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E8: Especial San Valentín (2)

Dedicado a hinatachc
Gracias por la espera y ser parte de esta aventura.

Andrés

—¿Lista, cielo? —indagó papá desde la sala.

—Ya casi, solo me pongo los zapatos y salgo —gritó mi madre desde su habitación.

—Bien, en lo que sale te dejo tus amenazas del día.

—¿No eran advertencias? —me reí por lo bajo.

—Esta vez son amenazas, jovencito —rectificó, mirándome ceñudo—. Número uno, nada de hacerme abuelo, ¿entendido? Ustedes los jóvenes de ahora andan muy calenturientos, no sé cómo sea el Marcos ese, pero tiene cara de arrecho. Así que ojo con lo que haces, Andrés Felipe, te estaré vigilando.

—Papá, somos hombres, no te podemos hacer abuelo, aunque queramos —me burlé con más ganas.

—Sabes a lo que me refiero, nojoda, cállese que te estoy regañando —bufó con aparente molestia, pero sabía que quería reírse.

—Pero no he hecho nada —exclamé, fingiendo tristeza.

—Pero lo harás. —Se arremangó la camisa, mirándome amenazante—. Número dos, nada de desórdenes en la casa, cualquier intruso será avisado por las cámaras de seguridad del vecindario, así que cuidadito, Wazowski.

—Muchas películas para ti —me carcajeé.

Pese a las risas, ese comentario si era de preocuparse, dado que cámaras reales no había en el vecindario, supongo que como latinoamericanos que son sabrán a que se refiere. Viejas chismosas sin vida social.

—Y número tres —continuó—, me traes algo.

—Tráeme algo tú —repliqué indignado—, eres el anciano aquí, yo soy pobre y estudiante.

—Mira niñito, anciano estará tu abuelo...

—Listo, ¿de qué hablan? —interrumpió mamá, hermosa con su vestido floreado.

—La falta de respeto abunda por aquí —se quejó, acercándose a mamá y dándole un beso en la mejilla—. Le estaba dando las últimas reglas a tu hijo, solo por si se le ocurría hacer una fiesta desenfrenada en casa mientras no estamos.

—Demasiadas películas para ti —concordó mamá conmigo—. ¿Hay que repetir las reglas, mi niño?

—No meter a nadie en casa, cero cochinadas, nada de hacerlos abuelos y si salgo debo regresar como cenicienta, antes de medianoche. ¿Es todo? —enumerar una por una con cara de niño bueno.

—¿Aun podemos darlo en adopción? —dijo papá mirando a mamá e ignorándome.

—Nadie quiere a un mocoso malcriado de diecinueve años, nos toca soportar —suspiró resignada.

—Sí, yo también los quiero —bufé, empujándolos a la salida—. Que se diviertan y me traen algo, un hermanito tal vez.

Y sí, después de semejante comentario era un milagro que saliera ileso, pero sí tengo mis dotes deportivos de mi lado, el huir era muy fácil. Los escuché renegar, reírse y luego marcharse a quien sabe dónde. Ya en completa soledad, agradecí a todos los dioses por la suerte que me había tocado. Sin saberlo, me habían dado el permiso que tanto quería, la cosa ahora era, ¿llegar o no llegar a medianoche?
La vida habría sido corta, pero muy buena, y después de San Valentín, podré decir que fue aún mejor así que... A la de Dios.

Empecé a prepararme para mi mágico día, un poco de loción, el mejor de mis looks, y, por si fuera poco, me peiné. Me veía bien, mejor que cualquier otro día de mi existencia, pero los nervios estaban batallando por explotar en mi interior. No es como si no hubiésemos hecho algo ya, lo más importante e íntimo ya lo hicimos, pero compartir un día como este va más allá de la intimidad sexual. No sabía que hacer, era novato en eso, por lo que temía arruinarlo de verdad.

Respire, recordé sus propias palabras, nada de lo que hiciese podría decepcionarlo, esperaba fuese cierto. Suaves toques me sacaron de mi cavilación, había llegado.

—¿Preparado para...? ¡Santo Dios! —exclamó al verme, llevando una mano a su pecho—. Te ves tan... precioso.

—¿En serio? —Me ruboricé, mucho.

—Siempre te ves lindo, mi amor, pero hoy estas... Hermoso se queda corto. —Rodeó mi cintura con sus brazos, sin dejar de contemplarme con una sonrisa dulce en sus labios.

¿Han sentido esa sensación de calor recorrerlos cuando se sienten apreciados genuinamente por alguien? Es tan cautivador, me sentía bonito, pero si era él quien lo decía, era aún mejor.

—¿Te arreglaste para mí? —susurró sobre mi cuello, donde dejó un recorrido de pequeños besitos por toda mi piel.

—Es un día especial, ¿no? —contesté entre jadeos—. Debía marcar la diferencia, ¿funcionó?

—Mejor que bien, mi pulguita preciosa. —Un dulce y largo beso ahogó mis jadeos—. Te ves perfecto.

Dejé todo asegurado en casa, ordenado y tal como le habían visto por última vez mis padres, quería disfrutar mi tarde sin la preocupación de «¿cerré bien la ventana?». Nos embarcamos en un taxi y llegamos al primer punto, cercano a la zona turística y lleno de comercios de la ciudad. Era algo pintoresco, un poco ruidoso, pero muy lindo. Había tiendas decoradas con corazones y mini cupidos con flechas, todo muy bien acomodado.

Tomados de la mano, sin miedo a nada, pero con cierta cautela, caminamos por las calles viendo y conversando de cualquier cosa. Había chicos dando pequeños espectáculos de música, otros que llevaban serenata a sus parejas o futuras parejas, varias declaraciones  de amor en medio de todo el bullicio.

Antes me hubiese parecido innecesario e incluso absurdo, usar la presión social para recibir una respuesta positiva de la otra persona. Sin embargo, era un poco entendible, pero seguía pareciendo incorrecto. Hay cosas que debería solo hacerse en privado y esa era una si se quería tener una reacción genuina.

Cansados un poco de ruido, decidimos entrar al museo, haciéndole un poco de caso a Emma, pero solo un poco. Recorrimos sus pasillos entre susurros, un poco de tranquilidad comparado con el trajín de fuera.

Había cuadros muy extraños, otros de verdad impresionantes, y, por último, la zona deportiva donde se encontraban las escenas más épicas de varios deportes. El que nos interesaba, poseía su propia habitación con los mejores jugadores del mundo y de la historia. Nuestros mayores ídolos. Pero más que eso, la mirada de Marcos se había mantenido en mí desde que entramos, por lo que aprovechó esa pequeña soledad para pegarse un poco más a mí.

—Me encanta salir contigo, pero sabes, sigue habiendo algo que no me gusta de esto —dijo entre susurros, rodeando mi cintura con su brazo pegando mi espalda a su torso.

Me asusté un poco, debo aceptarlo, sus palabras no decían algo bueno, pero el tono de su voz ameritaba otras cosas. No podía esperar menos del señor bipolar.

—¿Por qué? —indagué curioso.

—Porque no puedo tocarte como me gustaría, tomarte de la mano no es suficiente para mí, me encantaría comerte a besos ahora mismo, ¿sabes? —Me dio un suave mordisco en el cuello—. He aguantado la tentación desde que salimos de tu casa, te ves tan lindo.

—Pues te toca por ahora, ya después podrás hacer lo que quieras conmigo —dije con cierto tono provocativo.

—¿Lo que quiera? —repitió, lleno de ilusión y perversión, susurrando todo ello en mi oído—. Esas son palabras muy amplias, mi pulguita, espero sigas queriendo eso cuando termine la tarde, porque no podrás retractarte en cuanto ponga mis manos en tu piel.

—¡Dios, Marcos! —suspiré, evitando salir un gemido de satisfacción—. No me provoques, estamos en un lugar público.

—Poco me importa eso —aseguró, girando mi cuerpo para estampar sus labios en los míos, dejándome llevar por las emociones del momento.

Sin embargo, se escucharon murmullos y pasos que nos obligaron a separarnos, un par de personas acompañadas de niños entraron a la sala. Aun así, nada fue suficiente como para quitarnos las sonrisas bobas del rostro.

Al salir de allí, hicimos la primera parada para comer, el almuerzo nos esperaba. El lugar era muy pintoresco al estilo Garden Room, con plantas decorando paredes y sillas. Algunas sintéticas, pero la mayoría eran naturales. Muy lindo a decir verdad.

