13.
Llegamos a casa justo cuando ha empezado a llover, y me alegro de haber tenido la iniciativa de acompañar a Luna a recoger a Mateo, en mi coche. Supongo que el plástico protector que le pone ella al carrito hubiera podido con estas primeras gotas, pero ahora mismo, y con esta oscuridad, parece que se fuera a partir el cielo de un momento a otro y no lo veo yo muy protector de una tormenta.
Luna parece inquieta, mira la lluvia caer en el patio, a través de la puerta de la cocina.
—¿Qué te ocurre? Cualquiera diría que es ácido —le pregunto mientras me preparo un chocolate caliente, dentro de los estimulantes, este no me daña como el café.
—Me pondré chorreando, y luego tengo clases nocturnas. No me libro de una pulmonía esta semana.
Miro el cielo como hace ella, y como si este me mandase una señal, le digo convencida:
—Vete, estaré bien.
Ella me mira poco menos que horrorizada, y luego lo hace con el niño, que parece que también nos observa a nosotras. Está en su carrito pendiente de su destino a mi lado.
—No puedo, si Fabio se entera…
—Le diré que te lo he ordenado y no te ha quedado más remedio que irte o te despedía. Ya está bien que seas mi canguro además de la de Mateo. ¿A qué no te paga el doble por eso?
Ella sonríe mientras me niega con la cabeza.
—Pues eso, corre a la universidad, no quiero una pulmonía sobre mi conciencia, mañana tienes que estar de vuelta porque no sé de qué humor estaré —la animo a irse con un empujón disimulado.
Estoy lanzada a quedarme con Mateo y ya hasta me hace ilusión.
—No contaba con esto, de verdad que no. Puedo esperar a Fabio…
—Decide; o lo esperas, y soy yo la que te llevo en el coche mientras soportas mi mal humor por haberme desobedecido, o te vas ya para no soportar mi mal humor por haberme desobedecido mientras él llega.
—El caso es que estarás insoportable —dice sonriendo. Y no se da cuenta, pero ya se está abrochando el abrigo para irse.
—Exacto, muy yo —añado con un guiño de ojo.
Luna sale, poniéndose ya el gorro de su abrigo, con un paraguas que yo le he dado.
—Gracias, Luna, y algún día nos reiremos cuando le contemos esto a Mateo.
Ella se ha girado un segundo para mirarme, y yo he podido ver una sonrisa sincera en su cara, ¿nunca antes la vi?
Regreso al interior de mi casa cuando ya no alcanzo a verla, en el instante mismo en el que se oye un trueno ensordecedor. Espero que eso no sea una señal también de lo que puedo liar aquí dentro.
Me acerco al carrito de Mateo, que esperaba solo en la cocina. Ajeno a lo ocurrido, él babea entusiasmado su mordedor. Yo lo observo desde mi altura, cruzada de brazos.
No sé cuánto tiempo pasa entre mis miradas y sus rechupeteos, el caso es que me aburre no poder hablarle.
—Así que ya tienes dientes —le digo para al menos oír mi voz y no terminar asqueada de la situación.
Él, como si me hubiera comprendido, mueve la mano, agitando el mordedor con fuerza en un reto que me dice muy clarito: “¿es que no has visto esto, mujer desconocida? , ¿te crees que lo chupo por gusto?, pues no, no tiene sabor. ¡Me mata el dolor de dientes!”, y lo mueve con tal energía que lo lanza al suelo, a mis pies, para que así lo pueda ver mejor.
Y yo debo de estar en un sueño si creo oír en mi cabeza su voz y sus palabras, y ser capaz de adivinar sus intenciones.
Lo recojo y me enfrento a él como si tuviera los doce años del pequeño Guille, por lo menos.
—No lo vuelvas a hacer, esto no es un juguete, es por tu bien, y no puede andar lleno de gérmenes porque después irá a tu boquita.
Lo lavo bajo el chorro de agua caliente, lo observo un instante y dudo de no hervirlo como he visto hacer a Fabio en más de una ocasión.
Y es cuando el niño me hace una pedorreta que entiendo como burla.
—¡Serás, crío!, ahora te has quedado sin él —le digo indignada mientras él emite una risa, creo que es una risa.
—Lo es. Es un crío de cuatro meses.
Esa voz no es de Mateo, es de su padre.
A mi espalda está un risueño Fabio que nos mira divertido.
—Creí que tardarías en llegar.
—He pedido el fin de semana libre por asuntos propios.
