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Dedicatoria

mayn800

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El sudor resbalaba por mi espalda de forma lenta y húmeda, me sentía acalorado y empachado, pero eso al entrenador le valió tres enormes hectáreas de verduras. Dejó que Thomas se encargara de guiar el estiramiento, según él la flexibilidad era importante a la hora de saltar. Vaya dato inventado. No nos dejó tranquilos hasta que no vio a la mayoría hiperventilando, encharcados hasta en nuestras lágrimas y con los rostros colorados.

—¡A ver, ¿y la resistencia dónde está?! —se burló Thomas con su mayor expresión de seriedad—. ¿Se quedó de vacaciones o qué?

—¡Ay niños, no hicieron la tarea, pero se las dejaré pasar por hoy! —intervino el entrenador con un sospechoso suspiro—. En cambio, haremos examen sorpresa, saquen una hoja.

Las miradas extrañadas de todos se centraron en el entrenador por una muy obvia razón, ¿hoja de dónde y para qué? Al parecer el buen y medio raro humor del entrenador había vuelto, aún no nos acostumbrábamos a él, pero era mejor que verlo furioso. Ya lo comprobamos, sobrevivimos a ello y eso nos bastó para el resto de la vida.

—Ay pero que caras, es una broma... —se carcajeó, parando en seco y retomando la seriedad—. Lo de la hoja, no vayan poniéndose las pilas, más bien. Haremos una actividad de entrenamiento, si así esta su resistencia no me quiero imaginar cómo estará su puntería y las técnicas que con tanto esmero les he enseñado.

—¡Don Dramas! —murmuré.

—No has visto nada, mi amor —contestó Marcos a mi lado.

—¿Hay más?

—Veamos... Carlos, Antonio, Enrique y... —continuó el entrenador señalando a cada uno—. Andrés liderando este grupo, los que no tengan, pónganse el peto amarillo, pero para ya.

—Pero señor...

—¿Alguna queja, Toñito?

—No, señor.

—Eso pensé. —Miró en derredor una vez más con la expresión dura, esperando escuchar algún reclamo más—. Grupo dos, liderado por Edgar, estarán Sergio, Cristian y Alan, peto rojo. Y, por último, con el capitancito Marcos, todos los demás, peto azul. ¿Alguna queja, opinión, reclamo?

Todos, absolutamente todos en completo silencio y mirando a donde sea menos al entrenador. Por mi parte no estaba para más drama, menos con el temperamento tan cambiante del entrenador y con la presencia maléfica y burlona de Thomas acechando. Es que eran tal para cual, de tal palo tal astilla, solo que uno más joven y guapo. Y más peligroso, eso sí.

—Así me gusta —comentó con una sonrisa ladeada, alerta roja—. Cámbiense los que tengan que hacerlo, empiezan amarillo y rojo, quiero ver el trabajo en equipo, aunque se lleven como niñitas de prescolar.

—Esto no me gusta —suspiró Marcos, notando ambos la mirada ceñuda y venenosa de Edgar.

—Dímelo a mí, me tienen en su lista negra como miembro VIP —repliqué.

—Sobre mi cadáver te vuelve a poner un dedo encima —exclamó con vehemencia.

Nota, momento pasional y cursi por venir, si no es de tu agrado este tipo de contenido sigue al siguiente diálogo.

Tan solo su expresión de dureza y rabia lo hacían ver tan condenadamente sexy, que el saber la razón de todo ello no hacía más que darle esa aura fiera que me derretía por completo. Estaba cumpliendo su palabra, esta vez sí, no le importaba más nada, ni Edgar, ni sus supuestos amigos, solo yo. ¿Cómo no emocionarme y sonreír como idiota por eso? Tres meses, más de noventa jodidos días esperando esto, tenía derecho a emocionarme como colegiala enamorada.

Y ya era hora, por fin.

—¿Listos o les mando invitación? —exclamó el entrenado impaciente—. ¡A la cancha!

