15.
Silvia insiste una vez más en que he de comer, pero yo no tengo ganas. He dormido suficiente y lo que más me apetece hoy sábado es ducharme, arreglarme e ir a celebrar que he aprobado el examen teórico de conducir. Y si me tachan de frívola por no estar llorando tras la hostia que me dio Guille puedo justificarme precisamente con eso. Voy a vivir lo que ese cabrón me ha quitado durante veinte años, no desperdiciaré un día más de mi vida, ni una sola experiencia.
—Tienes que comer, mamá, o Alicia no dejará que te vayas, está en plan madre coraje y controladora.
Sonrío al imaginarla.
—Lo haré luego.
—Está bien, confío en ti. Pero te lo dejo aquí encima, y cuando vuelva luego tiene que estar todo acabado.
Silvia se levanta de mi cama y antes de que llegue a la puerta le digo:
—Serás una buena madre, Silvia.
—Porque tú ya lo fuiste conmigo, mamá.
Mi hija me lanza un beso al aire. Mira, al menos puedo decir que ya me besa al despedirse.
En cuanto oigo la puerta cerrarse me levanto de la cama, es cierto que quiero ducharme, pero antes quiero oirlo otra vez. Una vez más.
Tardo unos segundos en dar con el móvil en la cama, ayer antes de dormir solo hubo una cosa que me hizo sonreír en medio de tanta mierda que Guille dejó en mí. Los mensajes de Jesús que tan bien me hicieron sentir.
🎙️Necesito decirte tantas cosas, Tamy.
🎙️Raquel nunca me obligó a quedar contigo tras la primera cena. Lo quise hacer yo, créeme.
🎙️Y también fue idea mía invitarte a la cafetería, dijiste que lo único que no te gusta del café es hacerlo.
🎙️Por favor, coge el teléfono, quiero oír tu voz, tu risa. Hasta tu llanto si fuera necesario.
🎙️No sé nada todavía del examen, pero no tengo dudas de que lo hayas aprobado, yo sí confío en tu poder.
🎙️Eres una gran mujer, Tamy, y me niego a renunciar a ti. Estaré esperándote.
Y cuando creo que me voy a poner a llorar al oír de nuevo el último mensaje, una sonrisa se apodera de mí.
Jesús está en la puerta de la habitación. Él me mira sin atreverse a sonreír. Corre los pocos metros que nos separan y me abraza.
—Alicia me ha dejado subir. Puedo repetirte cada palabra que dije si tú quieres, ahora.
—No hace falta, no creo que las pueda olvidar nunca —le digo y me permito llorar sobre su pecho.
Sigo en brazos de Jesús pasados unos minutos, ninguno de los dos ha dado el paso para apartarse del otro, yo personalmente no quiero hacerlo. Pero llega el momento de sincerarnos y Jesús busca mi mirada.
—Eres una tía fuerte y valiente. Y sabrás tomar la mejor decisión, para mí, para ti y para tus hijos, después de esto.
—Siento que hayas visto la parte más lamentable de mi vida.
Jesús toma mi mano derecha, la que tiene el corte de esta mañana, y besa la venda a la altura de la muñeca. Luego repite lo mismo con la quemadura, que ya cicatriza, de hace días.
—No creo que haya una parte de ti que no me guste ya, Tamy, incluso la que tu marido ha dejado rota de ti.
—Pero precisamente eso, estoy casada y…
Y ya no sé qué quería decirle de Guille y mi situación matrimonial, incluidos mis hijos.
Él me está besando, haciendo que mi mundo quede reducido a nosotros dos.
—¿Más tranquila ahora? —pregunta Jesús confiado en la sanación que me provocan sus besos.
—No, todavía sigo avergonzada por ti —contesto cabizbaja.
—No quiero que te sientas culpable y mucho menos que te avergüence de nada, ¿me oyes? —me recrimina cuando me hace levantar la cabeza.
—Pero es la verdad. Y no te lo tomaré en cuenta si decides huir ahora que ya sabes...
—No soy un cobarde, Tamy, no saldré huyendo si tú me quieres a tu lado.
Las emociones se me agolpan en los ojos convertidas en lágrimas, que no sé cuánto tiempo podré retener.
—¿Y cómo sabré ya que si te quedas es por la mujer que soy, y no la que creías que era?
—¿Porque no dejo de pensar en ti desde el día de la fiesta? Despiertas en mí, deseo, atracción, ganas de hacerte mía y que nadie más te toque desde lo de ayer. No puedo decirte que sea amor tan pronto, pero por ahora confórmate con saber que quiero estar contigo por la mujer divertida, cariñosa, inteligente y jodidamente sexi que eres. Me importa poco tu marido si tú me das la mínima oportunidad, Tamy. Y tus hijos no serán un obstáculo para mí.
—¿Es así como ligan los de tu generación, diciendo lo que una mujer quiere oír? —pregunto sonriendo. Y Jesús se alegra de verme sonreír porque lo hace él conmigo.
—Son halagos, y así se hizo siempre, solo que hay hombres más sinceros que otros y mujeres más crédulas que otras.
—Yo por ejemplo. Veinte años de fe ciega que no se merecían de mí —digo empañando el momento. No ha hecho falta nombrar a Guille, pero su recuerdo ensombrece mi sonrisa, la apaga.
—Tendremos que trabajar también eso —propone al besar mi mano—. ¿Sabes que puedo enseñarte autoconfianza, orgullo y a dar patadas en los huevos? Será divertido.
—Siendo así, me encantará tomar clases contigo —contesto sonriendo de nuevo—. Y así podré dar patadas al siguiente que no sepa valorarme —acabo diciendo con un guiño de ojo.
—Suerte que no te daré motivos, yo soy de los sinceros y de los que no cesan en su empeño.
Jesús se inclina para besar mis labios con dulzura, temeroso de poder hacerme daño.
De eso nada, que me bese de verdad, con dos cojones. No he esperado toda mi vida la llegada de un auténtico hombre para recibir semejante beso de cortesía.
Sujeto su nuca con fuerza sin importarme hacerlo con la mano vendada, con la molestia que eso me provoca.
—¿Me estás tentando? Porque puedo olvidar que no estamos solos.
—¿Lo consigo? —pregunto ya con indicios de excitación en mi voz.
—Solo será si tu quieres, Tamy —me dice él a su vez con un tono sexi cuando he alcanzado su cuello y paseo mi lengua por su piel.
—No hay nada que desee más ahora mismo que ser tuya.
Él se da por enterado y comienza a retirar la parte de arriba de mi pijama, abre uno a uno los botones sin dejar de mirarme a los ojos. Yo rápidamente retengo su avance cuando ya descubre mis pechos desnudos. Es como si Alicia se hubiera apoderado de mi mente con sus neuras del cuerpo envejecido. No me gustan demasiado mis pechos si tengo en cuenta que no tienen los veinte o los treinta años que Jesús ha de estar acostumbrado a ver en ellos y que dieron de mamar a tres hijos durante varios años.
—No, por favor, no te tapes —me dice Jesús al tiempo que retira mis brazos que ya me ocultaban—. Te dije que ya no hay nada que no me guste de ti.
—Me cuesta dejarte verlos, me muero de la vergüenza —susurro con temor.
—¿Sí?, ¿y qué harás cuando los toque? —pregunta riendo.
Con el temor de una primera vez —después de todo con Jesús lo es— aparto mis brazos riendo también.
Él, sin perder tiempo los toma en sus manos para venerarlos, para acariciarlos como si fueran lo más hermoso que ha visto nunca. Ese tacto, junto a la expresión de su cara de fascinación, hace que se me pongan duros, que un gemido salga de mi boca.
Entonces tomo el cuello de su chaqueta y tiro de ella para besarlo de nuevo, con eso hago que caiga encima de mí, sobre la cama
—Tendrás que ser paciente conmigo, Tamy —dice de repente mientras apoya las manos sobre el colchón—. Nunca antes estuve con una diosa.
—Deja de hablarme así o no respondo.
Jesús sonríe antes de volver a lamer mis labios, los que muerde con dulzura.
—Pues me oirás decírtelo a diario mientras tú quieras estar conmigo.
No sé si lo ha dicho de verdad o es parte de su técnica amatoria, el caso es que la frase ha funcionado como una llave capaz de abrir mis piernas.
Sin vergüenza alguna que me anule más como mujer, lo dejo acomodarse al calor de ellas cuando ya no puede disimular su dureza. Al final es cierto que soy capaz de levantar una erección cual diosa del sexo.
Hoy nadie impedirá que pueda disfrutar de mi cuerpo
O sí.
Alicia y Fabio están en la puerta de la habitación, eso significa que mis hijos pueden entrar también y que no he tomado las precauciones necesarias. Llamo la atención de Jesús para que al menos se vista.
Tras una incómoda tos, por parte de mi amiga, el matrimonio Estevez se hace notar para que nos levantemos de la cama. Y lo hacemos a la carrera mientras nos vestimos.
—¡Hostia puta, el novio de Raquel! —dice Fabio en plan metepatas.
Él recibe un codazo en las costillas de su mujer, que me hace sonreír.
