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35

Andrés

Quisiera evitarles la cháchara de dolor continuo y procedimientos médicos, igual muchas de esas cosas ni las escuché porque el dolor que sentía me consumía por completo. Aun así, luego de la inyección de morfina, dulce droga para mi sistema nervioso, medio alcancé a escuchar las indicaciones del doctor después de colocarme ese aparato del infierno. Algo así como que no me moviera demasiado los próximos dos días, incapacidad por una semana, no bañarme y tratar de no matarme. O tal vez no, no sé.

Mi cabeza estaba mareada, moviéndose entre la dolorosa conciencia y el dulce alivio de la muerte. Bueno, no tanto así, pero era lo que quería. Me dieron el alta al día siguiente, más por demora de papeleo que por otra cosa. La fractura no era tan severa, gracias al cielo, aun así, dolía como el mismo infierno. Si hubiese tenido cabeza para algo más, todo lo que aprendí viendo CSI y Mentes criminales me hubiese servido para armar un super plan y desvivir a alguien, adivinen a quién.

Ya en casa, los reclamos de mis padres por lo sucedido me atormentaban. Claro, ¿qué esperaban, que me rompieran un brazo y no sospecharan que algo más pasaba? La suerte nunca ha estado de mi lado, no se sorprendan. Y ese fue el momento de Emma para brillar, porque soltó toda la sopa, desde lo de Marcos hasta Edgar y a ellos no les gustó nada nadita.

De todos modos y para sorpresa de todos, mi mamá dudó mucho de la versión de Marcos contada por Emma; notó, por obvias razones, mucho rencor en sus palabras y obstinación de mi parte. Y por ello, por tratar de defenderlo, me vi obligado a abrir el hocico. Conté lo que pasó ese día, como terminé en el suelo llorando como niña y como Marcos le partió su madre a Edgar. Por primera vez vi a Emma extrañada, dudando de sus propios pensamientos, pero seguía reacia en darle el beneficio de la duda.

—No pueden culparlo toda la vida por cada cosa que Edgar haga, tampoco puede amarrarlo, ¿sabes? —reafirmé por quinta vez—. Ese mastodonte no le hace caso al entrenador que mide como tres metros y fue militar, ahora le hará caso a él, por favor.

—Me vale tres hectáreas, es su culpa y punto —me rebatió Emma.

—Eso ya parece personal contra él, mejor cógela con Edgar que es el verdadero culpable —le reñí.

—Y tú deja de lamerle el culo a ese... Metafóricamente hablando, cochino —se apresuró en aclarar.

—No he dicho nada.

—Lo vi en tu cara.

—Un día de estos me encantaría hablar con ese Marcos, a ver si todo lo que dice Emma es cierto —intervino mi mamá—, de lo contrario... ahí vamos viendo.

—Gracias, madrecita —le sonreí.

—Ya sé de dónde salió Andrés —se quejó Emma, recibiendo un almohadazo de mi madre, ojalá hubiese sido la chancla.

Esos días de vagancia, traté de hacerle caso al doctor. No crean, sí me bañé, solo no debía mojar la férula y ya. Fernando y Gustavo trataban de visitarme todos los días, me llevaban sus apuntes de las clases y les pedían a otros compañeros los de las clases que ya no compartíamos, como los buenos amigos que son y que a veces me sacan de quicio, porque sí, el favor no era gratis. Los escuché quejarse de Marcos una y otra vez, incluso el cómo disfrutó Fernando golpearlo el mismo día de mi accidente. Me contuve, no dije nada, eso hubiese desatado una quinta guerra mundial en mi casa.

Los analgésicos me ayudaron a pasar el dolor solo los primeros días, después de eso ya no me hacían efecto más que drogarme y ponerme más pendejo de lo que ya era. Me las tomaba ya porque mi mamá casi me obligaba, pero efectos como tal no hacía, el mínimo movimiento me arrancaba lágrimas de los ojos. «¡Maldito Edgar, te odio!»

Esperé y no esperé el fin de mi incapacidad, quería volver a clases para poder ver a Marcos. Al parecer la universidad era el único lugar donde podía hacerlo, y su casa, pero en mis condiciones salir era imposible y que viniera él a la mía... Quería verlo con vida, mantenerlo así hasta viejitos y a Emma en libertad, no encerrada en la cárcel.

