E1: Noche de Halloween
Atención: necesito diez años de madurez antes que empiecen a leer esto, se me fue un poquito la mano en lo explicito así que... báñense con agua fría por favor, y gócenlo.
Emma (cap. 23 continuación)
Nos sentamos en el sofá frente a la gran pantalla, iluminados solo por el brillo de la televisión y rodeados por el potente sonido de las bocinas. Respiré y me tranquilicé, sus brazos rodearon mis hombros y me acomodé entre ellos con mayor comodidad. No me sentía cansada ni adormilada, por el contrario, estaba más despierta que nunca.
Sabía a qué se debía, estaba tan caliente como un horno y a la expectativa de sus movimientos.
Con suaves caricias, Gustavo fue recorriendo mis brazos y desviándose a mi abdomen. Acariciaba con suavidad, rosando mi oreja con su cálido aliento y provocándome con sutileza mal disimulada. Él quería, yo le quería, ¿para qué negarlo?
Lo dejé ser, dándole cierta accesibilidad para que sus juegos prendieran la noche cual arbolito de navidad. Sus labios rosaron mi cuello, subiendo hasta que su lengua atrapara el lóbulo de mi oreja. Me estremecía ante ese contacto, sintiendo a flor de piel los miles de sanciones que solo eso me generaba.
Sus manos bajaron hasta mis muslos, acariciando y apretando con suavidad, sintiendo la turgencia de la carne y clavando sus dedos con ansias. Fue el turno de sus labios, dejó un húmedo beso en mi cuello que me provocó un corto circuito, sacando de mi boca un mal disimulado jadeo. Continuó con ello, besando y lamiendo mi cuello mientras sus manos tocaban a su antojo.
No pude más.
—¡Gus! —murmuré entrecortada.
—Dime, mi amor —susurró en mi oído, su voz sonó tan grave que me ericé.
—Espero tengas medidas de seguridad, porque te juro que te dejo a medias, ¿entendido? —le advertí, subiéndome a su regazo y envolviendo su cuello con mis brazos.
—Fuerte y claro —rio, y su boca atacó la mía con lujuria.
Con un solo movimiento, sus brazos me cargaron con fuerza sobre su regazo, con mis piernas rodeando su cadera y mis brazos alrededor de su cuello. Sus manos, fuertes e inquietas, me sostenían agarrándose de mis glúteos con firmeza. Más que sujetarme, apretaba y acariciaba a su gusto, y eso me encantó.
En un abrir y cerrar de ojos, me tenía recostada sobre su cama, con su cuerpo sobre el mío devorando mi cuello entre mordiscos y suspiros, mientras sus manos desarmaban los nudos que el disfraz tenía. Se irguió sobre mí, mirándome desde arriba con un brillo salvaje en sus ojos y una sonrisa ladeada. Sexy, dominante, potente, todo lo que había en mis fantasías se había hecho persona delante de mí, una imagen diferente a la del nerd dulce y pasivo que mostraba delante de todos. Esta presentación de Gustavo era única, y solo mía.
—¡¿Sorprendida, mi pequeño duende?! —indagó en un susurró grave.
—Más que sorprendida —contesté entre jadeos.
—Entonces tendré que esforzarme mucho más...
Sin más rodeos, su camisa salió disparada por encima de su cabeza dejándome a la vista ese delicioso abdomen que tanto ocultaba. Marcado, duro y suave, la perfecta armonía entre atlético y normal, son pretensiones ni exageraciones.
Volvió a besarme con más ansias, mordiendo mi labio causando un exquisito ardor que me hacía jadear. Más, quería mucho más, más de esa rudeza. Prenda por prenda, el estorboso disfraz fue desapareciendo hasta quedarme en completa desnudez, mi cuerpo siendo repasado por su hambrienta mirada y sus manos firmes.
—¡No sabes cuanto me encantas! —murmuró, y mordió un costado de torso, tan cerca de mis senos que me causó escalofrío.
Continuó con leves mordiscos a lo largo de mis costados, por todo mi abdomen y subiendo a mi cuello. Un largo y húmedo camino que em tenía al borde de la desesperación, no había tocado nada importante, pero el ardor y el calor estaban al máximo.
Colocó mis manos por encima de mi cabeza, sujetándolas con fuerza y posicionándose encima de mí, presionando su cuerpo contra el mío, sintiendo la dureza de su erección sobre mis muslos y deseando poder moverme. También quería tocarlo, me desesperaba la espera.
—Tranquila, mi pequeño duende, no te desesperes —me susurró al oído, mordiendo luego el lóbulo de mi oreja—. Pronto no querrás que pare.
—¡Dios! —jadeé al sentir el calor de su aliento rosarme la piel—. ¿Quién eres?
—Un Gustavo que solo tú podrás ver, ¿qué tal? —Fue bajando por mi clavícula, hasta lamer el inicio de mis senos sin dejar de mirarme a los ojos.
—¡Me encanta! —gemí.
Metió en su boca uno de mis pezones, rosando suavemente con los dientes hasta jalarlo. El rebote que causó debió haber sido una escena excitante para él, pues su expresión de deleite fue todo un poema. Se relamió los labios y repitió el proceso, lento y tortuoso. Sin embargo, las ganas iban más que en aumento y ni él las quería retrasar más.
Se levantó, sacándose el jean de un solo golpe y recostándose de nuevo sobre mí, esta vez invirtiendo nuestras posiciones quedando mis senos a su completa disposición. Tomó ambos con firmeza, apretando y sacándome jadeos contenidos. Traté de no hacer demasiado ruido, la hora y el lugar no me eran tan confiables como para tener esas libertades, no se sabía quién podría estar despierto. Aun así, mi zona baja estaba tan cerca de su ingle que sentí la punta de su miembro rosar mi vagina. No lo pensé, solo me dejé llevar por el calor del momento y me restregué sobre él.
Aun con la tela de su bóxer en medio, las sensaciones del contacto eran abrumadoras, tanto que él mismo jadeo sobre mis senos, llegando a morderlos con fuerza, pero sin lastimarme. No había dolor alguno de por medio, solo fuertes sensaciones recorrer mi cuerpo y calentarme el alma.
De adelante hacia atrás, mi cadera se movía casi con mente propia, humedeciéndome cada vez más y gimiendo más alto.
—¿Qué tanto ruido se puede hacer? —pregunté entre jadeos.
—Todo el que desees, quiero oírte gritar. —Tomó mi rostro entre sus manos, besándome con fiereza.
Una vez más, intercambio nuestras posiciones con brusquedad, enterrando sus dedos en mi carne y mordisqueando todo mi cuerpo a su antojo. Llegó justo donde tanto quería, donde él deseaba perderse. Con una larga y húmeda lamida, abrió los pliegues de mi vagina hundiendo su lengua en mí. La sensación de succión en mi clítoris terminó por hacer corto circuito en mi cabeza, liberando del fondo de mi garganta un gemido fuerte.
Mis manos en su cabeza apretaron de forma automática algunos mechones de cabello, llegando a presionar aun más su cara contra mí, deseando liberar toda esa descarga de calor que se acumulaba en mi bajo vientre. Dos dedos se internaron en mí, mientras su lengua masajeaba con destreza mi clítoris y yo trataba de contener mis gritos mordiéndome la mano.
—¡No, pequeño duende! —susurró Gustavo, apoyándose en mí sin dejar de torturarme con sus dedos—. Nada de silenciarte, quiero oírte gritar, y si es mi nombre entre esos preciosos gemidos tuyos, mucho mejor.
—¡Cielos, Gus...! —Un fuerte gemido salió de mi boca al sentir sus dientes nuevamente en mi pezón—. ¡Más...!
—Te gusta rudo, ¿eh? —sonrió con malicia—. Quien ve esa carita preciosa y dulce se engaña, pero me encanta.
Acaparó mi boca con rudeza, mordiendo y chupando mi labio inferior. Al mismo tiempo, su mano libre rodeó mu cuello apretando con la fuerza justa y necesaria para hacerme ver estrellitas. Eran demasiadas sensaciones, tan intensas que no podía resistir un segundo más así. Las contracciones en mi interior se fueron haciendo mas intensas, el orgasmo era más que inevitable.
—Aún no, mi amor, apenas empiezo —dijo Gustavo, sacando sus dedos de mí y lamiéndolos—. ¡De rodillas!
Me levanté de un salto obedeciendo al instante, el brillo en sus ojos se hacía cada vez más intenso, el verdadero peligro apenas se veía venir y no podía estar más agradecida con eso. El único fuckboy que vale la pena, es el que te hace cosas malas y sucias en la cama, pero te trata como una princesa fuera de ella. Ese era Gustavo, mío y solo mío.
De un solo tirón se quitó la última prenda que cubría su cuerpo, dejando al aire unos muy considerables dieciocho centímetros mal contados. Acomodó mis manos tras mi espalda, asegurándose que no pudiese moverlas de su lugar. Tomó mi barbilla alzando mi mirada, encontrándome con su mirada lasciva y posesiva.
—¡Abre esa dulce boquita! —exigió entre susurros candentes.
Embobada con su actitud dominante, no hice más que obedecer y recibir lo que venga muy complacida. La expectativa ya me estaba matando, pero, así como casi me hizo acabar con solo dos dedos, esperaba retribuirle aunque no usara mis manos.
Con suavidad introdujo su miembro en mi boca, moviéndolo de dentro hacia fuera con delicadez y aumentando la velocidad poco a poco. Sus jadeos solo me emocionaban más, el ver como cerraba los ojos con fuerza cada vez que mi lengua jugueteaba con la cabeza de su pene me causaba cierta ternura, una muy caliente.
Así fue aumentando las estocadas en mi boca, llegando hasta donde mi resistencia le permitió y su aguante le dejó. Con un fuerte jadeo, se alejó de mi sin querer correrse aún.
—Tu boca es una delicia, mi pequeño duende —susurró, dándome un beso en los labios y levantándome entre sus brazos hasta tirarme en la cama—, pero ya es hora de jugar.
—Alto ahí vaquero, habíamos quedado en algo —le recordé, cerrando de un tirón mis piernas.
—Y no lo olvidé —se burló.
De un cajón de su cómoda, sacó un paquete de condones, una de esas cajitas con seis unidades de sabores varios. El señor estaba más que preparado, lo que me hacía pensar demasiadas cosas que no deberían importar ya y que me sacaban de esa exquisita nube de hormonas que drogaron mi cuerpo.
Solo vi cómo se lo colocó con cuidado y volvió a dirigir sus dedos en mi interior, girando y haciendo gancho para aumentar la excitación. Ya estaba más que preparada y caliente, ¿qué más quería?
Con una sola estocada, fuerte y profunda, entró en mí sacando un alarido de mi boca. Levantó mis piernas flexionándolas hacia mí, quedando con la cola un poco levantada mientras el entraba y salía entre suspiros. Era el paraíso, el grosor y tamaño perfecto para mí, raspando mis paredes y abriéndose paso con una deliciosa brusquedad.
—¡Ah, Gus...! —jadeé fuera de control—. ¡Más... duro!
—Cómo mi pequeño duende quiera, así será —contestó con una sonrisa maliciosa.
Separó mis piernas tomándome de la cadera, pegándome más a su cuerpo que se movía entre embestidas cada vez más profundas y duras, llevando una de sus manos a mi cuello donde apretó igual que antes. La sensación era indescriptible, la posición le permitía entrar no solo mucho más adentro, sino muy cerca de mi zona G. y lo sabía, y se aprovechaba de eso para hacerme gritar cada vez más su nombre y me fascinaba todo eso.
Una vez más las contracciones esta vez más fuertes, me hicieron poner los ojos en blanco esperando la dulce descarga, pero no lo permitió. Con un solo movimiento giró mi cuerpo, levantó mi trasero quedando en cuatro y me dio una fuerte nalgada. Dejó un cosquilleo cliente en mi piel que no me molestaría volver a sentir, un dulce ardor que me humedecía más.
—Adoro el color rojizo de tu piel cuando... —dijo en ese tono sensual que me mataba, rosando con sus manos la zona, apretando y enterrando sus dedos en mi carne—, mis manos quedan marcadas.
Sentí su lengua pasearse por toda mi vagina de arriba abajo, produciéndome fuertes escalofríos que recorriendo mi espalda. Una vez más, volvió a nalguearme con ambas manos en ambas nalgas. Y como si se lo hubiese pedido, entró en mi con una embestida salvaje que me sacó el aire.
Uno tras otro, sus embestidas se hacían cada vez mas sonoras, el choque de su cadera con mis nalgas era excitante. Esta era la reacomodada de matriz que me hacía falta en mi vida, nada de dulces pastelitos y polvos vainilla, salvaje y duro mejor. Como leyendo mi mente, tomó mi cabello envolviendo su mano en ella, jalándolo con tal fuerza que mi cabeza se mantenía hacia atrás y su boca alcanzó mi cuello.
Besos, lamidas y mordiscos terminaron por sobrecargar mi sistema de calor, necesitaba soltar todo eso o podría morir de éxtasis. Necesitaba venirme, quería hacerlo y esta debía ser la vencida.
—¡Gus...! —jadeé—. ¡Por favor...!
—¿Te quieres venir? —preguntó entrecortado por sus propios jadeos, sin dejar de embestirme con fuerza, jalando mi cabello con una mano mientras la otra enterraba sus dedos en mi carne.
—Sí... —grité—. ¡Cielos, sí...!
—¿Te gusta así? —rio por lo bajo.
—Sí... Rico... más, más...
—¡Vente, mi amor, hazlo!
Sus embestidas subieron de velocidad y fuerza, inclinándose sobre mí para tener más acceso a mi cuello y seguir sus no tan delicadas caricias. Así, el calor se fue acumulando cada vez más en mi bajo vientre sacando de mí gemidos y lágrimas de puro éxtasis. Hasta que la dulce liberación llegó con un fuerte grito, uno que salió de lo más profundo de mí al sentir ese corrientazo recorrer todo mi cuerpo. Al mismo tiempo que el orgasmo me engullía, los dientes de Gustavo se clavaron en mi nuca produciendo una segunda y más larga explosión de placer, prolongando todas esas sensaciones por una deliciosa eternidad.
Lo escuché gruñir, las palpitaciones internas de mis paredes vaginales apretaron su miembro dentro de mí hasta hacerlo correrse. Lo sentir salir de mí, sin poder levantar la cabeza clavada en las sabanas no pude ver que hizo, pero a los pocos segundos lo sentí rasgar otro paquetito de condones. Volvió a entrar de una estocada, haciéndome temblar y jadear a gusto.
—¡Segundo Round! —expresó con una sonrisa ladeada—. ¿Lista?
—Siii... Dame más —supliqué.
Continuó con sus atenciones salvajes cambiando varias veces de posiciones, incluso dejándome montarlo como la potra caliente y salvaje que quería que fuese. Entre nalgadas y mordiscos, casó de mí otro de esos largos y deliciosos orgasmos hasta dejarme totalmente exhausta y temblorosa. La mejor sesión de sexo en mi vida, había sido esa, en manos del nerd otaku del salón, y no solo eso. Terminado el ajetreo, me abrazó con esa dulzura que siempre lo caracterizó, besando mi frente y mejillas.
—Te amo, mi pequeño duende —susurró a mi oído.
—Te amaré muy pronto, estoy segura, mi pervertido hermoso.
Después de un largo y dulce beso, me llevó entre sus brazos al baño. Después de tanto ajetreo, el sudor era uno con nuestros cuerpos y no podíamos solo quedarnos así. Con delicadeza y bastante, me ayudó a limpiarme y secarme para poder irnos a dormir por fin. El contraste del Gustavo dulce que me atendió en esos momentos con el salvaje y pervertido que me dio hasta para llevar, era increíble de ver. Conociéndolo hasta donde sabía, no me había preparada mentalmente para verlo así. La sorpresa era más que notoria, pero satisfactoria.
Acostada y envuelta en sus brazos, nos quedamos profundamente dormidos y por dentro, me sentía extasiada y feliz.
Este... *se atapa la cara por la verguenza*
No tengo derecho a sentir vergüenza después de escribir esto pero igual...
¿Qué les pareció ese contraste de Gustavo? Casi parece alguien diferente el sucio este.
Pero ahora... ¿Quién más quiere un Gustavo? *alza las dos manos*
Digo digo... VAYAN A LA IGLESIA!!!!
AMEN!!
LOS AMO Y LEO SUS COMETARIOS, SIEMPRE LOS LEO.
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