—¿Te gusta? —preguntó con interés.

—Muy lindo, no lo puedo negar —contesté con asombro—. Falta ver que tal es la comida, solo terminará por enamorarme del lugar.

—Dudo que le ganen a la tarta de queso de Coffe Paté, ¿no crees? —se burló.

—Jamás y nunca, hay niveles —reí con él.

Me hubiese gustado ir a ese restaurante, era muy lindo después de su reforma y nueva administración, pero también es bueno explorar nuevos aires, ¿no? Ese no estaba del todo mal, el ambiente se sentía fresco y agradable, más si podía estar tranquilo al ver que no éramos la única pareja homosexual en el lugar. A tres mesas de la nuestra, una pareja de chicas conversaba muy cariñosas entre ellas.

Era tierno, y me daba un poco más de confianza por lo que yo mismo me aventuré a tomar su mano sobre la mesa. Solo fue algo simple, una suave roce en sus dedos, recorriendo la palma de su mano con lenta dulzura.

—Me encanta cuando pones esa carita —susurró, ladeando la cabeza sin dejar de mirarme con cariño.

—¿Cuál? —pregunté con curiosidad, sin dejar de jugar con su mano.

—Esa carita de concentración cuando haces algo que te gusta, con esa sonrisa dulce y el sonrojo de tus mejillas —suspiró, mordiendo su labio inferior—. Esa expresión es una de las culpables de que esté tan enamorado de ti, ¿sabes?

—¿En serio? Creí que era por mi cara de enojado, y por mentarte la madre cuando te pasabas de idiota —me burlé.

Levanté su mano sin dejar de mirarlo a los ojos, con una amplia sonrisa en mi rostro. Se mantuvo a la expectativa, viendo como la acerqué a mis labios y le di un largo y húmedo beso en la palma, luego en sus nudillos y por último en la muñeca, a la altura de su pulso.

—También, aun me gusta verte enojado, aquí entre nos, me excita —confesó, como si de algo normal se tratase.

—¡Mar! Cierra el hocico —le reñí, sintiendo todos los colores subirse a mi cara—. ¿Conoces la de comportarte? Ponlo en práctica.

—Me sé la de hacerte enojar y sonrojar, se me da tan bien —sonrió y me guiño un ojo coqueto.

—Eres insoportable.

—Así me amas.

—Y mucho.

Sin previo aviso, se levantó de su asiento hasta colocarse junto a mi y darme un dulce beso en los labios, bajo, claro está, la curiosa mirada de muchos a nuestro alrededor. No era cosa del otro mundo, en realidad, había sido de lo más inofensivo comparado con otros besos que me ha dado, pero el lugar ameritaba un poco de control. Aun así, gracias al cielo, nadie mencionó nada al respecto.

—En serio te amo como no tienes idea —susurró sobre mis labios.

Recibió, de mi parte, un mordisquito en el labio y un golpecito de dedos en la frente esperando fuese suficiente señal para que regresara a su lugar.

—También te amo, pero contrólate, animal del monte —contesté entre risas.

—Sí, sí, eso dolió.

—Cobras después, tranqui.

—No me hagas querer llevarte a casa desde ya, por favor —suplicó.

Comimos con tranquilidad, conversando y disfrutando de los exquisitos sabores, sorprendentemente buenos a mi parecer. Solo una entrada y un postre, ameritando que más adelante podría tener algo más para picar. Sospechoso, en especial por la forma en que lo dijo, supongo que el postre del final tiene nombre, apellido y cabello rubio-fresa. No me quejaría.

Al salir, la tarde estaba mucho más fresca y sombreada. Aún faltaba un poco para que empezara el atardecer, pero seguía siendo un día joven y lleno de sorpresas. Una de ellas, no tan favorecedora, fue el ver parejas dándose regalos y notas de amor. ¿En qué momento había pensado en algo así para Marcos? Jamás.

Lo amo con toda mi alma, eso no lo pongo en duda, pero no se me ocurrió algo como eso siquiera. ¿Eso me hacía un mal novio? Sí, o eso llegué a pensar. Después de todo, sí podría llegar a decepcionarlo.

—¿Qué miras, pulguita? —preguntó a mi oído, viendo la misma dirección de mi mirada.

—Nada en particular, no te preocupes —dije con cierta pesadez en mi voz, llevándolo conmigo lejos de allí.