Para cuando regresé a clases, el morral era un completo martirio, aunque la mayoría de las veces tenía a alguno de los chicos ayudándome a llevarlo. Sin embargo, ya no era primer semestre y no estábamos en todas las asignaturas, por lo que un par de veces al día me veía solo y sufriendo por ese morral. Aun así, a quién quería ver no aparecía por ninguna parte. Ya empezamos, hijo, y mal.

—Hola.

La sorpresa me invadió cuando, con cierta vergüenza en sus rostros, los tres mosqueteros se acercaron a mí de forma tan civilizada que no parecían ellos mismos. Sergio, Antonio y Cristian estaban frente a mí con intensiones desconocidas. Todas mis alertas se activaron.

—¿Qué quieren? —indagué sin rodeos.

—Solo queremos saber cómo estas —dijo Antonio con calma.

—Enyesado —dije alzando mi brazo, para luego lamentarme—, ya pueden irse.

—Y también queríamos disculparnos —intervino Sergio.

—Por todo lo que hicimos y lo que no hicimos también —confirmo Antonio.

La reacción de mi parte al parecer no era la que esperaban, por lo que permanecieron observando mi cara por un buen rato hasta que la sorpresa me dejó hablar. Aunque tampoco sé que esperaban, ¿el viento de la rosa de Guadalupe?

—No entiendo, ¿Marcos los mandó o algo? —volví a preguntar, me parecía que había gato encerrado, confianza cero.

—No, en realidad él no nos habla desde ese día, así que no nos ha mandado nadie —contestó Antonio con un suspiro.

—¿Entonces por qué lo hacen? —insistí incrédulo.

—Porque igual que Marcos, estamos hartos de Edgar y sus cagadas. —En aquellas palabras y la expresión de Sergio había algo escondido, cierto pesar—. No entraremos en detalles, pero hace un buen queríamos alejarnos solo que...

—¡Cobardes! —le interrumpí—. Esa historia me la sé ya, no es nada nuevo.

—Sí, tienes razón, somos unos cobardes y estás en tu derecho de no creernos —intervino por fin Cristian, quien se había mantenido solo como observador—, pero igual queríamos solo decir eso.

—Eso no los exime de toda la basura que me hicieron, ¿saben lo que es qué te dejen en ridículo usando tu orientación sexual? —El recordar ese episodio me llenaba de rabia, mucha—. Los golpes son lo de menos comparado con eso.

—Sí, lo sé muy bien, más que bien —expresó Sergio.

—¿Tú? —repliqué con incredulidad al máximo—. ¿De verdad? Lo dudo.

—Oye, estamos tratando de...

—Cris, tranquilo. —Lo detuvo Sergio, evitando una nueva discusión—. Te diré algo, no espero que lo creas y a veces quisiera no creerlo yo mismo, es humillante recordar eso, pero... Hubo un tiempo en que me gustó Edgar, me quedé en su grupo por esa razón, hasta que me di cuenta quien era de verdad, de ahí en adelante ya estaba tan metido en el basurero que no pude salir.

—No juegues, ¿eres...?

—Gay, sí, y no me avergüenza en absoluto —me interrumpió, encogiéndose de hombros.

—De pésimos gustos iba a decir —le corregí, sin poder creer en sus palabras—, ¿en serio te gustaba eso?

En serio, ¿quién en su sano juicio se enamoraría de alguien como Edgar? Emma no entraba en la lista, atracción no es lo mismo que gustar o siquiera amar, y gracias al cielo Gustavo entró en acción.

—Fue mi momento más humilde, pero malos gustos no tengo, haber sentido algo por ese me da pena y lo siento —continuó con algo de vergüenza—. Lamento haber sido uno de los que se burló de ti siendo igual, pero no tenía más opción y Edgar nos cogió desprevenidos con eso.

—Marcos —le corregí, sintiendo una extraña sensación crecer en mi interior—, querrás decir Marcos.

—No, él no sabía, ¿o sí? —intervino Cristian—. Edgar fue quien nos dijo, solo cinco minutos antes de la práctica nos contó. Nunca nos dijo como se enteró, solo llegó y explotó como si fuese una gran noticia.

—¡Júralo! —exclamé emocionado.

—¿Por qué mentiríamos?

—¡Mierda! —Una enorme sonrisa apareció en mi rostro, dejándolos a ellos boquiabiertos—. Gracias, y los perdono, de verdad.

—Sí que eres raro.

—Cierra el hocico.

Omitiendo el dolor en mi brazo, seguí mi camino en busca de Marcos, pero el idiota se empeñaba en no aparecer. ¿Por qué esa maldita costumbre de llevarme la contraria? Ya esto lo reconfirmaba, y le iba a partir su madre en cuanto lo viese. Eso esperaba.

Fui a mi siguiente clase, entregué las excusas médicas que me libraban del examen de ese día y me citó para hacerlo en un horario diferente. Podía hacerlo, pero el dolor me estaba acribillando las entrañas por lo que me vi obligado a tomarme la pastilla, dos en esa ocasión.

Nada, absolutamente ningún efecto.

La hora de la clase terminó y todos salieron, quedando de último y con un morral imposible de llevar. ¿Por qué no me rompió el brazo izquierdo, por qué el derecho con el que hago absolutamente todo? De cosa no respiro con ese brazo también. Un último intento por colgármelo al hombro salió fatal, llegando a golpearme el brazo herido y erizado cada bello de mi cuerpo por el corrientazo de dolor que me arrolló. Lo dejé caer el suelo, apoyando mi cabeza en la pared y lloriqueando como Kiko. Claro está, sin hacer ningún ruido lastimero que llame la atención. No más vergüenzas, no de forma voluntaria.

—¿Estás bien? —preguntaron y reconocí esa voz.

No levanté la mirada, no quería que viera como el llorón e inútil en que me había convertido por culpa de Edgar.

—¡Duele mucho! —contesté con voz ronca, tratando de modular y no demostrar tanto—. No puedo moverme casi porque cualquier cosa me lastima, odio esta cosa.

—¿Te recetaron algo para el dolor? —Lo sentí acercarse a mí, rezando para que solo me abrazara y besara.

—Ya me la tomé, pero no me sirven para nada —me quejé, sintiendo el brazo palpitarme.

Negué una y otra vez, casi raspando mi frente con la pared, tratando de nivelar una sensación con otra en un desesperado intento por disminuir ese maldito dolor. Sin embargo, su mano se interpuso evitando eso.

—No hagas eso, vas a lastimarte la frente. —Con suavidad, me apartó de la pared y se colocó en medio—. Mejor apóyate en mí.

Volví a sentir la suavidad de su pecho, esa firmeza de sus músculos que tanto me encantaba y en especial, ese dulce aroma de su piel que me había hecho tanta falta. Lo abracé, o por lo menos lo intenté, rodeando su cintura con mi brazo sano y pegándome más a la calidez de su cuerpo. Las endorfinas que liberó mi cerebro con solo tenerlo así, apaciguaron un poco el dolor, centrándome en él y sus caricias.

Me dejé llevar por la deliciosa sensación que su cercanía me producía, restregué mi rostro en su pecho como si nunca lo hubiese hecho y fui feliz. Es tan... ¡Que rico!

Aspiré una y otra vez su aroma, dejándome calentar hasta el alma, y esta vez dejaré que piensen todo lo mal que eso pueda pensarse. De verdad lo había extrañado, y mucho.

Suspiré y levanté mi mirada sonriéndole, viendo su linda carita centrada solo en mí con ese brillo en sus ojos que me mataba.

—¡Te amo! —sonrió.

Besó mi frente y me abrazó con dulzura. Por un segundo olvidé todo, hasta mi nombre, solo me centré en el cosquilleo en mi estómago y la fiesta que se armó en mi corazón. Estúpido IdiotaMarcos y sus efectos secundarios.

Aun así, había algo que seguía incomodándome y no pude evitar soltar un quejido por eso.

—¿Estás bien, te duele, te lastimé? —se apartó asustado.

—No, no es eso... —lloriqueé—. Esto pica y no puedo rascarme.

Lo oí suspirar y reírse, de no ser porque me gusta escuchar su risa le habría insultado por burlarse de mí.

—Te ayudo, ¿a dónde vas? —dijo, levantando mi bolso del suelo.

—Tenemos que hablar —dije con seriedad—, antes que quieran asesinarte, sé lo de Fernando.

—Me lo merecía —se encogió de hombros—. Ven, sé dónde podemos estar un rato tranquilos.

Me tomó de la mano y guio por los pasillos de la universidad, saliendo del plantel para dirigirnos a las partes más alejadas del resto de los edificios, lejos del bullicio, de la gente y donde más privacidad podíamos tener. Nos sentamos detrás de las gradas de la cancha de futbol, con muy pocas personas alrededor.

Por un momento me sentí nervioso, esa conversación definiría todo lo que pudiese suceder de ahí en adelante y por primera vez, quería que las cosas salieran perfectas. Nos queríamos, eso era más que obvio, pero, ¿se podía? Dios quiera que sí.

—Bien —suspiró—, soy todo oídos.

—Primero, ¿dónde diablos te habías metido? —empecé, mirándolo con el ceño fruncido—. Vacaciones, Marcos, te tragó la tierra casi que literal.

—En el Valle, visitando a mi papá —contestó con una sonrisa triste—. Quería... pensar bien las cosas y tomar una decisión sin nada que pudiese intervenir en eso, no quería basarme en pensamientos pasajeros.

—¿Tres meses? —insistí con mi cara de indignado—. ¿Era tan necesario?

—No estaba en mis planes, solo serían dos semanas, pero ese señor se entusiasmó demasiado —se rio por lo bajo—. ¿Por qué, me extrañaste?

—Me encantaría patearte el culo justo ahora, pero ese ya es mi estado natural cuando se trata de ti.

—Yo sí te extrañé, y mucho, me hiciste tanta falta. —Acarició mis mejillas con tanta dulzura que mi enfado momentáneo desapareció—. ¿Alguna otra pregunta?

El momento había llegado, tenía que despejar dudas y había una en específico que no podía dejar al aire. Era ahora o nunca.

—¿Aún te quieres alejar de mí? —pregunté, reteniendo las ansias dentro de mí.

—Debería, o es lo que piensa todo el mundo, ¿no? —volvió a mirarme con tristeza, llegando a humedecer sus ojitos—. Después de todo no he sido más que un dolor de cabeza.

—No pregunté por los demás, pregunté por ti —insistí, no necesitaba saber más que eso.

—Pensé en hacerlo, pero no pude, no puedo y tampoco quiero, te amo más de lo necesario, aunque tú si te lo tomaste muy en serio.

—No fui yo quien se fue tres meses al otro lado del país, según recuerdo —le reclamé.

—No me refería a eso, sino a tu accidente. —Mi expresión de confusión lo hizo reír, pero continuó—. Traté de buscarte, pero nunca contestaste, creí que también me culpabas por esto.

—¿Como que buscarme, de qué hablas? —inquirí aún más confundido.

Busqué en mis recuerdos, en ninguno aparecía alguno con el nombre de Marcos más allá de lo que me reclamaban los pendejos de mis amigos y lo mucho que lo extrañé. ¿Entonces?

—Te deje un millón de mensajes, quería saber cómo estabas y a qué hospital te llevaron —contestó extrañado.

—Claro que no.

—Claro que sí y aquí están.

Mostró la pantalla de su celular, uno tras otro había muchos mensajes en el chat que compartíamos y ninguno marcaba el visto. Sin embargo, en el mío ninguno de esos aparecía por ningún lado.

—Pero yo no los tengo... —me detuve a media frase, recordando algo en específico, quién se quedó con mis cosas—. Emma, esa mugrosa.

—Me lo supuse —se rio Marcos.

—¡Mentiroso! —repliqué.

—Es cierto, me dejé llevar por el pesimismo, en vez de seguir insistiendo, creí que también me odiabas igual que ellos —volvió a reír, suave y ronco, terminando en un suspiro—. Ahora la pregunta del millón y la que más me interesa. ¿Me quieres? Aunque sea solo un poco, me conformaría.

Iba a contestar de inmediato, la respuesta estaba más que clara en mi corazón y la tenía en la punta de la lengua, pero en sus ojos el brillo del miedo me dejó petrificado. Tan adorable y tan precioso que quise grabar esa mirada en mi memoria, anclando cada detalle de su rostro en mi retina.

Se acercó tanto a mí, acariciando mis mejillas mientras su mirada recorría todo mi rostro hasta centrarse en mis labios. Lo deseaba, se notaba que lo quería tanto como yo, besarnos hasta el cansancio.

—Dime que me quieres —suplicó en un susurro—, solo necesito eso.

