En media hora estoy ahí y te enseño el álbum de Mateo. 

¿Tienes álbum de papel?➡️

➡️3

Haré café, nos dará la madrugada 😂😂😂➡️

➡️Café noooooooo

Será descafeinado😘➡️

      Cuando Fabio cierra el chat con un corazón me descubro con una sonrisa estúpida en la boca, la misma que Mateo tiene, que no ha perdido detalle de mi intercambio de WhatsApps con su padre. 

     —Vamos. A bañarte, que papá llega en media hora. Y esta noche te vas pronto a la cama que papá y mamá no saldrán de la suya. 

     Y mi siguiente foto es un selfie cuando compruebo que soy capaz de coger a Mateo en brazos y hacerlo con una sola mano. El envío está vez es grupal, mi marido primero y luego al chat de chicas. 


     Nunca antes me preocupé por la salud de Mateo, creí que si no me acercaba al niño nada podía ocurrirle. Fueron muchos intentos de fecundación in vitro fallidos antes de su gestación que me hicieron pensar demasiado, si no era capaz de mantener a mis hijos a salvo en mi útero, ¿cómo lo haría una vez fuera de él? 

     Pero en estos días he estado leyendo en Internet inconvenientes habituales de fiebre o cólicos, incluso cómo tratar la salida de sus primeros dientes que ya asoman en sus encías, o eso dice Fabio, porque yo no veo nada en su boca todavía. Sí, hoy tenemos cita con el pediatra para que me aclare algunas cosas, y tengo mucho que preguntarle ahora que lo ausculta. 

     —¿Dónde estudió usted? 

     —¿Disculpe? 

     El doctor no es el único que me mira asombrado puesto que mi pregunta nada tiene que ver con Mateo, Fabio lo hace como si no me conociera, o para ser exactos, como si se avergonzase de mí. 

     —¿Qué puede tener?, ¿treinta y tres, treinta y cuatro años? Es usted un crío.

     El doctor en vez de sentirse ofendido se ríe. 

     —Treinta dos. 

     —Lo que yo decía, ¿qué experiencia puede tener con niños si usted aún no se ha destetado? 

      —¡Alicia?! —Fabio no sabe dónde meterse. 

      —Deberíamos ir a la privada. 

      —Ah, ya veo, es usted una madre paraguas. 

      —¿Paraguas? —Fabio lamenta que ese doctor vaya a perder los dientes con lo joven y mono que es. 

     —Una madre burbuja, Fabio. Este hombre cree que mantengo a Mateo dentro de una para que ni el aire lo roce. 

     —Porque no te vio hace quince días cuando pasabas de él. 

     El codazo que doy a mi marido hace que el doctor se ría más. 

      —¿Piensa devolverme a mi hijo ya, o quiere quedárselo para diseccionarlo en su tesis de final de carrera? 

     —No, se lo devuelvo —dice riendo, y sé que se ríe de mí, pero me da igual. Cojo a Mateo en brazos para terminar de vestirlo—. Solo tendrá que cambiar la marca de leche, le provoca efecto laxante. 

     —Ya. 

    Que me lo diga a mí, que estoy aprendiendo a cambiar pañales. 

     Fabio tarda unos segundos en salir, le estrecha la mano y se despide hasta dentro de dos meses, eso contando que yo quiera volver, claro. 

     Pero el médico, quiere quedar por encima de mí, me detiene justo cuando ya salía con el carro de Mateo por la puerta. 

     —Será usted una gran madre. Algo pesada, controladora y maniática, pero una gran madre. 

     ¿Tan mal está la Seguridad Social que tiene que hacer la pelota a sus pacientes para que regresen? 

     —Y Mateo se va a divertir mucho con usted, ya lo verá —grita cuando ya he cerrado la puerta detrás de mí. 

     Sonrío, puedo hasta notar mi sonrojo. Por primera vez esa opinión de mí está forjada por un profesional de la medicina y no por amigos y familia que me quieren. Estoy feliz, dentro de dos meses vuelvo para que  ese niñato doctor revise a Mateo. 

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