Por mi mente pasaban muchas cosas, había sido un excelente día como para arruinarlo por algo así, pero de todas maneras, era una idea que no me dejaba tranquilo. ¿Podría comprarle algo en el camino sin que se de cuenta? ¿Tal vez escribirle algo tan siquiera? Tantas cosas pasaron por mi cabeza, menos una idea real que pudiese hacer.

—Cariño, espera, ¿por qué corres? —indagó Marcos detrás de mí.

No me había dado cuenta, pero estaba caminando demasiado rápido para parecer normal. Por un momento me ganó el desespero, y me había dejado en evidencia. Idiota.

—Lo siento, no lo noté —dije, dejando de caminar y suspirando.

—¡Ven! —Me tomó de la mano desviándonos del camino, entrando a un pequeño puesto casi vacío—. ¿Qué pasa? Si hay algo que no te gusta solo...

—No es nada, tranquilo, todo ha sido perfecto hasta ahora —aseguré, había sido más que perfecto, demasiado para lo que yo tenía por dar.

—¿Seguro?

—Claro.

—No me engañas, pulguita —susurró acariciando mis mejillas con suavidad—. No necesito que me des nada hoy, con el solo hecho de tenerte conmigo es el mejor regalo que puedes darme, tu tiempo y tu amor.

—Te conformas con muy poco entonces —susurré, cabizbajo.

—Para mi no es poco, es más de lo que me esperaba y me merecía, en realidad —rio con un poco de tristeza.

—¡Mar! —exclamé, no era lo que esperaba sucediera.

—Si te hace sentir más tranquilo, tampoco compré un regalo para ti, solo estamos paseando —dijo con una sonrisa dulce—. ¿Vale?

—Está bien —suspiré y lo besé.

Regresamos a la calle, no sin antes chismosear los artilugios que en aquella tienda ofrecían, solo para disimular. Ya más tranquilo, caminamos un poco más, viendo a lo lejos un tumulto de gente reunida alrededor de algo. Al llegar, un espectáculo callejero de magia se estaba desarrollando. ¿Por qué ese tipo de cosas solo pasaban en días festivos? ¿Y los fines de semana normales no tienen derecho?

Me encanta la magia, los efectos especiales y el espectáculo en sí, pero era aún mejor si lo disfrutaba con las caricias de Marcos a mi lado. Fue divertido, ver cómo se bañaba la calle con los colores naranjas y rojos a medida que el atardecer avanzaba y llegaba la noche. Cuando ya había oscurecido todo e iluminado con luz artificial de las farolas, había llegado el momento de regresar a casa.

—¿Última parada? —indagué divertido.

—Peli en casa, por su puesto —dijo emocionado—, esperé todo el día para eso.

—Ver una peli, ¿verdad? —rectifiqué, nada era lo que decía que era cuando de películas se trataba, experiencia propia.

—Ver una peli, tengo papitas y un montón de cosas en casa, todo listo y preparado para ti —Me abrazó, pasando un brazo por mis hombros—. Pensé en todo, hasta en comprar de sabores.

—Pero, Marcos...

—Palomitas de sabores, hay picantes, de mantequilla y caramelo, ¿no sabías? —se burló, sabía muy bien a qué se refería en realidad, pero, aún así, caí en su trampa.

Este hombre va a matarme de una calentura.

—Sí, claro, muy gracioso —resoplé con falsa indignación.

Al llegar y abrir la puerta, una familiar sensación recorrió mi cuerpo. Me recordaba a cierto día de carnavales donde cierto alguien, muy convenientemente, olvidó decirme que su madre no estaría en toda la noche. La casa estaba silenciosa, muy tranquila.

—Tu mamá no está, ¿verdad? —indagué, sabiendo la respuesta.

—Nop, le dije que te traería a ver pelis en la noche y dijo que saldría hasta mañana entrada la tarde, no sé, quiere que la haga abuela tal vez —se burló.

—Como si pudiéramos —contesté entre risas.

Un fuerte apretón en mi espalda y sus labios aprisionando mi cuello, fueron las sensaciones que sentí antes de que sus brazos me levantaron llevándome como un bebé koala a la sala.

—¿Qué haces, Mar? —pregunté entre risas.

—Dándote cariñito, porque me hizo falta durante toda la tarde, ahora sí puedo. —Con cuidado, me sentó en el sofá de la sala, quedando inclinado frente a mí con su rostro muy cerca del mío—. Puedo, deseo y haré más que eso.

—Solo bésame y ya, ¿quieres? —supliqué, tenerlo tan cerca era insoportable si no tenia sus labios sobre los míos.

Sin embargo, el muy infeliz solo sonrió con malicia, y me besó en la mejilla largo y tendido. Como lo odié en ese momento.

—Películas, pulguita, vamos a ver una —se burló al escuchar mi mal disimulado gruñido de frustración.

Lo vi alejarse rumbo a la cocina con su estúpida y sensual sonrisa diabólica, pero así era mejor, por lo menos de momento. De todos modos, la noche era joven y había tomado una decisión, no iba a ser la cenicienta.

Me relajé un poco, sintiéndome cómodo como si estuviera en mi propia casa, igual mi querida suegra siempre se aseguraba que así fuese. Cuando regresó, tenía un par de tazones extra grande en las manos, llenos de papas fritas, aderezos y salchichas en forma de pulpitos, algunos doritos y papas de limón, luego regresó con refrescos y una bolsa de gomitas, mi perdición.

Se sentó a mi lado, acomodando todas las cosas sobre una mesita plegable sobre nuestras piernas y pasando su brazo por encima de mis hombros. Tan cerca de mí que podía besar mi rostro con toda facilidad, y eso me encantaba.

Una película de acción empezó a reproducirse en la pantalla del televisor, una de nuestras favoritas y que no hacía mucho había salido en cines así que, de cierta manera, era primicia de la noche. La comida fue bajando y el ambiente despegando, nos reíamos por lo absurdo de algunas escenas, el toque picante de la comedia y nuestros propios chistes malos.

Terminamos la comida, pero seguíamos en el mismo plan, esta vez con mi cuerpo recostado sobre el torso de Marcos. Me había abrazado y cubierto con su cuerpo, calientito y suave, besando cada tanto mi cabeza. Sin embargo, terminado la película y recogiendo todo lo que ensuciamos, lo sentí un poco inquieto.

Así como él notaba cosas en mí, yo podía hacerlo con él y estaba seguro que algo pasaba. Algo quería decir, pero, ¿qué era? ¿Qué tan malo era?

—Mar, cielo —lo llamé, rodeando su cintura con mis brazos, esta vez yo detrás de él.

—Dime, pulguita mía —dijo con ese tono grave que me fascinaba, besando la punta de mis dedos.

—¿Podrías hacerme el enorme favor de decirme qué pasa? —indagué, sintiendo como se tensó entre mis brazos—. Estás un poquito inquieto, no me engañas.

—Lo sé, y créeme que... —Se giró sobre sus talones, tomando mi rostro entre sus manos y dándome un beso en la boca—. Pronto lo sabrás.

Salió de entre mis brazos y se fue a su habitación, dejándome confundido y perplejo en medio de la cocina. Regresé sobre mis pasos, llegando a la sala donde me tiré en el sofá. Sea lo que sea, esperaría que me lo dijera él mismo. Mientras, preparaba otra película para ver, solo por si acaso.

Lo vi regresar, con una enorme sonrisa en sus labios y un poco sonrojado. Era extraño, eso solo pasaba en ciertas circunstancias y conmigo. Algo se tramaba.

Se acuclilló frente a mí, quedando su rostro justo a la altura del mío y su cuerpo entre mis piernas. Se apoyó sobre mí, apoyando por un segundo su frente sobre la mía y respirando profundo. Al separarse, se veía tan emocionado que no pude sino sonreír con él con la misma intensidad. Era la imagen más perfecta que podía ver en la vida.

—Me encanta cuando me miras así —susurré embobado.

—Me alegra eso, y espero que te encante lo que tengo para ti —susurró, dando un pequeño y muy suave beso en mis labios dejándome esperando por más.

—Pero no tengo un regalo para ti —me quejé.

—No es un regalo, es más que eso —dijo con emoción.

No podía ocultar el miedo que creció dentro de mí, pero no era un sentimiento negativo, era más cierta inseguridad dentro de mí de no ser suficiente para lo que se venía, aun sin saber que era. Él me estaba dando demasiado, y yo, ¿qué le había dado?