—Pero no te quiero —susurré de vuelta y vi el miedo acrecentarse en sus ojos—, ¡te amo!

Cerró sus ojos con fuerza y suspiró, dejando salir dos lágrimas. Apoyó su rostro en mi hombro, mientras por dentro me moría de ternura y de risa.

—Hijo de... —Un mordisco en mi cuello sacó un gemido de mis labios, inesperado, pero delicioso—. Lo hiciste adrede, ¿cierto?

—Lo siento, no fue mi intensión —susurré.

—¡Me asustaste! —sollozó.

Levantó su rostro y volvió a mirarme de esa forma que me desarmaba por dentro, me volvía a reconstruir y me enamoraba cada vez más. Y sin esperar más, acaparó mi boca con tanta ternura que casi me mata. Sin embargo, la delicadeza nunca ha sido nuestro principal elixir así que, tan solo segundo después, el fuego se intensificó en nuestras bocas, arrancándome suspiros ahogados y una creciente sensación electrizante recorrer mi cuerpo.

Tanto fue el voltaje que, sin más miramientos ni lentitudes, sus manos pasaron de mi rostro a mi cintura con tanta rapidez y firmeza, que me hizo temblar. Recorrió todo mi pecho con suavidad, buscando la manera de meter sus manos debajo de mi ropa. Y lo quise, lo deseé con desespero, nada me importaba más que su boca sobre la mía. Con fuerza, me jaló de la cintura hasta colocarme a horcajadas sobre su regazo, una delicia de sensación me invadió. Sin embargo, el corrientazo fue remplazado por un intenso dolor en mi brazo.

Sí, habíamos olvidado mi brazo lastimado, por lo que un quejido de dolor salió de mi boca y tal vez, solo tal vez, lo mordí un poquito.

—Lo siento, lo siento, te lastimé, perdona —balbuceó nervioso—, no fue mi intención, perdón.

Me dolía como el demonio, pero su expresión de miedo era tan tierna que me sacó un par de risillas. Lo tomé del cuello y volví a besar, esta vez con calma y ternura.

—De ahora en adelante —murmuró sobre mis labios—, ¿puedo ser tu novio?

—¿Solo mío? —sonreí.

—Desde luego que sí.

—Entonces sí, me encanta la idea.

Me hubiese encantado seguir allí, solo los dos besándonos y recuperando el tiempo perdido, pero la tarde estaba bajando su temperatura y la intensidad del sol, así que los alrededores se estaban empezando a llenar de gente. Privacidad fuera.

Nos marchamos tomados de la mano, con dos maletines sobre él porque ya saben, estoy pendejo e incapacitado. Regresamos a los alrededores de los edificios, recordando que ya a esa hora los demás estarían saliendo de clases, en especial, un pequeño demonio cachetón que se acercaba molesta hacia nosotros.

—¿Eres idiota o masoquista? En serio no te entiendo —vociferó Emma molesta.

—Emma, cálmate y deja que...

—Me calmo un huevo —me interrumpió dirigiéndose a ambos—, ¿yo no te había dejado algo en claro a ti, a los dos?

—Sí, pero...

—Pero mis nalgas —volvió a interrumpir, señalando de forma acusadora a Marcos—, ¿qué pretendes, que le sigan pegando a este pendejo que no hace nada por su vida?

—¡Oye!

—Tú cállate. —Me gritó, dirigiéndose de nuevo a él—. Última vez, Marcos, aléjate de Andrés.

—Eso va estar muy difícil, ¿sabes? —contestó él entre risas.

—Eso es imposible, Emma, porque, verás... —titubeé con algo de temor, esa mujer es peligrosa—. Es mi novio.

La sorpresa no se vio por ninguna parte en su rostro, al parecer se lo esperaba de alguna forma, pero tampoco significaba que lo aceptaba. Negó un par de veces, nos miró de forma acusadora a los dos y suspiró con pesadez.

—Válgame Dios —expresó, acercándose peligrosamente a mí—, te mato.

—No, no te atrevas a pegarle —expresó Marcos interponiéndose entre nosotros—, desquítate conmigo, no con él.

—¿Perdona?

—Puedes ser su mejor amiga y todo lo que quieras, pero no dejaré que le pegues y lo lastimes.