—Yo puedo explicarlo —Jesús se me adelanta, sonrojado por la pillada—. Tamara y yo…
—Jesús y yo…
—Basta —interviene Alicia—. Fabio y Jesús se tienen que conocer todavía. ¿Por qué no vais al bar a tomaros un café?
Fabio rueda los ojos ante la orden de su mujer, que no dudo acatará.
—O una cerveza, o lo que queráis, ¡coño ya!, pero Tamara y yo hablaremos a solas antes de que suban los niños.
Alicia y sus cambios de humor van a terminar con todos nosotros. Fabio echa la mano al hombro de Jesús, y mientras abandonan la habitación le oigo decir:
—Así que Raquel y Tamara, ¿no, campeón? Pues cómo se te ocurra acercarte a mi mujer, no dudaré en utilizar el hacha para dejar inútil tu manguera.
—¡Fabio, déjalo en paz! —grito contagiada del mal humor de Alicia.
—Lo he entendido, Tamara, no te preocupes —se apresura a decir Jesús—. Fabio sabrá toda la verdad, soy de los sinceros.
Y abandona la habitación sonriendo, con ese guiñito de ojo azul que tanto me gusta.
—Jesús que se lo explique a Fabio, ¿no crees? Yo prefiero oír tu versión.
Alicia reclama mi atención, demasiado tiempo he perdido mirando la puerta y soñando con esa profundidad de hielo.
—Lo conocí el día de la cena de Halloween, cuando tenía que hacer que él y Raquel…
—Ah, ya, y cuando viste que está buenísimo, preferiste que hubiera mejor un Jesús y tú.
—¿Qué? Noooo —digo escandalizada, hasta que recuerdo que casi me da un orgasmo solo con el masaje de pies. Me río—. Surgió, Ali. Jamás pensé que pudiera hacerlo tan de repente cuando hablé de traicionar a Guille, pero Jesús, es… ¡con Jesús es todo tan distinto!
Ella se sienta en la cama, junto a mí.
—Cariño, ya sabíamos que jamás hubieras estado con nadie solo por sexo, te mereces algo más. Míranos si no, tú y yo somos dos románticas, nos gusta eso de que nos vean guapas, que nos enamoren, que nos digan cuánto nos quieren. El sexo ya viene luego, si eso.
Sonrío.
—Me siento mal por Raquel.
Alicia levanta la ceja, sabe algo que me oculta.
—Esa es otra romántica aunque diga que lo que hace es follar en vez de hacer el amor.
—Pero Jesús y ella tienen algo.
—Tenían, Tamy, tenían. Estando Diego de por medio ahora no hay tío que se interponga entre ellos. Jesús le partió la nariz a Diego ayer, ¿sabes?
—No jodas.
Y solo de pensar en mi amiga, deseosa de haber sido ella la que golpeara a su ex marido me echo unas risas con Alicia.
—Cálmate, Raquel, entiendo que no puedas venir a verme.
—¿De verdad, cielo?
—Claro, tienes que mear tu terreno, o esa tal Bea se comerá a Diego vivo.
—Tendré que hablar con Jesús, si vas a seguir con él no debe enseñarte chistes tan malos —me regaña riendo.
—¿De verdad que no te importa que él y yo…? —le pregunto por enésima vez desde que hemos hablado del interés de Jesús en mí, algo que no me dejaba vivir desde la conversación con Alicia.
—Ya sabes que no, que me alegro por ti, y siento no haberte dicho toda la verdad de mi relación con él, quizás te hubieras lanzado antes y Guille hubiera acabado con una buena cornamenta antes de hacer lo que te hizo.
—Raquel, por favor.
—Lo siento, cariño, es pensar en tu marido e imaginar mil y una maneras de infligirle dolor. Es tan capullo que un par de cuernos dañará su estima más que una paliza.
—¿Quiere decir eso que destronas a Diego?
—No, que todavía me lo estoy pensando. ¡Pues no que ha invitado esta noche a la vecina a cenar! ¡Vaya mierda de fin de semana que me está dando!
—Haz que mejore, aprovecha para darle celos tú también.
—Uy, Tamy, me gusta esta vieja versión de ti —dice riendo.
—¿Qué versión?
—Esa en la que eras despiadada con los tíos antes de conocer a Guille.
—Déjate de tonterías, nunca fui así.
—Tú por si acaso, avisa a Jesús de que le pitaran los oídos hoy, no voy a sacar a Diego todavía del error. Él tontea con esa mujer, ¿no?, pues yo tengo que tener también mis necesidades cubiertas.
—Ya me cuentas mañana cuando regreses. Adiós, cariño. Y pórtate mal.
—Lo dicho, Tamy, estoy feliz por verte de vuelta.
Al colgar la llamada con Raquel, suspiro, contenta y tranquila. Ya no tengo miedo de romper nada, de que el tiempo no me alcance para hacer las cosas o de no estar siempre dispuesta a satisfacer necesidades ajenas. La versión que fui quizás sea cierto que ha regresado.
La puerta se abre y aparecen la caritas de mis hijos, una encima de otra, según sus estaturas. Me hace especial ilusión ver a la peque, trae en sus manitas una flor.
Cuando les digo que pasen, los tres corren hasta la cama donde no escatiman en besos ni preguntas.
A la de Junior de si he tenido pesadillas y que cómo eran de horribles, se une la de Alicia de si me gustan todavía las chocolatinas, porque por lo visto su hermana le ha dicho que no tengo ganitas de comer. Ella, mi Silvia, es la única que entiende mi estado y su pregunta es la más difícil de contestar.
—¿Más tranquila, mamá?
Asiento con la cabeza, pero sé que ve en mis ojos que no lo estoy del todo.
—Y ahora, contadme, ¿qué os ha dado la madrina para merendar? —les pido para que así Silvia olvide por un momento que estoy aún de los nervios por culpa de su padre.
Las palabras de mis dos chicos se atropellan para contarme que la madrina les ha hecho una tarta de zanahoria light, que la leche que tienen tío Fabio y ella es sin lactosa y que en esta casa no hay pan de verdad porque es de semillas raras que se ven por fuera de la corteza. Ellos y su única preocupación en esta vida, la comida basura, bueno, no, que Junior ha tenido que enseñar al primo Mateo lo que es una pelota porque no tiene ni un juguete propio.
La media hora pasa volando, Alicia entra al dormitorio a por ellos y me despido, hasta mañana, de mis pequeños, que tienen que cenar, Silvia me hará más compañía un rato más. Ambos me besan y me desean que me recupere pronto para poder volver a casa conmigo, creo que es porque no soportarán comer un día más brócoli y sepia con sus tíos.
—Jesús no tarda en subir porque quiere despedirse de ti —me dice una risueña Alicia al inclinarse para besar mi frente. Mis hijos ya están afuera.
—¿No crees que esta relación sea demasiado seria para él?
—¿Por qué? Parece maduro para su edad.
—Pero debería estar tomando algo con sus amigos un sábado por la noche y ligando con alguna chica de su edad, no estar pensando en una mujer pasada de rosca, que ni una cama propia tiene.
—Pues no, el niño guapo con cuerpo de hombre sexi ha preferido quedarse en su casa si no puede estar contigo —me recuerda ella con cara de enamorada, riendo.
—Eso es lo malo, que siempre habrá algo que nos impida vernos, y cuando no sea Silvia será Guille o Alicia.
—Ni sé te ocurra hablar así, ¿me oyes? No puedes negarte esta oportunidad por estar pensando en tus hijos, como siempre, ellos tendrán sus vidas y no reconocerán el sacrificio que hagas ahora.
—¿Y si es Jesús quien piensa en ellos y se arrepiente? No estaré al cien por cien implicada en lo nuestro como podría estarlo alguien más joven sin esa mochila maternal.
—Pues hasta que eso pase tienes que disfrutar de su compañía, no seas tonta que demasiado sola has estado ya. Además, que la única que puede compadecerse por no ser joven soy yo —dice esta vez sonriendo.
—Ya no me lo creo, he visto tu sonrisa cuando miras a Fabio, a ese le importa poco tus arrugas y tus pimientos —digo riendo a riesgo de molestarla. Pero me sorprende.
—Tienes razón, por ahora hemos recuperado nuestras ganas.
—Oye, ¡que tienes a mis hijos en tu casa!
Y gracias a mi amiga y sus risas casi olvido que Jesús es un crío.
—Mamá, mamá. —Entra Silvia atacada de los nervios.
Mi hija está sonrojoda, costará que le entienda algo de lo que me diga. Cuando se avergüenza es capaz de hablar en chino, o al menos así me hace sentir, estúpida por no comprenderla.
—Es él. No sé qué hace aquí, mamá. Mira cómo estoy. —Y me enseña su mano con ese movimiento extraño que se asemeja a un temblor.
Automáticamente pienso en su padre. Miro a Alicia que agarra mi propia mano para infundirme ánimo, ella ha pensado igual que yo.
—Hola, ¿se puede? —dice Jesús abriendo la puerta.
—Mamá, es él. El chico glacial del restaurante.
El dolor en mis tripas se intensifica, ningún analgésico podrá aliviarlo. Porque al temor de imaginar a Jesús aburrido de mí, por mi edad, he de sumar el temor de que mi hija me rechace ahora que le pongo cara al chico del que está enamorada.
4️⃣0️⃣*️⃣
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro