10.
Las ocho de la tarde. Mis amigas se han ido y mi verdadera prueba comienza ahora con el baño de Mateo. No voy a perder más tiempo con él. Cuando renombré mis propósitos con las chicas, reemplazando a Fabio en ellos, me sentí bien, algo agobiada y con esa presión en el pecho al pensar en el niño, pero bien.
No es que vaya a pedirle ya a Luna que se marche de un día para otro de casa y me deje a cargo de Mateo, solo trataré de ver cómo hace su trabajo, es todo lo que puedo hacer para empezar.
Ya han subido al dormitorio, han estado toda la tarde en el patio con los hijos de Tamara y ella me ha dicho que el niño está agotado de tantas risas y juegos. ¿Es posible que un niño de cuatro meses ría y juegue, como dice ella?
La puerta del dormitorio no está cerrada y puedo observarlos sin verme descubierta.
Luna está desvistiendo al niño y le hace cosquillas mientras él se ríe. Y es así cómo descubro el sonido de su risa. Puedo asegurar que es pegadiza, hasta me ha hecho sonreír a mí.
Cuando Mateo ya está desnudo, Luna lo lleva en brazos hasta su cambiador, que se ha convertido en bañera. ¿No tendrá frío?, ¿ese agua estará caliente? No noto que el dormitorio tenga calefacción y estamos ya a doce de noviembre. ¿Luna sabe bien lo que hace?
—¿Alicia?
Fabio ha llegado de trabajar y me ve mirando a través de la puerta. Su cara me interroga sin palabras.
—Oí ruidos y me preocupé —me apresuro a decir—. Creí que el niño ya dormía…
No engaño a mi marido, nació con ese don de la sospecha. Riendo, él abre más la puerta y vemos la escena completa. Luna echa agua con una esponja por encima de la cabecita de Mateo.
—Buenas tardes, Luna.
—Ah, hola, Fabio, ¿Alicia?
¡Madre mía!, ya sé que es la primera vez en cuatro meses que estoy aquí delante viendo el baño de Mateo, pero por favor, ¿pueden cambiar esas caras?
—Hola, Luna —saludo.
—¿Quieres pasar? Podemos acercarnos —me propone Fabio.
Niego con la cabeza.
—Si quieres le digo a Luna que se marche, y lo hacemos juntos tú y yo.
—¿Tú sabes hacerlo?
Fabio se ríe a carcajadas, en menos de cinco minutos he oído la risa de Mateo y la suya. Me gusta la sensación que el sonido de ambas combinadas me provocan, hacía meses que esta casa no sonreía.
—Claro, y puedo decirte cómo se hace también.
—No. Puedo hacerle daño. Lo siento.
Y me giro para descender las escaleras. creo que por hoy ha estado bien. No soy experta en psicología, pero lo considero un avance para mí.
Bajo corriendo hasta la cocina y me refugio en el patio trasero, necesito aire.
No he oído a Fabio acercarse.
Me ha agarrado por la cintura para acercarme a su cuerpo, de espaldas a él, y me besa el cuello antes de decirme:
—Lo has hecho muy bien, cariño.
—Quiero intentarlo, Fabio —le digo sincera.
—Y yo te ayudaré.
Cierro los ojos al oírlo. Me acomodo en sus brazos y disfruto de la caricia de sus labios en mi mejilla, del suspiro de satisfacción que emite en mi oído. Los ojos se me humedecen.
—¿Sabes?, nunca me gustó el nombre de Mateo hasta que nació.
—¿Cómo dices? —Abro los ojos, sorprendida, y me giro a mirarlo.
Fabio tiene en su rostro ese gesto inocente que me derrite desde el primer día que lo vi en él, el mismo que puso cuando me confesó que llevaba dos meses recibiendo clases de baile solo porque me gustaba a mí.
—¿Y por qué lo haces?
—Porque te amo, canija, y porque haría cualquier cosa para sacarte una sonrisa —me dijo él encogiendo sus hombros, hace ya doce años.
—¿Y te tirarías de un puente por mí también? Eso sí tendría su gracia —le pregunté riendo mientras le tomaba de las manos para comenzar a bailar.
—Tampoco te pases, cariño, algo que no duela ¿sí? —contestó él dándome una vuelta y curvando hacia atrás mi espalda para besarme a continuación.
Fabio me mira callado, esperando mi pregunta como aquella vez, una que le permita decirme que me ama. Trago saliva antes de hacerla.
—¿Y por qué lo llamaste Mateo?
—Había que inscribirlo y tú no te decidías. Entonces recordé la colección de libros que está en la buhardilla.
No puedo creer que me haya olvidado de ellos, es verdad que tengo ahí arriba todos los libros de cuando era pequeña. Cada noche mamá me leía una de las aventuras de Teo, cada mes papá me regalaba una nueva. Amé a ese niño y siempre quise un hermano con ese nombre.
Procuro no llorar de la emoción que Fabio ha despertado en mí, pero no lo consigo porque además él me besa.
—Te amo, y haría cualquier cosa para sacarte una sonrisa, canija —me susurra mi marido, devolviéndome a nuestros primeros días de novios.
—Sigo queriendo que te tires de un puente por mí.
—¿Seguro? Yo prefiero mejor llegar cada día y arriesgarme a descubrir tu humor —me dice riendo mientras se lleva un golpe cariñoso.
Juntos regresamos al interior de nuestra casa. Yo le pido tiempo para adaptarme y él me dice que me lo dará, cuando sube, solo, a hacerse cargo de… de…
Su hijo.
Fabio se va a trabajar, he oído la puerta cerrarse. A mí solo me quedan dos minutos para salir corriendo hacia la agencia. Hoy puedo decir que he dormido algo más de lo habitual en muchos meses y me ha costado despertar, pero nada que mi sentido de la responsabilidad no controle, no llegaré tarde.
Luna llegó hace rato para llevar a Mateo a la guardería, y oí cómo seguía las instrucciones de Fabio para hoy, entre ellas:
—Avisa a Alicia cuando vayas a bañar a Mateo esta noche.
Las palabras de mi marido me hicieron sonreír. Solo por eso, estaré pendiente de su nuevo baño.
Cojo mi portafolios y me despido de Luna a gritos. Ella sale al pasillo de la entrada con Mateo en su cochecito, también sale conmigo.
—¿Cómo vais a la guardería?
Creo que lo pregunto por primera vez desde que me incorporé al trabajo.
—Andando.
—La mañana está muy fría.
Luna ya está en la calle mientras yo cierro la puerta. Arropa bien al niño y me contesta.
—Estos sacos polares son increíbles, no te preocupes.
—Ten cuidado —es lo único que le digo antes de coger mi coche, al abrigo de la calefacción.
Y por primera vez también siento remordimientos al pensar en Mateo y en por qué no compré yo ese saco térmico de su carro.
Paso la mañana en la agencia, inquieta. Solo puedo pensar en la reunión de primer contacto con el nuevo cliente.
Raquel, de estar aquí, me diría de lo más franca:
“Alice, my friend, los astros te están dando una bofetada”.
Y es lo que yo pienso de verdad.
Porque en media hora nos reunimos con el representante de marketing de la marca de mayor repercusión en el mercado de productos para el bebé. Ahí es nada. Precisamente yo, que no entiendo de bebés y que además, desde que me incorporé de la baja maternal, ando bastante despistada en el trabajo.
Y ahora tendré que lucirme ante mis jefes.
Perfecto, y no solo estoy nerviosa por el trabajo en sí sino también asustada por enfrentar mis miedos.
Cojo el teléfono, necesito su consejo.
—Alicia, ¿estás bien?
—¿Tú de verdad quieres tener hijos, Raquel? Y dime la verdad, que tu chamán no te permite mentir si quieres alcanzar tu equilibrio espiritual.
—¿Perdona?
—Tengo veinte minutos para darle una primera impresión a un cliente, uno que vive de las madres amantísimas que quieren lo mejor de sus productos para sus bebés…
—Creo que lo pillo.
—Pues qué bien, porque ya no sé ni para qué te he llamado.
—Me has llamado para que te recuerde que no todas las mujeres quieren ser madres jóvenes, y que la que elige ser madre no necesita a nadie que le diga qué es lo mejor para su hijo. Porque si quiere darle leche de bote, se la dará, o si quiere hacer colecho con el bebé, lo hará. Habrá quien quiera que vaya a la guardería llenos de mocos y habrá quien los medique en cuanto los oyen toser. No hay un modelo establecido de madre, cariño, cada una es como su hijo la hace ser.
—¿Y todo eso lo pienso yo?
—Ya te digo, amiga —dice ella riendo a carcajadas.
—Pero lo hubiera dicho de otro modo, creo.
—Y yo, ¿no te jode? Pero no puedes decirles a tu jefes que te importa un carajo todo lo que tenga que ver con los bebés.
Raquel hace que mis miedos desaparezcan, sigo nerviosa, pero no más que con cualquier otro cliente.
—Ayer pude ver a Mateo en su baño.
Me retiro el teléfono de la oreja cuando mi amiga pega un grito de alegría.
—¡Jura! Eres una campeona, cielo, eres la primera que hace progresos y eso es maravilloso.
—¿Tamara te llama para decirte sus avances, también? —No me puedo creer que nos lo estemos tomando tan en serio.
—No, pero sé que no tardará. El examen es el viernes.
Me encanta su manera de ver la vida, tan optimista, tan de color rosa, así ella lo pase tan mal ahora que ha visto de nuevo a Diego.
—Odio que seas tan intuitiva.
Y ella, como buena bruja que es, me dice que me quedan menos de diez minutos para mi reunión.
Tras mi intervención, el cliente queda encantado con mi exposición. Se trabajará sobre la idea de que cualquier persona pueda acceder a sus productos. Madre o no, son para el bebé, no para ellas, así que no debemos poner el foco en las madres sino en los niños.
Sé que a partir de ahora tendré que visitar la tienda, obtener un catálogo de primera mano y experimentar con todas esas cosas para saber de qué hablo. Y no, ya tuve bastante con el refresco de hace dos semanas, no voy a probar un saca leches, ni voy a untarme crema para las rozaduras del pañal. No estoy preparada.
Me acerco a mi jefe directo del departamento creativo cuando está a punto de abandonar la sala de reuniones.
—Señor, ¿podría hablar un minuto con usted?
—Claro, dime, Alicia. Hoy no puedo negarte nada.
—Muchas gracias, porque precisamente venía a pedirle el resto de mi baja maternal.
—¿No la cumpliste ya? Tu bebé debe de tener seis meses.
—Cuatro —puntualizo sin ganas de enfrentarme a él. Claro, siempre fui tan responsable, siempre estuve tan dispuesta a no defraudarles que ni se dieron cuenta de que tomé solo seis semanas tras el parto.
—Ahora no deberías, Alicia, esta puede ser tu oportunidad de ascenso. Ha sido tu propuesta, ¿quién mejor que tú para darle forma?
¿Ascenso? Eso me hace replantearme muchas cosas. ¿Quiero trabajar con productos para bebés, cuando no he sido capaz de utilizar los de Mateo? ¿Quiero de verdad hacer felices a otras madres y a sus hijos, cuando no consigo serlo yo y condeno a Mateo a mi ausencia?
No, esta vez mi trabajo no debe de estar por encima de mi vida, la balanza no se puede inclinar hacia la estabilidad laboral cuando mi estabilidad familiar se resquebraja. Ya lo hice hace meses, cuando me volví a la agencia sin siquiera adaptarme a mi nueva realidad porque eso era lo que se esperaba de mí como profesional, pero ¿qué hay de mí como mujer y como madre?
Hoy no lo volveré a hacer.
—Gracias por tu confianza, pero solo quería avisarte de que hablaré con Recursos Humanos. No puedo estar en esta campaña, lo siento.
No quiero saber su respuesta, por mí, que me la dé en diez semanas cuando regrese a mi puesto.
Me siento liberada, con ganas de reír incluso. Y sobre todo con ganas de llamar a Fabio y contárselo todo, emocionada por poder acompañar a Luna no solo en el baño de Mateo, sino ser yo quien los lleve a la guardería, o los recoja de ella.
—Es por esto que necesitas carnet de conducir, no llegarías tarde —le digo a Tamara agarrando su brazo y haciéndola pasar a mi casa cuando le he abierto la puerta—. Si al menos tuvieras dinero para el Uber.
—¿Quieres que te acompañe, guapa? Porque puedo irme de vuelta a mi casa, que dejé a mis hijos solos con Guille por ti y no me fio de que los envenene en mi contra.
—Está bien, perdona, Tamy, es que Fabio está a punto de irse...
—¿Otra vez con eso?
—Pues claro, Rodrigo me llamó esta tarde, una cosa llevó a la otra y acabamos hablando de Fabio y de su guardia, y él me dijo que no tenía.
—¿Y qué haces tú hablando con Rodrigo de tu marido?
—Hablar con él me ayuda.
—No me jodas, Alicia.
—Hola, Tamy —la saluda un risueño Fabio con Mateo en brazos, interrumpiendo nuestra conversación.
Le da el niño a Luna, que viene esta noche también a dormir a casa. Será… ya no solo mete en sus engaños al niño, sino que lo hace con su canguro.
—¿Sesión de peluquería otra vez? —le pregunta riendo
Le hago gestos a mi amiga para que asienta.
—Sí —dice ella rápido.
—Pues que os divirtáis. —Y es cuando me besa para irse, después de decirme que él y yo tenemos que celebrar mañana que vuelvo a estar de baja maternal.
¡Será hipócrita! No lo veo yo con muchas ganas de follarme si hoy lo hace con otra.
—¿Peluquería, cabrona? Hoy no traigo el macuto como coartada —me dice al oído Tamara para que Luna no se percate, cuando ya se va para el salón con el niño.
—¡Ay, no te preocupes por eso!, no se dio cuenta. Vámonos —le digo yo empujándola hacía la puerta—. Luna, no acuestes a mi hijo muy tarde —grito para que me oiga.
No tengo tiempo que perder y cierro tras de mí.
—Vamos, joder, no te quedes ahí parada y sube al coche.
—¿Acabas de llamarlo tu hijo?
—¿Qué?, no, no es verdad —le digo convencida de ello mientras me pongo al frente del volante. Tamy se coloca su cinturón.
—Sí que lo has hecho. Ya me dijo ayer Raquel de tu experiencia con el baño, y ahora esto. Vas muy bien, cielo.
—Raquel es una cotilla, y ya me dirás qué avances estás consiguiendo tú, antes de decírselo a ella.
—Fácil. A Guille no le doy ni agua. El muy capullo no me sigue las cuentas y le he dicho que estoy con el periodo. Total, que se ha creído todo lo que le he dicho e hiberna cada noche sin tocarme. Esta semana me he atrevido a desviar doscientos euros del salón, a mis ahorros, calculo que en tres meses más podré pagarme un coche de segunda mano. Y respecto al teórico, ya voy por los tres fallos, así que controlo los adelantamientos y las rotondas.
—¿Te das cuenta que estoy conduciendo y no puedo aplaudirte? —le digo como respuesta de felicitación.
—¿Tú crees que lo estoy haciendo bien? Todavía me cuesta no mandarlo a la mierda y ya, pero luego pienso que se irá otras tres semanas el domingo y se me pasa.
Quiero reírme a carcajadas, pero veo cómo Fabio toma la salida norte.
—¿Has visto eso, Tamy? Por ahí no se va a la estación.
—Ya lo sé. ¡Date prisa que lo perdemos!
Que sea ella la que me pide que pise el acelerador es deprimente, eso es que sabe que vamos a descubrir algo turbio de mi marido.
—Estoy muy nerviosa, creí que todo sería una paranoia de las mías.
—Lo sé, pero ahora tienes que ser fuerte, cariño. —Y me agarra la mano que tengo sobre el volante para ser ella ahora la que me da ánimo.
Me mantengo en la distancia. No entiendo qué hacemos por esta zona, por qué Fabio la frecuenta. Esto no es más que un barrio del extrarradio, que a estas horas está desierto y no es muy recomendable para visitar de noche.
—Está entrando por las calles del Arrabal.
—Sí, lo veo. —No puedo decir más.
Tamara observa por su ventanilla y alucinada ve, al pasar, mujeres malvendiendo su cuerpo.
—Ellas son…
—Sí.
—Putas.
—¡Joder, Tamy, no lo digas así que me revuelves las tripas!
Freno cuando Fabio ha hecho lo mismo bajo un bloque de viviendas. Apago las luces para no alertarle. Me descubro bastante relajada, supongo que todavía puedo confiar en mi marido. Su ascenso también incluye inspecciones técnicas, quizás y no haya tenido tiempo antes…
Quiero creerlo, ¡por dios!, ahora que todo parecía solucionarse para nosotros.
Tamara pega un bote cuando se nos acerca alguien por su ventanilla, es una chica joven que bien podría ser nuestra hija. Y es por eso que no tarda en abrir el cristal, confiada.
—Vaya, esto promete —dice la muchacha mirándonos con sorna.
—Lo siento, no era nuestra intención venir a molestar. Nos hemos perdido —le dice antes de que la chica pueda ofrecernos nada.
Ella se retira de nuestro coche y comienza a hablar con las mujeres de su alrededor, sin dejar de mirarnos entre risas.
—¿Qué edad crees que tiene? Silvia es mayor, sí, pero no creo que supere en mucho a mi Guille. Alicia, digo que…
—Tamy, mira. —No puedo hablar más.
Ambas vemos cómo mi marido está montando en el coche, en MI asiento, a una mujer que no soy yo. Ella no parece una prostituta y eso me lo pone peor, ¿será que tiene una relación con ella?
—¿Tan mal lo he hecho que Fabio necesita otra mujer? —le pregunto con un nudo en la garganta, y sé que es el llanto que me niego a derramar por él.
El coche de mi marido se aleja y yo no me siento capaz de seguirlo ya.
—De eso nada, no es tu culpa. Y si Fabio no ha sabido verlo, es que no te merece.
—Estaba ilusionado porque me había decidido a tomar mi baja maternal para estar con Mateo, ¿y así es como quiere él celebrarlo?
—Estará oxidado, mujer, necesitará una puesta a punto.
Me vuelvo a mirarla de repente.
—¿Es un consuelo o tratas de enfadarme?
—Ay, no sé, estoy demasiado nerviosa.
—Pues cálmate porque así solo consigues que quiera buscar a Fabio para hacérselas pagar.
Me debe una muy buena explicación.
4️⃣0️⃣*️⃣
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