Mi marido suelta en la mesa el macuto de deporte en el que lleva su uniforme, ya veo que no tiene trabajo para un par de días.
Los ojitos le brillan de entusiasmo.
—Quita esa cara de listillo, no estaba haciendo nada con el niño —le ordeno sin rastro de enfado porque también le sonrío.
—Me ha gustado verte hablar a Mateo.
—Le reñía. —Y ambos seguimos sonriendo.
Fabio da un paso hacia mí.
—Le has hablado como lo haría una madre.
—Le he reñido como el adulto de los dos que soy —insisto.
No tarda en alcanzarme y me aprisiona contra la encimera, pone sus manos en ella para dejarme encerrada entre sus brazos.
—Como quieras, el caso es que Mateo ha disfrutado contigo, así como lo he hecho yo al verte.
—¿Tan hija de puta estoy siendo de verdad? —le pregunto cuando recibo su beso.
—No es eso, mi amor, solo necesitas tu tiempo, tu ritmo —dice alejándose de mí para besar también a Mateo, quien parece ahora que se quedará dormido—. Pero eso sí, procura que no sea mucho tiempo o estarás mayor para tirarte al suelo a jugar con él.
Busca mi réplica divertida, sabe que odio mi edad.
—Ni lo menciones —le digo con un susurro, que ya veo al niño casi dormido—, prefiero que me salgan canas y las tetas se me pongan como dos pimientos a padecer de artrosis, reuma o vete tú a saber qué, que me impida moverme.
Fabio se ríe a carcajadas que oculta tras su mano.
—¿Pimientos?, ¿en serio? Ay, cariño, adoro tu neura esa de la edad —me dice cogiéndome de ambas mejillas para exponer mis labios.
—Pero solo cuando no te perjudica en el trabajo, ¿verdad? —Mi mirada de nuevo es de arrepentimiento por lo de la otra noche.
—Eso ya está olvidado.
Ojalá y no haya tenido que soportar muchas burlas de sus compañeros, no debió de ser gracioso que lo llamasen en mitad de su guardia y le dijeran que la loca de su esposa estaba pegando gritos en la comisaría, celosa y amargada.
—Dímelo una vez más —le pido otra vez aceptando su beso y la caricia de nuestras narices.
El aliento cálido y excitante de mi marido me provoca, me obliga a emitir en su boca un “por favor” que él se bebe a besos.
—Haré lo imposible para que vuelvas a sonreír, canija —me dice con la voz emocionada.
—Y yo me tiraría de un puente contigo para conseguirlo.
Mi respuesta motiva a Fabio hasta el punto de devorarme a besos. Nuestras bocas se pelean, luchan por darle placer a su opuesta. Se llenan de gemidos, de “te quieros” que nos devuelven la confianza de pareja.
Y nuestros cuerpos se vuelven cómplices al verse sometidos al morbo del momento.
Fabio levanta mi pierna y se la acomoda en la cadera. Una de sus manos la sostiene en peso, y la otra se enreda en mi pelo para que no deje de besarlo. La embestida que finge, aun con tanta ropa de por medio, es suficiente para humedecerme. ¡Joder! El roce es intenso, se vuelve casi insoportable el calor que me alcanza la vagina, ¡y yo necesito dentro de ella a Fabio!
No me resisto y busco el cierre de su pantalón, el que evito al colar mi mano por dentro. Sigue tan grande y duro como lo recuerdo.
—Ahora tú, Fabio —le pido suplicando. Me tiene ansiosa de sus manos, de sus caricias penetrantes.
Él deja su placer a un lado y me complace, baja mi pantalón hasta los tobillos para arrodillarse ante mi pubis desnudo. Lo primero que hace es besar mi cicatriz, luego ya se detiene en pasar la lengua por ella y lamerla. La piel está tan sensible, tan tierna en ese lugar que siento cada roce multiplicado por mil. No sabía que me gustaría tanto.
Y cuando llega a mi abertura cierro los ojos para concentrarme en su lengua.
Pero la puta señal del cielo de hoy, se repite.
Un trueno hace que Mateo se asuste, se despierte y comience a llorar, cuando yo estoy a punto de cooo… cuando su padre no para deee…
¡No puede ser!, meses esperando y ahora se desata una tormenta. Abro los ojos.
—Fabio, para. Para, por favor. ¿No oyes a Mateo?
Me pone. Me pone mucho ese gesto de Fabio secando sus labios con el dorso de la mano, con esa lengua relamiendo lo que se haya podido dejar en ellos. Pero me calmo, él tiene que atender al niño porque yo todavía no puedo hacerlo.
—Haz algo, anda —le animo con un pequeño empujón cuando ya se ha levantado del suelo y yo me pongo mi pantalón—. ¿Cómo que no lo has oído?
—¿Porque tenía las orejas tapadas? —ironiza mientras mueve el carro de Mateo. ¡Pues no que me ha puesto los ojos en blanco! ¿Se puede ser más desconsiderado?
—¿Y así es como quieres que se calle? Pero ¡cógelo en brazos y arrúllalo!
—¿Lo dices en serio? Acabo de tener mi boca en tu…
—Schh, ¡que puede oírte!
Fabio me mira callado, sonríe. Pero no termina de coger a Mateo que sigue llorando.
—Pero, bueno, ¿se puede saber a qué esperas?, ¡que cojas a mi hijo, joder, que está asustado!
Me tapo la boca cuando me doy cuenta de la cara que ha puesto Fabio.
—Lo has dicho.
—No es cierto —me quejo sin más excusa, porque lo he dicho de verdad. Hasta el propio Mateo creo que se ha callado porque él también me ha oído. Estará flipando.
—Oh, sí que lo has dicho, cariño.
—Odio ese tono repelente cuando llevas la razón.
—Y yo adoro que me la des. —Y me roba un beso divertido que me arranca una sonrisa, mientras sale por la puerta de la cocina con el carrito de Mateo para volverlo a dormir.
—No me coge el teléfono —le digo preocupada a Fabio. He interrumpido nuestro ratito íntimo porque pasan de las ocho de la tarde y no tengo noticias de Tamara y quedó en avisarme.
Hace un rato que Fabio y yo estamos sentados en el sofá, descansando y viendo la televisión tras una siesta de dos horas, la que se ha pegado Mateo durmiendo y la que nosotros hemos gozado desnudos, sudados y entregados al sexo de todas las posturas, sabores y tactos posibles.
Y aun con eso no se me quitan las telarañas de cuatro meses.
Definitivamente a mi marido le gustan mis pimientos y yo comienzo a dejarle hacer con mi cicatriz de la cesárea lo que quiera, le ha dado por decir que me podría tatuar la línea del mapa de un tesoro. Ya lo veo yo contando cada paso, lamiendo y besando cada uno de ellos.
—Estará de celebración, mujer. Seguro que ha aprobado.
Y a continuación me coge las piernas para apoyarlas en su regazo. No va a dejar de tocarme mientras pueda.
—¿Tamara? No creo, y no lo digo por el aprobado, que ese lo tendrá, es por la celebración en sí, la hemos pospuesto para cuando vuelva Raquel de su fin de semana.
—¡Dios mío, y con Diego además! A ver si no vais a tener que celebrar un funeral a su regreso.
—Pues será el de él. —Le doy un golpe en el hombro como apoyo moral a mi amiga.
—Lo dudo, ese tío está enamoradísimo y será Raquel quien pierda.
—Cuéntame otra vez lo que viste.
—Pero qué morbosa eres, canija —me dice Fabio acariciando mis pies, los que masajea provocando mi deleite. Su placer que es el mío.
—De eso nada, solo evalúo el terreno que pisa Raquel.
—Pues ya te digo yo que está minado, esa mirada de Diego, cuando la vio besar a Rodrigo, puede estallarle en la cara.
—Me haría tanta ilusión que volvieran a estar juntos si es cierto que la ama.
—¿Así como lo estamos ahora tú y yo?
—Más juntos, ellos son más pervertidos.
Fabio se ríe, pone mis piernas a cada lado de sus caderas y se echa encima de mí. Mis bragas ya se mojan solo con la presión que ejerce en ellas y el pijama no tardará en hacerlo.
—¿Así de pegados, entonces? —dice al embestirme con calma, rozando mi entrepierna con su erección. Se apoya con las manos en el sofá para poder mirarme, y me frota, y me frota, y…
—Sí, algo así. —Y comienzo con el movimiento de caderas que tanto placer me da.
—Dime cuánto más necesito pegarme, Ali.
Tras una bocanada de aire que me hace gemir, agarro su camiseta por el pecho y me adueño de su boca para decirle sobre los labios:
—Más, joder, que me debes cuatro meses.
Fabio ríe mientras se incorpora. Con la maestría que ha obtenido en veinte años de experiencia en el sexo, me arranca el pijama y las bragas de un único movimiento, bueno, tampoco ha sido así, que yo le he ayudado levantando el culo del sofá porque ya no tenemos la urgencia de esos veinte años.
Para su propia ropa lo tiene claro, no va a perder tiempo en quitarse el chándal si lo puede bajar hasta las rodillas.
Ahora mismo ni imagen sexi de mi marido, ni comodidad, ni nada que me desvíe de mi objetivo, estoy tan ansiosa que necesito que me quite este calor para calmarme.
De todo lo que me hace Fabio, lo mejor es que sabe prepararme a su ritmo, pausado, con entrega y con paciencia.
¡Con mucha maldad!
Porque actúa como un pirómano, disfrutando de su propia obra en llamas.
—Odio que conozcas mi cuerpo tan bien que le des ese puntito de cocción —le reprocho deseando más de él, ya no puedo parar de besarlo.
—Y yo… —dice a punto de penetrarme. Ya siento el inicio de su intromisión— adoro… —Casi que ha entrado del todo, se abre paso sin dificultad por mis pliegues ya dilatados—, hacerlo mío.
Ambos nos quedamos quietos cuando encaja en mí por completo, yo a la espera de su próximo movimiento, él tomándose la libertad de hacerme rabiar.
Y es así cómo me obliga a cogerle del culo para que se menee de una santa vez. Y lo hace.
Una ejecución de once sobre diez.
Me acerco al límite, y por eso me toco el clitoris en roces sincronizados con las penetraciones de Fabio.
—Mira que eres impaciente.
Trato de defenderme, pero me será imposible si bombea de esa manera una vez más.
—Y tú muy lento —le digo al fin.
—Demasiado mandona.
—¡Tan desesperante como tú! —gruño cuando me corro con su último golpe, con el que siento su cálida entrega.
—Te amo, canija —dice al cabo de los segundos, cuando la sangre ya le riega el cerebro de arriba y puede hablar.
—Te amo, mi amor.
Beso con cariño a mi marido antes de que se aparte de mí.
Mientras nos aseamos un poco y recuperamos nuestras prendas, mi teléfono suena.
—Es Raquel —miento a Fabio para poder levantarme y apartarme de él.
—Dile que no mate a Diego, no quiero ir de nuevo a comisaría —comenta divertido—. Voy a ver a Mateo y os dejo a solas.
Mi marido se ausenta para ver a Mateo que duerme tranquilo en su moisés. Yo no puedo sentirme más despreciable, el semen de Fabio aún está en mis piernas y yo contesto la llamada de Rodrigo.
—¿Qué?
—Uy, que saludo, ¿qué te pasa, morena? —pregunta sorprendido.
—Nada, y te pediría por favor que dejes de llamarme así, mi nombre es Alicia.
—Está bien, lo tendré en cuenta, teniente consorte.
Siempre sabe cómo hablar para hacerme sentir bien.
—Disculpa mi pronto, Rodrigo, no eres tú…
—Ya, supongo que has vuelto a la rutina con Fabio, como si lo viera.
—No. —Y no le voy a permitir que hoy hable mal de mi marido, de hecho creo que se van a acabar estas conversaciones donde ambos nos desahogamos hablando de Fabio, yo de su poca atención para conmigo, Rodrigo de su excesivo control para con él—. Y antes de volver a provocar un mal entendimiento con mi marido, me parece que si queremos seguir siendo amigos tú y yo, dejaremos de hablar también de él.
—Te embaucó.
—Soy lo suficientemente inteligente para saber cuándo soy yo la neurótica que ve señales equivocadas.
—Como quieras, Alicia, a mí sí que no tienes que convencerme de nada, veo a Fabio en su parcela profesional y para nada es el hombre que tú crees.
—Eso me corresponde a mí decidirlo, Rodrigo.
Miro a Fabio que tiene en brazos a Mateo, juega con él, lo besa. No, mi marido no puede estar engañándome de verdad.
—Totalmente, Mo… Alicia —Su reacción me hace sonreír—. Yo solo quiero tu tranquilidad. ¿Qué te parece si dejamos el teléfono y pasamos a una conversación más personal? Te invito a cenar.
—Lo siento, Fabio tiene unos días libres y…
—No sabía nada sobre esos días libres.
—Mira, te prometo pensarlo. ¿Sí?
—¿He oído un sí?
—Adiós, Rodrigo —le digo riendo.
Cuelgo tras negarme a su invitación y miro a mi marido de nuevo. Fabio me sonríe al otro lado del pasillo, me manda un beso al aire mientras mueve la manita de Mateo.
Ya no sé qué creer de él.
4️⃣0️⃣*️⃣
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro