E2: ¿Ver o hacer una película?
Este, como les explico que lo de la madurez sigue en pie... mmm. Cómo mínimo para leer esto ya les debe doler la espalda así que... ¡Contrólense, gente! Listo, tarea hecha. Aunque a decir verdad, esta lindo.
Marcos
Uno, dos y tres cortes fueron suficientes para quitar ese yeso de una buena vez, viendo así el profundo alivio reflejarse en su rostro. Me pareció tan cómico y a la vez adorable, que casi fue un suplicio el no poder comérmelo a besitos ahí mismo. Debía controlarme, no estaba solo el doctor, su madre también nos había acompañado ese día.
En realidad, cada cita médica con el ortopedista y traumatólogo me ofrecía en acompañarlo para saber como iba su recuperación. Sin embargo, ese día por fin le quitaron la férula de yeso que tanto odió y su madre decidió ir con nosotros solo por si acaso. Las madres saben cosas, ¿eh?
—Aunque no tengas esto, debes seguir las indicaciones de antes —dijo el doctor en tono de advertencia—, lo que significa, nada de deportes, cargar peso o mover demasiado el brazo. ¿Entendido?
—Sí, nada de nada, salvo... —Y como niñito berrinchudo, empezó a rascarse el brazo como si su vida dependiera de ello.
—Serás bestia —le riñó su madre.
—Déjelo —se burló el doctor—, estas cosas causan mucha comezón y pocas posibilidades de rascarse, pero tampoco te excedas.
—¡Suficiente! —Lo tomé de la mano, recibiendo un puchero en respuesta. ¡Qué rico!
Su madre negó exasperada mirando el techo como una plegaria silenciosa, mientras él seguía haciéndome sus pucheritos y el doctor buscaba quién sabe que cosa. Estaba al borde de las carcajadas, me encantaba cuando hacía esas caritas más si sabía que su madre lo estaba viendo, lo hacía de maldad.
—Y ahora... —El doctor regresó a su escritorio con una cajita en mano—. Esta férula...
—¿Otra? —se quejó Andrés a viva voz.
—Esta es de espuma y no es de uso permanente, es solo para que limites las compresiones de los músculos —se burló el doctor al ver su expresión de espanto—. Es ortopédico, te lo puedes quitar en las noches y no da comezón.
—¿Por cuánto tiempo debe usarlo? —preguntó su madre.
—Hasta que la próxima radiografía muestre la recuperación total del hueso —contestó—, tienes la ventaja de ser joven aún, así que la curación, aunque lenta es segura, pero cualquier paso en falso podría retroceder dos semanas enteras con el yeso puesto.
—Sí, sí, ya entendí —expresó, cambiando su pesar por una preciosa sonrisa maquiavélica—. No hacer nada hasta nueva orden.
—¡Tampoco te pases! —se quejó su madre.
Al salir, como si de un niño se tratase, fuimos por un halado a un restaurante cercano para aplacar la rabieta del berrinchudo. Su madre, aburrida de nuestras meloserías, nos abandonó a nuestra suerte con cientos de advertencias dado el estado de su brazo.
Si supiera que al afectado ya poco le importaba eso, así que yo, Marcos horno 3000 me había convertido a las malas en la voz de la razón de esta relación. Eso y que estaba amenazado de muerte por, como sabrán, un pequeño demonio al que Andrés llamaba mejor amiga.
Ese pequeño huracán se había convertido, aunque ella misma lo negara, en un cinturón de castidad para ambos. Claro, la mata de las perversidades regañándonos a nosotros. ¿Con qué derecho?
Las clases en la universidad seguían como siempre, yendo y viniendo con ayuda de todo el grupo, incluyendo al fastidio del momento, Fernando. No podía ser tan hipócrita y hacerme la víctima cuando sé muy bien que yo mismo inicie todo el pleito entre los dos. Me robé a su crush, le causé muchos problemas y por la tardanza en mis decisiones, Andrés resultó con un brazo roto. Lo sé, pero vamos, ¿aún no se iba a dar por vencido?
Andrés había tomado su decisión y por suerte para mí, me eligió a mí como su futuro esposo... como su novio, por ahora. Aun así, y porque sé que le tiene mucho aprecio, decidí dejar mi orgullo de lado, atiborrarme de paciencia y tratar de ser amigos. Con todos claro, pero más con don cara de culo 5000.
—¿Cuándo es el próximo partido? —indagó Andrés.
—Mañana a medio día en el polideportivo Suan —contesté casi en automático, notando su expresión de duda—. ¿No puedes ir?
—Sí, pero estaba pensando que después de eso para celebrar que obviamente van a ganar, salgamos por ahí —sugirió con esa nota sensual que me encantaba, recordándome de paso que todo el equipo estábamos bajo amenaza militar.
Las nacionales se acercaban demasiado rápido para mi gusto, sin Andrés los partidos no eran lo mismo y por desgracia, me obligo a aceptar que hace falta Edgar por igual. En lo personal era una cagada, estoy más que feliz lejos de todos ellos, pero de cierta forma eso afectó el rendimiento del equipo como tal. Antes estábamos «unidos», pero ahora las diferencias eran más que notorias incluso en la cancha y eso tenía al entrenador al borde de la histeria, más después del último empate.
—Cierto, cierto, debemos ganar como sea —suspiré.
—Trata de confiar en ellos, como antes —dijo y lo miré ceñudo—, solo en la cancha, tampoco significa que sean los amigos inseparables de antes.
—Eso intento, pero no sé, ya no es lo mismo.
—¿Sabes qué creo? —preguntó y temí la respuesta—. Que debes hablar con ellos y solucionar las cosas, creo que simplemente las dejaste en el aire y por eso la incomodidad tanto para ellos como para ti. ¿No crees?
—Puede que sí, puede que no, no lo sé y no diré más nada hasta nuevo aviso —aseguré, y callé sus próximas réplicas con un lento y suave beso sabor a helado de arequipe—. ¡Te amo, pulguita!
Por más que quisiera decir que no, de cierto modo sabía que Andrés tenía algo de razón. Sin embargo, ¿para qué regresar a lo mismo? Con solo verlos y estar en el mismo equipo, era tener el recordatorio viviente de toda la mierda que le hicimos para a Andrés y no quiero más de eso. Reformados o no, no conozco una versión diferente de ellos a esa.
Dejé de lado todo eso, lo que menos quería era revivir esos momentos de pesadilla, en especial el terror de casi perder mi única oportunidad de estar con él. En cambio, nos fuimos a mi casa, quería darle una visita exprés a Sol y de paso, vernos una película aprovechando el potencial de audio del teatro en casa, el nuevo hijo de mi madre.
—No está. —Fue en resumidas cuentas la respuesta de su tía.
—Que conste que la vengo a visitar, que no se queje —se excusó Andrés con su expresión de inocencia.
—Sí, sí, yo le doy la razón —expresó su tía con sarcasmo.
—Gracias, tía, también se le quiere, ¿no? —respondió en el mismo tono.
—Te toca —se rio a carcajadas y cerró la puerta.
—Qué amor de mujer —me burlé.
—Tú cállate.
Entramos a casa esperando la retahíla de mi madre, más porque se me olvidaba avisar de mis salidas que por quien estaba conmigo. ¿Había mencionado que lo adora más que a mí que literalmente me parió? Además de eso, estuvo regañándome por más de juna semana por el incidente, encargándose ella misma de darle medicamentos y uno que otro regalito a Andrés con la idea de compensar el daño que el idiota de su hijo permitió que pasara, citando textualmente sus palabras. ¿Madre o enemiga?
Sin embargo, y para mi mayor suerte, no estaba en casa. El silencio era total y pacífico, una densa calma que casi se podía saborear y para mí sabía a Andrés. Una salma que iba a durar muy poco, si me preguntan.
—¿Hoy sí podemos ver una de terror o al señor le da miedo? —se burló Andrés mirándome con malicia.
—Ay mi amor, hoy mandas tú sobre esa elección, pero te va costar —dije, acercándome de forma amenazante a él, hasta tenerlo tan cerquita que sentía su aroma invadir mis sentidos.
—¿Es una amenaza? —me enfrentó y sentí derretirme.
—Es una promesa —susurré, atrapando su boca entre mis labios.
Sin permitirle réplicas, rodeé su cintura con una mano mientras la otra se aventuraba a acariciar su mejilla y bajar por su cuello, un lento recorrido que le hacía estremecer entre mis brazos. Lo escuché jadear, ahogar sutiles gemidos sobre mi boca al sentir mis caricias en su espalda. Por su parte, sus manos se enredaban en mi cabello, acariciando y tirando de algunos mechones con suavidad cuando las sensaciones se hacían intensas.
Adoraba esos momentos con él, más si el estorbo del duro yeso no estaba limitando sus movimientos y no había dolor de por medio, solo dulce y exquisito placer.
—Vinimos a ver una película, Mar —susurró entre jadeos, dejando que mi boca recorriera la comisura de su mandíbula con pequeños mordiscos—. Tu mamá puede llegar en cualquier momento, compórtate.
—No te siento muy convencido, ¿eh? —contesté, bajando directo a su perdición, su cuello.
—¡Mar! —gimió.
—¿Sí, pulguita? —Mordisqueaba y besaba su cuello cual vampiro hambriento, sintiendo como se pegaba más a mí y jadeaba cada vez más sonoro.
—Peli... Película —titubeó—. Sííí...
Mis manos se metieron bajo su camisa, recorriendo todo su abdomen y pecho con suaves caricias que lo volvían loco.
—Claro, mi amor, podemos ver una —dije, dejando una larga pausa mientras buscaba una vez más su boca—, después de hacer una.
Lo levanté como a un bebé koala, con sus piernas rodeando mi cadera y sus brazos en mi cuello, rosando cada vez más su dureza contra mi en cada paso que daba. Estaba más que emocionado, aunque sus nervios por la llegada de mi mamá dijeran lo contrario. Después de todo, no podía hacerse el santo conmigo cuando él mismo me tentó demasiadas veces antes. Purita maldad en ese cuerpecito sabroso.
—Mar... Tenemos muy poco tiempo, ¿sabes? —jadeó, llevando sus labios a mi cuello, dulce tentación.
—Soy consciente de eso.
Lo llevé directo a mi habitación, recostándolo con cuidado sobre la cama sin quitarme de encima de él. tener su linda carita toda sonrojada, mordiéndose en labio para contener sus jadeos y esos ojos claros dilatados por el deseo eran mi mayor elixir. Deseaba tener esa imagen por y para siempre conmigo, no solo en mis recuerdos, en carne y hueso tiene mejor sabor.
—Y que será difícil parar cuando hayas iniciado, ¿no crees? —dijo sin mucha resistencia, atrayendo mi rostro con sus manos buscando mu boca.
—En efecto, mi pulguita. —Y lo besé, largo y sofocante.
Su camisa quedó hecha bolita en el suelo, mientras mi boca se daba el gusta de la vida besando y lamiendo su pecho. Lo mordí cantidad de veces que, por más que traté de contar las marquitas que iba dejando, perdí la cuenta. Un lindo coloradito en su piel clara.
—Y que va a doler quedarnos a medias, ¿no? —jadeó, rodeando mi cadera con sus piernas una vez más, pegando así mi pelvis contra la de él.
—¿Quién dijo que quedaremos a medias? —indagué con malicia, bajando cada vez más por su abdomen.
Sus manos enredadas en mi cabello, presionaban cada vez más hacia abajo entendiendo su silenciosa petición. Sin embargo, una primera vez no se repite en la vida, por lo que mis dotes maquiavélicos salieron a relucir. Desabroché su cinturón tan lento que sus quejidos no se hicieron esperar, causándome una mezcla entre diversión, ternura y más perversidad, pero de la buena y deliciosa.
De la misma manera, mis pantalones fueron a parar lejos de nosotros. Era consciente de sus preocupaciones, no había mucho tiempo, pero por lo menos había el suficiente para darle un pequeño spoiler de lo que iba ser de ahí en adelante nuestros momentos a solas. Dulce explosión orgásmica.
—Te aprovechas que esta férula no es dura, ¿eh? —gimió al sentir mis besos en la parte baja de su abdomen.