Con el ánimo por los cielos, pero la esperanza de salir ileso de eso por el infierno, caminé al centro de la cancha donde ambos capitanes, Edgar y yo por desgracia, teníamos la obligación de iniciar con el partido. Sí, cara a cara, y odié al creador del baloncesto por primera vez.

Las cejas bien depiladas de Edgar se juntaban con su profundo ceño fruncido, casi echando humo por la nariz como los toros en las caricaturas, de pensarlo de esa manera me causó una risilla que no pude detener, ganándome un gruñido de rabia del susodicho. Traté de disimular lo que mi cabeza se había imaginado en el peor momento, sin embargo, fue mejor y peor que eso.

Del otro lado, en las gradas esperando con los demás, se había ido Marcos a cambiarse de peto. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vi sin camisa que, aunque ya lo haya visto como Dios lo trajo al mundo, no pude evitar quedarme como idiota mal disimulado viendo su delicioso abdomen. Tan moldeado, marcado y perfilado como solo él podía estar. Quería comérmelo a besos justo ahí, pero cierto aroma a toxicidad me llegó a la nariz.

—Dan asco —murmuró Edgar hirviendo de la rabia—, mejor busca motel, ya casi te lo comes con la mirada.

—¿Quieres hacerlo tú? —lo desafié, intuyendo cosas—. En serio, me da curiosidad que es lo que tanto quieres esconder tras esa carita de odio y desprecio, puede que hagas el efecto contrario a lo que quieres.

—¿Ahora eres psicólogo? —se burló, manejando demasiado bien sus emociones y confinando mis sospechas.

—No, pero sí necesitas uno —le contesté con una risilla.

—No me provoques —gruñó.

—No soy quien empieza.

Y sonó el silbato, duro y sorpresivo, casi reventándome el tímpano dado que estaba a solo un par de pasos de nosotros. ¿En qué momento?

—¿Está buena la conversación? —nos riñó, intercalando su mirada entre ambos—. Última advertencia, posiciones. Primer equipo en hacer cinco canastas gana, el perdedor se enfrenta al otro equipo, ¿entendido?

—Sí señor —contestamos todos al unísono.

Una vez más el dichoso silbato sonó acribillando nuestros oídos, pero me negué a aplacarme por ello dado que una enorme mole de casi dos metros se alzaba al mismo tiempo que yo para, a duras penas, llevar el balón a un lado determinado. Y por si fuera poco su odio hacia mí, le gane esta vez llevando a las manos de nada más y nada menos que Antonio, su queridísimo amigo obligado a jugar en su contra.

Fue todo un poema ver el balón en sus manos y que, por desgracia para él, no pudiese pasarlo directo a las manos de su capitán y manda más favorito, sino al peor enemigo de este. A mí. Por primera vez sus intereses propios se vieron por encima de los de su «jefe», porque eso decía y confirmaba lo que había dicho Marcos, solo pura farsa e hipocresía. ¿Qué debía prevalecer de momento? Sus propias ganas de seguir en el equipo, pertenecer al grupo base y, sobre todo, no quedarse en la banca. Ganar significa beca y eso vale más que Edgar, o su dichosa amistad.

—Esta te la cobro —se quejó Edgar viendo a Antonio correr directo a su lado, pero volteando a mí—, todas y cada una.

—Pero si eso no lo decidí yo, idiota.

Salió corriendo pasando por mi lado, no sin antes tropezar con fuerza mi hombro haciéndome trastabillar. La expresión de rabia pura de Marcos fue una delicia, pero sin posibilidades de meterse a la cancha más que acercarse al entrenador. Todos sabíamos que esa división era mala idea, pero al parecer el entrenado se perdió de medio chisme porque...

—¿Ya empezamos, Andrés? —gritó el entrenador.

Suspiré y empecé a correr, mirando ceñudo a Antonio quien se encontraba literalmente encerrado y marcado por todos sus amigos. La presión del momento pudo más con él, pasando el balón directo a mí y de paso a otro de mis compañeros cercanos a la cesta. Primer punto.

Pese a todo el desastre, el único furioso era él, los demás se mostraban más preocupados y fastidiados con la situación. La lealtad se estaba viendo fracturada como mi paciencia.

