E4: Coffe Paté
Marcos
Si cualquier externo nos hubiese analizado, habría visto un grupo de amigos un poco raro formado por dos parejas y dos desubicados. Aunque claro, los desubicados seríamos Andrés y yo porque, aparte de los melosos, casi parecía que se habían puesto de acuerdo para disfrazarse. Un ángel y un demonio, ¿qué mejor pareja que esa?
—Lindo disfraz, ¿eh? —expresó Fernando con una sonrisa pícara.
—¿Crees en las casualidades, mi querido demonio? —indagó Sol siguiéndole el juego.
—Puedo empezar a hacerme creyente si quieres. —Y sonrió, tan amplio que me hizo dudar de todo su show antes de entrar allí.
¿Todo era en serio o simplemente lo hacía para joderme la puta existencia? Incluso Andrés a mi lado se veía confundido, desviando su mirada al resto del grupo por si había algo más que no había entendido. Pero no, Gustavo y Emma estaban incluso más consternados.
—Este, sí, sí... ¿Podemos irnos ya? —indagó Emma—. Se coquetean en el camino si quieren, pero ya salgamos.
—Ay, bueno, ya —se quejó Sol, saliendo de casa con Fernando y el pequeño Sebastián a la mano.
Los cuatro estábamos iguales, viendo al par salir todo sonrisas y coqueteo mutuo de la casa muy tomaditos de la mano, todo sin poder creer que ese risueño Fernando hace poco había hervido de rabia hacia mí. ¿Estaba todo bien con el universo o con su cabeza? Se estaba poniendo un poco mamón.
—¿Ustedes entendieron algo? —indagó Gustavo.
—Lo hace por puro gusto, no porque quiera con Andrés —rezongué—, ahí esta la prueba.
De la misma manera tomé a Andrés de la mano y salimos, siendo seguidos por Emma y Gustavo. Sin importar como había empezado el día, me había mentalizado en mejorar el resto de la tarde y solo disfrutar. Por suerte, el pequeño Sebastián estaba acostumbrado a Fernando, y aunque este tratara de presumir ese favoritismo, me ayudaba a tener vía libre para estar con mi pulguita. Claro está, el inicio de ese favoritismo no era de mí agrado y esa era la razón de usarlo en mi contra, pero no podía darme mala vida por todo y tampoco le quería dar gusto.
Fernando se estaba convirtiendo en un grano en el culo, mucho más que yo en su momento.
Estando fuera, el ambiente se sentía un poco más ligero. Estaba el olor frutal de las golosinas que vendían en los alrededores, el ruido de la música de fondo y los tambores de las comparsas, el ligero toque de comida rápida de vendedores ambulantes, y por supuesto, las risas de los niños que correteaban con sus familias.
Era extraño, pero las festividades tienen esa sensación diferente tan embelesadora y nostálgica que me encanta. Y al parecer, Andrés sentía lo mismo. ¿Saben lo que se siente cuando ven a esa persona que aman mirando lejos, sonriendo y pensando en las maravillas que lo rodea? Momentos mágicos en los que él piensa en todo, mientras solo lo pienso a él.
—¡Mar, mira! —exclamó emocionado. A lo lejos, una carroza personalizada con algunos famosos y botargas de personajes de Los Simpson se acercaba lentamente—. Se superaron este año, genial.
—¡¿Mi amorcito quiere una foto con sus ídolos?! —me burlé de lo lindo que se veía.
—Ay, cierra la boca —se quejó entre risas.
—¡¿Me sacas una foto con ellos?! —La voz dos tonos más aguda de Emma nos distrajo—. Una solita, ¿sí, mi amor?
—Todas las que quieras, mi pequeño duende —contestó Gustavo, apretándola de la cintura.
—¿Todas toditas? —repitió melosa.
—Todititas...
Los abrazos y besos melosos de ese par no pasaban desapercibido para nadie, mucho menos para nosotros, las pobre almas en desgracia que estaban más cerca de ellos y tenían que soportarlos mucho más seguido. Puede que yo sea igual de meloso, pero a diferencia de ellos era más sensato con el público.
—Oigan, ¿no creen que se están pasando ya? —se quejó Andrés mirándolos con repelús.
—Tú menos que nadie debería reclamarnos —replicó Emma indignada, esperando que la carroza se acercara.
—Pero hoy hay un niño presente, no sean puercos, hijo de la fregada —intervino Sol aún más indignada.
—Purita envidia, ¿no? —se burló Gustavo.
—Pues... —murmuré con pesar—. Yo también quiero vivir ese sueño, Don Pool, pero prefiero dar un buen ejemplo.
—Mar, cállate. —Me pellizcó, acercándose luego a ellos—. Y ustedes se me separan, pero de ya.
—Define buen ejemplo, señor buldog, los golpes no lo son —habló Fernando.
Y su silencio se me había hecho tan esperanzador, que casi pasó invisible por un segundo hasta que habló. Su rabia volvió a intoxicar el ambiente, mi felicidad y la paz mundial había durado demasiado para ser tan bello.
—Pedí paciencia, no una prueba de fe, ¡Jesús! —me quejé, mirando el cielo en una plegaria.
—Ay ya, ustedes dejen de pelar y ustedes no coman frente al pobre —comentó Sol tratando de aligerar el ambiente.
Por más que lo hubiésemos esperado, Sol no se veía ni siquiera un poco molesta o incomoda, más bien, igual de cansada que los demás con la bipolaridad de Fernando. Cada vez entendía menos, ¿no le gustaba Fernando o algo así?
—O frente al mal humorado —expresé yo.
—¿Por qué mejor no me lo dices...?
—¿Esos no son... —interrumpió Sol mirando del otro lado de la calle— los del equipo de baloncesto? Andrés.
—Sí son... —dijo Andrés con sorpresa y miré en su dirección—. En efecto.
—Oh mira, vinieron por ti —se burló Fernando.
—Ok, fue suficiente, me quiero ir de aquí lejos de ustedes —expresé, tomando la mano de Andrés y caminando en dirección opuesta a mis ex amigos.
—Te acompaño, amor —dijo Sol imitando la voz de Emma.
—¡Estamos burlones, ¿eh?! —se quejó ella.
Más que molestarme por Fernando y su intento de intimidación, me fastidio un poco el hecho de verlos allí. Estaban los tres juntos, Sergio, Christian y Antonio, muy tranquilos y gozando de los carnavales. Era justo, todos merecían disfrutar de sus vacaciones y las fiestas, pero, ¿justo cerca de mi casa donde ellos sabían que vivía?
Además, seguía sin entender como era que seguían juntos como amigos. ¿De verdad era real o el único que había sentido todo falso era yo? Ya no sabía que creer, una desazón se apoderó de mi pecho al verlos así y recordar las palabras de Edgar. Me alegraba por ellos tres, pero al mismo tiempo me sentí un poco solo. Adoraba a Andrés, no podía estar más feliz que estando a su lado, pero si era sincero conmigo mismo, no era lo mismo estar con sus amigos que tener los propios, más cuando no era del agrado de algunos de ellos.
Sin darme cuenta, mis pensamientos y estómagos nos llevaron directo a mi sitio favorito de todos y lo que más necesitaba, el Coffe Paté. Al entrar, la sensación de energía y buena vibra se estrelló en mi rostro. Era diferente a la última vez, lleno de melancolía y tristeza. ¿Qué era?
—Marquitos, bienvenido, me da gusto volver a verte —saludó la esbelta morena de sonrisa delicada.
—¡Eso digo yo, Kar! —Y la abracé con cariño, un alivio recorrió todo mi cuerpo al volver a verla—. No sabía que estabas de regreso, en serio me alivia verte, ¿estás bien?
—Ahora lo estoy, no te preocupes, lindo. —Rompió el abrazo dándome un pequeño beso en la mejilla y sonriéndole a los demás—. Bienvenidos, los amigos de Marquitos son mis amigos también.
—Eso suena divertido, ¿no Andrés? —se burló Fernando y vi la expresión en el rostro de Andrés, total seriedad.
Cierto, ninguno de ellos la conocía ni sabía de lo sucedido y Andrés se había tragado toda la imagen de mi abrazándola así sin más. Era hombre muerto.
—Adelante, ya les preparo una mesa para todos y les llevo la carta. —Con su más amable sonrisa, nos guio al interior.
Andrés seguía inexpresivo, pero todos sabíamos que estaba muy molesto por lo que vio, y por ello, la sonrisa de suficiencia de Fernando brilló en todo su esplendor. Por su parte, Emma y Sol me miraron consternadas, preguntando solo con la mirada que había sucedido allí. Gustavo, bueno él solo suspiró y negó mientras me miraba con pesar.
De momento me distraje un poco con el local, se veía diferente y más amplio, mucho más pintoresco y lleno de vida que antes. Pero nada de eso opacaba mi temor, Andrés había malinterpretado la escena.
—La especialidad del día es la tarta de oreo, pero les recomiendo mejor el pai de manzana, mejoraron la receta —expresó Karla—, les dejo la carta y me llaman cuando estén listos para pedir.
—Claro, gracias, Kar —contesté.
—¡Un gusto!
Se alejó con su paso alegre, recibiendo a los demás comensales mientras nosotros nos sumíamos en un espeso silencio. Andrés no me miró, estaba sentado del lado de la ventana mirando a las personas disfrazadas pasar por allí.
—¿Quién es tu... amiguita? —indagó Fernando entre risillas.
—¿Estás molesto, pulguita? —susurré a su oído, ignorando a los demás.
—¿Escuché bien? ¿Todavía preguntas semejante estupidez? —se burló.
—Te voy a pedir amablemente que te calles el hocico, es la primera vez que vienen así que no saben lo que ha pasado —repliqué enojado.
—¿Pasado de qué? —preguntó esta vez Andrés, sin mirarme, solo mirando el frente del restaurante donde estaba Karla—. Es muy linda, creo que recordaría verla antes, ¿es nueva?
La detalló de pies a cabeza, viendo como se acercaba a ella Edna, la mesera que él ya conocía como mi amiga y que nos atendió ese día que visitamos el restaurante.
—¿Recuerdas que la vez pasada nos atendió Edna y que se le veía triste? —Él solo asintió—. Era por ella, había sido secuestrada hace un tiempo y nadie sabía si seguía siquiera con vida, solo me alegré de verla, no es más nada que eso.
—En ese caso es un alivio, se le ve bien —dijo y suspiró.
—Sí, tan bien y acaramelado como un dulce abrazo —se burló Fernando.
—¡Fer! —exclamaron ellos al unísono.
—¡Didiota! —expresó el pequeño Sebastián entre risas.
—Bien dicho, peque —me reí.
—Sebas, no repitas esas cosas —le riñó Sol.
Rodeé su cintura con un brazo, acercándolo más a mí mientras apoyaba mi mentón en su hombro. Se mantuvo estático, con la mirada clavada en el frente y un suave sonrojo adornó sus mejillas. Puse mi mejor carita de perro regañado, buscando su mirada con mis ojos y suaves roces de mi nariz en su mejilla.
—¿Estás molesto conmigo, pulguita? —susurré en su oído, esta vez evitando que los demás escucharan—. Ella es solo una amiga, fue un abrazo de alivio por verla sana, nada más, mi corazoncito es solo tuyo.
—Ah, bueno, me alegro en serio —murmuró, acomodándose más cerca de mí.
—¿Te puedo dar un besito? —sugerí, y lo vi morderse la mejilla evitando sonreír—. Uno solito con mucho amor.
—Estamos en público —rezongó, y los demás solo se reían y miraban con aparente atención la carta.
—Solo uno, chiquitito —insistí, enterrando mi rostro en su cuello—, es que te ves tan lindo cuando te pones celoso, que me dan ganas de besuquearte y morderte.
Lo escuché reírse y estremecerse entre mis brazos, su molestia ya se había esfumado, pero trataba de mantenerla muy a duras penas. ¿Por qué dejar pasar esta oportunidad? Ver su carita de molestia era una delicia, después de todo, de ella me enamoré en primer lugar. Claro está, no quería verlo enojado de verdad conmigo, pero sí me sentí realmente importante al verlo celoso. Sin justificación, eso sí, jamás en mi vida haría algo para lastimarlo, mucho menos engañarlo.
No había nadie que amara más que a Andrés, pensar en traicionarlo así era absurdo.
—¿Y así de fácil lo perdonas? —rezongó Fernando con un bufido—. Ni sé porque lo digo, siempre fue así.
—Amor, yo lo estoy intentando, te lo juro —repliqué, ignorándolo.
—Fer, por favor, ya párale —se quejó con un suspiro—. Tratemos de llevar esto en paz, ¿sí? Sino los dejamos solos para que se peleen todo lo que quieran, pero ya, basta.
—No estoy haciendo nada, simplemente no oculto cuando alguien me cae mal —sonrió, pero se le veía irritado.
—Para mí eso es hacer mucho.
—¿Qué pedirán ustedes? Se me antoja una hamburguesa y una cerezada —dijo Emma, centrada en Gustavo, pero cortando todo lo demás—. ¿Qué pedirás tú, mi Gusy?
Por un momento, las miradas recelosas de Fernando no se quitaban de encima y por supuesto, las ignoré por el bien de todos. En cambio, Sol a su lado se le veía extrañamente incómoda.
—Yo quiero la malteada de vainilla y una salchipapa, me quedé encantado la última vez que vine con la tarta de queso, pero hay que variar el menú —dijo Andrés emocionado—. Es una maravilla, en serio se las recomiendo.
—Nel, yo quiero mejor un sándwich de pavo y piña colada —comentó Sol con la mirada clavada en la carta, y centrada en su hermanito—. Para Sebas, ¿qué tal el menú infantil? Tiene Nuggets de pollo y papitas.
—¡Shiiiii!
—Bien —suspiró con pesadez dándose por vencido, por lo menos en ese momento—. Las alitas picantes no se ven mal, y una michelada.
—Sin alcohol, más para ustedes, disque machos —se quejó Emma.
—No es para tanto, deja el show —se burló.
Me encargué de llamar de nuevo a Karla, esta vez presentando a todos como se debía mientras el ogro de su jefe no estuviese cerca. Su emoción al mencionar a Andrés como mi novio fue esplendida, abrazándolo y dándole un beso en la mejilla aún más amoroso que a mi y dejando a los demás con la boca abierta.
—Me alegra que tengas a alguien tan lindo contigo, Marquitos —sonrió ampliamente, pellizcando con suavidad una de sus mejillas coloradas—. Les daré un regalito, una tarta de queso como postre solo para ustedes.
—Waw, gracias, linda —exclamó Andrés, sonrojado y anonadado.
Se llevó nuestras ordenes y pasó el dato a cocina, mirando desde el mostrador con una amplia y dulce sonrisa a nuestra mesa.
—¿Y los celos donde quedaron, mi Andresito? —se burló Sol.
—Cuáles celos, si me cae bien la chica —replicó con inocencia.
—Sí, tú jamás sentirías eso, ¿verdad, mi pulguita preciosa? —murmuré muy seductoramente a su oído, haciéndolo sonreír.
El bufido de hastío de Fernando me hubiese causado menos incomodidad, que el nuevo tintín de la puerta al abrirse y dejar entrar a ellos tres. Sabía que sería difícil huir de ellos, más cuando este mismo restaurante lo frecuentábamos los cinco en nuestro mejor momento.
Aun así, ¿por qué la duda no se iba? ¿Hice bien en ni siquiera escucharlos? Ya no estaba seguro de nada.
Se está poniendo intensa la cosa, ¿eh?
Ustedes que dicen?
Sol y Fer que pitos tocan?
Cuanto durara el rencor de Fer hacia Marquitos?
Se lo merece a tal grado, o son solo ganas de joder del Fer?
Los leo, mis pulguitas y FELIZ HALLOWEEN.
PD. Si harán la de Emma y Gus, ya saben que usar, ojo con eso, no queremos sobrinos el proximo año. ¡OJO!
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