—Tú lo has dicho, lo único duro que acepto aquí es... —Y de un tirón, el gran elefante sacó la cabeza.
Lo sentí estremecerse cuando mi mano lo acarició, pulgar en la punta mientras subía y bajaba por toda su longitud. Subí hasta su boca, apaciguando sus gemidos en la mía con un beso más que candente. Su cadera se empezó a mover contrario a mis movimientos, deseando aumentar así las sensaciones que mis caricias provocaban en él.
Del mismo modo, un aloca idea apareció en mi mente. ¿Por qué masturbarlo solo a él cuando podía matar dos pájaros de un solo tiro? Empecé a mordisquear su cuello, al mismo tiempo que sus dedos se clavaban fuerte en mi apaciguando las sensaciones. Poco a poco, fui acercando mi miembro al suyo y humectando con un poco de su propio fluido preseminal. El rose de pieles eran exquisito, pero más lo fue cuando ambos estuvieron compartiendo las mismas caricias.
Sus jadeos se convirtieron en gemidos, sus movimientos en suaves temblores y sus besos en mordidas sobre mi cuello. Se estaba emocionando más de lo que sus aparentes réplicas decían, pero disfrutando tanto como quería que fuese. Cada vez aceleraba mis movimientos, sacando incluso gruñidos desde el fondo de mi garganta, pero quería más.
—Mar, contrólate —gimió—, pero sigue, que rico.
—Decídete, pulguita, paro o... —Dejé la idea en el aire, bajando y remplazando mi mano por mi lengua—. ¿Continuo?
Una larga y húmeda lamida en toda la longitud de su miembro le obligó a arquear la espalda, llevar su mano a la boca para evitar dejar salir un fuerte gemido, y de paso, presionar más mi cabeza sobre su ingle.
—Más, sigue...
De una sola, lo introduje en mi boca dejando que la lengua acariciara todo a su paso, primero suave y despacio esperando modulara un poco sus propias emociones. Sin embargo, el emocionado terminé siendo yo. Como con chupete nuevo, hice y deshice mientras repetía los mismos movimientos de mi lengua, pero con mis manos en mi propio miembro.
Lo besé, succioné, chupé, lamí y todo lo que se me ocurrió hasta que, entre temblores y jadeos, se fue haciendo cada vez más grueso en mi boca y explotó en chorros directo a mi garganta. Un gruñido seguido de un fuerte gemido opacado con su mano, acompañaron la descarga, su primer orgasmo. Del mismo modo, sentí los corrientazos y me corrí en mi mano. De momento no podía esperar más, pero sí podía planear la cita ideal.
Entre besos y caricias, y muy a regañadientes, la ropa volvió a su lugar y nosotros a la sala donde, abrazados sobre el sofá, empezamos a ver una película como debió ser desde el inicio. Aunque claro, si por nosotros fuera, estaríamos en otro tipo de función.
—Así los quería agarrar, puercos —exclamó mi madre entrando de sorpresa.
—Hola, madre, ¿qué te fumaste? —me burlé.
—No seas grosero —me riñó Andrés.
—Este culicagado, no te preocupes, Andrés, en juego largo hay desquite —amenazó, acercándose y dándole un besito en la frente a mi Andrés—. ¿Ya comiste, cariño?
—No, en realidad —contestó haciendo sus pucheros.
—Ya te preparo algo —dijo y sonrió, dirigiéndose a la cocina.
—Gracias.
Siempre espectador, nunca protagonista. Ah, pero fuese un mandado o un quehacer de la casa ahí si se acuerda que me pario y le dolió. Pero bueno, se llevaba bien con mi amor y eso era lo importante, aunque no restaba cuanto drama podía hacer al respecto.
—Adóptalo, pues —me quejé.
—Eso intenté.
—Pero...
Ahora sí, mis pulguitas
Reportense aquí todos los sucios cochinos que comentaron en el anterior que querían eso con estos dos calenturientos sin remedio.
Pa darle una galleta muajajajajaja
O sea no me puedo hacer la santa a estas alturas del partido, pero bue
Estan, todas mis pulguitas, cordialmente invitados a la misa de este domingo, la necesitamos para exorcisarnos
Y este es solo el inicio.
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