—He sido un idiota cobarde la mayor parte de mi vida, la he cagado cantidad de veces incluso contigo, pero si todos esos errores eran el único camino para poder estar así, de esta forma, juntos, lo volvería a hacer una y mil veces más —expresó, sin dejar de sonreír y acariciar mis mejillas.

Un nudo empezó a crecer en mi garganta, no podía contener el fuego que se encendía en mi pecho con sus palabras.

—Eso suena muy petulante de tu parte, ¿sabes? —me reí, nervioso.

—Lo sé, lo fui, pero eso ayudó a ver esa fiera que llevas dentro y que tanto me enamoró. —Acomodó uno de los mechones de mi cabello tras la oreja, embobado en caricias suaves en mi rostro—. Para mí valió la pena, sufrido, pero valió cada maldito segundo para poder tenerte aquí conmigo, siendo mío.

—¿Quieres hacerme llorar acaso? —titubeé, un sollozo amenazaba con salir.

—Es que... —Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas—. Ya no sé cómo decirte lo mucho que te amo, cualquier cosa me parece muy corta para lo que de verdad siento por ti, pero encontré algo...

Del bolsillo de su pantalón sacó algo particular, algo que me sacó el poco aliento que me quedaba en el cuerpo. Una pequeña cajita de terciopelo negra, dentro, un anillo con una pequeña piedra de dos colores parecida al ying y yang, pero de color rojo y verde.

Mis ojos se fijaron de inmediato en su rostro lleno de ilusión, mostrando con orgullo la sortija como si fuese su mejor logro. Por mi parte, había olvidado cómo se respiraba de forma automática y manual. No podía creer lo que venía, pero me fascinaba a niveles exorbitantes.

—Puede que sea un poco pronto para hacer una propuesta real, y sé que posiblemente sea más de lo que merezco después de todo lo que sucedió, pero... —expresó, sacando el anillo de su cajita para colocarlo en mi dedo anular—, me encantaría que este anillo sea una promesa, la de estar juntos el resto de nuestras vidas y jamás perder la chispa. Verde por la esperanza de ser felices juntos, y rojo por la pasión, aunque estoy seguro que esa nunca se saciará, no de mi parte.

Un par de lágrimas salieron de mis ojos sin darme cuenta, por lo que sus dedos las limpiaron rozando con suavidad mis mejillas. Con aquella caricia, salí de mi estupor, reí, sollocé y lo abracé como nunca. No era lo que esperaba, pero lo supera con creces.

—¡Dios, Mar! —sollocé—. ¿Cómo puedes decirme todo eso con esa expresión tan linda y hacerme llorar?

—Lo siento, pero, ¿te gustó? —indagó entre sollozos.

—Me encantó y no hay mejor forma de empezar nuestra vida juntos que así, con una promesa. —Me separé un poco, mirándolo fijo a los ojos demostrando con ellos lo que quería expresar en palabras—. Y yo prometo que cada día que pase, sin importar nada, te amaré aún más.

Sostuve su rostro entre mis manos, de la misma manera en que él lo había hecho, y sin esperar más, devoré sus labios con todas las ganas que tenía contenidas. Más que la fogosidad, quería transmitirle con un beso todo el amor que él mismo me estaba demostrando con sus palabras y esa sortija de promesa.

Quería darle algo, también quería tener un detalle con él, pero, ¿qué podía ser del mismo calibre que su regalo? Tal vez la respuesta estaba en el tiempo, en uno juntos, en cumplir mi palabra. Pero mientras tanto...

—¿Aceptas el regalo del pobre?

—No hay otra cosa que esté deseando justo ahora, pulguita mía.

Un momento después, solo éramos los dos disfrutando el uno del otro, el calor, la pasión y salvajes caricias.

ALGUIEN DEME UN ZAPE POR FAVOR

No me pasé de cursi, verdad?

Quedó bien?

Está última parte, los últimos párrafos, la ultima escena, esa declaración, la escribí como 5 veces y cada una era más cursi que la anterior.

Dios no puedo.

Y aún así lloré

Quiero lo de ellos, Jesús. Es mucho pedir?

*Respira*

Ignoren eso, momento esquizo.

En fin.

Ahora sí es el fin, por ahora

Pronto sabrán noticias 🗞️

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