6
¿Disfrutar mis minivacaciones? ¿Festejar los carnavales de mi ciudad? ¿Qué era eso? Mi cabeza no hacía más que pensar en encerrarme y nunca más volver a salir. ¿Universidad? ¿Equipo de baloncesto? Podrían esperar al próximo siglo, como mínimo.
—Deja la pendejada, Andrés —me gritaba Sol—. Sal del closet.
—Ya salí —contesté.
—Me refiero al sentido literal, idiota —replicó con fastidio.
Al entrar en casa, me había encerrado en el lugar más oscuro que había encontrado, el closet de Sebastián. No era metafórico, solo era lo más grande y con puerta que podría usar para morir en él, a falta de un ataúd real.
—¿Qué tanto puede hacer él sabiendo eso? No es el santo grial así que dudo sea tan inmaduro como para usarlo en tu contra —añadió con incredulidad.
—¡Ja! Ese es el puto problema con tu amado, Solecito, es un completo inmaduro de pies a cabeza —me quejé—. ¿Por qué crees que me hace bullying estando en la maldita universidad, siendo un supuesto hombre adulto hecho y derecho?
Su silencio me dio toda la razón, pensando que tal vez la cosa podría ser peor de lo que imaginaba. Debía hacer algo, aprovechar ahora que estaba solo, sin su sequito de orangutanes respaldando sus tonterías.
—¿Y si hablas con él? —sugirió como leyendo mi mente—. Tal vez puedas llegar a un acuerdo amistoso y dejar las cosas en paz, ¿no?
—No estoy... seguro. ¿Será? —dudé, aunque también tuviese la misma idea.
—No creo que pierdas nada con intentarlo, pero sal de una jodida vez —refunfuñó—, debo cambiar a Sebastián para dormirlo, pronto llega mamá y si me regaña yo seré quien te mate.
A regañadientes, salí del closet.
—Buen niño, ahora ve a tratar de convencerlo —dijo y me dio unas palmaditas en la espalda.
—No pues, gracias.
Respiré profundo y sin pensarlo dos veces, salí, de seguir pensándolo no pasaría de la sala y jamás tendría el coraje para intentar nada. Las calles seguían llenas, la música sonando por todas partes y el ambiente impregnado con diferentes comidas, el olor ya me mareaba. Marcos no estaba por ninguna parte, buscándolo con la mirada mientras caminoteaba por todo el lugar sin tener éxito.
Tal vez esa era una señal, no creía mucho en ello, pero dada mi situación, estaba dispuesto a creer hasta en el horóscopo si me servía de algo.
—¿Se te perdió algo, pulguita?
Y ahí estaba, ese estúpido apodo y su tonito tan exasperante. Volví a equivocarme, las señales no eran para mí. Marcos estaba detrás, mirándome con esa fastidiosa sonrisa de suficiencia que empezaba a odiar de verdad. Pero me contuve, por el momento lo más sensato sería solo conversar como personas civilizadas, o intentarlo.
—Hola, Marcos —le saludé con fingida calma, mi corazón martillaba a punto de reventar—. Con respecto a lo de ayer, quería decirte que lo siento, no era mi intención que te suspendieran del equipo.
—¿En serio? —indagó con fingida sorpresa, tratando de provocarme.
—Sí, pero también debes aceptar que se te pasó un poco la mano con...
—¿Tirarte al suelo? ¿En serio? Casi creo que lo disfrutaste —se burló—, lo vi en la miel de tus preciosos ojitos.
Traté de respirar con calma y no lanzar toda la retahíla de insultos que me sabía, cortesía del barrio.
—Créeme, estoy tratando de ser amable en este justo momento porque quería pedirte una tregua, ¿sí? —continué—. Esto ni siquiera tiene sentido, molestarme y golpearme de esa manera solo... ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Crees que quiero ser capitán? Eso me importa muy poco, solo quiero jugar y pagar menos en la matricula. No estoy para interferir en sea lo que sea que quieras hacer, no quiero nada de eso.
—¿Tregua? —saboreó la palabra con tanta lentitud mientras se mordía suavemente el labio inferior, que me sentí demasiado incómodo para soportarlo.
No dejaba de repararme de pies a cabeza, como si el enterarse de mi sexualidad me diese un aura diferente. ¿Qué tengo, un tercer ojo o una cola de perro que antes no?
—¿Quieres dejar de hacer eso? Me incomodas, en serio —exigí.
—Esa tregua no depende solo de mí, por mi parte te dejaría en paz, con algunas condiciones, claro —se reía con sarcasmo, pero con cierta alegría que me confundía.
—¿Estás hablando en serio? ¿Me vas a poner condiciones? ¿Tú a mí? —repliqué con incredulidad.
—Oh sí, muy pocas y tan fáciles que terminarán gustándote —volvió a sonreír guiñándome un ojo.
Y eso fue todo, señores, mi paciencia se desinfló como un globo hasta quedar tirado en el suelo, arrugado y totalmente inútil.
—¿Sabes? Metete tu tregua en el culo —escupí con fastidio.
—La pulguita sacó los dientes, que ternura —reía a carcajadas.
—Esta ternura te partirá el hocico si sigues molestándome, y me importará una mierda que estés con los orangutanes de tus amigos, no dejaré que se burlen más de mí —con esa misma valentía desconocida, me marché dejándolo reírse a lágrima tendida.
—No estaría tan seguro de eso, lindura.
—¡Muérete!
Y con eso se arruinó el día entero. ¿Lo peor de todo? Había altas probabilidades de volver a verlo el resto de mi estancia en casa de mi tía, y por primera vez en la vida, estaba deseando no haber llegado.
—Te va llevar la putichingada —logró decir Sol.
—Ya lo hizo.
Dormí esa noche lamentando mi existencia completa, imaginándome miles de escenarios donde media universidad se enteraba de mi preferencia sexual, con posters burlones con mi cara pegada a un unicornio vomitando arcoíris. Puede que haya exagerado, que nada de eso pase, pero también existía esa pequeña posibilidad. Peor todavía, en el 90% de todos esos universos ficticios creados por mi descabellada imaginación, la violencia era un factor importante. Quien saliera madreado ya era opcional... y obvio.
¿Qué más podía hacer? Conversar y convencerlo, no. Obligarlo a callar, improbable que pueda. Chantajearlo, no tengo con qué. Vender mi alma al diablo para que se deshaga de él, posible y factible, pero demasiado extremista.
Y fantasioso, claro, desesperadamente fantasioso.
—Despielta, despielta, despielta, Andeeeee —gritó Sebastián dando saltos en la cama.
—¡Mátenme! —exclamé.
—Me ofrezco voluntariamente, pero después porque, ¿qué le decimos al pobre de Nandito? Se quedará esperando a su Crush —anunció Sol burlona.
—¡Mierda! —susurré, porque lo había olvidado.
A regañadientes, me levanté encerrándome en el baño dando un suave portazo. Dediqué mi tiempo a relajarme, no quería que nuestra improvisada salida sea opacada por mi mal humor. Tal vez, solo tal vez, no suceda nada relevante con Marcos si él está cerca. O eso esperaba.
—Los quiero aquí temprano, hoy salgo a media tarde del trabajo así que quiero cenar con ustedes —exigió tía Marisol.
—¿Podemos invitar a alguien a cenar, mamá? —sugirió Sol y mis alertas sonaron de forma estridente.
—¿A quién? —indagó curiosidad.
—Es un amigo, se llama Fernando, saldremos hoy con él y ayer estuvimos juntos casi todo el día —explicó ella con emoción y el alivio me recorrió las venas.
A ciencia cierta no sabía qué esperaba escuchar, el nombre de Marcos tal vez, como alguna descabellada idea de hacerlo reaccionar y convencerlo de dejar de joder. Pero no, y de cierta forma me aliviaba como también me asustaba. ¿Qué estaba planeando?