El partido continuó entre empujones, metidas de pie, intentos de codazos y balonazos a la cara que pude esquivar por los pelos. Cada intento que fallaba o lograba, porque no escapaba de todos, era una queja de Marcos al entrenador. ¿Qué estaba esperando realmente, que me rompiera un hueso para hacer algo?

Ya iban tres puntos a nuestro favor y solo uno para ellos, íbamos ganando y eso le cabreaba a niveles infernales.

El balón estaba en mis manos, avanzado hacia el lado contrincante con normalidad analizando y mirando en derredor. Dos de mis compañeros estaban libres, Antonio estaba Marcado por Cristian y el restante por Sergio. Edgar iba a por mí, con su sonrisa ladeada y las manos empuñadas. Pasé el balón con rapidez viendo sus intenciones, pero aun así este no paró. Casi lo vi encima de mí cuando, sin esperarlo, la espalda de Antonio se interpone entre él y yo.

—Ya basta, Edgar, estas empeorando todo —le riñó, arrastrándome tras él fuera de su alcance—, esto ya raya en lo estúpido, se acabó.

Nos alejamos de este, dejándolo aún más atónito que incluso yo mismo. Marcos por su parte, seguía tratando de traducir lo que acababa de pasar frente a sus ojos, aún no lo creía, pero seguía reacio a creer en ello como algo bueno.

—¡¿Gracias?! Creo —murmuré.

—No agradezcas, Marcos no es el único harto de esta estupidez —se quejó, alejándose más.

Con aquel descuido, Sergio logró arrebatar el balón y hacer una cesta. Dos contra tres. Antonio sacó, pasando de una vez el balón a mis manos, ya no hay nada que perder más que el puesto en el equipo y no estaba dispuesto a hacerlo. Yo tampoco.

Esta vez Edgar se mantuvo distante, alivio momentáneo para mí, solo fui marcado por Cristian solo un par de segundos. Un par de amagues fue suficiente para escapar de él, avanzar a media cancha y regresar el balón a manos de Antonio quien se jugaba entre sus amigos y nuestros compañeros, se iba a poner difícil la cosa, por lo que retrocedí. Solo así, podrían encontrar atrás un punto de escape en vez de perder el balón, no era lo ideal pero sí lo mejor que se podía hacer. O eso creí.

Me distraje, lo aceto. Mi mirada se centraba en el balón, la manera en que pasaba de una mano a otra mientras esperaba poder saltar hacia él. Todos a la expectativa, centrados en el empate o la próxima victoria de mi equipo, y, sin embargo, solo el grito de Marcos me trajo de vuelta a la realidad.

Un destello rojo y café pasó por delante de mí antes que el gran golpe sordo sonara por todo mi cuerpo. No lo vi venir, no pude reaccionar a tiempo más que colocando mi brazo frente a mi cara para no reventarme la cabeza contra las gradas. Aun así, nada evitó los raspones al girar quien sabe cuantas veces sobre el suelo, el estrellón contra el cemento y lo peor de todo, el pavoroso crack que crujió en mi cuerpo.

El aire escapó de mis pulmones, por un segundo no pude moverme ni para respirar hasta que sentí las frías manos de alguien moviéndome boca arriba. Un corrientazo me atravesó todo el brazo, acunándolo en mi pecho por el increíble dolor que se disparó. Solo pude gritar.

—Edgar, maldita sea, ¿qué te sucede? —gritó el entrenador furioso, un vistazo de este tratando de sostener a un Marcos lleno de cólera.

—¡Te voy a matar, hijueputa! —gritó Marcos sin control alguno.

—Ya basta, no más peleas —vociferó con autoridad, llegando otros tres a tratar de sostenerlo—. Estabas advertido, Edgar, no te quiero ver en el equipo de aquí al resto de tu vida. ¿Me escuchaste? No quiero quejas, ni reclamo, ni nada, te lo dije desde un inicio y te pasaste mis advertencias por el culo.

—¿Solo eso? Ese infeliz no ha hecho más que cogerla contra Andrés, cada puto golpe fue él —se quejó Marcos—. Nunca fue un accidente, siempre era ese imbécil.

Logré escuchar sus voces gritando mientras Thomas, con su increíble delicadeza, me ayudaba a ponerme en pie. Sin embargo, cualquier movimiento era detenido por algún quejido de mi parte. El dolor era inmenso, no podía ni pensar con claridad y las lágrimas salían de mis ojos sin detenerlas.

—Déjate ayudar, no te lastimaré, solo déjame ver el brazo —dijo Thomas con cierta preocupación.

Empezó a tantear mientras los gritos seguían sonando a nuestro alrededor.

—Que te valga, idiota, de todos modos, siempre ha sido así, ¿no? —ironizó con rabia, pero sin dejar el miedo de lado—. Te vale un culo todo lo que tenga que ver con nosotros.

—No te confundas, idiota, me vale todo lo que tenga que ver contigo nada más —se zafó del agarre de los demás, pero el profesor se interpuso en medio—. Menos esto, te dije que te partiría la cara si le ponías un dedo encima.

—Quiero ver que lo intentes, a ver si tienes los pantalones o eres otro marica como ese —le retó, dando dos pasos hacia él.

—¿Qué parte de basta no entienden? —gritó el entrenador empujándolos a ambos—. No quieras que te expulse a ti también, Marcos, esto es el colmo.

Un nuevo grito silenció todo, pero esta vez salió de mi garganta, desde lo más profundo de mi ser. Un grito de dolor puro. A mi lado, Thomas suspiró y los miró con reproche, a Edgar en especial.

—El brazo, imbécil, le rompiste el maldito brazo —expresó con rabia.

Un murmullo de sorpresa y un «mierda» generalizado fue lo único que se escuchó detrás de mis lloriqueos de dolor. La mirada de Marcos estaba pegada a mí, la sorpresa y culpa nublaban sus ojos que empezaban a humedecerse. Y de un segundo a otro, se fue tornando rojo intenso, aún más que su cabello o el de Gustavo. Desvió su mirada a Edgar, asustado como un ratoncillo, con los ojos abiertos de par en par sin poder creer en lo que había hecho. Incluso él mismo sabía que lo había regado a más no poder y que no iba a escapar de esa.

—Le rompiste el puto brazo, Edgar... —suspiró, negó un bar de veces y volvió a mirarlo—. Ahora sí te mato.

Sin esperarlo, sin intervenir nadie, sin miramiento alguno, Marcos se lanzó contra él tumbándolo al suelo y propinando golpe tras golpe en el rostro. Por más que Antonio, Sergio y Cristian trataron de separarlos, casi no hubo poder humano que pudiera con la furia rubio-fresa en que se había convertido Marcos.

Mis quejidos de dolor fueron acompañados por los de Edgar, ahora con ambos ojos amoratados, la nariz y el labio partidos, un moretón más en la mejilla y esperaba que un diente roto.

—Suficiente, Thomas, llévalo a la enfermería, yo me encargo de este par de neandertales —exigió, sujetando a Marcos de la camisa por atrás—, y dile a tu mamá que nos encuentre en la oficina de decanatura, que lleve primeros auxilios, aunque quisiera no puedo dejar que se desangre.

—Sí señor.

—Ustedes también vienen —continuó, señalando a los demás del equipo—, a ver si me ayudan a controlar a este.

Poco a poco y entre empujones se fueron alejando, dejándome atrás con el brazo entumecido y mis lagrimas saliendo a borbotones. Con ayuda de unos compañeros, Thomas se encargó de llevarme a la enfermería, llamando primero a Emma para luego comunicar el «altercado» a mis padres.

Suspiré internamente, no terminaba de salir de una cuando ya tenía otra tormenta encima. ¿Por qué a mí?

Ojo, ojo 👁

Respiremos, analicemos y pensemos como personas civilizadas.

Me demoré, sí.

Actualicé, sí.

Me alargué, sí.

Me perdonarán, sí.

Los amo mis pulguitas, y recuerden, todo es por algo.

Mamá pulga fuera pero del planeta *Huye*


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