—Debo aceptar que eso es tierno de tu parte... —dijo con una sonrisilla en su rostro—. Pero no me convences.

Mano empuñada, fuerza de albañil, estatura baja, todo eso resultó en un golpe certero en el estómago de esos que te sacan el aire del alma. Sí, la muy desgraciada le pegó de verdad.

—Emma, animal, te pesa la mano —vociferé molesto, viendo con preocupación como tosía tratando de respirar doblado sobre sí mismo.

—Ya, me saqué la espina —suspiró con alegría—, ahora sí puedes tirarte de un puente y a ti, Marcos, te vigilaré, ¿entendido?

—Sí, como quieras —murmuró con voz ronca.

—¿Estás bien? —indagué preocupado.

—Estoy bien. —Tosió un poco y se enderezó—. Pequeño demonio.

A rastras, nos llevó con los demás donde siempre nos reuníamos, un lugar público rodeado de mucha gente y con posibles testigos. Solo por si acaso, uno nunca sabe y con este genio.

—No me digas, ya es oficial —expresó Fernando al vernos llegar.

—No lo dudes —aseguró Emma.

—Bien, era de esperarse —dijo, pero con cara de pocos amigos y queriendo asesinar tal vez a ambos con la mirada—. Tantas molestias para nada.

Nos sentamos junto a ellos en completo silencio, un poco incomoda la situación y demasiado pronto para comentar algo positivo. De todos modos, me arrastraron a eso. Yo quería seguir a solas con Marcos, pero como ya saben, mi buena suerte nunca aparece.

—Se te perdona solo por esto —intervino por fin Gustavo, mostrando un video en su celular—. Quedó lindo.

El escándalo de una pelea y la voz de Marcos atrajo mi atención, algún chistoso se le había dado por grabar todo el altercado en el que salí lastimado. Me sentí exhibido, pero al mismo tiempo maravillado de la fiereza de Marcos. Corrijo, mi Marcos.

—Que buenos derechazos —celebró Emma—, no te creas, me caes mal, pero ese me cae peor.

—A veces me preocupas —se limitó a decir Marcos.

—Ella no es normal —aseguré.

—Ey, cuidadito, estás hablando de la futura madre de mis hijos —se quejó Gustavo ofendido.

—¿Así pagas mi amistad, traidor? —Y llegó el dramatime, pasen de largo si no quieren conversación random, somos expertos—. Yo fui antes que ella, yo soy el verdadero amor de tu vida, no lo olvides.

—Sigo aquí —me reclamó Marcos.

—Ay verdad, lo siento —me reí de buena gana—, esto de tener novio es nuevo, no me acostumbro.

—Cierto, lo había olvidado, señor no creo en el amor y en el romance —gruñó Fernando molesto.

De cierto modo tenía razón, pero, ¿no estaba saliendo ya con Sol? ¿Por qué me seguía reclamando? Nos miraba a ambos con el ceño fruncido, con cierto recelo en su expresión y mucha indignación en su voz.

—Ja, claro —continuó con burla—, más tragado que calzoncillo de ciclista.

—Yo quiero —se burló Emma—. Más tragado que media de torero.

—Sigo yo —intervino Gustavo—. Más tragado que calzón chino.

—Más tragado que...

—Bueno, ya —les interrumpí con vehemencia—, me dejan la guachafita, concurso de refranes, ¿o qué?

—Deja me divierto siquiera con esto —replicó Fernando—, pa' mi murió y fue horrible.

—¡Fer!

—Como dijo mi abuelo, de malas como la piraña mueca —continuó, fijándose en la expresión molesta de Marcos—. Y me miras bonito o no me mires.

—¡Señor, dame paciencia! —exclamó Marcos.

—Y en el culo resistencia, amen. —Fabulosa intervención de doña Emma.

—Expresó la dulce princesa.

—Sí soy.

Después de tanto sufrimiento, mis pulguitas, se logró y con casi 4k de palabras, no se quejen

Este fue el último cap de DPT, el próximo será el epílogo y parte final de esta historia...
para todo público

No se me hagan lo locos, sé que hay menores de edad aquí y sabes que es contigo, niña, te vi

Así que preparense, me da hueva crear otro libro solo para agregar tres especiales... aunque.... *pensamientos impuros entrando a mi cerebro*

Los amo mis pulguitas

Mamá pulga, juera de aquí, ajua.

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