—Claro, si es amigo quiero conocerlo primero —dijo con cierto tono de pícara advertencia, eso sin dejar de mirarme de la misma manera.
Salimos sin esperar más cuestionamientos o miradas inquietantes, no quería que por imprudente mi querida prima revelara más de lo necesario y poco realista, siempre se va por las esquinas.
Una vez más el alboroto de las calles atiborradas de gente paseando, riendo y festejando llegaba a nuestros oídos. Mientras, nuestros ojos podían deleitarse con la decoración y los juegos de los niños corriendo por las calles. Era el día de la guerra de agua, muchos llenaban pequeños globos o bolsitas para luego lanzarlas unos a otros. En otras partes, las albercas caseras o piscinas eran alquiladas para los más pequeños. Divertido.
Sin embargo, a pesar de lo pintoresco del paisaje, mis ojos captaron por desgracia un punto naranja chillón de cabello rubio-fresa, mucho más intenso por el reflejo del sol en ellos. Marcos se encontraba a solo un par de metros de nosotros, justo del otro lado de la acera, observando detenidamente cada uno de mis movimientos mientras caminaba con mis primos. No hacía nada más, salvo sonreír de una manera que me parecía tan perturbadora como inquietante.
No sabía, a esas alturas del partido, si aquello era bueno o malo. No se acercaba, no molestaba directamente, no nos hablaba ni se burlaba de mí pese a tener una expresión de completo pánico en la cara. Si usó la psicología inversa para torturarme, le salió de puta madre.
—Deja el estrés, no está pasando nada, solo está mirando como todos alrededor —susurró Sol notando mi tensión.
—Sí, claro, todos están mirando, pero no a mí —susurré de vuelta.
—Ustedes me tienen harta, en serio —se quejó en un suspiro.
—Está más que sabroso, para chuparlo enterito —repetí tratando de imitar su tono de voz—. ¿Quién fue la de eso? A verdad, tú.
—No sabía que era un idiota, ¿sí? —se defendió.
—Ya lo sabes, a la orden.
—Pero eso tampoco quita lo bueno que está el desgraciado.
Touché, aunque no lo aceptaría en voz alta.
Llegamos al lugar pactado, las barandillas seguían en su lugar esperando el siguiente desfile. Incluso, algunos apartaban sus lugares con sillas desplegables y pequeños letreros. Sin embargo, nuestra espera era por alguien más a quien no lográbamos ver por ningún lado, y eso me causó cierta punzada en el pecho.
—¿Buscan algo? —indagó burlón tras de mí.
Mi dignidad, el coraje que me hace faltaba, la heterosexualidad que nunca tuve y menos con Fernando respirando el mismo aire que yo, solo eso.
—Nada, viendo lejos a ver cuántos bobos preguntan, va uno —contesté con una sonrisa.
—Estamos bromistas, eso es una buena señal —reía a carcajadas—. Sol, Sebas, que bueno verlos.
—Hablando de eso y aprovechando que me notas —dijo con sarcasmo, colgándose de su brazo y sonriéndole ampliamente—, ¿te gustaría cenar con nosotros en la tarde? Mi mamá está de acuerdo, ¿qué dices?
—¿Segura? No quiero...
—Es cierto, estás invitado —intervine, esta vez emocionado por su respuesta.
—En ese caso no hay de otra, iré —contestó con una amplia y dulce sonrisa—. Mientras, ¿qué tal unas palomitas y un par de juegos?
—¡Shiiii! —exclamó Sebastián.
Al parecer, pasear por aquellas calles en esas fechas era algo muy común para él, conocía cada parada y cada actividad colocada en todas partes. Todos los juegos y puestos de comida, cada cosa que podíamos hacer estando el pequeño Sebastián con nosotros. Y era increíble, divertido y tan embriagante escucharlo reír que ya empezaba asustarme. Debía controlar esa emoción creciente, pero alguien comenzaba de la misma manera a encargarse de ello.
Durante todo el recorrido, en cada parada que hacíamos, en algún pequeño instante de eso, veía a Marcos a lo lejos con la misma mirada pegada a mi espalda. Ya no sonreía, se veía molesto. Pero, ¿por qué? Nada de lo que hacíamos tenía que ver con él, no tenía razón alguna para molestarse, aunque tampoco la había para hacerlo desde que nos conocimos y era como si le valiese tres hectáreas de huevo.
—¿Qué tal si vamos un rato al trampolín? Lo pasamos hace un par de calles, ¿no? —sugerí casi con desespero, sintiendo la nuca arder por el peso de su molesta mirada.
—Tampolin, tampolin —celebró Sebastián.
—Quisiera ser así de pequeña y poder subir también —dijo Sol con pesar.
—Pero estás chaparra, pasas como niña —me burlé.
—Agradece que estamos con compañía, sino te mueres por pendejo —me amenazó.
—No se preocupen por mí, con confianza —dijo Fernando con malicia.
—No colabores con... ¡Ay!
Un fuerte golpe en mi costado interrumpió mis replicas, sacando de mis pulmones casi todo el aire que contenía. Sol me había pegado, muy duro y ellos no hacían más que reírse de mi desgracia, en especial Fernando. Pero viniendo de él, con esa dulce forma de arrugar la nariz y cerrar con fuerza sus ojos, estaba más que embobado.
Sin embargo y entrando en razón, caminamos de vuelta a las calles anteriores tratando de perder a Marcos entre la multitud que se aglomeraba a nuestro alrededor. Me sentía un poco ansioso, miraba en todas direcciones tratando de asegurarme de su ausencia y por ello, hice la cosa mucho más evidente.
—¿Qué pasa, Andresito bonito? —indagó Fernando—. ¿De quién...? ¡Ah, ya veo!
—¿Qué? —pregunté preocupado por su expresión.
—A tus diez... perdón, costumbre, a tu izquierda diagonal justo del otro lado de la acera, es fácil de ver —explicó y seguí sus indicaciones.
Donde había señalado, el mismo punto naranja sonreía en mi dirección, pero esta vez lleno de indignación, negando una y otra vez como si estuviese haciendo algo malo. Cada vez entendía menos la situación, y, por si fuera poco, involucraba más gente.
—¡Dios! —me quejé—. ¿Cómo puede llegar a todas partes?
—¿Puedo saber por qué el señor indignado te sigue y mira con tanto amor? —se burló Fernando.
—No lo sé, ¿quieres preguntarle? —sugerí con sarcasmo, arrepintiéndome de mi tono de inmediato—. Lo siento, ese idiota no hace más que alterarme y con lo de ayer...
—¿Ayer? ¿Qué pasó?
Logramos llegar a la calle del trampolín con Marcos respirándome en la nuca, conversamos con los encargados y por un acuerdo, dejaron subir a Sol para que cuidara desde allí a Sebastián. Mientras, desde afuera y sentados en un pequeño muro frente a ese lugar, Fernando y yo conversamos hasta poner el chisme al corriente.
—Pero, ¿por qué tanto miedo ahora? —expresó confuso—. ¿No trataste de enfrentarlo? Un poco tarde para echarte para atrás.
—Porque... —dudé, pero tomé el impulso de hablar— se enteró por accidente que soy gay, y antes que lo excuses diciendo que no puede usarlo para joder, créeme, lo hará de una u otra forma.
—¿Eres...? —hizo una pausa, sonriendo cada vez más amplio—. Digo, puede que actúe como niño al hacerte bullying en plena universidad, pero ya esto es más serio, no creo que...
Solo lo miré, entornando los ojos y ladeando la cabeza como gesto de obviedad. Este, respondiendo ante ello, solo soltó una carcajada con la que no pude molestarme.
—Eres tan tierno y tonto a la vez —añadió sin dejar de sonreírme, esta vez, llevando su mano a mi rostro en una tierna caricia—. Aunque siga molestando, puedes hacerle frente. Así como él, tú tampoco estás solo, ¿sabes?
¿Alguna vez han jugado a los congelados? Porque así me quedé yo en ese justo momento, estático con cara de idiota y embobado con su mirada. Si sus ojos de por sí son hipnóticos, con ese brillito especial lo eran aún más. Estuata modo On.
Sus dedos seguían recorriendo mi mejilla con suavidad, dejando una sensación caliente y electrizante por donde pasaba. Llegando incluso a la comisura de mi boca, mientras él mismo mordía con delicadeza la punta de su labio inferior. Una escena tan tentadora, como aterradora. Y, sin embargo, el mágico momento fue brutalmente interrumpido por una mole furiosa de metro noventa.
—Lindo espectáculo, pulguita, creía que nadie lo sabía, tu cara de pánico casi me convence —expresó Marcos indignado—. O, ¿quieres que todos se enteren de verdad?
—¡Dios, Marcos! —suspiré—. ¿Qué mierda pasa contigo? Llevas casi todo el puto día siguiéndonos, ¿te debo algo?
Con malicia me miró, sonrió y suspiró. Y lo odié.
—¿Por qué te interesa tanto? Su vida no debería ser de importancia para ti ni para nadie más —intervino Fernando, enfrentándolo con seriedad—. ¿Cuál es tu verdadero interés, Marcos?
—¿Tú eres? —indagó cruzándose de brazos.
—Su amigo, por ahora —contestó y sonrió.
—¡Por ahora! ¡Já, que chiste! —se burló, pero estaba cada vez más molesto—. ¿Seguirás dejando que otros intervengan por ti, pulguita? Creí que ya estabas despertando, me ilusioné.
—Solo quiero llevar la fiesta en paz, ¿sí? —repliqué exasperado—. Todo esto es innecesario y hasta tú lo sabes, ¿por qué lo sigues haciendo?
—Porque puedo, quiero y se me da la gana...
—¡Ay por favor, madura! —grité—. No creo que lo hagas por puro gusto, ¿acaso te dejas mandar de tus amiguitos?
—Si no sabes nada es mejor que no hables —advirtió casi entre susurros, acercándose peligrosamente a mi rostro.
Al igual que ese día al tirarme al suelo, una vez más centró su potente mirada sobre mis ojos paralizándome de miedo. Con la ira que lo embargaba, cualquiera se quedaría congelado, era aterrador. Sin embargo, poco a poco fue suavizándose hasta desaparecer.
—Sí, bueno, mucha observación, ¿no crees? Aléjate de él —exigió Fernando—. ¿No tienes a alguien más que acosar?
Marcos se alejó de mí, mirando a Fernando con nueva rabia oscureciendo sus ojos. Lo analizó de pies a cabeza, ese mismo odioso gesto que había tenido conmigo, bufó y se cruzó de brazos sin dejar de observarlo.
—Solo déjanos en paz, ¿quieres? Debes tener algo más importante que hacer, solo vete y deja de seguirnos —dije con cansancio.
Luego volvió a mirarme, se sonrió, pellizcó con delicadeza mi nariz y se fue caminando sin dejar de sonreír.
—¿Qué... mierda?
—¿Qué fue todo ese espectáculo? —indagó Sol apresurada, llegando hasta nosotros con Sebastián a su lado, sudada y asustada.
—Se te va poner la cosa un poco complicada, ¿sabes? Hay un... evidente cambio de interés —dijo Fernando.
—¿Interés? —expresamos Sol y yo al tiempo.
—Ande, agua —dijo Sebastián pegándose a mí.
Continuamos nuestro trayecto, comprando bebidas y reposando a los recién llegados del trampolín. Mientras, trataba de pedir alguna explicación a Fernando sobre lo que dijo, pero se negaba.
¿Había algo que no estaba captando?
Y aquí va el cambio principal, ¿lo captan?
Un nuevo desmadre se viene en camino, señores y señoras.
Entonces se viene la pregunta del millón de dólares...
¿#TeamMarcosCaraDeCulo #TeamFernandoOjistosPispirescos #TeamAndresBetaEnemigo?
Se vienen nuevos capítulos.
Pero nuevos de verdad.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro